domingo, 15 de septiembre de 2019

LA PRESERVACIÓN DEL AGUA CONTRA LA EROSIÓN


Uno de los principales factores que deterioran el Medio Ambiente y contraviene a la agricultura ecológica es la inadecuada política de conformación forestal y la descuidada actividad de la agricultura intensiva.
Primero, sólo a través de la lluvia –o de la desvaporización- se abastece la tierra de la humedad suficiente para ser fértil o para poseer la capacidad de permitir la vida en atención a su ciclo del agua que, por cierto, siempre se ofrecerá o se comportará como consecuencia de un “equilibrio actualizado” de la atmósfera. Así, los movimientos de calor atmosférico –ahora provocados por la concentración de CO2- conducirán a una desorbitada brusquedad en los fenómenos ligados al clima, de modo que los potenciales de evaporación en los mares y en la humedad continental aumentarán y, sin duda, en una proporción con respecto a la deforestación o a la erosión que presenten los suelos.

Efectivamente, la masa vegetal que cubre la superficie sólida de la tierra no sólo garantiza la supervivencia de la diversidad biológica, sino la consistencia de ésta en todo el planeta. Mediante la fotosíntesis se transforma el CO2 en carbono orgánico porque, mientras recibe luz una planta, se oxida la molécula de agua por eliminación del hidrógeno: el CO2 entonces queda reducido por el hidrógeno a carbohidratos o se reduce la pentosa-fosfato en glucosa 6-fosfato y, luego, en almidón (con la variante de que en las plantas C4 antes, el CO2 fijado, es transformado en ácido málico o aspártico). Más sencillo, del CO2 + 2H2O la clorofila consigue CH2O + O2 + H2O captando el carbono de la atmósfera a cambio de oxígeno.

Por otra parte y con igual importancia, la vegetación representa la misma fertilidad de los suelos diseñándoles una textura o porosidad a través de la lixiviación que sólo permite una permeabilidad para esa agua “recibida”; sin olvidar que, además, evita su evaporación. Así es, la acumulación de materia orgánica acidifica progresivamente conllevando o contribuyendo a la meteorización y determinando a su vez un variable pH; sí, en este proceso, la tierra es intervenida por una complejidad húmica propicia para la aerobiosis, es decir, a una actividad microbiana que ayudará decisivamente tanto a la descomposición de materia inorgánica en orgánica como a la textura oxigenada que precisan las raíces de las plantas. El resultado: el agua que ofrece el ciclo del agua o la lluvia se retendrá debido a una mayor rugosidad del suelo y, también, se adentrará en él por su alta permeabilidad.

Sin embargo, la capa vegetal sufre desde hace unos miles de años una limitación por manos del ser humano; éste la ha cambiado e eliminado en parte conformando unos suelos menos fértiles, más proclives a la desertización o, al menos, a lo que conocemos como… erosión. Pues bien, una vez que una tierra se erosiona, "contra natura", deja de comportar o de expresar o de concebir un “microclima” útil para la vida y para la conservación del agua; y no sólo eso, sino que, el calor, el frío y el viento que de él se "aprovechan", influirán o inferirán en otros "microclimas". Por conductividad térmica las sequías, ante tal condición, serán más largas; o sea, se evaporará más la humedad y la lluvia, por mucha, se desaprovechará.

Según lo dicho, no de balde habría que señalar, por supuesto, las consecuencias que desencadenaría una agricultura extrapolada insensiblemente al beneficio sólo económico, sin más miramientos, sin preocuparse por más, por estos problemas graves o muy graves para un futuro no muy lejano. Por eso, las medidas que se pueden tomar sin duda empiezan desde el asumir una conciencia de un desarrollo sostenido en donde, sí, prime la conservación del medio natural, en donde prime siempre el valor del agua.

Bien, todo terreno fértil se sirve de una textura -está claro- por lo que la hierba y, sobre todo, el material orgánico no debe descartarse, pues, permitirá un buen drenaje para enriquecer la humedad freática y para preservar la temperatura del subsuelo. Éste, además, es el único eficaz contra el anaerobismo y contra la “clorosis” cálcarea (por exceso de cal que “inmoviliza” algunos oligoelementos).
También todo terreno desnudo y abierto es conductor de frío y de calor, por lo que la sequía en él se alargará, por lo que la más mínima helada afectará a las plantas cultivadas, en concreto a sus floraciones. También todo terreno afinado demasiado en una época de lluvias es perjudicial, puesto que el agua correrá sobre él y arrastrará la “mayoría” de sus micronutrientes al hacerlo; en uno que sea arcilloso ese lavado será aún más amplio.

También todo terreno que "quiera" soportar una sequía debe deparar un albedo mayor (que refleje la radiación solar), por lo tanto le beneficiarán las piedras y, a sus cultivos, sulfatos de color claro o encalados del “pie” o del tallo-base.

La planta, en claro, economiza o resiste la carencia de agua con un potencial osmótico adecuado o suficiente que ha de controlarse, por lo que se le proveerá de bastante potasio para que supere la estación seca y se le librará de un exceso de tallos verticales que, en verdad, agotan a la energía osmótica. La planta subsistirá mejor en una tierra poco húmeda con un extenso –largo- sistema raticular, por lo cual agradecerá un abonado N-P (no sólo de fósforo ya que hará crecer las raíces en densidad, no en longitud) y “de fondo” o enterrado, pues, así encontrarán el agua del subsuelo.
Los tratamientos foliares “al descuido” pueden, sí, degradar a una planta o destruirla porque, de hecho, son tóxicos ciertos elementos pequeños rebasando una dosis determinada (Al, Mn, Cu, Ni, B y Zn). En particular, el boro enfermará a la planta y el cobre limitará la absorción de otros oligoelementos –al margen de que supondrá un contaminante medioambiental-.
También un tratamiento fitosanitario a destiempo no beneficia en nada, sin embargo contamina.
Las tierras ácidas absorben mejor los nitratos o los aniones (PHO-, NO3-); las tierras cálcicas, por el contrario, absorben mejor los abonos amoniacales o los cationes (K+, NH4+). El calcio, el cloro y el sodio – dependiendo del suelo, la urea concentrada- inhiben la nitrificación, y siempre con un exceso.

En resumen, las piedras y la cubierta vegetal agradan a la ecología, son ecológicas, guardan la humedad; las hierbas consumen CO2 al igual que los arbustos y los árboles; el “abonado sintetizado o químico” es menos necesario cuando actúa el orgánico o el que los microorganismos o los Nitrobacter producen; los tratamientos fitosanitarios pueden ser aplicados con menos frecuencia o, incluso, ser sustituidos por otros de orden biológico; los desechos de poda pueden ser utilizados como material de abono orgánico; la erosión por el viento se evitaría por la elección del cultivo idóneo a razón de cómo sea el terreno para que supere o resista altas temperaturas o las sequías prolongadas, etc.