jueves, 3 de noviembre de 2011

VISIÓN REALISTA Y HUMANISTA DE SCHILLER


El humanismo es una actitud cultural desde los orígenes de nuestras civilizaciones, aunque su primer significado historiográfico lo diera Cicerón, "humanitas", para distinguirlo de "divinitas". Esta "visión cultural" siempre ha prodigado la sobrevaloración del ser humano por encima de sus sometimientos y vicisitudes (1), enardeciéndose por contar su pasado, por querer descubrir y revelar sus orígenes naturales para, una vez vinculado a ellos, proyectar un ideal de civilidad.
Por lo tanto, el humanismo se encuentra más ligado a una responsabilidad del ser humano con respecto a su pasado, eso es, obligado a retomar su forma natural y a situarse como un ser consciente y crítico en lo que ha desarrollado para revelar logros y errores. No, no se contrapone a la religión ni al Estado directamente, sino que los "delata", se enfrenta a depurarlos y no, en extremo, a anularlos.
Digamos, más bien, que él dirigía al ser humano a la erudición y no a un "obedecer mecánico" de los símbolos divinos; digamos que le gustaba resaltar sus acciones en la historia y siempre con respecto a una estética o a un comportamiento (2) que respetaba también su hecho natural.

Eso era el humanismo que se reflejó determinantemente cuando las civilizaciones ostentaron un gran esplendor cultural: en Asia el Budismo, en el Mediterráneo la historiografía greco-latina y lo que conllevaba para incentivar y conmover las artes, y en el entorno del Oriente Medio el nomadismo "panteísta" islámico.

Con esta aclaración primera, nuestras recientes culturas han paladeado el humanismo renacentista, luego el individualismo "real del yo" o romántico, luego el trasgresor decadentismo -más experimentalista que el anterior- y por último el inconformismo existencialista que, materializado en el surrealismo, supuso todo un multimovimiento de reivindicaciones socio-culturales. Pero éstos no obviaron, sin duda, el denominador común de un esteticismo civil y no religioso que encumbraba al ser humano como remodelador o educador de la sociedad que, en búsqueda de sus libertades, se sintió protagonista frente a cualquier poder; puesto que, aun considerando las posturas pancistas o estoicas o epicureístas de todas las épocas, que igualmente -sin poderlo eludir- se enfrentaban a quienes las oprimían, la cultura siempre ha polarizado un contrapoder crítico e inculcador de una o tal idea esteticista de cultura y de sociedad, sea la que fuere.

Ahora bien, en concreto a finales del siglo XVIII, un tipo de humanismo se engendró en Alemania como el movimiento llamado "Sturm und Drang". Éste fue, en claro, un enfrentamiento cultural, en un país en donde no se admitían oposiciones políticas activas, a las tiranías de lo impuesto; y utilizó el atrevimiento, la confianza en un ímpetu renovador, la pasión por luchar por nuevos ideales con una fe en que el ser humano debía encontrarse -naturalizarse- con sus verdaderos impulsos interiores o vitales. Significó la exaltación del instinto, del pietismo ("religión del corazón") y del pensamiento de Rousseau. Entonces, consolidó de una vez por todas el "yo-práctico", pues, si la ilustración promulgó las necesarias transformaciones sociales, este movimiento le buscó un escenario para hacerlas realidad y, por supuesto, un beneficio nacional como aliciente: instaurarlo en Alemania con una didáctica decidida o impulsivamente decidida.

Ensayos de Goethe y de Herder contraponen la artificiosa "poesía artística" al genio del pueblo o a la poesía popular rechazando el "todo vale" desnaturalizador, lo que ratificó la dirección del arte hacia lo que más tarde maduró como el romanticismo: el arte desprendido de casi todos los prejuicios externos ante el "yo-interior", el arte sólo a expensas de un ideal propio y que lo comparte con la sociedad, el arte siempre como impulso creativo.

En 1784, Herder, uno de los geniales teóricos junto a Goethe y a Schiller del "Sturm and Drang", publica "Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad" donde defiende un humanismo realista, la poesía popular y la representación realista de Shakespeare (quizás el escritor más realista de la historia al asumir la realidad en toda su polivalencia: ningún problema que exponía en sus obras era ajeno a la realidad).

Schiller hermanaba profundamente con todo eso pero, además, ofreció su visión reflexiva de la historia en su poema dramático "Don Carlos", en "Historia de la Guerra de los Treinta Años" y en "Historia de la insurrección de los Países Bajos" de una forma crítica, redefinitoria de ideales. Sus obras "De la gracia y dignidad", "Cartas sobre las educación estética del hombre" y "De lo sublime" eran tratados ético-estéticos que salvaguardaban la obligatoriedad de una guía humanística para la sociedad con un ideal fundado en una orientación estética impregnada de autocríticas, o sea, de realidad, de asunción de fracasos o de errores.
Nada puede progresar si no reconoce, si no se responsabiliza de unos errores, nada. Así, el ser humano puede enorgullecerse de lo que quiera, de lo que le dé la gana; pero eso no sirve sin una responsabilidad. Los cultos a la bondad, a la justicia y a la libertad son improductivos sin una autocrítica, sin una base real o comprometida.

Schiller elige, por ello, un héroe concebido en la realidad, aunque viera indispensable luego una idealización, lo cual espera que la sociedad le responda, se conmueva. El principal enemigo para él - también para Goethe y para los demás- era la hipocresía, porque es ella la destructora de valores y de autenticidades para progresar. Un escritor hipócrita no tiene alguna virtud, y ahora los hay a miles confundiendo, imitando o malogrando creaciones. A la hipocresía no le interesa la realidad ni el progreso de la realidad, sino imponer climas ambiguos para salvar sus propios intereses (hipocresía siempre significa confusión, permite el "todo vale"; por ende, no reconociendo la injusticia, no se evoluciona tanto con ella).

Schiller influyó en todo el mundo; a su juvenil himno "A la alegría" Beethoven le puso música, y Verdi se la puso a sus geniales dramas como "Juana de Arco" o "Don Carlos". La burguesía en ascenso lo tomó como referencia para sus revoluciones y, en Alemania, fue considerado uno de los escritores clásicos o imprescindibles para una cultura.

(1) Ya Séneca propugnaba la fraternidad y el respeto a los esclavos mucho antes del cristianismo.

(2) Hesíodo se sitúa en "Los trabajos y los días" en una dimensión moral que busca una dignidad humana en los hechos de la vida, por consiguiente, una justicia didascálica, enseñada y realizada por el ser humano. El ser humano crea arte cuando empezó a hacer y a respetar su historia.

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