miércoles, 23 de octubre de 2013

Cerebros retorcidos

Uno de los aspectos que más he analizado en los últimos años es el que atañe a la pérdida de la razón cuando se argumenta mal; pero no se reconoce, sino que se excede -la argumentación se extrapola- y se enraiza en una base que no corresponde al asunto del que se trata.

Entonces, el manipulador o el orgulloso que no reconoce nada, orienta la argumentación hacia una base que no le es coherente o hacia su imaginación hasta el punto de conseguir desligarla de su propia naturaleza real o existente. Porque para el manipulador no es la razón lo importante, no, sino su propio protagonismo, el inventar o el formular una razón que justifique su sinrazón, sea como sea con tal de que su orgullo no se vea afectado; es decir la mentira elaborada o argumentada existe siempre al justificarse lo injustificable, al ser válido como consecuencia dialéctica algo que no lo es
racionalmente, que no ha respetado un proceso de reconocer hechos, que no ha respetado una coherencia racional.

Así, el manipulador, una vez que ha negociado o simpatizado con medios de comunicación se inventa "peros" que no existen ("No existen armas de destrucción masiva; pero por ahora; pero podrían existir; pero al haber terrorismo tienen que existir; pero como Aznar y Bush lo dicen tienen que existir; pero los tiranos buscan siempre armas de destrucción masiva....) o sofismas para justificar una masacre o una dictadura ("La dictadura fue culpa de una crisis política", "No se podía consentir aquel gobierno indeseable", "Hay que intervenir militarmente contra el terrorismo", etc.). Por fin consiguen justificar una dictadura o cualquier hecho porque a ellos les interesa por delante de todo.

Para el manipulador que quiere cómodamente eximirse de responsabilidades hay hambre en el mundo porque hay superpoblación, hay inmigración porque hay mafias organizadas que lo permiten, hay programas "basura" en la televisión porque eso pide la gente, hay crisis porque hay especuladores, etc. El caso es que con respuestas fáciles lo tiene todo averiguado, y lo peor: llegará a justificar lo que quiera, todo le será válido adecuándole una respuesta fácil que favorece a su orgullo, a su conveniencia y a sus privilegios.

Así, si se constatan que las desigualdades aumentan en el mundo se justifica con respuestas de que hay mucha solidaridad, si se verifica que Estados Unidos no restringe su armamento o su polución industrial se justifica en que lucha contra el terrorismo y a favor de la libertad o del progreso tecnológico tan humano.

En resumidas cuentas, los objetivos del que manipula o del poder que manipula se van a llevar a cabo con una u otra justificación; y la razón será la principal víctima. Son tan buenos y su justicia es "tan tremendamente solidaria" que ya son encima hasta "santos", porque difunden todas sus bondades -las miles de un país pobre no se pueden difundir y porque la miles de "otros tiempos" tampoco se pueden difundir-.

¿No será que los que son solidarios de verdad -los que no se enriquecen a costa de otros- sí dan todo lo que pueden y se olvidan por los "santos" manipuladores con sus "santos" medios de comunicación?

jueves, 25 de julio de 2013

VOLTAIRE Y EL LAICISMO
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El Renacimiento supuso afrontar una crisis tanto de valores o de modelos religiosos como de todas las reglas establecidas hasta el momento por una cultura teocéntrica; en cuanto a que, el ser humano europeo, vive una situación social nueva: la liberación del capital y del desarrollo técnico.
Este hecho le permite seguir hacia un modelo de convivencia... más abierta o urbana; es decir, el pueblo se culturiza, lo que conlleva liberarse de prejuicios ancestrales, lo que conlleva creer en sí mismo y desarrollarse -así- con más libertad en sus capacidades, con la virtud de que él "se hace" –educativamente hablando- y busca -también- sus anteriores relaciones: lo natural, la naturaleza –que se agranda con los nuevos descubrimientos geográficos- y la cultura greco-latina.
Entonces, la creencia de lo divino, es ahora, a través de una mayor y mejor actitud crítica – pues se exalta la razón-, una visión reformadora (como la que necesita la actual crisis) que se enfrenta directamente a los abusos de poder y la derrochadora ostentación de la Iglesia.

A partir de ese punto de inflexión -de humanismo, siendo lo humano lo primero- es desde donde se incitan o se provocan, de seguida, una serie de movimientos luteralismo, calvinismo y anglicanismo- con la intención de conseguir ora una independencia con respecto al papado, ora una redefinición de la doctrina católica. Sin embargo, no sólo de todo esto es el beneficiario el pueblo, sino... el Estado que garantizaba, con la ya asunción de todos los poderes, una unidad nacional y protegía, asimismo, su modo económico para subsistir: el mercantilismo (origen libertario del actual mercado o, en suma, del capitalismo).

En el siglo XVIII, la burguesía se enriquece y se va consolidando como la única clase social que lidera las transformaciones sociales. Nace ahí, precisamente ahí, un movimiento cultural, cuando el desarrollo científico está en su pleno auge, la Ilustración, que a la vez mina o destruye -poco a poco- las pilares del Antiguo Régimen; Montesquieu, en su obra “El espíritu de las leyes” establece como sistema político ideal el parlamentarismo, en el cual los poderes se separan o quedan divididos; Lambert publica “Reflexiones sobre las mujeres” que impulsará luego sus reivindicaciones; Diderot cuestiona el matrimonio en la “Enciclopedia” y, junto a D´Alembert en esa publicación de los ilustrados, promueve el anticlericalismo y difunde los grandes defectos del absolutismo.

Si la “Enciclopedia” fue una dirección-clave por donde se instigó la burguesía contra el poder, Voltaire significó el animador principal para que eso sucediera; pues sembraba y avivaba las polémicas, era quien suscitaba las ideas y, en consecuencia, la movilización de los demás a raíz de sus sátiras o burlas o irreverencias feroces.
Sería justo, sí, considerarlo como un líder, pero no un líder en un sentido carismático o de representar a masas sólo, sino que, todo lo que él a los demás conmovía, protagonizaba ese liderazgo; en concreto, su influencia intelectual que ridiculizaba o infravaloraba la sinrazón, las costumbres y las vanidades de la aristocracia. Aunque, también, en cuanto a que, al mismo tiempo que polemizaba, sabía ganarse muchos admiradores o simpatizantes -con las “Cartas inglesas” elogiando a la sociedad inglesa, con “Cándido” logrando el desenfado de su entorno intelectual-.

Voltaire, así, de ese modo, asediaba y despertaba las conciencias, a todo riesgo –pasando tanto por encarcelamientos como por exilios forzosos- y recurriendo a todos los géneros, algo que sólo él supo hacer con éxito.
En la “Historia de Carlos XII” puso en cuestión a la guerra, en “Epístola de Urania” ataca a los dogmas católicos, en “Ensayo sobre las costumbres” irritó a los calvinistas, en “Concreciones sobre el siglo de Luis XV” se enfrenta directamente a los jesuitas. Después de esto, razonablemente, es sencillo deducir que inició y despejó los primeros trazos del camino del laicismo inculcando, además, que los seres humanos debían decidir y ejercer por ellos mismos sus libertades, no que fueran impuestas.
La tolerancia era para Voltaire lo que la igualdad de derechos era para Rousseau: sólo un medio justificable para un fin.

No obstante, eso de la Ilustración fue importante sobremanera porque atendió ya a instaurar un modelo de civilización; así es, desmadejó todos los intereses y los prejuicios para analizarlos a fondo, y obligó a la sociedad a pasar por una catarsis que, ineludiblemente, dispensó sólo unas vías justificables para la acción política.
Que lo político debía de estar basado en la tolerancia, en tolerar que el otro pensara y decidiera libremente, era algo que Voltaire sabía o reconocía, que él “implantó” como la necesaria “forma política” o, incluso, la necesaria “forma intelectual” consecuente siempre con la razón; puesto que, en su coherencia o en sus demostraciones, superó a Descartes, a Spinoza y a Leibniz en racionalismo al desprenderse radicalmente de algunos de los elementos que crean los prejuicios: Voltaire era un “puro y duro” racionalista.

Claro, es evidente que, si las cosas funcionan mal, es porque existen causas que las hacen funcionar mal; y a buscar y a explicar esas causas es a lo que él se dedicó, con la razón -o con el no tener trucos para eludir o para esconder los problemas a la sociedad-, no ya con los fracasados usos divinos a los cuales todos recurrían para justificar –y de hecho así ocurría- las crueldades y las injusticias.
Pues, cualquiera se eximía de sus responsabilidades, Dios era de la acción justificada para cualquiera, y sólo bastaba la fácil justificación irracional: para el fin (Dios) los medios no se cuestionaban y la mayoría de ellos pronto se justificaban con facilidad desde un privilegio de poder (sin olvidar de que las causas bélicas o de expansionismo nacionalista siempre tenían un mensaje religioso).

Gracias en parte a esto, ahora sabemos que las leyes se fundamentan primero en razones, la ciencia en razones y la eficacia de cualquier acción o de la política en razones.
No es, no, una casualidad. El ser humano atenderá a buscarlas o no - si no las atiende es porque prefiere entonces las sinrazones y subjetividades por intereses de tradición, de injusticias que le benefician o de... poder-, pero existen.

Y es que, en el fondo, todo tiene “un decir de reconocimiento que le corresponde” (de mínima conciencia), no “un decir desde nada y por nada”. Y, la razón, en sus reglas de probación, posee la virtud de que no inventa medios para manipular, sino que descubre las causas y las necesidades de una realidad ya antes manipulada –por unos cuantos-.

Voltaire “alumbró” -con la razón- la realidad, la dijo con conocimientos; no, no con lo que se suponía que dijo una divinidad -de tantas- de uno a otro hasta llegar a la confusión o al “todo vale”.
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EL RESPETO INCONDICIONAL

Como analicé en un ensayo anterior, el respeto incondicional es el valor "más horrible" que habita en el cerebro del ser humano. Jamás debió existir, y sí en su lugar una reticencia siempre en el castigo psicológico y una renuncia al castigo físico, éstos practicados sensatamente por la comprensión del derecho a la vida en circunstancias que en cada uno no le favorecen por igual.

Así es, todas las crueldades se han sustentado en el "respeto por respetar": El respeto al Islam, el respeto al cristianismo, el respeto a la monarquía, el respeto a las costumbres, el respeto a la "sangre azul", el respeto a los méritos de guerra, etc., y sólo significaron en el fondo una sumisión al privilegio de algún poder pero, además, el justificarle toda la injusticia que provocaba.

Tan fácil es que es lo primero que se le ocurre a cualquiera, es lo fácil, el arma más infalible para inmovilizar los sentimientos y las reivindicaciones del otro, por "intimidación" porque ¡como respeta!.

Lo más difícil, sí, es otra cosa. Siempre la norma y el atavismo han sido infranqueables porque, cuando se intentaban trastocar o cambiar, entonces salía oportunamente el brujo, el "imán", el mesiánico, el inquisidor, el obispo, el autócrata, el censor, el dictador ideológico, el burócrata que seguía órdenes, etc., para hablar de falta de respeto..., de una sedición o de impiedad o de "corrupción".

Por eso, el respeto incondicional se ha transferido como un trasunto, como una manía, como una repetición automática de lo inviolable al igual que un animal salvaje ya recibe el instinto de marcar las lindes de su territorio, ésas, ésas que nunca se han de sobrepasar por nadie.

No obstante, aparte, instalado ya en el conjunto de los valores éticos -en este contexto- adquiere una digna justificación; lo que implica que alguien ha comprendido su valor como un resultado, como un fruto de reflexión, no como un impulso, no como un sentimiento aislado equivocadamente tendencioso. Y, en tal sentido, respetar es una humilde sabiduría sobre lo que no se puede justificar en uno mismo ni siquiera en los demás: respetar es el no-consentimiento, el no-aprobar con las acciones precisas -no con la pasividad- lo que pueda ser injusto, con manipulación o sin ella, lo injusto aceptado contra la razón o contra un valor ético.

Luego, el respetar no se deducirá nunca del truco de ciertos sofismos o seudo-silogismos: "Si la Revolución Cubana respeta la equidad; con eso, respeto todo lo que haga la Revolución Cubana", "Si EE.UU. es una democracia y la democracia es el mejor sistema político de los posibles, en consecuencia EE.UU. no puede equivocarse" o "Si las armas de los terroristas sólo son las que causan terror, pues, jamás nuestras armas causarán terror".

Bien, ese respeto ético así asumido con coherencia siempre será un útil ejercicio de la libertad, pero habrá de "herir la sensibilidad" por obligado de aquéllos que imponen la sinrazón o la injusticia o matan o engañan... si quiere uno no engañarse a sí mismo; puesto que nuestra capacidad de comprensión no puede estar enceguecida ante lo indignante o ante lo peyorativo; aún más, no puede impedir por impedir alguna protesta o alguna crítica para dejar en claro o contrastar qué es lo despreciable en cada caso.

Tened en cuenta que tan sólo la razón o el conocimiento, eso que es propio del ser humano o debería serlo, ha herido a las sociedades que nos han precedido -también a ésta-; y les hería tanto que eran capaces -los que la representaban- de perseguir o, incluso, de matar por ello. No soportaban el conocimiento o la libre expresión. "La divina comedia" de Dante, "Las cartas persas" de Montesquieu, "Las cartas marruecas" de Cadalso, "Las flores del mal" de Baudelaire -o los escritos renovadores en general- herían a los más reaccionarios, a los más "guapos", a los que menos querían que algo cambiara de cada época. Sin duda, fue así, el conocimiento herirá siempre a los retrógados.

Dejémonos de malos cuentos. "Herir la sensibilidad" será tan necesario mientras existan mentes cerradas contra la comprensión de unos valores en su conjunto; a no ser que se haga gratuitamente, algo que es no menos que estúpido. A los injustos siempre les molestará o les herirá que le digan que son injustos.

Y sobre la crueldad: se debe especificar tal o cual y "justificar" o comprender las expresiones "de los que la reciben". Sin tapujos, las cosas no es que tengan una parte positiva y otra negativa para que sean aprobadas a ciegas, sino que a unos les afecta y a otros no -se alían con ella o, al no indignarse, no la sienten y son positivas para ellos-.
Pero ha de decirse siempre todo lo que ocurre por… dignidad de reconocerles las injusticias a aquellos que la reciben.

jueves, 21 de marzo de 2013

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LA SIN-CAUSA IMAGINADA


1.- LA COINCIDENCIA

Una opinión es un decir, pero "además" un decir puede ser una verdad (por ejemplo: "No soy una piedra"); una política es una manera de gobernar, pero "además" una manera de gobernar puede ser justa; un coche es un vehículo, un medio de desplazamiento, pero "además" puede atropellar a alguien.

Así, todo tiene un "además", varios, aunque el ser humano no los advierte a propósito, en el instante que sucede algo porque, sencillamente, se encuentra seducido, enajenado por esas avenencias de su motivación y de la moda imperante; p or lo que todo lo que le suceda al coche, al margen de eso, con obsesión es accidente por imaginación, coincidencia.

Sin embargo, el mundo, el Universo, se "libera" de tal gravamen (con el "además" anteriormente señalado), podríamos decir pues, en esa obsesión del ser humano, todo es "este pan para este queso y este queso para este pan", se ciñe a eso o él mismo se predetermina a causas únicas, forzadas, iluminadas, todopoderosas.
De manera que, si un coche ya circulando por una carretera, conlleva causas; en cambio, con esa predeterminación, si atropella a alguien, no: ¡es una coincidencia!, es una casualidad sin causa o venida del más allá, un no-sé-qué o un no-sé-cuándo, un estado adelante alucinatorio o astroloide, una ocurrencia de cualquier descerebrado, una verdad inverosímil especial por su nada dando pingos, una coincidencia acaecida, la iluminada de que en aquel momento se le cruzara alguien.

Sí, es lógico que de los millones de personas que se mueven en el mundo te encuentres con algunas conocidas o que, algunas conocidas, se encuentren (por obligado); y no por casualidad, sino porque las causas están orientadas “per se” para los encuentros (de hecho, por naturalidad, por interacciones, de fuerzas se determinan los principios físicos) que son los efectos de ellas (es uno, sólo uno entre tantos, el espermatozoide que ha de llegar al óvulo para que se cumpla el principio de fecundación en los seres humanos, asimismo nuestras células han de encontrarse con virus para que se cumpla el principio de supervivencia, etc.).

Conque cualquier cosa tendrá sus encuentros, pero dejemos que se realicen por causas naturales en un contexto concreto, no los intentemos forzar, no los califiquemos por coincidentes (si un señor que va a recibir una distinción, en ese momento le huele el aliento, de inmediato califica de coincidente el que eso suceda porque... para tal momento –en autosugestión- se había predispuesto de una manera, siendo lo demás coincidencias, que así lo había predeterminado).
Si es lógico que obligatoriamente personas conocidas tendrán que encontrarse, cuando se encuentran, no se califica eso al momento como que es de lógica obligatoria que sea así, sino se impone prejuzgadamente como coincidencia; es decir, la coincidencia es el resultado prejuzgado de una utilización de lo no habitual puesto, que lo no habitual -porque no puede serlo todo-, de una u otra forma se les meterá en la cabeza de que es... coincidencia.
Ahí está el truco: lo no habitual no tiene derecho a ser no habitual, sino es para ellos coincidencia, y a la fuerza.

En la consideración de que está lo frecuente porque lo posibilita un contexto, y también lo infrecuente que siempre existe en cualquier contexto, de aquello que interactúa menos o posee realmente menos elementos para interactuar. Por ejemplo: que se le caiga a uno en la cabeza un zapato desde una ventana.

Pero, sin más, siempre es fácil recurrir a que tal o cual hecho, que ha tenido que ocurrir “curiosamente” de tal manera, es un “hecho coincidente” para no dar alguna otra respuesta, que ya requiere algún esfuerzo mental, y ahí acaba la cosa.

"Todo lo real tiene causa" propugnó Leibniz; y todo lo irreal tiene sus causas en la realidad -no lo trae el limbo-.
Lo que ocurre es que, lo irreal, posee una significación en quien se lo cree (únicamente el ser humano ama y se asusta de lo que no conoce) y, por consecuencia, actúa con ese gravamen -prejuicio- sobre la realidad creando o inventando ora dones divinos, de "sangre azul", de elegidos para el poder, de machos superdotados ordenando la familia patriarcal con su opresión o jefatura de patria, ora caciquerías para que la riqueza se aúne o se concentre en los egos de cuatro saqueadores de dignidad (puesto que sólo se acumula riqueza en "detrimento" del usufructo de muchos que trabajan, ningún idiota únicamente solo se hace rico, sin utilizar servicios de otros).

Y lo que ocurre es que la superstición alimenta a muchos poderes que lo son precisamente por sinrazones y no les interesa que muchos ingenuos se liberen de ella para perder sus privilegios; y preferible, sí, es que los ingenuos sigan ingenuos, y al máximo posible para que los poderosos disfruten de sus palacios “de rechupete” a costa de tanto tontaina reengañado.


En definitiva, ese tipo de prejuzgador mitifica ofreciendo la coincidencia como un rasgo extraesencial o… raro, para crear misterio como en las películas.



2.- EL AZAR

Cuando se dice “esta corbata es azul” es porque, al verificarse tal hecho, esa corbata “es azul” por atribuírsele un color en concreto, delimitado y presente.
En cambio, cuando se dice “me regalarán una corbata” evidente es que, tal hecho, aún no ha ocurrido, por lo que aún no podrá ser verificado; entonces, jugamos con la adivinación.

Ahora bien, la corbata “que se regalará” siempre atenderá o responderá al siguiente silogismo: “Todas las corbatas tienen color, luego, esta corbata que me regalarán, tendrá por obligado un color”.
En el caso de que sea un sorteo de tres premios de navidad mediante números, los números de premio serán elegidos –puesto que a priori eso se han propuesto, es decir, eso han elegido los organizadores: la acotación a que sean tres números los que obtengan premio-; sin embargo, todos los números que, desde el principio, entran en juego –otra acotación- podrán ser elegidos en virtud de que “todos” puedan ocupar la posición precisa dentro del bombo para ser elegidos.

Más claro, cada número que se encuentra dentro del bombo por adelantado tendrá la posibilidad de posicionarse privilegiadamente para representar a cualquier premio en ese instante “detenido”, en un “instante privilegiado” para un ser humano que espera un premio de tal forma, no para la misma bola.

El ser humano es el único que quiere que, algo inorgánico utilizado o predispuesto con ciertas condiciones para unas concretas posibilidades, le privilegie. Y cada uno se hace representar con una de esas posibilidades.
Por ejemplo, imaginen tres personas, A, B y C, que se dejan representar por unas únicas tres posibilidades de un encuentro de fútbol entre el Génova y el Nápoles: “Si gana el Génova el premio es para mí”, dice A; “si gana el Nápoles el premio es para mí”, dice B; “si empatan el premio es para mí”, dice C. Pues, con esas únicas posibles representaciones, el premio es para uno de los tres; y no por suerte, sino por las capacidades reales que posean para ganar tanto el Betis como el Numancia, es decir, de sus mismas posibilidades.

Así pues, el ser humano es el único animal que inventa la casualidad o el azar (un ratón nunca se sugestiona o nunca admite que, al advertir la presencia de un gato, sea precisamente por azar), que espera de lo que aún no ha sucedido; pero muchas veces prepara su modelo o tipo de casualidad: lo hace ocio o juego.
Y es que, aposta, quiere jugar, jugar a aceptar una causa entre las posibles; quizás para prever, para prevenir, para anticiparse imaginativamente al… futuro.

En verdad, en el contexto intelectivo, repercute al conocimiento de la realidad: distingue más lo que será posible –lo verosímil aristotélico- o bien lo probable, lo taxativo –llevado al contexto del probabilismo que propugnaba el Círculo filosófico de Viena-.

Si, enfrente a lo que va a suceder, todo tiene asimismo una causa, el ser humano -o su voluntad- determina un puente de probabilidades de lo que más puede acercarse a presentarse como causa; sin embargo, a trasmano de una certeza segura, se escuda en la concepción de ese azar –referencia más bien emocional-, de la certeza que desea, que espera, pero que no puede alcanzar o controlar.

Eso le es, así, una terapia contra sí mismo, contra su intranquilidad y contra sus miedos en tanto que, desde que existió, se ha preocupado fundamentalmente por el mañana, por las causas del mañana; y, en tal obsesión que le ha ayudado a la supervivencia, augura siempre, especula el estar por delante de unos y de otros, se predispone a “poseer” o al menos a condicionar los hechos lo más cercanamente a la medida de sus intenciones o expectativas.
O incluso a corregir el pasado a través del futuro como pretendía la narrativa de Proust.

En definitiva, cuando algo del “mundo” no existe en el presente ya puede ser utilizado como “táctica” o como apoyo imaginativo para el ser humano, con sus remilgos por excusar su propia imperfección, su propia impotencia –a favor de sus ambiciones- por reconocer sus limitaciones, o sus vanidades –sí- la mayoría de las veces.
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LA COMPARACIÓN Y ALGO MÁS


La comparación es un uso racional -uno entre tantos como puede ser el usar la razón para advertir las posibilidades de algo o también para lucubrar la vida extraterrestre-, pero no es la racionalidad y, aun siendo una parte de la racionalidad, radica en que se reconocen los elementos comparados.

Alguno ha dicho que “todo es relativo porque se puede comparar”. Bien, por poder “todo se puede” hasta descuidar, volar, cansar, hasta negar, ya de paso.


Sin embargo, la comparación se atiene –para existir- a reglas de comparación: a admitir la existencia absoluta de una cosa A y de una cosa B; y, así, se procede –racionalmente por supuesto- con una “metodología absoluta” de comparación –la comparación no es más que otro reglamento racional-. 

Nadie compara A con A; claro, en distintos tiempos sí, pero no al mismo tiempo puede compararse –racionalmente- algo con él mismo, el infinito con él mismo, la nada con la nada, el amor con el amor puesto que, sencillamente, para definir el amor, para que “sea”, para que "esté", para que se le meta en la cabeza a cualquiera, ha de existir el desamor, el otro algo, la contrastación: el “otro”.

Por ello, ha de existir lo “uno” y lo “otro”, lo diverso; ¡ah!, pero lo “uno” y lo “otro” son antes que nada, por encima de todo, en esencia, una…. diferencia, un contraste

He ahí que, cuando algo no es “uno”, se pasa o tiende a lo “otro”. Es decir, existe un alejamiento, una separación, una “distancia” – no en cantidad sólo, no, sino en “cualidad”-.
Pues bien, todo conocimiento, toda interacción advierte existencialmente esa separación a la cual es susceptible o, en otras palabras, ha de considerar, ha de respetar, ha de sustentarse, ha de percatarse de ella por o al ser conocimiento e interacción respectivamente.

Si lo “uno” es lo “uno” y lo “otro” es lo “otro” existe un “enfrentamiento”, una dualidad que se “repela”o se atrae según interacciona, esto es, eso es el existir (“existir con”, sustentarse, “actuar con”); ¡ah!, pero actúan, luego ha de existir absolutamente lo “uno” para que “actúe” con lo otro.

En efecto, por eso precisamente algo es absoluto, porque tiene una relación –un sustento por esa “comunicación”, por ese “acto” que se hace y que nunca puede ser “autoacto” como un punto fijo- y, sobre todo, porque, con esa relación, se evidencia que existe un algo absoluto que actúa con otro algo absoluto.

Si existe A y si existe B –porque habrán de existir por obligado- existen sobre todo porque poseen una distinción, un no ser iguales; por lo tanto, presentan “cualidades” distintas; y, en claro, las “cualidades” de A y B deben ser absolutas para que existan A y B, para que “tengan”su distinción comparable. 


Nadie compara lo ambiguo, mejor, con el procedimiento racional –eso- nadie compara con la nada, con el anticerebro, con la antiexistencia, sino con recursos que son, que existen o habrán de existir obligatoriamente, o sea, que son absolutos, que “son” para que sea posible la contrastación, la comparación.

Alguno puede decir lo que quiera por “libertad suya”; no obstante lo que no puede decir –con autocrítica- es que, encima, esté hablando racionalmente pues, para que así sea, habrá sencillamente de demostrarlo.

Ya que, si no es válida la demostración o la argumentación racional, pues entonces Hitler – o cualquier otro- tiene la mismísima razón que ella -que esa argumentación-, al no ser válida la razón: 8 y 80 serían lo mismo, matar y no matar también.

En definitiva, si la razón no es válida por una personal conveniencia impuesta, nada es válido puesto que, hasta en los sentimientos, es absolutamente válida.

Y es que, tal validez, la da la propiedad, no la voluntad.

Si se ama, primero se habrá de conocer algo para amarlo y, así, en cuanto más se conoce más se ama. 
Desde luego el amor tiene que reconocer, además, la existencia de algo para amarlo; ha de reconocer primero la existencia de ese algo –su dignidad- y, después, ya puede amarlo. Es decir, se ama sobre el conocimiento, junto a él, a medida que se conoce.
Por igual ocurre con la esperanza, etc.

“Otro” dijo que la facilidad es relativa precipitadamente. Pues no, ni en broma (el que quiera consentir confusiones que lo haga, con la consideración de que... no es ético). 

La facilidad no es relativa por cuanto va de acuerdo a lo “factible” (algo se puede hacer o no se puede hacer dadas unas circunstancias o recursos, con una viabilidad absoluta).

También, que “la dignidad se pierde” es una repugnante falacia.

Sí, se pierden aspectos de la dignidad, pero nunca la dignidad intrínseca de que se es un ser humano.
Un perro, en el fondo, tiene ante todo merecimiento de perro, no de piedra; porque lo contrario es no más que negarla, exterminarla racionalmente: La dignidad la tiene todo o “todos”. 


Supongan una persona que haya asesinado a muchas otras, pues, no por eso se le ha de quitar su dignidad como ser humano y, de seguido, enterrarlo en un cementerio de ratas.


No, se ha de enterrar en un cementerio de seres humanos, sea ése bueno o malo, más racional o menos racional, pisoteado o engrandecido con trucos como un dios.

Una cosa es una cosa, al margen de la libertad de las emociones a toda prisa. Una persona ya tiene asimismo sus derechos –por ser persona- incluso antes de hacer algo.

Por último asunto (porque trato aquí también de la comparación de los humanos con la naturaleza), el deterioro medioambiental tiene sus obligadas o inevitables consecuencias, las tiene; pero el ser humano siguiendo con ese deterioro quiere que no las tenga o el negarlas: una paranoia o por lo mínimo una gran responsabilidad eludida.

La mayoría de los políticos, secundados por los poderes fácticos o economicistas, siguen más y más con la industrialización –sin límite- al mismo tiempo que hablan –como coartada o imagen o justificación a sus irresponsabilidades- de desarrollo sostenible.

Pues bien, eso es un cuento suyo, una pura falacia, ya que no existe tal desarrollo sostenible sin dar un sólo paso hacia atrás.

O existe la reducción de lo que destruye o no existe esa reducción hablando en claro. 
El coche contamina al mismo tiempo que la pistola que se fabrica termina por dispararse tarde o temprano; además ya la construcción de carreteras es una contaminación ambiental. 


No se puede pensar que, al mismo tiempo que se utilizan más coches en el mundo, las consecuencias serán las de un cuento de hadas; y ni es lo mismo que contaminen unos miles de coches, como hace casi un siglo, que centenares de millones como en la actualidad (¿es que creen que esos millones de contaminantes dejarán intacta la atmósfera?).


No es lo mismo darle tres golpes a un elefante que darle cien mil, ¡muy evidente!, no es lo mismo.
La gran mentira de tanto irresponsable, que se enriquece a costa de eso, hace que la hambruna debida a sequías en los países pobres se acuse y, también, la resistencia de éstos a los desastres de la climatología que aquéllos promueven instalándoles grandes complejos turísticos en la costa –por lo que ellos forzosamente tienen que ir a trabajarlos, pues allí se les ha llevado el trabajo que antes tenían de forma más natural en el interior-.

Todo tiene sus consecuencias, todo enriquecimiento tiene sus muertes provocadas, siendo así claramente asesinatos en toda regla; pero los incalificables matan y van corriendo a los medios de comunicación –con la mayor complicidad- a recibir premios por moda y a decir que se les encumbre de bonitos piropos rezando a Dios que ya parece lo han comprado.