viernes, 19 de diciembre de 2008

PLATÓN Y LA TEORÍA DE LAS IDEAS
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Ya ha habido ensayos que han cuestionado la naturaleza intelectiva de Platón; de hecho, sus obras han demostrado más una capacidad para el contar la sabiduría -con sus inevitables consecuencias literarias- que esa rigurosa capacidad reflexiva que, tal, elige siempre un material útil o nuevo y desecha, a veces -por incoherente-, el convencional.

Eso es, Platón no sobrevaloró demasiado el intelecto que se consigue estrictamente por el aprendizaje, por el sentido crítico o por la experiencia en suma, sino el que “se inspira” por un “talento natural” que va creando bondad moral para todos -en comunicación- o ideas que la transmiten y, éstas, depuran o vislumbran unas formas (universales) armoniosas entre los seres humanos y la naturaleza.
Es, pues, un filósofo de la moral más que nada, en pro o por la defensa de quien posee la virtud del amor -o de la bondad-, porque advierta de unas formas bellas o formas universales. Así, cualquiera, las posee o no, pero siempre... por virtudes.

Jenofonte (430 a. C.) dudó de que Sócrates fuera una paradigma del saber; en cuanto que no se presentaba convencido -como siempre se esperaba- de ser sabio y de aclarar -al momento- cualquier problema, esto es, de exponerlo a la sabiduría misma.
Para un Sócrates “manufacturado” por Platón, la sabiduría consistía en un enfoque de la inspiración divina, que hacía a veces el expresar “cosas excelentes” sin que, por el contrario, hubiera capacidad para explicarlas (esto se comprueba en Apología, cuando Sócrates observó a los poetas ante el oráculo de Delfos).

Para Platón, además, los poetas poseían el máximo privilegio para llevarlos directamente a la sabiduría; y éste era cierta intuición divina. Más en concreto: el don de la analogía o de la metáfora por la cual, a través de una captación o facultad auténticamente inspirativa, se percataba una semejanza entre desemejanzas, o sea, se advertía una relación entre cosas distintas.

En ese sentido, las ideas en Platón eran idealizaciones inspiradas -ideas de moral- sobre el bien bondadoso; que era, asimismo, belleza: armonía que se hace cuando se crean esas ideas en comunicación con los demás -en situaciones-.
Así, por principio platónico (el de la symploké), no todo necesariamente está vinculado con todo.
En el platonismo, veamos, las ideas consistían -con lo dicho- en valores -morales- que pertenecían no a la realidad, sino al "mundo" inteligible o inmaterial o incorpóreo.

Sin embargo, el Sócrates ofrecido por Aristóteles es el de un conocimiento trascendental, en el cual sustentó la teoría del ideal; pero, ésta, desarrollada -según él- en parte por el mismo Heráclito. Es decir, las cosas sensibles -el mundo material- pereciendo siempre -"renovándose"- heraclitianas son dependientes, ahora, de unas entidades permanentes (universales) que no se pueden eludir.
Para Aristóteles es, pues, un origen (un origen esencial tras una silogización) que trasciende de esas entidades definidas el que determina o el que proyecta a las ideas. Por lo cual, existe una forma (eidos) trascendida por medio de la idea (idean).

Esto, claro, supone una revisión platónica por parte de Aristóteles en la cual, más sensatamente, el mundo -o fluir- sensible heraclitiano no es independiente del mundo inteligible -en oposición a "khorismós"-; o sea, que el mundo sensible no es ajeno al conocimiento trascendido.
En concreción, que el conocimiento o que todo lo que se sabe o que todas las capacidades que la realidad nos da, está hecho obligatoriamente del pasado perecido, pero que ha trascendido progresivamente a formas o a resultados de conocimiento.
(éstos definiéndose en conceptos).

Por esta aclaración, Aristóteles dió una visión más coherente con respecto a Sócrates; en cuanto que, el Sócrates que preguntaba dudando al mismo tiempo de una certeza definitiva, lo que suponía antes era una búsqueda de la verdad. No, no que ya se daba por hecho el tenerla o el encontrarla, sino que había que preguntarse -como regla intelectiva- muchas veces por ella para, así, por medio de la mayéutica, ir desbrozándola o ir encaminándose hacia ella.

Lo que ocurre es que, Aristóteles, ya preinstaló o predeterminó un origen trascendental que sólo puede ser -fijamente, al modo del ser inmutable de Parménides- imaginario para las ideas -que también idealizan de manera bastante emocional o sugestiva-, en vez -sí- de dirigirse a conocimientos ya delimitados o racionales; que, éstos, en efecto, trascienden... o progresan o mejoran.
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domingo, 14 de diciembre de 2008

LA CONTINUIDAD DEL PENSAMIENTO


Para que el pensamiento exista, para que su coherencia consista, el pensamiento sólo puede ser CONTINUIDAD; es decir, todo lo que ya existe, como actividad que es -haciéndose-, continúa, prosigue, sigue, se apoya en su acción anterior y, asimismo, al frente de su continuidad.
Por ejemplo: La adaptación de las especies es una acción sucesiva que "sucede mientras haya especies"; en fidelidad, eso es lo que -en el fondo- “dice” también o sustenta el pensamiento coherente, que sucede no para un lugar, no, no para un ser humano y para otro no -como un fenómeno aislado-, sino sucede para la GENERALIDAD de "mientras haya especies".

Así pues, el pensamiento coherente no “dice” porque sí algo, ni para sí mismo -apenas-, ni para ser aceptado o no: únicamente reconoce que eso es así, que sólo porque sucede algo... sucede y, por lo tanto, es innegable si se quiere considerar o hablar de lo que sucede, si aun se quiere defender o buscar de seguido un pensamiento coherente con respecto a lo que sucede.
Claro, se trata del reconocer -como lo hace de una forma primaria o más inherente la misma naturaleza- o... de ir contra el negacionismo siempre interesado.
Ya, de antemano, así, el pensamiento coherente se implica en la objetividad de tal contexto en pro de señalar que LAS COSAS ACTÚAN, o los elementos propios de ese contexto, DE DIFERENTE MANERA; como ejemplos: el ser humano actúa más como un mamífero -sucede en esa capacidad o función-, y la serpiente actúa más como reptil.

Según estas delimitaciones, la objetividad hace evidente "lo imprescindible que conforma a algo" -con lo que ha de contar-, o hace innegable -por lo menos- lo primordial, lo que está ya sobreentendido -demostrado por todos los hechos o medios reales- como evidente, o sea, el que cada hecho es capaz de unos efectos y de otros no: que SUCEDE cada hecho a unos efectos, los cuales le son consecuentes.

Así, la evaporación es capaz de producir lluvia y el jugar al ajedrez, por el contrario, no es capaz de producir lluvia; ahí -precisamente- está ni más ni menos la objetividad.

Y, sin excusas, según una capacidad existe -o sucede- la objetividad que le corresponde, como una generalidad, no para uno sí y para otro no; en seguimiento, pues, como una regla... natural.

Al respecto, la objetividad existe porque sucede en y como respuesta a una capacidad y, ésta, real; en claro, sí, si todo estuviera fijo ahí ya no existiría la objetividad, por motivo de que nada respondería a nada, nada consistiría en nada, nada sería “por algo”, nada se distinguiría “en algo”, nada podría suceder “a algo”, o desarrollar algo en cuanto que, el existir de algo, es un desarrollarse de ese algo, un constituirse -lo que conlleva proceso o continuidad-; no, por contra, lo fijo que no puede permitir nada -aun a sabiendas de que, obligatoriamente, ese imaginario fijismo, para ser real, tendría que haber sido formado primero por algo móvil, “constituyente”, por algo que actuó sin duda para formarlo-.

Con esta aclaración, y muy necesaria (debo decir que demostrar es, en esencia, aclarar), la objetividad no la forman dichos -expertos o no expertos, prestigiosos o no prestigiosos-, conjeturas, extensas tesis fundadas en prejuicios, pareceres, ráfagas del capricho, ni aforismos mágicos que saltan del "porque sí" o vienen como desde las nubes, ni siquiera entretenimientos del narcisismo o esas iluminaciones "extrañas" -en la sugerencia- pero no probatorias, ni “citas o frases” muy convenidas porque interesan muy arbitrariamente, sino que ya -en el suceder- lo que forma está atendiendo o respetando o correspondiendo al comportamiento mismo de la realidad dentro de un contexto.

Más claro, lo aislado no existe como tal, en cuanto que supondría -por evidencia- que está separado, independiente, “intransferible por la realidad”, condenado a no tener una "comunicabilidad", un acto, o una interacción.

Sí, desde luego, impera el “todo sucede”, pero este “sucede” atiende antes -o como prioridad- a unas condiciones del mismo suceder, no sucede sin más, al "ahí voy a ver qué pasa", no sucede -de ninguna manera- sin “su suceder que corresponde a las condiciones que le delimitan": sus mismas características o propiedades de acción, el corresponder ya a una categoría que le distingue o le clasifica en la acción de su contexto.
Algo actúa o sucede según sus propiedades y, también, según sus circunstancias -esto último se conoce popularmente-.

Por consiguiente, lo concreto, o una actividad, eso que es -de antemano- una concreta capacidad de acción, se encuentra en la generalidad de los aspectos que lo permiten ser... concreto o “definido”; es decir, para que algo se diferencie, necesariamente responde a la generalidad de su contexto, que... lo comporta: un ser humano es generalmente un ser vivo, es generalmente un ser auto-alimenticio, es generalmente un ser constitutivo de una porción de agua, como ejemplos.

Comte no podría estar más equivocado -en esto-, frente a la evidencia de que cualquier fenómeno o hecho o suceso es un resultado derivado de generalidades -de las sólo posibles- que se presentan o que actúan como capacidades en su contexto real; pues, la generalidad de la adaptación vital, no actúa para un león sí y para un avestruz no: es, sobre todo, una generalidad. O una regla general que se cumple, sin excepciones.
Entonces, con contundencia, la adaptación vital-como cualquier otra capacidad-, sí, es una generalidad que constituye a unos elementos propios de un contexto, como regla.

Otro asunto muy distinto, derivado de lo social, es la intención, el deseo, o la promesa.., donde cada ser humano -en diferencia social y particularmente- posee su propio procedimiento, es decir, que es éste psicológico o interesado y, por tal “arbitrariedad”, no se cumple aquí una generalidad en lo que gusta o en lo que se desea; en cuanto que está influido por “presiones” muy personales y por “presiones” de convención social, al mismo tiempo.
Pero lo general en lo social, asimismo, puede atender a un beneficio más común o no, a un reconocimiento de lo que es más primordial -según una escala de valores o coherencia intelectiva- o no, a una menor discriminación o injusticia o no.


(*) Defensores de un pensamiento aforístico o "aislado" o “espontáneo” eran Nietzsche, Kierkegaard, Schopenhauer, entre otros.
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jueves, 11 de diciembre de 2008

LA PALABRA

La palabra es una manera de organizar el conocimiento y, además, de comunicarlo a otro que comparte -acepta- esa manera.

Cuando intentamos conocer el cuerpo humano le ponemos un nombre (1) a cada uno de sus órganos -son guías para no perderse- y los clasificamos funcionalmente; así nos ayudamos de las palabras para conocer más y comunicarlo, pero aspirando siempre a no confundir, a que un fémur no sea para un ser humano una cosa y para otro otra cosa distinta. Por eso, proponerse el conocimiento adecuado es aceptar una objetividad de instrumentación para no perderse una orientación cognoscitiva y no confundir.

Sí, claro está que cada uno tiene su lenguaje propio o subjetivo, eso es, su sentir diferente, sus gustos diferentes para también intentar ser -¿cómo no?- uno mismo consecuente con lo común de ellos y explicándoselos a los demas en lo posible.

Aunque, cuando se hable de China, se debe tener en cuenta de que se habla de un país -y todo el mundo lo sabe-, no de un planeta.

En ese aspecto, la sociedad ha tenido el desmedido problema de atiborrarse de todo tipo de mensajes imaginados -de placeres por encima de los medios reales-, de convalidar juntos el deseo y "lo que es algo", de delegar los hechos al "me parece" o a la dedocracia de un parecer por cierto poder o jerarquía simbolizada, y así extralimitándose por ello de lo que ya se delimitó antes inesquivablemente: un derecho, la existencia de cada elemento de la realidad, o de necesidades que requieren o nos obligan a... una responsabilidad.

En verdad, a veces el ser humano actúa en función de su egoísmo práctico e inservible: una mujer tiene los mismos derechos sociales, pero no los respeta; un niño debe ser educado de diferente forma a un adulto, pero no lo respeta; un político debe escuchar a los ciudadanos que gobierna, pero no lo respeta.

Ante eso que ocurre -en comodidad del egoísmo-, los intelectuales y los medios de comunicación tienen en su poder la gestión de una mayor defensa de la palabra, de la dilucidación contra tantos que manipulan diariamente, ya sea con incentivar o con proponer unos programas educativos a favor de la difusión de cada prioridad o de cada derecho humano; es decir, pueden hacerlo, pueden determinar en lo posible que un derecho sea enseñado, y no sea tan infravalorado en la mente de un maltratador por ejemplo (así es, penas impuestas por los jueces rehabilitando socialmente con conocimientos de lo que significan valores éticos y con conocimientos de situaciones de los demás; algo que es mejor que otros castigos, porque es eso realmente posible mediante la enseñanza).

NOTAS:

1.- Podríamos ponerle un número y entendernos con números, por lo que la finalidad no cambiaría.
2.- La imaginación que ha desbordado el ser humano retuerce y complica en confusión lo natural o... sencillo; por eso, hay que huir de lo enrevesado o de lo descaminado del proceso cognoscitivo en desarrollo, que es consecuente siempre del anterior.

lunes, 8 de diciembre de 2008


LA LOCURA


La locura tiene que ver mucho con la sublimación —o a veces simplemente confección— emocional desconectada de la realidad o paulatinamente desconectándose de la realidad.
Todos estamos de igual a igual ante ella porque, aunque las capacidades genéticas ayuden a evitarla, pueden contrarrestar esas capacidades las vivencias límite, las incontables experiencias que sí determinan —o visten a esas capacidades— y no totalmente —porque interviene el aprendizaje— las actitudes humanas y sociales. Sí, no totalmente porque el aprendizaje ético e intelectual es el factor que nos moldeará y nos condicionará las emociones, las conformará decisivamente, consiguiendo un respeto social y un respeto a las personas en sus derechos igualitarios (y evidentemente ningún enfermo mental está libre del aprendizaje ético).

Así que tal factor nos despejará del "todo vale", nos hará responsables ante la realidad; es decir, a ser consecuentes con ella de un modo racional-ético (racional por no distorsionarla y ético por responderle bien con una responsabilidad o con unas actitudes responsables). Es la coherencia que esto conlleva lo que realmente ratifica un equilibrio, una cordura en nuestras acciones.

Pero, en el hecho del vivir, también existe una intimidad, una libre búsqueda de la felicidad, una libre ideación emocional que -sin estar aislada- puede limitarla las modas, los convencionalismos erróneos o represivos, o políticas que conducen a las injusticias o a las discriminaciones sociales. Por ello, la duda como autodefensa, la disidencia y la rebeldía —siempre atendiendo a una justificación razonable— no son recursos de locura, sino más bien de cordura en su estricto sentido desintoxicador.
El ser más inteligente, aquí, el que ve la injusticia y no se conforma, ese que está adelantado éticamente a su tiempo, ese que pone al descubierto la maldad o la crueldad —sin unos mínimos escrúpulos o tranquilamente impasible—, es realmente quien nos ha guiado siempre hacia la cordura en unas épocas histéricas u oscuras; sin embargo, esto se olvida, es la sociedad la que antes lo consideró loco porque, ésta, sencillamente se presenta remisa a los cambios de privilegios, estableciendo que "la mayoría tiene siempre la razón" y, así, casi todos se unen convenientemente a la gran mayoría para no ser tachados de "antisociales" o de locos. Esto es, ante el "por si acaso", mejor seguir la corriente, ahí aunque sea por cobardía.

En aclaración, está cuerdo o más cuerdo no quien dice siempre la sociedad —que puede decir hasta misa si le conviene—, sino quien demuestra una coherencia, salvaguarda de los principios éticos fundamentales —los cuales no justifican los daños como finalidad ni como medios para una finalidad— ya, en consecuencia, a una realidad a la que ha reconocido previamente —que ha percibido sin distorsionarla—.

Y poniendo las cosas en su sitio, el ser cuerdo no tiene nada que ver con el "seudoequilibrio" o con el equilibrio que algunos se apuntan en error o fanáticamente, ni con la tranquilidad, ni con la pasividad, ni siquiera con ese conformismo tan extendido sin escrúpulos e impasible (pérdida de las emociones), sino solo con la atención -y respuesta- ética a la realidad.
Por ejemplo: Ante un holocausto, mientras que el loco ni se inmuta, el cuerdo sin hacer daño a nadie, se duele, se conmueve, se deprime incluso, se indigna hasta lo más desolador porque no distorsiona la realidad ni a él mismo como ser íntegramente... ético.

Por eso mismo, es un gravísimo error, y hasta ahora algo aceptado, el considerar a todos los tipos del desánimo o de depresión como denotadores de locura; cuando no es cierto y también cuando no es lo mismo la depresión con unos antecedentes que con otros, o esa depresión del maltratado que la que le llega al maltratador ya al ser consciente de lo que ha hecho. Es decir, no es lo mismo ocho que ochenta; y, además, no es difícil el acordarse de grandes intelectuales o sabios que pasaron por momentos de desesperación o de frustración ante el horror que percibían, y ante el cual como seres con las cualidades más humanas lloraron y sufrieron por dentro.

Por lo tanto, el amor y el dolor, más allá de ser uno un derecho sobre el otro, son asimismo respuestas del instinto y de la intuición ante todo, y respuestas inevitables que existirán una y otra vez quieran algunos o no.

Pero, con eso, la locura que hace mas daño, siempre está arriba, donde se puede manipular todo y todos los medios son justificados; ya desde allí se siembra más las locuras, quedando a salvo de algún tratamiento.

LA COMPRENSIÓN

La comprensión es la atención que presta el ser humano hacia la realidad ( pues, se entiende simplemente por tener inteligencia y, en cambio, se comprende ya por una aplicación de menor o mayor voluntad) .
De veras está, él, a expensas de su condición adaptativa y es, eso, el cordón umbilical de todos sus afectos y de todas sus fobias; en cuanto que activa todas las capacidades suyas, sobre todo las emocionales.

Nadie, nadie comprende porque sí, sino por mucho de lo que le ha marcado profundamente, por convicciones propias y, también, por conocimientos que le han permitido seguridad en su expresión y en su acción (o autoprotección).
Esta conformación inteligible es, así, una base que puede -y de hecho lo hace- remediar conflictos tanto internos como externos del ser humano (por extensión, de la sociedad); ya que, ésta, le “señala” o le amolda “en su trasfondo psicológico” a la tolerancia y, paulatinamente en unos niveles más altos, a la empatía.
Comprender es, dentro de este contexto, una superación en lo responsable o en lo consciente -por la empatía- que, en correspondencia, a cualquier personalidad, dota de lo que ha preferido -ha comprendido- como eficaz para ello: de una escala de valores, de “ver” imprescindibles modos del actuar, “caminos” irrechazables de la convivencia social, o sea, del reconocer en definitiva unas categorías sociales ( ésas mismas que sustentan o son las que son, las precisas de lo social).
Comprender es, por lo tanto, comportar un reconocer, de los hechos, unos valores que, éstos, en adelante pueden determinar hechos más sociales; e influyendo, desde luego, en sus instituciones o en sus políticas -por exigencias de tal conciencia-.

La familia, la escuela, los corporativismos intelectuales, los medios de comunicación -ante todo-, los consentidos sistemas de gobierno o la sociedad en general son los únicos responsables de que el niño advierta -y, en su efecto, comprenda- sus diferentes aspectos de la vida ya con unos valores que le trascienden socialmente; porque se lo permite sus... relaciones coherentes, porque el niño, es así, estará sugestionado también por cada ápice de los ejemplos que adquiere -emocionalmente- o que les dosifica esas manifestaciones sociales.
Se siguen modelos, se siguen ejemplaridades -aprendizajes “emotivos”-, pues el niño copia “inevitablemente” lo que se supone que es un “instalado” bien social, con el cual otros consiguen... éxito.

Las modas -en eso incoherentes-, sí, son un varapalo para que él no consiga unos criterios propios, o una cierta independencia de decisión. Porque, es evidente, ¿cómo puede comprender, en el fondo, a uno si ya depende, éste, demasiado de otro o de la sinrazón de otros? (Ya lo señaló Franz Alexander: la importancia de esa independencia personal o del tener criterios, o decisiones propias).

Los medios de comunicación, con la tozuda reiteración, le provocan -sin remedio- el enraizamiento de obsesiones ya, previamente, interesadas; las interesadas del mercado, las interesadas de unas líneas que triunfan o -en su conveniencia- se enriquerecen, las que le “dictan” que se es intelectual por una sinrazón de fondo, las que le “disparan” que se es moderno por osadías morbosas o por frivolidades de fondo.
Es decir, inculcan o dirigen -y a través de muchos recursos públicos- con un “aplastamiento” informativo, con una “represalia psicológica”. Exactamente, eso es, se trata sin duda de un dirigismo por tal acoso y, porque salir de una corriente predominante -que, a la manera fácil, se premia y que induce a lo cómodo- es casi imposible cuando se habla... de un niño.

De seguido, él es tan proclive entonces a la pasividad cuanto más dependiente -con presiones- se encuentre de todo eso; lo que influye, con contundencia, para un carácter “inseguro”, menos soliviantado a discernir qué realmente... desea -en la desatención de valores-, o hacia dónde va, pues nada le ayuda a des-confundir.
Por eso, incluso puede retraerse; por eso, incluso puede camuflarse en un "otro yo", que repercutirá a la hora -si existe- de conocerse a sí mismo, de afrontar una precisa conciencia coherente también con lo social; por eso, incluso puede admitir como válidas las dobles morales, en tanto que ya se las “enseñaron” muchos seudointelectuales o muchos informadores de la ligereza informativa.

Esta realidad, este obstáculo -de coacción- le hace ser, en claro, más alineable, más manipulable -al igual- por cualquier agente o rol social, más indiferente para advertir una u otra diferencia por conciencia “independiente” o propia, más incapaz de darse cuenta de las soluciones de un problema social o aun de la comprensión de un sufrimiento individual, más frívolo en la aceptación del “todo vale”, más vapuleable por intereses políticos, religiosos o económicos, más inactivo en el amar con respetos de verdadera dignidad, más prejuzgador, más maltratador de libertades, más obsesivo por la imagen o por la palabrería, más cercado, más adicto, más utilizado también por pandillismos violentos o conflictivos; y, en efecto, es así, sirve todo eso para unos resultados infranqueables o... “imborrables” en su decidir o en su actuar, en vez de constituir unas prioridades, en conciencia, sólo suyas.

Y es que, lamentablemente, se deja llevar por una competencia crónica a ese servicio que predomina, por seguro, postergándose incluso a las decisiones exteriores de si lo ha hecho bien o mal -al llegar al mismo éxito que cualquier seudomodelo-, de seguir o alimentar sólo su ego por la consecución de sentirse poderoso; pues es el valor de poder, del sólo “poseer” -que puede controlar o que puede doblegar- el que inculcan la mayoría de los medios de comunicación .

Por la fijación -psicológica-, en la amistad, en el amor, se intuye que alguien supuestamente nos comprende -nos corresponde- porque coincide asimismo con nuestros “arquetipos” sociales -el padre, la madre, el profesor, etc.- y, si esos son algo erróneos, se transfieren; y siguen instalándose en la sociedad.

El amor, en su forma primera, es la sensación -intuición- de que alguien no nos va a fallar, pues "recuerda" a un concreto arquetipo, a aquél que nos garantizó una valoración personal o una protección; y pueden, así, tenerse en cuenta arquetipos que no contengan los valores que son precisos para una convivencia social.

En definitiva, con todo esto aclarado, de que la comprensión sea algo más, depende de la dinámica de una cultura, de una sociedad abierta que, sin duda, debe obligatoriamente eliminar o corregir unos prejuicios, unos atavismos o unos excesos por las "inútiles" presiones colectivas o de grupo, de manipulación... emocional.

Pero siempre, de una u otra forma, se comprende a través del conocimiento y, por éste, mínimamente el ser humano ya comprende algo, lo quiera con capricho o no, pues siempre estará irremediablemente sujeto a la voluntad; eso es, se comprende de lo aprendido, de lo que delibera o decide de lo aprendido.


José Repiso Moyano

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sábado, 6 de diciembre de 2008

LA FENOMENOLOGÍA DE HUSSERL
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Husserl vindica el lenguaje como un problema de confrontación entre la expresión y la significación.

Todo lo que se expresa, de hecho, significa pero, lo que se expresa, suele ser por defecto –según él- formas verbales o palabras que se desprenden de conceptos dados por la intuición o por los sentidos –conceptos esenciales, constantes o repetitivos-. A éstos últimos les llama “esencias lógicasque habrán de buscarse; pues producen unas unidades fenomenológicas de intención o de verbalidad con el tiempo, es decir, una fenomenología lingüística, una construcción de significado o de expresión.

Por eso, su pensamiento o análisis está basado en un regreso desde las palabras hacia los sentidos, desde el lenguaje construido hacia donde se empieza a construir y es, aquí, donde instala él “contundentemente” la significación: en el ámbito de lo intuitivo no “con-notado”, no advertido o contaminado por la palabra en concreto.
Ahora bien, las esencias -en la intuición- radican en idealidades y la funcionalidad de éstas por sí mismas originan “su” conciencia trascendental; esto es, una conciencia que trasciende desde su pura manifestación o expresión esencial.

Desde luego, comprender esa expresión esencial en el contexto del lenguaje o del signo no es poco arduo... por su fondo incoherente si se tiene en cuenta que, cualquier signo –o palabra-, es ya indicador de un significado mínimo o que indica, obligatoriamente, un contenido evidente del “acto” comunicativo o reflexivo.
Pero Husserl, a pesar de tal incoherencia, urde o prepara un centro estratégico al cual depende el proceso lingüístico, el de la significación “en la soledad del yo”; en donde la comunicación se veta o se “niega” por lo que, el sujeto, se sustenta mediante el imperativo: “¡a las cosas mismas!” (“principio de todos los principios”).
En este supuesto, el conocimiento –según él- es auténtico, porque se manifiesta en el origen de la evidencia cognoscitiva gracias a la intuición y, puesto que este hecho se evidencia en un presente –o que la evidencia sólo es lo presente-, el “principio de todos los principios” es fidedigno de una esencialidad.

Así pues, según eso, lo posterior a la intuición conduce a una no-presencia, a una degeneración de lo permanentemente originario y, por lo tanto, a sólo una representación de ese logotipo preestablecido, es decir, a una alteridad o a una diferencia inevitable que “nunca” denotará... “identidad”.

Para la fenomenología, la temporalidad del lenguaje entra en el campo de lo trascendental -pero desde un origen preestablecido-; de modo que, todo, trasciende de “su principio”, de su único principio por el cual la presencia se convierte en no-presencia, la voz ideal o fenomenológica en trascendencia –por el “cogito” trascendental- o en significantes mundanos o sensibles.
No obstante, ante este decir, la vida es -y sólo es- una constante de presencias y, también, intrínsicamente cualquier origen –ya por su acción- no es... preciso origen (fijación), no, sino asimismo conformación, diferenciación o construcción.

En claro, la materia sólo atiende u obedece para existir a la acción y, esta acción (que hace “construcciones” o complejidades) la forma, la comporta; por lo que se deduce, así, que no es un origen, no, más bien un principio (ley) lo que sostiene o permite que algo está formado porque... actúa; significando esto que, la acción o la interacción, es la misma presencia y que, ella, a la materia la forma –o que le comporta una forma-.

Sí, es inútil hablar de conciencia fija en un origen -aun supuestamente intuitivo- o en un centro; por razón de que, la conciencia, es acción-forma de lo que existe o –para mejor comprenderlo- que, ella, sólo actuando existe desde todas las conformaciones que la han hecho posible, no, no desde una, no desde... un origen conformado de conciencia como él supone.

Sin embargo, Husserl recurre a ese sentido de conciencia fija o esencial –o a una expresión esencial- que no indica nada para, así, depurarla de comunicación; por ello, inventa un “cogito” solitario y silencioso, a oscuras porque nadie se entere de que existe –ni él mismo-, a lo que considera una “visión plena” o idealidad “aséptica” de voluntad expresiva. Porque, tal conciencia esencial, se encuentra –según él- libre de la motivación indicadora que se apoya en algo dado, no querido, no espiritualizado, afirmando que, en esa “espiritualidad”, está el ser humano cuando ya se encuentra “a solas”, para sí pero... sin indicarlo, sin vivencia del entorno o de lo otro, como mágicamente, con la “vida solitaria del alma”, con la presencia inmediata a sí mismo.

Bien, pienso que la filosofía o la ciencia deben evitar estos errores debido a que, el lenguaje, no es una existencia taxativa con respecto a orígenes únicos portadores de los secretos del presente, sino es un elemento más de la conformación de la realidad humana; y no un instrumento sólo, porque todo lo es de algo -lo que nos llevaría a una confusión o a una manipulación-.
En efecto, si el lenguaje existe es, sin duda, porque -conformado de pasados y de presentes- subsiste en la realidad –al igual que lo demás-; lo que no quiere decir de ningún modo que contenga toda la realidad, sino partes o niveles de realidad que continuamente se acrecientan -o se “acumulan”-, ello en virtud de que un sólo presente verbal no se adueña del presente verbal en general -puesto que actúa en multi-interacciones-, no, imposible en una evolución o en una evolución cíclica.

Es verdad que lo que es presente trasciende, es lógico, pero no desde un fijismo de presente dogmático que éste sirva para determinar -de modo aislado- una presencia frente a una no-presencia; pues, en cuanto eso se haga, comenzará al instante un juego ineludible de manipulación: “antes”, “después”, “en medio”, “se aparta”, “se aleja”, “se representa” –pero ¿de qué ontológicamente?-, “se regresa”, etc.
Es decir, se juega a reducirlo todo a una identidad “fantástica” de un presente “acéptico” de sus “presentes sucesivos totalmente ineludibles” y, así, lo demás a ese supuesto presente “detenido” -algo que es imposible- se manchará o se impregnará de indicación, de procedencia que, ésta, indicará sugestivamente una... degeneración.

Husserl, sin consistencia, habla de “a-presentado”, de “ausencia –que siempre se tendrá con respecto a algo, nunca un ser vivo la tendrá con respecto a su pleno conocimiento-, de “no-significación” –por igual, siempre con respecto a algo significativo-, de “anonimato”, de “vida interior” –cuando la vida interior utiliza todos sus elementos de la vida exterior, en interacción-, etc.

También, la base sobre la que traza la identidad, la intuición (*), no, no puede ser un “mundo sobrenatural” ajeno al desarrollo cognoscitivo, sino la propia o la misma acción del vivir, que conlleva unas infranqueables condiciones de la realidad: un ser vivo o conoce que tiene que beber o se morirá de sed. Éste intuirá dónde hallará el agua, por supuesto, pero antes -por su instinto- sabrá sin duda que tiene que beber; y, eso, es un acto de identidad, de que se identifica por ello con respecto al medio –o que se identifica siempre dentro de la realidad-.
Pues ya, al “decir” o al “saber” un ser vivo “tengo sed”, no es que represente la realidad, sino que reconoce su propia realidad, a la que es consecuente; luego, claro, representará o puede representar mucho o lo que quiera, en función de una seudocoherencia o no, o de una idealidad o de otra, pero antes reconoce los elementos primarios de su realidad, en el contexto de la realidad.

Por ejemplo: Puede representar a un rey o a un símbolo como un paradigma del bien, de la seguridad o de lo divino pero, antes, reconoce unas mínimas distinciones evidentes entre una piedra y un animal, entre quien engendra una vida –la mujer- y quien le engendra a ella tal posibilidad –el hombre-.

No tiene pies ni cabeza que un ser “a solas” –como defiende Husserl- “entienda” o “averigüe” a la mujer como “paridora” de una vida sin antes, al menos, “saber” genética e intuitivamente de ella; o sin nunca haber conocido a una mujer y a los mínimos conceptos que, intrínsicamente, implica.

Desde luego, lo primero es lo primero, y saber de la realidad -que es sucesiva- es lo primordial, incluso antes de meterse uno “a oscuras” en la metafísica de la presencia y de la no-presencia.
Un ser vivo no interpreta ni juega a las condiciones de la realidad, sino -por condiciones ineludibles- “las sabe” al vivirlas o viviéndolas -vivir implica “aprehender” condiciones del vivir-; y, luego, que ya haga sus ideales o lo que quiera.


(*) El contenido “eidético” de los “significados ideales” derivados de la “presencia esencial” o de la intuición. En concreto, ese es el grave error, el de la “presencia esencial”.
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sábado, 29 de noviembre de 2008

VOLTAIRE Y EL LAICISMO
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El Renacimiento supuso afrontar una crisis tanto de valores o de modelos religiosos como de todas las reglas establecidas hasta el momento por una cultura teocéntrica; en cuanto a que, el ser humano europeo, vive una situación social nueva: la liberación del capital y del desarrollo técnico.
Este hecho le permite seguir hacia un modelo de convivencia... más abierta o urbana; es decir, el pueblo se culturiza, lo que conlleva liberarse de prejuicios ancestrales, lo que conlleva creer en sí mismo y desarrollarse -así- con más libertad en sus capacidades, con la virtud de que él "se hace" –educativamente hablando- y busca -también- sus anteriores relaciones: lo natural, la naturaleza –que se agranda con los nuevos descubrimientos geográficos- y la cultura greco-latina.
Entonces, la creencia de lo divino, es ahora, a través de una mayor y mejor actitud crítica – pues se exalta la razón-, una visión reformadora (como la que necesita la actual crisis) que se enfrenta directamente a los abusos de poder y la derrochadora ostentación de la Iglesia.

A partir de ese punto de inflexión -de humanismo, siendo lo humano lo primero- es desde donde se incitan o se provocan, de seguida, una serie de movimientos luteralismo, calvinismo y anglicanismo- con la intención de conseguir ora una independencia con respecto al papado, ora una redefinición de la doctrina católica. Sin embargo, no sólo de todo esto es el beneficiario el pueblo, sino... el Estado que garantizaba, con la ya asunción de todos los poderes, una unidad nacional y protegía, asimismo, su modo económico para subsistir: el mercantilismo (origen libertario del actual mercado o, en suma, del capitalismo).

En el siglo XVIII, la burguesía se enriquece y se va consolidando como la única clase social que lidera las transformaciones sociales. Nace ahí, precisamente ahí, un movimiento cultural, cuando el desarrollo científico está en su pleno auge, la Ilustración, que a la vez mina o destruye -poco a poco- las pilares del Antiguo Régimen; Montesquieu, en su obra “El espíritu de las leyes” establece como sistema político ideal el parlamentarismo, en el cual los poderes se separan o quedan divididos; Lambert publica “Reflexiones sobre las mujeres” que impulsará luego sus reivindicaciones; Diderot cuestiona el matrimonio en la “Enciclopedia” y, junto a D´Alembert en esa publicación de los ilustrados, promueve el anticlericalismo y difunde los grandes defectos del absolutismo.

Si la “Enciclopedia” fue una dirección-clave por donde se instigó la burguesía contra el poder, Voltaire significó el animador principal para que eso sucediera; pues sembraba y avivaba las polémicas, era quien suscitaba las ideas y, en consecuencia, la movilización de los demás a raíz de sus sátiras o burlas o irreverencias feroces.
Sería justo, sí, considerarlo como un líder, pero no un líder en un sentido carismático o de representar a masas sólo, sino que, todo lo que él a los demás conmovía, protagonizaba ese liderazgo; en concreto, su influencia intelectual que ridiculizaba o infravaloraba la sinrazón, las costumbres y las vanidades de la aristocracia. Aunque, también, en cuanto a que, al mismo tiempo que polemizaba, sabía ganarse muchos admiradores o simpatizantes -con las “Cartas inglesas” elogiando a la sociedad inglesa, con “Cándido” logrando el desenfado de su entorno intelectual-.

Voltaire, así, de ese modo, asediaba y despertaba las conciencias, a todo riesgo –pasando tanto por encarcelamientos como por exilios forzosos- y recurriendo a todos los géneros, algo que sólo él supo hacer con éxito.
En la “Historia de Carlos XII” puso en cuestión a la guerra, en “Epístola de Urania” ataca a los dogmas católicos, en “Ensayo sobre las costumbres” irritó a los calvinistas, en “Concreciones sobre el siglo de Luis XV” se enfrenta directamente a los jesuitas. Después de esto, razonablemente, es sencillo deducir que inició y despejó los primeros trazos del camino del laicismo inculcando, además, que los seres humanos debían decidir y ejercer por ellos mismos sus libertades, no que fueran impuestas.
La tolerancia era para Voltaire lo que la igualdad de derechos era para Rousseau: sólo un medio justificable para un fin.

No obstante, eso de la Ilustración fue importante sobremanera porque atendió ya a instaurar un modelo de civilización; así es, desmadejó todos los intereses y los prejuicios para analizarlos a fondo, y obligó a la sociedad a pasar por una catarsis que, ineludiblemente, dispensó sólo unas vías justificables para la acción política.
Que lo político debía de estar basado en la tolerancia, en tolerar que el otro pensara y decidiera libremente, era algo que Voltaire sabía o reconocía, que él “implantó” como la necesaria “forma política” o, incluso, la necesaria “forma intelectual” consecuente siempre con la razón; puesto que, en su coherencia o en sus demostraciones, superó a Descartes, a Spinoza y a Leibniz en racionalismo al desprenderse radicalmente de algunos de los elementos que crean los prejuicios: Voltaire era un “puro y duro” racionalista.

Claro, es evidente que, si las cosas funcionan mal, es porque existen causas que las hacen funcionar mal; y a buscar y a explicar esas causas es a lo que él se dedicó, con la razón -o con el no tener trucos para eludir o para esconder los problemas a la sociedad-, no ya con los fracasados usos divinos a los cuales todos recurrían para justificar –y de hecho así ocurría- las crueldades y las injusticias.
Pues, cualquiera se eximía de sus responsabilidades, Dios era de la acción justificada para cualquiera, y sólo bastaba la fácil justificación irracional: para el fin (Dios) los medios no se cuestionaban y la mayoría de ellos pronto se justificaban con facilidad desde un privilegio de poder (sin olvidar de que las causas bélicas o de expansionismo nacionalista siempre tenían un mensaje religioso).

Gracias en parte a esto, ahora sabemos que las leyes se fundamentan primero en razones, la ciencia en razones y la eficacia de cualquier acción o de la política en razones.
No es, no, una casualidad. El ser humano atenderá a buscarlas o no - si no las atiende es porque prefiere entonces las sinrazones y subjetividades por intereses de tradición, de injusticias que le benefician o de... poder-, pero existen.

Y es que, en el fondo, todo tiene “un decir de reconocimiento que le corresponde” (de mínima conciencia), no “un decir desde nada y por nada”. Y, la razón, en sus reglas de probación, posee la virtud de que no inventa medios para manipular, sino que descubre las causas y las necesidades de una realidad ya antes manipulada –por unos cuantos-.

Voltaire “alumbró” -con la razón- la realidad, la dijo con conocimientos; no, no con lo que se suponía que dijo una divinidad -de tantas- de uno a otro hasta llegar a la confusión o al “todo vale”.
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miércoles, 19 de noviembre de 2008


ENSAYO SOBRE EL SER

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PREÁMBULO

La verdad de algo que ha pasado no es la misma a la que está sucediendo (si te sucede a ti y eres leal con ella tienes más confianza con ella por ende), y ésta a la que va a suceder.
Así, el ser humano alcanza la verdad que puede (pero siempre alcanza una concreta al conllevar ya conocimientos), no la que no puede. Y la informa objetivamente si la experimenta o la demuestra aplicándola a principios lógicos o coherentes con hechos reales.
También no es lo mismo ésta verdad científica (que señala la existencia de principios, como el metabólico de los seres vivos, algo totalmente objetivo o al alcance empírico) y la verdad social la cual es proclive a ser interpretada en función de muchos de sus intereses, es más: se interpreta siempre porque a cada ser humano le duele la sociedad de una manera distinta atendiendo a sus emociones.
Por ello, primero hay que delimitar de qué hablamos, un tema, un contexto, después se determinan las posibilidades que poseemos nosotros para saber de él.
En fin, del infinito no se puede saber igual que de nuestro hijo, ni de nuestro hijo que de cuáles son nuestras necesidades prioritarias para sobrevivir (comer, un medio sensible a nuestras capacidades, etc.).
A es verdad para B, digamos, porque A es primordial o causa a B.



1.- EL EXTERIOR Y EL SER

El ser humano no es consciente de algo o de sí mismo sino a través del exterior; un exterior que no ajusta el ser humano en su conciencia de inmediato, no, más bien paulatinamente lo “hace”, lo fortalece o lo capacita conforme a él.
Así pues, cualquier ser vivo es un “exterior sumado” en el tiempo, derivado de lo anterior gracias a un proceso, retroalimentado para sustentarse con una capacidad continua sobre el “ahora”; o sea, significa o conlleva una aptitud ante su nueva experiencia constituida –antes- en el pasado.
Y no se trata del pasado tradicional –al que siempre se recurre- puesto que no es el “pasado deleitable” –el de la cultura o el de la elección-, sino es el pasado asumido o no pero transcurrido, “afrontado” –en el sentido de la ordenación adaptativa, de la orientación de recursos dados por lo externo- por lo que, en esencia, implica un exterior sobrevivido o sobreentendido: un resultado en definitiva de “nóesis” (1), de aptitudes convergidas como recursos vitales para contener en lo sucesivo aún lo externo.

Según eso, el ser humano no descubre o no se remite a descubrir tras su “nóema” (2) el exterior para darle la bienvenida, ni mucho menos para advertirlo en un “instante cero” con ideales o sin ellos, no, sino extiende, tiende sus aptitudes, sus nuevas aptitudes y, entonces, las experiencias las cohesiona de acuerdo a lo extramental: lo único que hay y tiene, no que aparece, no que descubre, no que interpreta, no que inventa, no que rehace “al pronto” con una tabla tasa o con la varita mágica de la intuición.
Digamos que, en realidad, sigue la modulación del exterior, sigue en la continuidad del exterior como la acción de una conducción hacia él y desde él inevitable, no contrarrestada por nada, difluyéndose su percepción –su extensión- por doquier pero, a su vez, “acarreando” las consecuencias de lo que comporta, de lo que posee.

Bien, en el pensamiento moderno el positivismo restringía todo a los hechos o a lo empírico, la hermenéutica al reduccionismo de la interpretación de tales hechos, la fenomenología (3) a lo trascendental de sus esencias y el psicologismo –tan determinista- al confinamiento absurdo del ya considerarlos como meros productos “etéreos” o psíquicos.
Sin embargo, los hechos no son hechos sin más, aislados del ser humano, ni guiados para ser interpretados por… nada, ni acontecidos desde una conciencia que no acontece, ni reducidos por estructuras extrarreales o psíquicas o “volátiles” separadas de su ámbito existencial.
Por supuesto, -admitiéndolo, reconociéndolo- en la conciencia se discierne, se distingue una intencionalidad, en el hábito como materia prima de la conciencia; pero la intención sopesa siempre algo, va sobrecargada, se encuentra sobreentendida de… algo. A ver, la intención –si se comprende mejor- es la “prueba” de que se intenta a partir de algo, conllevando algo, claro, discurriendo por ese algo.
La intención es, sobre y ante todo, el intento de lo que ya se tiene como conocimiento.

El positivismo, que asumió la ciencia, se exime en el psicologismo, propugnando e inculcando que lo cognoscitivo –el conocimiento- es una preparación singular de lo externo, un “abracadabra” para negarlo o para hacerlo un tanto prescindible y, así, inutilizarlo.
En cambio, no existe un extremado “despojamiento” ni un extremado reduccionismo perceptivo pues, de antemano, existe el “algo”, y los sucesivos “algos” que equivalen al medio donde el ser se forja como un componente, como un elemento que lo expresa. De manera que, antes –en el a priori-, nunca el ser expresa al medio en pro de un “protagonismo libertino” debido a que “ya” queda el ser expresado por él, “ya” está expresado, “ya” está adecuado a su expresión.

Ahora bien, cuando hablamos de lo interno nos dirigimos a una “profundidad”, a una “lejanía” como queriéndose con ello huir de lo que hay; pero, al instante, hablamos de lo propio para auscultar un sujeto-objeto –como si lo descubriéramos- cada vez más manejable, cada vez más lejano de la amplitud que lo determina.
Es decir, el exterior sí pasa desapercibido y, en efecto, se nos presenta enturbiado, difuso, para de improviso conmovernos ontológicamente por ese núcleo, por ese punto principal o “aisladamente” relevante.
El caso es que no consideramos en acierto que eso, precisamente eso, es una conducción de mucho, de mucho que “percibe” o trabaja o comporta o “importa” para él.
En medio, claro, el ser no descubre la esencialidad perceptiva, no pone él lo indefectible que ha permitido que sea, no traza lo que le ha trazado, no idea –ni lo puede hacer- suplantar lo que comporta desde el “sucesivo principio”, desde cualquier momento del proceso al cual se encuentra involucrado.

El “ser es ser percibido” (4), desde luego, aunque también se percibe él por analogía –como acto comunicante al lado de implicar, asimismo, un acto efectual- en la continuidad, con el entrelazamiento que comporta mientras sucede, esto es, evitando una distancia neutra con su pasado, con el exterior.
El ser significa que es “de algo”, así es, y se remite –se vuelve- a este “algo sucesivo” en la percepción; no, no acerca el exterior, sino lo confirma en cualquier hábito, en cualquier vía. Porque es su correspondecia, lo que le corresponde.
Conque cualquier hábito, un hábito en concreto, lo vitaliza, lo sobrelleva para cohesionar el medio vital y el medio del símbolo ya en uno: la caracterización de esa remisión.
Por lo cual extiende –para extenderse o confirmarse- sus ideas a través de conceptos –utensilios de comunicación- por “recogerse” o por reconocerse más globalmente con lo que le ha sucedido o con los que le ha sustentado en… algo “sucesivo”. Esto es, quiere entenderse.

En virtud de tal procedimiento, digamos, los conceptos pormenorizan y, con ello, se percatan de la globalidad inevitable, preceden en eficacia a admitir la globalidad, preceden eficazmente a tal conciencia.
No obstante, los conceptos habrán de ir “en presencia” de la continuidad, habrán de reactualizarse a lo que pormenorizan, a lo que prueban.
Comoquiera que esto se haya entendido, sí, el ser mismo en cualquier contexto se estará reactualizando conforme a que, el exterior, lo deparó en movilidad, no en modelo “abracadabra” desde un fijismo a otro.
Digamos que el movimiento y lo que implica de continuo o evolutivo –esta base- es la permisión de la existencia pues, si imaginásemos un medio fijo –el cual no puede existir-, entonces nunca habría pasado, un sustento, una extensión de la existencia: algo no tendría ya causa ni efecto, algo no tendría ya recepción ni respuesta, nada interaccionaría al fin y al cabo, quiero decir, algo “no sabría” nada de otro algo ni de él mismo al negarse así todo acto.

El concepto, en verdad, defiende a lo consciente -por procedencia-, hace su remisión cognoscitiva a lo que existe y, por ende, advierte la realidad pormenorizadamente en una primera función.
Claro, también por su desorientada utilización -de mediación social- puede llevar o puede conducir a ideas subliminales –las cuales no respetan los conceptos- que, sin eludir la realidad, atienden a otra inventada, o “muy personal” imaginativamente.
Con eso, sin duda el ser idealiza al ser y, en esa emotividad, pueden optimarse necesidades –la paz mundial por ejemplo- o excesos propiciados por el egocentrismo o por el no querer ver más que las necesidades –subliminales algunas- de alguno.
Pero nunca, en ese contexto, se ha de confundir al ser –el ser el concepto- con “lo que debe ser” en donde, deseos tan distintos como la esperanza y la egolatría -de manos también de la manipulación-, no descansan.
Piénsese que estoy hablando del ilusionismo –provisional- que, tarde o temprano, se dará de cara contra lo que es real.

Por otra parte, para rebatir aún más al psicologismo, no sólo el ser humano –o un ser vivo- conoce con lo consciente -por procedencia-, sino siempre; desde el momento que ya es un ser vivo, sí, en cuanto es y conoce a su exterior, en cuanto que “nace”, en cuanto conoce a lo que le permite ser de una forma o de otra.
Así, la “excepcional” sabiduría humana sólo es lo que es –y sin restricciones-, es decir, no excluye de un portazo la sabiduría del Universo con su conciencia –al modo antrópico-, no; por lo que el conciencismo, el que cualquier neurólogo o científico deliberará o ya lo ha hecho, únicamente es un resultado advertido o no y ya posible, un resultado que no “comienza” ni siquiera en él mismo -en “lo todo interactivo”-.

(1) “nóesis”: acto en sí mismo del pensar –de la acción perceptiva-.
(2) “nóema”: el contenido de lo que piensa o dice.
(3) En la fenomenología se busca el “epojé” o la reducción de toda experiencia inmediata.
(4) Frase muy conocida de Berkeley: “Esse est percipi”.
Nota.- "Extramental" es "extra"-"mental"; el "positivismo" deriva de la epistemología, y es Comte su máximo representante.



2.- EL SER Y SUS RESPUESTAS

El ser “cuando existe” no tiene ante sí cosas, sino que “está” interaccionando con las cosas, enraizado entre las cosas y conformado con y a través de las cosas.
Por lo tanto, en realidad, no deduce las cosas ni entremedias vive de la nada, no, porque evidente es que vive por las cosas y no hace más que seguir eso, el “saberlas”.

Muchos piensan que la adaptación –por reducción- supone meramente una adecuación al medio y no es así por coherencia, en cuanto que el ser “ya” –en una proporción- se encuentra “adecuado para adecuarse” al medio; es decir, el ser “con” lo que le ofreció el medio se habilita de continuo para lo nuevo que le transcurrirá o se le ofrecerá. Según esto, el ser no ofrece al medio algo para que éste reaccione por finalidad o por capricho, no, sino más bien que él –por ser conformado por el medio- espera con una preparación para reactualizarse con respecto a lo nuevo que comportará el medio.

Así es, conque el ser sólo aprende lo que existe, lo que le ha permitido aprender; aunque, él, haya llegado a donde haya llegado, desde luego, porque sus recursos son recursos “madurados” -en lo adaptativo-, producidos con el medio, porque sus “herramientas de acción” han tenido las “referencias”, las condiciones y los modelos de base y de desarrollo ya dentro y a merced del medio.
En consecución, sí, el ser es una derivación, una fluctuación, una vinculación con sólo lo que existe “de antemano” o de una forma primordial o ineludible.

Ahora bien, hay quienes –sobre todo “charlatanes”- dan sus voces al viento, a lo que salga o a los medios de comunicación para conseguir confundir una y otra vez repitiendo que el ser humano tiene ideas, fantasías, conceptos extrarreales o nosequé que él, “a secas”, crea. Sin embargo, aun cuando tenga muchas de esas “intenciones” -puesto que las ideas o las fantasías nacen a partir de modelos sociales-, bueno, lo que de verdad depara él -por un camino o por otro- son las cosas reales, en efecto, digamos que por delante y por detrás, en todas direcciones e, incluso, dentro de sí, las presenta.
O sea, a lo claro: es un producto de ellas y, como lo es, las comportará y, como las comportará, antes tendrá que “saberlas“, “haberlas advertido existencialmente” como en un suceder ya lo hace con interacciones.
Luego, que vengan las intenciones, cualesquiera, en determinados “gustos”.

Por supuesto, en concreto, el ser humano podrá poseer fantasías, sí, pero los elementos de esas fantasías –las imágenes, los conceptos o todo lo que utiliza o pueda utilizar en suma- son... reales; lo que ocurre -¡ah!- es que los puede deformar para sí -sólo hace falta intención o capricho por deformar-, para sus emociones, para su intimidad: hacia un “error” o hacia una incitación –provocación- por “alimentar” -en un plazo- un proyecto, gracias al cual condiciona –con su voluntad- en lo posible “su” realidad próxima -que la hace “agradable”, para él-.
Por ejemplo: si uno elabora la fantasía de “un borrico que vuela”, de entrada, de entrada digo, “un borrico” –tan habitual- es un elemento real y “que vuela” también –aunque no lo quisiera el susodicho o dichoso borrico-.
Otro ejemplo: “un ordenador que nada”, pues ya todo su mecanismo y sus energías son elementos reales, y “que nada” también.

Conque no, no es que el ser humano invente “a lo grande” –como un dios- la realidad, no, mejor digamos que… la usa por unos intereses, la canaliza para sí, para sus conocimientos, unos u otros; por ello primero “la sabe”, puesto que ¿cómo puede canalizarla si no “sabe” siquiera si existe?, ¿qué va a canalizar?

En derredor del medio, el ser humano –con más aptitudes- utiliza en lo posible el medio, no, no la nada, y sus conceptos son... herramientas, herramientas que se refieren a él o que, en confluencia él –el medio-, también las ha producido.
Nada es un “abracadabra” de lo que no existe en cuanto a que, algo –que ya es algo, por mínimo que sea-, se encuentra sujeto, derivado –en usufructo-, a algo que existe.

Bien, por lo explicado, por eso, como “lo que el ser tiene son cosas reales inherentemente”, ésas, no las puede excluir nunca con su acción, es decir, con el “saberlas”; no obstante, ese “saberlas”, también, produce unas respuestas o reacciones o niveles de conciencia.

Más claro:
El ser “responde” interiormente –vitalmente- a lo que “sabe”, por la necesidad -también inesquivable- de hacer suyos unos “sistemas de defensa”, de autodirección -en la parte posible que le toque-. Pues, así, ante las cosas –que “sabe”- responde... con esperanza, con ternura, con sorpresa, con paciencia, con tranquilidad, con amor, etc.

Lo que quiero decir –directo al grano- es que, a causa de “saber las cosas”, de sus conocimientos, el ser humano responde, responde racionalmente –con lógica inherente- “esperando” de las cosas, en tanto que ya las ha tratado o… aún, aún, las trata.

Desde luego, el ser es ontológicamente un sostenimiento en esas respuestas: lo que el ser dice –entre las cosas y para las cosas- no de ellas, sino una vez que las “sabe”.
Cuando habla de esperanza, cuando lo hace, es porque... responde cualitativamente a algo común a su ser ontológico; y eso es inmanente a él, absoluto o propio, dado que, en el contexto de los seres humanos, todo ser, cualquier ser, responde cualitativamente a algo común –absoluto-: con la esperanza.

Así que jamás la esperanza puede –ni por manipulación, ni por el “lo digo porque lo digo” o ni por locura de algunos- ser “relativa” ya que, en esencia, es algo absoluto –propio, imprescindible, consubstancial, constante, permanente, continuo- a la realidad del ser humano.
¡Ya!, otro asunto -”otro mundo”- es lo cuantitativo, cierto es, que sí debe existir a medida que al ser humano le sucedan unas circunstancias; de lo contrario, todos serían iguales, o sea, no existiría ni diversidad biológica.
Por consiguiente, un ser humano responde con la sorpresa, con el sorprenderse –algo común cualitativamente- conforme le van sucediendo cosas o, mejor, conforme va afrontando o conociendo las cosas.

En el contexto de los seres humanos, sólo –con prioridad- eso es condición: el que un ser humano, para ser, ha de responder o ya, inesquivablemente, responderá con esperanza, con tranquilidad, con amor, etc.
Aún así, este aspecto es – por distinción- subjetivo con respecto al conocer mismo y, al ser otro asunto, pues se diferencia tratándolo como subjetivo; pero entiéndanlo, por favor, como “lo que el ser da a las cosas” por las que se hace –que es lo objetivo-.

Por ejemplo: un ser humano “sabe” –lo objetivo- de una mujer con la cual tiene un hijo (pues, si no “la sabe”, no puede existir el hecho de tener un hijo) y, paralelo a eso, responde con esperanza, con amor o con inseguridad (cuando ya le son dadas unas circunstancias cognoscitivas).

Así, el ser humano no se va a otro mundo para responder, sino responde desde sus circunstancias y, éstas, son absolutas porque tienen que existir primero para que él, por tanto, sea: no lo es desde la nada, desde la inexistencia, desde las confusiones que algunos quieren imponer a ciegas racionalmente.

Por último, el ser humano es... porque existen las cosas con la evidencia de que, de continuo, está interaccionando con ellas: nada es un ser humano “en” la nada, quieto “en” ella, sin proceder de nada.
Bueno son incontables, “infinitas” cosas, las que nos forman y, si nos forman, existen, vivaracheramente por “ahí”; y no traen un código nuevo de bienvenida guardándose ellas otro, no, sino un mismo código existencial.

Con eso, los proselitismos de confusión sobran; aunque lamentablemente están, como siempre han estado para la involución coherente, para la manipulación y para censurar siempre a los que sí demuestran sin más truco que la razón.



3.- LA "COSA-EN-SÍ" Y LA VOLUNTAD

La “cosa-en-sí”, la sustancia, es aquello que actúa de una manera (“forma”) particular (en un contexto y en unas circunstancias) con siempre algo o “algos” que la complementan (por interacción o por comunicación); es decir, desde una condición de continuidad interactiva.
Puesto que la “cosa-en-sí” no actúa sobre ella misma apenas, por ella sólo, aislada, supuestamente como objeto inamovible para que, luego, la mueva o la “altere” la razón como concebiría Kant –he ahí que así la razón condicionaría a la cosa incondicionada, fija-, no, la “cosa-en-sí” es “por algo” (1), gracias a su sustento en “algo complementario” –pero que se determina en su contexto y en sus circunstancias-, gracias a que actúa “en” y se hace por algo.

Por ello la “cosa-en-sí” es una “particularidad” (de parte) y una “continuidad” (por seguir su “acto”) al mismo tiempo. En otras palabras, obedece a los principios de Continuidad y de Conservación, de conservarse, de resistirse en esa particularidad continua –en Física es la inercia hacia la que todo cuerpo o movimiento tiende-.

Entonces ¿todo se modifica en la “cosa-en-sí”? Pues no, se modifican (2) las condiciones modificables, los caracteres contextuales y los caracteres efectuales de sus interacciones; lo que no se modifica, con claridad, son sus “condiciones apriorísticas”, su esencia objetiva para que sea la “cosa-en-sí”.

A ver, “ser movimiento” es una de sus condiciones apriorísticas; “ser una particularidad” también, o sea, ser una “forma” de actuar; “continuar esa particularidad desde sus antecedentes sustanciales” también, o sea, que la “cosa” actúa con respecto a lo que anteriormente era y... “se sigue” –esa es la coherencia-.
Así, desde luego, la modificación que presenta una “cosa” corresponde a una modificación desde ella misma, desde su “a priori”, consecuente con él. En consideración a la “cosa”, si la “cosa” inevitablemente ha de ser movimiento (acción), he ahí que, a su vez, se mueve consecuente con su “a priori”, con respecto a su naturaleza misma.

Kant, además, sostuvo que se conoce antes la expresión –por ejemplo, los conceptos- que las cosas. Pero las cosas ya expresan al ser, mientras actúan con él “lo hacen” conocimiento, medio o conformación de “saberlas”, esto es, el ser “sabe” de las cosas e irremediablemente las expresa: no sabe de las no-cosas, sino de las cosas.

Al ser inherencia de cosas él las dice, puesto que está condicionado por ellas, puesto que está hecho... por ellas –por un proceso“endoepistemático”-.

Ese decir las cosas y su imposibilidad por decir las no-cosas es muy importante en tanto que, su “cogito”, sólo se encuentra capacitado para ser consecuente con su “a priori”, por lo cual su “cogitatio” es una consecuencia de las cosas; y, luego, al pensar o expresar otras cosas “ya posee” la carga apriorística u objetiva de la consecuencia de las cosas, por lo que el ser dice “en” la continuidad, desde la objetividad de su “a priori” imborrable, absolutamente hecho para él “a priori”.

Sí, ese hecho apriorístico le condicionará, pues de antemano condiciona a su decir, y... lo dice sin remedio. Sí, al par que dice, el ser dice las cosas –no la nada-; una célula, al par que dice, dice lo que le ha ocurrido “con” las cosas hasta ese momento, porque está condicionado por ello.

Con eso, ante esa coherencia, el ser es consciente de todos los conocimientos adquiridos en su contexto y presenta, así, una conciencia (nivel consciente tanto en cualidad como en cantidad) diferente a otro ser de acuerdo a las circunstancias análogas o no de sus contextos. Y esta conciencia contenida no puede por menos que ejercerla, que mostrarla factiblemente como capacidad suya, como voluntad.

En Schopenhauer y en Nietzsche, sin embargo, la voluntad está ejercida como una fuerza autotélica, aislada, totalmente inconsciente (en Schopenhauer) que emerge por emerger –sólo por “salvarse”- ante determinados estímulos.
Pues bien, decir que la voluntad se muestra sólo ante determinados estímulos de jerarquía ideal equivale a postular –sin más- que no existe sin ellos; es decir, que ella actúa en un sistema que tiende automáticamente a anularla o a restringirla, mejor, a reducirla a causas que conllevan efectos de voluntad y a causas que conllevan efectos sin voluntad.

Para Schopenhauer la voluntad es una fuerza, pero “inmotivada” que se consigue –por cierto misterio o cierta iluminación- ante un estado especial; cuando se escucha música por ejemplo. La música para él no es “la imagen de las ideas, sino la imagen de la voluntad misma”. Así, la “voluntad misma” se crea cuando se escucha música (3).
Para Nietzsche la voluntad es otra fuerza, la realidad también, en fin, fuerza se denomina todo en general, a lo fácil. Fuerza que quiere poder, ¿de qué?, pues de fuerza que es ésta y aquélla realidad, todo.
Pero, ahí, en esa comodidad analítica, ¿qué es lo débil, ya determinado por seguro?

Aun cuando la realidad se manifieste como fuerza –en realidad se verifican tipos de fuerza, fuerzas, no una fuerza, no sólo una única acción que propende al desequilibrio-, existen las cosas y sus principios que ejercen las fuerzas inevitables para que se mueva la voluntad, al ser una fuerza una presión, una acción direccional en concreto.
Por ejemplo, si la vida –lo orgánico- fuera la única fuerza –lo único predominante- que se impusiera paulatinamente en el contexto de la Tierra, al final todo en ella se convertiría en vida, en esa voluntad, y perdería la Tierra su equilibrio (4), por lo que siempre es forzosa una contravoluntad, una contrafuerza a otra cualquiera en pos de que persista un equilibrio.
Eso significa que, un ser vivo, parte de una determinación –una voluntad- para vivir acorde o sincrónicamente a otra para morir, en consonancia o condicionado –en consecuencia- a su anterior naturaleza, a la inorgánica.

Por último, la voluntad se encuentra condicionada en cada ser humano por sus propios conocimientos –incluso para apreciar la música-; pero eso no implica que no exista en cualquier cosa que, en voluntad y en ciclos contextuales, propende a ella misma por el Principio de Conservación, es decir, que quiere “seguirse” –y lo hace- aún más desde ella misma.

(1) Descartes también determinó erróneamente que la sustancia era lo que no dependía de nada, sino de ella misma.

(2) La modificación o la conformación de algo sólo permite que eso exista, pues ha de evolucionar, conformarse, “existirse”.

(3) Schopenhauer propugnó la “doctrina del arte” como la que propulsa la voluntad. Ahora bien, ¿es todo conocimiento un arte?, ¿es la misma existencia un arte? Si es así -y hay suficientes pruebas para que así sea con respecto a ser cultura, no un aspecto de ella, es decir, arte que es invención e imaginación-, el arte no es exclusivo –no está delimitado- por el ser humano. Y sería, entonces, otra “condición apriorística” a la “cosa”: la de corresponder a un orden armónico –en alguno de los aspectos existenciales-. Pero si el sujeto “conoce” un orden armónico, una cohesión armónica, luego ya recibe, ya advierte, ya atiende a una razón del exterior –no de sí mismo-.

(4) Algo aplicable a cualquier contexto, como el Universo por ejemplo. Si existe una fuerza de expansión es porque “ya” existió –y está latente- otra fuerza en sentido contrario, pues nada se ha demostrado sin su “contrafuerza”.
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jueves, 13 de noviembre de 2008

LA MIRADA TRAS EL CONOCIMIENTO


Un conocimiento no depende de una mirada (que ni siquiera existe en algunos seres vivos), sino de que exista primordialmente aquello hacia donde va la mirada (en el ser humano, el concepto de "mirada" lleva siempre consigo "interés" -curiosidad- y, este "interés", tiene que asegurarse -únicamente por responsabilidad puesto que, luego, se informa a los demás- de que está en lo real.

Una vez de que se percata una existencia - un algo, un hecho -, ya queda evidenciada fundamentalmente con y por leyes físicas; entonces, en ese proceso de aprehensión "se distingue", a ella se le buscan sus diferencias, detalles y capacidades ya "propias"; y, aquí, no precisamente eso es el atribuirle sólo "matices" -que equivale a dejarla sentenciada individualmente o subjetivamente-, sino más bien es: el detectarle propiedades o "virtudes" o "singularidades" de acción o de condición propia, que equivale a... comprobarla, a verificarla, a reconocerla, a confirmarla con su ya condición propia, con su contraste propio, con su diferencia, en un contexto real.

Pero analicemos la mirada más o menos subjetiva:


Cuando una persona mira un cuadro, en realidad, ahí lo menos que ella hace es mirar puesto que, tan pronto como mira o incluso antes del acto de mirar (en cuanto que ella "ha ido a encontrar" un cuadro o al ambiente donde puede encontrarlo, en cuanto que el conocimiento busca realidad), ya sabe que hay allí un cuadro, ya sabe lo mínimo necesario de cómo se pinta un cuadro, ya sabe de algunos modelos o estilos de estética, ya recuerda o evoca o se “instala” en unas emociones en concreto a la primera impresión que le ofrece el cuadro, ya imagina su autor conforme a la atención que ha mostrado por aspectos de la realidad, o sea, en definitiva es evidente de que recurre a mucho de lo que sabía –al “a priori”- mientras lo está mirando; por lo que, esto, deduce sobremanera que el mirar es una contrastación o ejercicio inevitable de lo que sabemos, una utilización, una aplicación, un uso bien o mal según la proporción que pongamos de subjetividad (porque ésta depende de la voluntad, claro, siempre la subjetividad nace también del "decidir" -tú decides reconocer más y ser, así, más racional en algo o, por el contrario, dejarte llevar por prejuicios o emociones-), más eficaz o menos eficaz, del conocimiento.

Ciertamente, el ser humano ya lleva su capacidad de pensamiento antes de mirar; y el mirar puede o no ayudar al conocimiento en función del potencial mismo de esa capacidad, es decir, de esa capacidad también disponible en valoraciones de lo estrictamente probatorio o racional y de la tendenciosidad autocrítica.

Por ejemplo, un buen arquitecto sabe cuáles son los elementos imprescindibles de cualquier casa y, antes de ver alguna, sabe que los tiene, en mejor o peor calidad, pero los tiene.
En realidad, cuando mira alguna, ese mirar le ayudará a advertir ciertas mejorías o de cómo podrían ser eficazmente aplicados sus registros de conocimiento fundados, sobre todo, en leyes físicas de la arquitectura.

Cuando una persona mira a otra no mira su mirada, sino miran más bien sus conocimientos y, claro, muchos de ellos son en verdad exactos a los que los demás poseen, idénticos; por lo que no son sólo propios, individuales en el sentido de independencia, "descubiertos" o atribuibles a un imaginario punto, sino son ya generales o comunes -habituales- en un contexto real, digamos: para todos.

Cuando una persona mira a otra, que no la mira asimismo, sabe entre otras cosas que tiene que alimentarse y, de tal manera objetiva, que es indiscutible (es un organismo vivo que por el simple hecho demostrado de respirar lleva oxígeno a todas sus células y… se alimenta).
No obstante, sí, aquí cabe la contra-demostración a esta evidencia, al menos la osadía o la locura del intentar demostrar que no respira, algo que equivaldría a decir que, una persona, puede perfectamente vivir con las vías respiratorias tapadas –la piel, la boca y la nariz-, al igual que alguno también pretendiese demostrar que un coche puede funcionar sin ningún tipo de energía o que, incluso, un burro puede llegar de inmediato a la velocidad de la luz.

Eso está bien como... fantasía; ¡ah!, pero, si en este contexto eso no es así ni existe con la más mínima evidencia, pues no existe, no es real aunque -por supuesto- esté inevitablemente compuesto por elementos reales, en distorsión.

“Tal cosa no es así” dice el conocimiento -en consecuencia- trascendido a muchas opiniones, y "no es así" sencillamente porque no existe –no es real- ni siquiera con una mínima –o con la “infinita” parte de ese mínimo- prueba o pequeña evidencia o indicio razonable.

"Una sociedad no es una sola persona", eso es así; puesto que no es una verdad tan sólo por "lo posible", sino ante todo por su sobreentendido real, por su intuición "desde siempre", por su evidencia, por su lógica, por su
entendimiento... natural, o sea, por su coherencia natural.

Cuando Galileo defendió su teoría heliocéntrica, en ese momento, él contaba con que tal hecho advertido ya era posible –sí, por demostraciones- pero, además, sabía que no contravenía sino a... supersticiones, no a otras evidencias, únicamente a atavismos sociales -dirigidos o creados desde la voluntad- con el único sustento de derivarse por creencias "sagradas" o por sentimientos individuales o atendidos o elegidos o convenidos (piénsese siempre que lo subjetivo es o lo inventa o lo modela la voluntad).
En fin, por ejemplo, su teoría no podría haber defendido lo siguiente: “El Sol no es el centro del Universo, por lo tanto no existimos”.
Así, su descubrimiento tan sólo sumó otro conocimiento; que podría haber refutado algunas argumentaciones fáciles, claro está, pero no podría justificarse ni es posible racionalmente que un conocimiento -uno- pueda excluir a los demás, cuando cada cual atiende a un aspecto singular o particular e, incluso, pueden estar en contextos muy... totalmente diferentes.



Nota 1: Nuestra percepción tiene una predisposición a lo que va a encontrar; así, cuando está en el campo, sabe cuáles son las probabilidades de encontrar una cosa y no otra. Es decir, "ahí", en el campo, está más preparada para ver un árbol que para ver una ballena: está predispuesta o enseñada en percepción a sólo ser consecuente como algo primero, al margen de una voluntad más o menos consciente que se va aplicando.


Nota 2: Siempre hay que distinguir la "predisposición meramente biológica o instintiva" de la "predisposición cultural" (donde ya interviene lo social) y, estas dos, también de la "predisposición emocional" (que suma a las anteriores pero, particularmente, está sujeta ésta ya al instante, sólo al instante que un ser vivo en impresión vive: a la experiencia).

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EL AÑADIDO SUBJETIVO O EL REVESTIMIENTO CULTURAL


Todo lo que se reconoce de la realidad y se demuestra tiene –sí- validez de realidad, conlleva un respeto racional a eso que funciona como realidad con sus propiedades y principios; en cuestión, es un respeto a eso que forma cosas y que, éstas, no las forma sin un control, en desconcierto, a lo que pase, sino más bien que, de hecho, está capacitado –ya regido por unas leyes- para formarlas en función de las propiedades mismas y condiciones de una de sus situaciones - o también de varias interactivas-, de uno de sus contextos.

Por lo tanto, la realidad “hace” - de realizarse en hechos - y “hace” con unas posibilidades del “hacer”, esto es, con unas universales y absolutas condiciones.
Algunas son: Si “hace” es que ha de moverse -por obligado-, luego está condicionada al movimiento (una razón); si “hace” es que algo "está hecho", luego es efectiva con la existencia de hechos (otra razón); pero, en realidad, no “hace” cualquier hecho, sino el hecho que le es... coherente, que le es posible ya dado –ya hecho- su contexto, luego “provee”, dispone al hecho más acorde a su “prioridad” (a su "a priori", en conformidad a su "continuación"), mejor, a la conformación de sus capacidades (otra razón).

Por supuesto, si algo se “hace” (un "a posteriori") evidente es que se ha hecho con unos recursos (un "a priori") y, claro que sí, con unas condiciones a esos recursos (pues se presentan vinculados a principios del movimiento, de reaccionar ante y hacia un mayor o menor movimiento).

Si uno -un ser humano- dice que una verdad objetiva deja de serlo en otro lugar, digamos, sinceramente está equivocado -y no porque a mí me guste-; puesto que, si una persona se muere en Japón, se ha muerto ya como resultado o hecho, y si otra persona se muere en Uganda, también ya se ha muerto como resultado o hecho.

Otro asunto, otro tema, otra cosa distinta es el “revestimiento cultural” -el atractivo que se le da a la cultura o a la vida para que nos fijemos unos en otros, o sea, para llamar la atención, para que sea posible una socialización- con una serie de valores que el ser humano da u ofrece o añade al hecho para convenirlo de tal forma, para hacerlo concertación o gusto social –porque está, claro, en sociedad-, para vincularlo también a una convención continua o tradición.

De manera que, el hecho “Un hombre ha muerto” –en sí un “valor” de utilidad racional, un "valor" sin variantes, un "valor" racional-, se expone a la emocionalidad de quien advierte o conoce tal hecho y, además, a... unos valores culturales; en tanto que, si ha muerto por causa de otra persona, lo valora como asesinato y, si ha muerto por otra causa que no es una enfermedad, lo valora como accidente.

Con el "a posteriori", en efecto, el hecho es algo manejado por una cultura, usado por y para ella, por voluntades de cultura: es algo “vestido”, arreglado hacia una convivencia necesaria, sí, por una cultura en concreto.
Sin embargo, ese procedimiento es una vía inevitable en cualquier cultura humana: el de instituir reglas de convivencia que ayudan a que una sociedad no se despedace o involucione sin… un orden social o de lazos de convivencia.

Al lado de esto, algo objetivo, el hecho no significa o implica de prisa que se encuentre “incondicionado”, sino todo lo contrario, el que ya se presenta, se sustenta, condicionado por unas reglas de objetividad; pero, ¡ah!, éstas reglas no serán las dadas anteriormente predichas cuya naturaleza o misión es diferente -no serán sólo las sociales-, sino las que corresponden al... hecho tras advertirse unos prejuicios o unos aspectos ajenos a él.
Por ejemplo, la "lluvia como hecho" antes de añadírsele o de ajustársele un valor social, cualquiera.

Por eso, existe una clara distinción entre lo que ocurre y lo que el ser humano puede - a eso que ocurre- sumarle emocionalmente junto a unos valores que él necesita.

Sí, la realidad no es algo que el ser humano toma en su conjunto, personificándola e imponiendo el lema de “La Realidad y yo” frente a frente – a modo de “llego o no llego a la Realidad”, “estoy o no estoy en su esencia o en su Centro”-.

La realidad, de seguida, se conoce –se funciona en ella- por cada elemento que la integra. Esto es, el que cada integrante no posee -ni con intención- “toda la realidad” para decir que ya se encuentra "dentro" de lo que él mismo ha personificado, sino más bien que “vive” la realidad que conoce "viviéndola" y demuestra; hecho que garantiza la acción de la diversidad, o sea, el que la realidad es sucesión de sus integrantes, es participación de “cosas”: no es un enfrentamiento de una cosa con un Todo personificado o al que obsesivamente se quiere poseer -o llegar-.

Con estas consideraciones, no es cierto que los principios que implica la realidad sucediéndose –para que exista- sean equivalentes –ni en un ápice- a los que, luego, se añaden como unas reglas sociales o, en el fondo, como valoraciones subjetivas o emocionales -como añadidos (1)-.
Conque la razón –que se remite a reglas inherentes al mismo hecho- no puede equipararse a lo que se impone después como una regla subjetiva o de creencia: el dogma. El dogma no tiene nada que ver con la razón, sino es un intento de hacer razón o de compaginarla con subjetividades.

Por ejemplo, ante un hecho cualquiera sólo cabe el admitirlo –con procedimiento asertórico- o el no admitirlo, con sinrazón o con escepticismo extremo. Pues bien, el admitirlo, el reconocer que es, el advertir que "existe porque evidentemente existe", no es algo impuesto por la voluntad: es algo que, aun inconscientemente, aun contra voluntad, aun contra la creencia, se advierte como conocimiento, se manifiesta de veras –se quiera o no- como conocimiento, como un “entender” o un asimilar la realidad.

A ver, cuando un científico quiere conocer la realidad de cierta enfermedad, ahí, sin duda, se somete al conocimiento – no al no-conocimiento- dejando de lado los valores sociales –se “desviste” de subjetividad, aparca sus gustos- aunque, después, aplique sus resultados de advertir cómo funciona tal enfermedad a unos valores sociales.
Digamos, da prioridad no al “revestimiento cultural” que sí existe, sino a lo que hay igual para todos y sustenta asimismo a aquél: principios, razones de realidad por las cuales la enfermedad... existe.
Al momento, sí, cuando el científico reconoce el cómo "procede" esa enfermedad, no restringe nada, no sintetiza nada, no ha encontrado nada que no exista, no añade a la realidad nada. Solamente ha comprendido "más realidad", por medio de conocimientos sobre ella; por ello, ya puede actuar más conscientemente sobre ella, claro, con su voluntad que inevitablemente respetará sus reglas que ha conocido, no que ha pasado de ellas, no que las ha admitido para olvidarlas.
Entonces ya, al actuar, poseerá una conciencia de esas reglas no fundamentadas precisamente en la creencia o en la cultura, digamos, que servirán "para" la cultura, para modelar una cultura hacia el conocimiento, hacia un mayor conocimiento. La cultura, por ende, se despegará cada vez más de lo “vestido” extremadamente involucionista, o de aquello que conllevaba neto prejuicio o ignorancia.

En lo cotidiano sucede igual, cualquiera al conducir “se olvida” de como conducía temerariamente uno de sus héroes de película para responder a lo que le es más racional o prudente, es decir, ahí “se desviste” de tal subjetividad, sabe distinguirla o sus progresivos conocimientos saben cómo condicionarla.


(1) Aún así, los añadidos subjetivos siempre están sustentados en principios racionales, es decir, parten de ellos o ellos son su materia prima.