domingo, 13 de noviembre de 2011

EL BUEN ROLLO MANIPULADOR

Coloquialmente "buen rollo" se le llama a un hablar halagador, condescendiente con las costumbres -sin autocrítica- y que agrade a todos. Eso es, se exige la ACTITUD única del buen rollo, que es siempre la de ser positivo -de un decir "sí" decretado, aun sin pensar, a diestro y siniestro y al todo, sea útil o inútil-.

Como ahí lo que importa es agradar a la tendencia dominante, sin que haya molestia a nada, pues lo que sirve es... SEDUCIR, que el rollo cuaje socialmente, y encante y alucine, ilusionando todo lo posible.

Lo que pasa es que precisamente esto -y nada más que esto- es la demagogia: el vender mucha ilusión, mucho sí, mucho "estoy con todos" -solapándose impunidad- y muchas expectativas de esperanza, estén o no estén analizadas -o criticadas- para tener una base real.

Así que el "buen rollo" pasa a ser el obstáculo del pensar, del dudar incluso si es un bueno rollo, del tener responsabilidad sobre los hechos que se causan...; porque aprueba y consiente la "vista gorda" por una "ilusión" -la justifica-, porque pasa de largo ante la impunidad o ante la complicidad.

Sí, todas las demagogias que existen poseen el denominador común del "buen rollo", y al que hay que CREER a ciegas; puesto que pretenden... alinear o aborregar a una masa porque no sea muy crítica o cuestionada con muchas actitudes de exigencia.

sábado, 12 de noviembre de 2011

GLOBALIZACIÓN

Actualmente los poderes económicos de los países ricos, sobre todo, infieren a una internacionalización de sus posibilidades; pero, ¿qué ocasiona este fenómeno y cómo afrontarlo?

Los agentes globalizantes no son decisiones, medidas participativas de todos los países, sino medios de la comunicación y del mercado en expansión con una estrategia de encontrar más beneficios a un mínimo gasto, sin tener en cuenta esa mala situación en pobreza que no supera la mayoría.

No existen antecedentes históricos de tal envergadura; por ejemplo, los romanos ya internacionalizaron todo a un mismo tiempo para que les saliera bien: modelos de política, de enseñanza y de cultura considerando la integración en un equilibrio de justicia, de más o menos igualdad.

En cambio, ahora, se empieza a hacer la casa por el tejado, es decir, dejemos que pase lo que pase, que las inversiones más fuertes permanezcan en países elegidos por conveniencias de máximos beneficios y no en los más necesitados, dejemos que los pequeños mercados que garantizan la subsistencia caigan en picado ante la contemplación descabellada y dominadora de las multinacionales, dejemos que la justicia, la falta de medios y las circunstancias localizadas no tengan una prioridad, una atención necesaria.
La competencia, de tal modo, se convierte en incompetencia por los que nada pueden hacer ante el mercado dominante; ya libre como quería, ya libre para el infesto desarrollo en lícitas desigualdades.
Dejemos, en fin, que unos intelectuales lideren su apología de este error en pro de que algo se hará bien, pero ¿qué?

Internet no es el justiciero esperado, sino es refugio de avaros, especuladores, corruptos que parten desde unos privilegios, desde unas licencias liberadas por el poseer medios, por el poseer recursos.

En definitiva, los países ricos han querido provocar un pretexto para su necesitada expansión económica y no han querido rigurosamente internacionalizar otra cosa, porque es así como consiguen los beneficios más directos y es a ellos a quienes interesa este seudoprogreso globalizador que nada mitiga al trabajador explotado o al niño que pasa hambre.
Es a ellos, que dominan y dirigen el mercado con sus apoyos políticos hacia una ansiada liberación -para contaminar incluso más el planeta o hacerlo más "próspero" por países o continentes elegidos-. Estados Unidos, por ejemplo, invertirá más en Israel que en Palestina; España lo hará más en Marruecos que en Etiopía.

Esto, como va, no es una solución razonable; iniciemos la internacionalización de la justicia, pongamos medios donde no los hay, hagamos una globalizaicón sostenida como la queremos hacer con la lucha contra el terrorismo que tiene sus reglas, que tiene su marco jurídico. Y progresemos.

Tienen razón los antiglobalizadores, no consienten que todo lo decidan unos pocos -pues, la globalización va consiguiendo una oligarquía de las voces de los pueblos-; tienen razón de que el "hecho diferencial" no se tenga en cuenta, la localidad casi sin voz.

Por supuesto que el comercio ha sido y debe ser "libre"; pero "libre" sometido a las mismas reglas éticas que están sometidas las demás actividades sociales del ser humano (justicia, política, etc.); porque debe estar dentro de las mismas reglas del juego, dentro de las mismas restricciones que no le permita a nadie más privilegios y poder.

No existe un "mundo libre" al que recurren algunos sin otros argumentos que ese lema; ¿libre de qué?, ¿libre de la justicia, de la explotación, de la pena de muerte, de la contaminación, para derrochar recursos que son de todos, libre de qué?

Mientras haya locos en el mundo que no permitan que otros vivan dignamente con todos sus derechos humanos, el "mundo libre" es un recurso vacío (sólo se está libre de verdad cuando no se está en la práctica sometido a alguna opresión, a alguna carencia provocada por otros).

Los que tienen "de más" siempre frivolizarán por "psicología imperante" o por automatismo sobre los que tienen "de menos" por ellos o por las reglas de ellos.
(2002)

jueves, 3 de noviembre de 2011

MATERIALISMO ATEO DE DIDEROT

Denis Diderot (Langres, 1713- París, 1784) que colaboró como “ilustrado” en la “Encyclopédie” era un provocador, un creador de dudas que, protegiéndose con el libre pensamiento, admitió cualquier análisis, cualquier disertación sólo con que lo llevara a la misma dirección: a la primacía del hecho para ser averiguado –no que ya se da por averiguado-.
Así, alteró, liberó las ideas al concierto de las posibles hipótesis –no a lo tendencioso- a trasmano de lo establecido como prejuicio, como simple atavismo, alumbrando las contradicciones y, con ello, reconociéndolas. Porque, sin duda, la razón tan sólo es viable cuando se tienen en cuenta, se presentan, o sea, se invitan a las contradicciones para que participen en la dialéctica racional: eso concita una inevitable depuración.

Diderot, en verdad, se enfrentó a lo tradicional, pero sobremanera a la religión y a la escuela"escolástica" conforme a que defendió -con todas sus consecuencias- al materialismo ateo
estimulado filosóficamente de forma especial por Condillac y Rousseau. Sí, tal actitud no consiguió evitar la cárcel (en 1749) ni la pobreza que padeció la parte final de su vida porque, en el fondo, su ideal se concentraba en un naturalismo primitivista que decidió hacerlo “manifiesto” en el “Suplemento al viaje de Bougainville” y en el “Sueño de D´Alembert”.
Al respecto, el ideal consistía en la desinhibición y en la naturalidad por desear la libertad del “buen salvaje” de Rousseau, del ser original y puro que no tapa ni excluye sus defectos.

En 1747, la publicación de su novela “Los dijes indiscretos” dispensó el tema erótico; en cambio, en “La religiosa” (póstuma, en 1796) concibe la religiosidad como una carga para quien sufre injusticias y como un verdadero abuso de poder para quien la inculca o la dirige siempre presionando por su obligación para someter al otro y para castigarlo “devotamente”. Así, esta concepción le condujo a su obra madura de razonamiento, “El sobrino de Rameau”, en donde la libertad alcanza las motivaciones individuales -las del deseo y las de la autodeterminación- entreviéndose una desesquematización de lo que se debe hacer por presión o por imposición social, es decir, no existe una necesidad de doblegarse ante algo que culturalmente se crea “correcto” o para seguir unos modales inamovibles de comportamiento.

La libertad para Diderot, bien explayada en “Jacques el fatalista y su amo”, es el no consentimiento de lo que supuestamente racional se utiliza para manipular o para inmovilizar una progresión de nuevas ideas que alientan “per se” la misma libertad. En concreto, en aquéllos tiempos el ser humano sólo podía escapar de un razonamiento inconveniente o incoherente -si únicamente se lo inculcaban por convención- a través de la digresión, a través de la provocación, de una contradicción provocadora que la justificaba por una liberación individual –aunque no precisamente racional-.
En efecto, Jacques vivió asediado o ninguneado por “máximas” de aquéllos entonces como “está ya escrito en lo Alto” con un determinismo del que se aprovechaba la resignación o la sumisión a considerar todos los privilegios como “divinos”, irrenunciables e incontestables.

La libertad de él conlleva más bien la protesta, la disidencia como primer recurso para encontrar o evolucionar hacia una racionalidad lo menos privativa y arbitraria; luego es una libertad -con derecho a la digresión en las situaciones de su época- priorizada sobre la misma razón, puesto que aún la teología y la costumbre no se encontraban despegadas ni, en particular, la experimentación instituida como medio para las finalidades de la ciencia. De hecho, cada expresión racional es ya contradicción fuera de su orden taxativo, por lo que un análisis profundo obliga a deshacerse de sus diversas líneas tendenciosas, obliga “velis nolis” a que se cuestionen las aseveraciones fáciles u obedientes a cualquier hilo discursivo que, en verdad, simultanea contextos no análogos; y más cuando los mismos elementos usados rescinden… toda conclusión veraz. Por ejemplo: una justificación racional del poder político sobre bases sólo ontológicas y místicas.

En definitiva, el genio Diderot depuró –no con pocos esfuerzos- su posición materialista con un lenguaje filosófico que había adquirido inmerso en atavismos teocéntricos -que ni siquiera Descartes pudo evitar- y eso lo derivó a desubicar o a subestimar muchos de los seudoprocedimientos racionales que no le deparaban unos resultados fiables.
Téngase en cuenta que, el pensamiento ilustrado, fue el primero que puso “en duda” lo preconcebido socialmente a favor del ser humano considerado como “víctima” –de ahí la nueva concepción de que es la sociedad quien lo corrompe- y, así, deslegitimó al fijismo de las ideas escolásticas por significar –más tarde- una racionalidad progresiva –porque “se llena” de nuevos conocimientos que al mismo tiempo se distinguen o se entrelazan coherentemente o, si se quiere, científicamente-.

Fue, pues, su filosofía un revulsivo intento para que se llevara a cabo tal progreso “liberador” que, asimismo, le aportó una gratificante autoterapia para su interior –en aquel contexto histórico-.
VISIÓN REALISTA Y HUMANISTA DE SCHILLER


El humanismo es una actitud cultural desde los orígenes de nuestras civilizaciones, aunque su primer significado historiográfico lo diera Cicerón, "humanitas", para distinguirlo de "divinitas". Esta "visión cultural" siempre ha prodigado la sobrevaloración del ser humano por encima de sus sometimientos y vicisitudes (1), enardeciéndose por contar su pasado, por querer descubrir y revelar sus orígenes naturales para, una vez vinculado a ellos, proyectar un ideal de civilidad.
Por lo tanto, el humanismo se encuentra más ligado a una responsabilidad del ser humano con respecto a su pasado, eso es, obligado a retomar su forma natural y a situarse como un ser consciente y crítico en lo que ha desarrollado para revelar logros y errores. No, no se contrapone a la religión ni al Estado directamente, sino que los "delata", se enfrenta a depurarlos y no, en extremo, a anularlos.
Digamos, más bien, que él dirigía al ser humano a la erudición y no a un "obedecer mecánico" de los símbolos divinos; digamos que le gustaba resaltar sus acciones en la historia y siempre con respecto a una estética o a un comportamiento (2) que respetaba también su hecho natural.

Eso era el humanismo que se reflejó determinantemente cuando las civilizaciones ostentaron un gran esplendor cultural: en Asia el Budismo, en el Mediterráneo la historiografía greco-latina y lo que conllevaba para incentivar y conmover las artes, y en el entorno del Oriente Medio el nomadismo "panteísta" islámico.

Con esta aclaración primera, nuestras recientes culturas han paladeado el humanismo renacentista, luego el individualismo "real del yo" o romántico, luego el trasgresor decadentismo -más experimentalista que el anterior- y por último el inconformismo existencialista que, materializado en el surrealismo, supuso todo un multimovimiento de reivindicaciones socio-culturales. Pero éstos no obviaron, sin duda, el denominador común de un esteticismo civil y no religioso que encumbraba al ser humano como remodelador o educador de la sociedad que, en búsqueda de sus libertades, se sintió protagonista frente a cualquier poder; puesto que, aun considerando las posturas pancistas o estoicas o epicureístas de todas las épocas, que igualmente -sin poderlo eludir- se enfrentaban a quienes las oprimían, la cultura siempre ha polarizado un contrapoder crítico e inculcador de una o tal idea esteticista de cultura y de sociedad, sea la que fuere.

Ahora bien, en concreto a finales del siglo XVIII, un tipo de humanismo se engendró en Alemania como el movimiento llamado "Sturm und Drang". Éste fue, en claro, un enfrentamiento cultural, en un país en donde no se admitían oposiciones políticas activas, a las tiranías de lo impuesto; y utilizó el atrevimiento, la confianza en un ímpetu renovador, la pasión por luchar por nuevos ideales con una fe en que el ser humano debía encontrarse -naturalizarse- con sus verdaderos impulsos interiores o vitales. Significó la exaltación del instinto, del pietismo ("religión del corazón") y del pensamiento de Rousseau. Entonces, consolidó de una vez por todas el "yo-práctico", pues, si la ilustración promulgó las necesarias transformaciones sociales, este movimiento le buscó un escenario para hacerlas realidad y, por supuesto, un beneficio nacional como aliciente: instaurarlo en Alemania con una didáctica decidida o impulsivamente decidida.

Ensayos de Goethe y de Herder contraponen la artificiosa "poesía artística" al genio del pueblo o a la poesía popular rechazando el "todo vale" desnaturalizador, lo que ratificó la dirección del arte hacia lo que más tarde maduró como el romanticismo: el arte desprendido de casi todos los prejuicios externos ante el "yo-interior", el arte sólo a expensas de un ideal propio y que lo comparte con la sociedad, el arte siempre como impulso creativo.

En 1784, Herder, uno de los geniales teóricos junto a Goethe y a Schiller del "Sturm and Drang", publica "Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad" donde defiende un humanismo realista, la poesía popular y la representación realista de Shakespeare (quizás el escritor más realista de la historia al asumir la realidad en toda su polivalencia: ningún problema que exponía en sus obras era ajeno a la realidad).

Schiller hermanaba profundamente con todo eso pero, además, ofreció su visión reflexiva de la historia en su poema dramático "Don Carlos", en "Historia de la Guerra de los Treinta Años" y en "Historia de la insurrección de los Países Bajos" de una forma crítica, redefinitoria de ideales. Sus obras "De la gracia y dignidad", "Cartas sobre las educación estética del hombre" y "De lo sublime" eran tratados ético-estéticos que salvaguardaban la obligatoriedad de una guía humanística para la sociedad con un ideal fundado en una orientación estética impregnada de autocríticas, o sea, de realidad, de asunción de fracasos o de errores.
Nada puede progresar si no reconoce, si no se responsabiliza de unos errores, nada. Así, el ser humano puede enorgullecerse de lo que quiera, de lo que le dé la gana; pero eso no sirve sin una responsabilidad. Los cultos a la bondad, a la justicia y a la libertad son improductivos sin una autocrítica, sin una base real o comprometida.

Schiller elige, por ello, un héroe concebido en la realidad, aunque viera indispensable luego una idealización, lo cual espera que la sociedad le responda, se conmueva. El principal enemigo para él - también para Goethe y para los demás- era la hipocresía, porque es ella la destructora de valores y de autenticidades para progresar. Un escritor hipócrita no tiene alguna virtud, y ahora los hay a miles confundiendo, imitando o malogrando creaciones. A la hipocresía no le interesa la realidad ni el progreso de la realidad, sino imponer climas ambiguos para salvar sus propios intereses (hipocresía siempre significa confusión, permite el "todo vale"; por ende, no reconociendo la injusticia, no se evoluciona tanto con ella).

Schiller influyó en todo el mundo; a su juvenil himno "A la alegría" Beethoven le puso música, y Verdi se la puso a sus geniales dramas como "Juana de Arco" o "Don Carlos". La burguesía en ascenso lo tomó como referencia para sus revoluciones y, en Alemania, fue considerado uno de los escritores clásicos o imprescindibles para una cultura.

(1) Ya Séneca propugnaba la fraternidad y el respeto a los esclavos mucho antes del cristianismo.

(2) Hesíodo se sitúa en "Los trabajos y los días" en una dimensión moral que busca una dignidad humana en los hechos de la vida, por consiguiente, una justicia didascálica, enseñada y realizada por el ser humano. El ser humano crea arte cuando empezó a hacer y a respetar su historia.