viernes, 19 de diciembre de 2008

PLATÓN Y LA TEORÍA DE LAS IDEAS
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Ya ha habido ensayos que han cuestionado la naturaleza intelectiva de Platón; de hecho, sus obras han demostrado más una capacidad para el contar la sabiduría -con sus inevitables consecuencias literarias- que esa rigurosa capacidad reflexiva que, tal, elige siempre un material útil o nuevo y desecha, a veces -por incoherente-, el convencional.

Eso es, Platón no sobrevaloró demasiado el intelecto que se consigue estrictamente por el aprendizaje, por el sentido crítico o por la experiencia en suma, sino el que “se inspira” por un “talento natural” que va creando bondad moral para todos -en comunicación- o ideas que la transmiten y, éstas, depuran o vislumbran unas formas (universales) armoniosas entre los seres humanos y la naturaleza.
Es, pues, un filósofo de la moral más que nada, en pro o por la defensa de quien posee la virtud del amor -o de la bondad-, porque advierta de unas formas bellas o formas universales. Así, cualquiera, las posee o no, pero siempre... por virtudes.

Jenofonte (430 a. C.) dudó de que Sócrates fuera una paradigma del saber; en cuanto que no se presentaba convencido -como siempre se esperaba- de ser sabio y de aclarar -al momento- cualquier problema, esto es, de exponerlo a la sabiduría misma.
Para un Sócrates “manufacturado” por Platón, la sabiduría consistía en un enfoque de la inspiración divina, que hacía a veces el expresar “cosas excelentes” sin que, por el contrario, hubiera capacidad para explicarlas (esto se comprueba en Apología, cuando Sócrates observó a los poetas ante el oráculo de Delfos).

Para Platón, además, los poetas poseían el máximo privilegio para llevarlos directamente a la sabiduría; y éste era cierta intuición divina. Más en concreto: el don de la analogía o de la metáfora por la cual, a través de una captación o facultad auténticamente inspirativa, se percataba una semejanza entre desemejanzas, o sea, se advertía una relación entre cosas distintas.

En ese sentido, las ideas en Platón eran idealizaciones inspiradas -ideas de moral- sobre el bien bondadoso; que era, asimismo, belleza: armonía que se hace cuando se crean esas ideas en comunicación con los demás -en situaciones-.
Así, por principio platónico (el de la symploké), no todo necesariamente está vinculado con todo.
En el platonismo, veamos, las ideas consistían -con lo dicho- en valores -morales- que pertenecían no a la realidad, sino al "mundo" inteligible o inmaterial o incorpóreo.

Sin embargo, el Sócrates ofrecido por Aristóteles es el de un conocimiento trascendental, en el cual sustentó la teoría del ideal; pero, ésta, desarrollada -según él- en parte por el mismo Heráclito. Es decir, las cosas sensibles -el mundo material- pereciendo siempre -"renovándose"- heraclitianas son dependientes, ahora, de unas entidades permanentes (universales) que no se pueden eludir.
Para Aristóteles es, pues, un origen (un origen esencial tras una silogización) que trasciende de esas entidades definidas el que determina o el que proyecta a las ideas. Por lo cual, existe una forma (eidos) trascendida por medio de la idea (idean).

Esto, claro, supone una revisión platónica por parte de Aristóteles en la cual, más sensatamente, el mundo -o fluir- sensible heraclitiano no es independiente del mundo inteligible -en oposición a "khorismós"-; o sea, que el mundo sensible no es ajeno al conocimiento trascendido.
En concreción, que el conocimiento o que todo lo que se sabe o que todas las capacidades que la realidad nos da, está hecho obligatoriamente del pasado perecido, pero que ha trascendido progresivamente a formas o a resultados de conocimiento.
(éstos definiéndose en conceptos).

Por esta aclaración, Aristóteles dió una visión más coherente con respecto a Sócrates; en cuanto que, el Sócrates que preguntaba dudando al mismo tiempo de una certeza definitiva, lo que suponía antes era una búsqueda de la verdad. No, no que ya se daba por hecho el tenerla o el encontrarla, sino que había que preguntarse -como regla intelectiva- muchas veces por ella para, así, por medio de la mayéutica, ir desbrozándola o ir encaminándose hacia ella.

Lo que ocurre es que, Aristóteles, ya preinstaló o predeterminó un origen trascendental que sólo puede ser -fijamente, al modo del ser inmutable de Parménides- imaginario para las ideas -que también idealizan de manera bastante emocional o sugestiva-, en vez -sí- de dirigirse a conocimientos ya delimitados o racionales; que, éstos, en efecto, trascienden... o progresan o mejoran.
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domingo, 14 de diciembre de 2008

LA CONTINUIDAD DEL PENSAMIENTO


Para que el pensamiento exista, para que su coherencia consista, el pensamiento sólo puede ser CONTINUIDAD; es decir, todo lo que ya existe, como actividad que es -haciéndose-, continúa, prosigue, sigue, se apoya en su acción anterior y, asimismo, al frente de su continuidad.
Por ejemplo: La adaptación de las especies es una acción sucesiva que "sucede mientras haya especies"; en fidelidad, eso es lo que -en el fondo- “dice” también o sustenta el pensamiento coherente, que sucede no para un lugar, no, no para un ser humano y para otro no -como un fenómeno aislado-, sino sucede para la GENERALIDAD de "mientras haya especies".

Así pues, el pensamiento coherente no “dice” porque sí algo, ni para sí mismo -apenas-, ni para ser aceptado o no: únicamente reconoce que eso es así, que sólo porque sucede algo... sucede y, por lo tanto, es innegable si se quiere considerar o hablar de lo que sucede, si aun se quiere defender o buscar de seguido un pensamiento coherente con respecto a lo que sucede.
Claro, se trata del reconocer -como lo hace de una forma primaria o más inherente la misma naturaleza- o... de ir contra el negacionismo siempre interesado.
Ya, de antemano, así, el pensamiento coherente se implica en la objetividad de tal contexto en pro de señalar que LAS COSAS ACTÚAN, o los elementos propios de ese contexto, DE DIFERENTE MANERA; como ejemplos: el ser humano actúa más como un mamífero -sucede en esa capacidad o función-, y la serpiente actúa más como reptil.

Según estas delimitaciones, la objetividad hace evidente "lo imprescindible que conforma a algo" -con lo que ha de contar-, o hace innegable -por lo menos- lo primordial, lo que está ya sobreentendido -demostrado por todos los hechos o medios reales- como evidente, o sea, el que cada hecho es capaz de unos efectos y de otros no: que SUCEDE cada hecho a unos efectos, los cuales le son consecuentes.

Así, la evaporación es capaz de producir lluvia y el jugar al ajedrez, por el contrario, no es capaz de producir lluvia; ahí -precisamente- está ni más ni menos la objetividad.

Y, sin excusas, según una capacidad existe -o sucede- la objetividad que le corresponde, como una generalidad, no para uno sí y para otro no; en seguimiento, pues, como una regla... natural.

Al respecto, la objetividad existe porque sucede en y como respuesta a una capacidad y, ésta, real; en claro, sí, si todo estuviera fijo ahí ya no existiría la objetividad, por motivo de que nada respondería a nada, nada consistiría en nada, nada sería “por algo”, nada se distinguiría “en algo”, nada podría suceder “a algo”, o desarrollar algo en cuanto que, el existir de algo, es un desarrollarse de ese algo, un constituirse -lo que conlleva proceso o continuidad-; no, por contra, lo fijo que no puede permitir nada -aun a sabiendas de que, obligatoriamente, ese imaginario fijismo, para ser real, tendría que haber sido formado primero por algo móvil, “constituyente”, por algo que actuó sin duda para formarlo-.

Con esta aclaración, y muy necesaria (debo decir que demostrar es, en esencia, aclarar), la objetividad no la forman dichos -expertos o no expertos, prestigiosos o no prestigiosos-, conjeturas, extensas tesis fundadas en prejuicios, pareceres, ráfagas del capricho, ni aforismos mágicos que saltan del "porque sí" o vienen como desde las nubes, ni siquiera entretenimientos del narcisismo o esas iluminaciones "extrañas" -en la sugerencia- pero no probatorias, ni “citas o frases” muy convenidas porque interesan muy arbitrariamente, sino que ya -en el suceder- lo que forma está atendiendo o respetando o correspondiendo al comportamiento mismo de la realidad dentro de un contexto.

Más claro, lo aislado no existe como tal, en cuanto que supondría -por evidencia- que está separado, independiente, “intransferible por la realidad”, condenado a no tener una "comunicabilidad", un acto, o una interacción.

Sí, desde luego, impera el “todo sucede”, pero este “sucede” atiende antes -o como prioridad- a unas condiciones del mismo suceder, no sucede sin más, al "ahí voy a ver qué pasa", no sucede -de ninguna manera- sin “su suceder que corresponde a las condiciones que le delimitan": sus mismas características o propiedades de acción, el corresponder ya a una categoría que le distingue o le clasifica en la acción de su contexto.
Algo actúa o sucede según sus propiedades y, también, según sus circunstancias -esto último se conoce popularmente-.

Por consiguiente, lo concreto, o una actividad, eso que es -de antemano- una concreta capacidad de acción, se encuentra en la generalidad de los aspectos que lo permiten ser... concreto o “definido”; es decir, para que algo se diferencie, necesariamente responde a la generalidad de su contexto, que... lo comporta: un ser humano es generalmente un ser vivo, es generalmente un ser auto-alimenticio, es generalmente un ser constitutivo de una porción de agua, como ejemplos.

Comte no podría estar más equivocado -en esto-, frente a la evidencia de que cualquier fenómeno o hecho o suceso es un resultado derivado de generalidades -de las sólo posibles- que se presentan o que actúan como capacidades en su contexto real; pues, la generalidad de la adaptación vital, no actúa para un león sí y para un avestruz no: es, sobre todo, una generalidad. O una regla general que se cumple, sin excepciones.
Entonces, con contundencia, la adaptación vital-como cualquier otra capacidad-, sí, es una generalidad que constituye a unos elementos propios de un contexto, como regla.

Otro asunto muy distinto, derivado de lo social, es la intención, el deseo, o la promesa.., donde cada ser humano -en diferencia social y particularmente- posee su propio procedimiento, es decir, que es éste psicológico o interesado y, por tal “arbitrariedad”, no se cumple aquí una generalidad en lo que gusta o en lo que se desea; en cuanto que está influido por “presiones” muy personales y por “presiones” de convención social, al mismo tiempo.
Pero lo general en lo social, asimismo, puede atender a un beneficio más común o no, a un reconocimiento de lo que es más primordial -según una escala de valores o coherencia intelectiva- o no, a una menor discriminación o injusticia o no.


(*) Defensores de un pensamiento aforístico o "aislado" o “espontáneo” eran Nietzsche, Kierkegaard, Schopenhauer, entre otros.
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jueves, 11 de diciembre de 2008

LA PALABRA

La palabra es una manera de organizar el conocimiento y, además, de comunicarlo a otro que comparte -acepta- esa manera.

Cuando intentamos conocer el cuerpo humano le ponemos un nombre (1) a cada uno de sus órganos -son guías para no perderse- y los clasificamos funcionalmente; así nos ayudamos de las palabras para conocer más y comunicarlo, pero aspirando siempre a no confundir, a que un fémur no sea para un ser humano una cosa y para otro otra cosa distinta. Por eso, proponerse el conocimiento adecuado es aceptar una objetividad de instrumentación para no perderse una orientación cognoscitiva y no confundir.

Sí, claro está que cada uno tiene su lenguaje propio o subjetivo, eso es, su sentir diferente, sus gustos diferentes para también intentar ser -¿cómo no?- uno mismo consecuente con lo común de ellos y explicándoselos a los demas en lo posible.

Aunque, cuando se hable de China, se debe tener en cuenta de que se habla de un país -y todo el mundo lo sabe-, no de un planeta.

En ese aspecto, la sociedad ha tenido el desmedido problema de atiborrarse de todo tipo de mensajes imaginados -de placeres por encima de los medios reales-, de convalidar juntos el deseo y "lo que es algo", de delegar los hechos al "me parece" o a la dedocracia de un parecer por cierto poder o jerarquía simbolizada, y así extralimitándose por ello de lo que ya se delimitó antes inesquivablemente: un derecho, la existencia de cada elemento de la realidad, o de necesidades que requieren o nos obligan a... una responsabilidad.

En verdad, a veces el ser humano actúa en función de su egoísmo práctico e inservible: una mujer tiene los mismos derechos sociales, pero no los respeta; un niño debe ser educado de diferente forma a un adulto, pero no lo respeta; un político debe escuchar a los ciudadanos que gobierna, pero no lo respeta.

Ante eso que ocurre -en comodidad del egoísmo-, los intelectuales y los medios de comunicación tienen en su poder la gestión de una mayor defensa de la palabra, de la dilucidación contra tantos que manipulan diariamente, ya sea con incentivar o con proponer unos programas educativos a favor de la difusión de cada prioridad o de cada derecho humano; es decir, pueden hacerlo, pueden determinar en lo posible que un derecho sea enseñado, y no sea tan infravalorado en la mente de un maltratador por ejemplo (así es, penas impuestas por los jueces rehabilitando socialmente con conocimientos de lo que significan valores éticos y con conocimientos de situaciones de los demás; algo que es mejor que otros castigos, porque es eso realmente posible mediante la enseñanza).

NOTAS:

1.- Podríamos ponerle un número y entendernos con números, por lo que la finalidad no cambiaría.
2.- La imaginación que ha desbordado el ser humano retuerce y complica en confusión lo natural o... sencillo; por eso, hay que huir de lo enrevesado o de lo descaminado del proceso cognoscitivo en desarrollo, que es consecuente siempre del anterior.

lunes, 8 de diciembre de 2008


LA LOCURA


La locura tiene que ver mucho con la sublimación —o a veces simplemente confección— emocional desconectada de la realidad o paulatinamente desconectándose de la realidad.
Todos estamos de igual a igual ante ella porque, aunque las capacidades genéticas ayuden a evitarla, pueden contrarrestar esas capacidades las vivencias límite, las incontables experiencias que sí determinan —o visten a esas capacidades— y no totalmente —porque interviene el aprendizaje— las actitudes humanas y sociales. Sí, no totalmente porque el aprendizaje ético e intelectual es el factor que nos moldeará y nos condicionará las emociones, las conformará decisivamente, consiguiendo un respeto social y un respeto a las personas en sus derechos igualitarios (y evidentemente ningún enfermo mental está libre del aprendizaje ético).

Así que tal factor nos despejará del "todo vale", nos hará responsables ante la realidad; es decir, a ser consecuentes con ella de un modo racional-ético (racional por no distorsionarla y ético por responderle bien con una responsabilidad o con unas actitudes responsables). Es la coherencia que esto conlleva lo que realmente ratifica un equilibrio, una cordura en nuestras acciones.

Pero, en el hecho del vivir, también existe una intimidad, una libre búsqueda de la felicidad, una libre ideación emocional que -sin estar aislada- puede limitarla las modas, los convencionalismos erróneos o represivos, o políticas que conducen a las injusticias o a las discriminaciones sociales. Por ello, la duda como autodefensa, la disidencia y la rebeldía —siempre atendiendo a una justificación razonable— no son recursos de locura, sino más bien de cordura en su estricto sentido desintoxicador.
El ser más inteligente, aquí, el que ve la injusticia y no se conforma, ese que está adelantado éticamente a su tiempo, ese que pone al descubierto la maldad o la crueldad —sin unos mínimos escrúpulos o tranquilamente impasible—, es realmente quien nos ha guiado siempre hacia la cordura en unas épocas histéricas u oscuras; sin embargo, esto se olvida, es la sociedad la que antes lo consideró loco porque, ésta, sencillamente se presenta remisa a los cambios de privilegios, estableciendo que "la mayoría tiene siempre la razón" y, así, casi todos se unen convenientemente a la gran mayoría para no ser tachados de "antisociales" o de locos. Esto es, ante el "por si acaso", mejor seguir la corriente, ahí aunque sea por cobardía.

En aclaración, está cuerdo o más cuerdo no quien dice siempre la sociedad —que puede decir hasta misa si le conviene—, sino quien demuestra una coherencia, salvaguarda de los principios éticos fundamentales —los cuales no justifican los daños como finalidad ni como medios para una finalidad— ya, en consecuencia, a una realidad a la que ha reconocido previamente —que ha percibido sin distorsionarla—.

Y poniendo las cosas en su sitio, el ser cuerdo no tiene nada que ver con el "seudoequilibrio" o con el equilibrio que algunos se apuntan en error o fanáticamente, ni con la tranquilidad, ni con la pasividad, ni siquiera con ese conformismo tan extendido sin escrúpulos e impasible (pérdida de las emociones), sino solo con la atención -y respuesta- ética a la realidad.
Por ejemplo: Ante un holocausto, mientras que el loco ni se inmuta, el cuerdo sin hacer daño a nadie, se duele, se conmueve, se deprime incluso, se indigna hasta lo más desolador porque no distorsiona la realidad ni a él mismo como ser íntegramente... ético.

Por eso mismo, es un gravísimo error, y hasta ahora algo aceptado, el considerar a todos los tipos del desánimo o de depresión como denotadores de locura; cuando no es cierto y también cuando no es lo mismo la depresión con unos antecedentes que con otros, o esa depresión del maltratado que la que le llega al maltratador ya al ser consciente de lo que ha hecho. Es decir, no es lo mismo ocho que ochenta; y, además, no es difícil el acordarse de grandes intelectuales o sabios que pasaron por momentos de desesperación o de frustración ante el horror que percibían, y ante el cual como seres con las cualidades más humanas lloraron y sufrieron por dentro.

Por lo tanto, el amor y el dolor, más allá de ser uno un derecho sobre el otro, son asimismo respuestas del instinto y de la intuición ante todo, y respuestas inevitables que existirán una y otra vez quieran algunos o no.

Pero, con eso, la locura que hace mas daño, siempre está arriba, donde se puede manipular todo y todos los medios son justificados; ya desde allí se siembra más las locuras, quedando a salvo de algún tratamiento.

LA COMPRENSIÓN

La comprensión es la atención que presta el ser humano hacia la realidad ( pues, se entiende simplemente por tener inteligencia y, en cambio, se comprende ya por una aplicación de menor o mayor voluntad) .
De veras está, él, a expensas de su condición adaptativa y es, eso, el cordón umbilical de todos sus afectos y de todas sus fobias; en cuanto que activa todas las capacidades suyas, sobre todo las emocionales.

Nadie, nadie comprende porque sí, sino por mucho de lo que le ha marcado profundamente, por convicciones propias y, también, por conocimientos que le han permitido seguridad en su expresión y en su acción (o autoprotección).
Esta conformación inteligible es, así, una base que puede -y de hecho lo hace- remediar conflictos tanto internos como externos del ser humano (por extensión, de la sociedad); ya que, ésta, le “señala” o le amolda “en su trasfondo psicológico” a la tolerancia y, paulatinamente en unos niveles más altos, a la empatía.
Comprender es, dentro de este contexto, una superación en lo responsable o en lo consciente -por la empatía- que, en correspondencia, a cualquier personalidad, dota de lo que ha preferido -ha comprendido- como eficaz para ello: de una escala de valores, de “ver” imprescindibles modos del actuar, “caminos” irrechazables de la convivencia social, o sea, del reconocer en definitiva unas categorías sociales ( ésas mismas que sustentan o son las que son, las precisas de lo social).
Comprender es, por lo tanto, comportar un reconocer, de los hechos, unos valores que, éstos, en adelante pueden determinar hechos más sociales; e influyendo, desde luego, en sus instituciones o en sus políticas -por exigencias de tal conciencia-.

La familia, la escuela, los corporativismos intelectuales, los medios de comunicación -ante todo-, los consentidos sistemas de gobierno o la sociedad en general son los únicos responsables de que el niño advierta -y, en su efecto, comprenda- sus diferentes aspectos de la vida ya con unos valores que le trascienden socialmente; porque se lo permite sus... relaciones coherentes, porque el niño, es así, estará sugestionado también por cada ápice de los ejemplos que adquiere -emocionalmente- o que les dosifica esas manifestaciones sociales.
Se siguen modelos, se siguen ejemplaridades -aprendizajes “emotivos”-, pues el niño copia “inevitablemente” lo que se supone que es un “instalado” bien social, con el cual otros consiguen... éxito.

Las modas -en eso incoherentes-, sí, son un varapalo para que él no consiga unos criterios propios, o una cierta independencia de decisión. Porque, es evidente, ¿cómo puede comprender, en el fondo, a uno si ya depende, éste, demasiado de otro o de la sinrazón de otros? (Ya lo señaló Franz Alexander: la importancia de esa independencia personal o del tener criterios, o decisiones propias).

Los medios de comunicación, con la tozuda reiteración, le provocan -sin remedio- el enraizamiento de obsesiones ya, previamente, interesadas; las interesadas del mercado, las interesadas de unas líneas que triunfan o -en su conveniencia- se enriquerecen, las que le “dictan” que se es intelectual por una sinrazón de fondo, las que le “disparan” que se es moderno por osadías morbosas o por frivolidades de fondo.
Es decir, inculcan o dirigen -y a través de muchos recursos públicos- con un “aplastamiento” informativo, con una “represalia psicológica”. Exactamente, eso es, se trata sin duda de un dirigismo por tal acoso y, porque salir de una corriente predominante -que, a la manera fácil, se premia y que induce a lo cómodo- es casi imposible cuando se habla... de un niño.

De seguido, él es tan proclive entonces a la pasividad cuanto más dependiente -con presiones- se encuentre de todo eso; lo que influye, con contundencia, para un carácter “inseguro”, menos soliviantado a discernir qué realmente... desea -en la desatención de valores-, o hacia dónde va, pues nada le ayuda a des-confundir.
Por eso, incluso puede retraerse; por eso, incluso puede camuflarse en un "otro yo", que repercutirá a la hora -si existe- de conocerse a sí mismo, de afrontar una precisa conciencia coherente también con lo social; por eso, incluso puede admitir como válidas las dobles morales, en tanto que ya se las “enseñaron” muchos seudointelectuales o muchos informadores de la ligereza informativa.

Esta realidad, este obstáculo -de coacción- le hace ser, en claro, más alineable, más manipulable -al igual- por cualquier agente o rol social, más indiferente para advertir una u otra diferencia por conciencia “independiente” o propia, más incapaz de darse cuenta de las soluciones de un problema social o aun de la comprensión de un sufrimiento individual, más frívolo en la aceptación del “todo vale”, más vapuleable por intereses políticos, religiosos o económicos, más inactivo en el amar con respetos de verdadera dignidad, más prejuzgador, más maltratador de libertades, más obsesivo por la imagen o por la palabrería, más cercado, más adicto, más utilizado también por pandillismos violentos o conflictivos; y, en efecto, es así, sirve todo eso para unos resultados infranqueables o... “imborrables” en su decidir o en su actuar, en vez de constituir unas prioridades, en conciencia, sólo suyas.

Y es que, lamentablemente, se deja llevar por una competencia crónica a ese servicio que predomina, por seguro, postergándose incluso a las decisiones exteriores de si lo ha hecho bien o mal -al llegar al mismo éxito que cualquier seudomodelo-, de seguir o alimentar sólo su ego por la consecución de sentirse poderoso; pues es el valor de poder, del sólo “poseer” -que puede controlar o que puede doblegar- el que inculcan la mayoría de los medios de comunicación .

Por la fijación -psicológica-, en la amistad, en el amor, se intuye que alguien supuestamente nos comprende -nos corresponde- porque coincide asimismo con nuestros “arquetipos” sociales -el padre, la madre, el profesor, etc.- y, si esos son algo erróneos, se transfieren; y siguen instalándose en la sociedad.

El amor, en su forma primera, es la sensación -intuición- de que alguien no nos va a fallar, pues "recuerda" a un concreto arquetipo, a aquél que nos garantizó una valoración personal o una protección; y pueden, así, tenerse en cuenta arquetipos que no contengan los valores que son precisos para una convivencia social.

En definitiva, con todo esto aclarado, de que la comprensión sea algo más, depende de la dinámica de una cultura, de una sociedad abierta que, sin duda, debe obligatoriamente eliminar o corregir unos prejuicios, unos atavismos o unos excesos por las "inútiles" presiones colectivas o de grupo, de manipulación... emocional.

Pero siempre, de una u otra forma, se comprende a través del conocimiento y, por éste, mínimamente el ser humano ya comprende algo, lo quiera con capricho o no, pues siempre estará irremediablemente sujeto a la voluntad; eso es, se comprende de lo aprendido, de lo que delibera o decide de lo aprendido.


José Repiso Moyano

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sábado, 6 de diciembre de 2008

LA FENOMENOLOGÍA DE HUSSERL
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Husserl vindica el lenguaje como un problema de confrontación entre la expresión y la significación.

Todo lo que se expresa, de hecho, significa pero, lo que se expresa, suele ser por defecto –según él- formas verbales o palabras que se desprenden de conceptos dados por la intuición o por los sentidos –conceptos esenciales, constantes o repetitivos-. A éstos últimos les llama “esencias lógicasque habrán de buscarse; pues producen unas unidades fenomenológicas de intención o de verbalidad con el tiempo, es decir, una fenomenología lingüística, una construcción de significado o de expresión.

Por eso, su pensamiento o análisis está basado en un regreso desde las palabras hacia los sentidos, desde el lenguaje construido hacia donde se empieza a construir y es, aquí, donde instala él “contundentemente” la significación: en el ámbito de lo intuitivo no “con-notado”, no advertido o contaminado por la palabra en concreto.
Ahora bien, las esencias -en la intuición- radican en idealidades y la funcionalidad de éstas por sí mismas originan “su” conciencia trascendental; esto es, una conciencia que trasciende desde su pura manifestación o expresión esencial.

Desde luego, comprender esa expresión esencial en el contexto del lenguaje o del signo no es poco arduo... por su fondo incoherente si se tiene en cuenta que, cualquier signo –o palabra-, es ya indicador de un significado mínimo o que indica, obligatoriamente, un contenido evidente del “acto” comunicativo o reflexivo.
Pero Husserl, a pesar de tal incoherencia, urde o prepara un centro estratégico al cual depende el proceso lingüístico, el de la significación “en la soledad del yo”; en donde la comunicación se veta o se “niega” por lo que, el sujeto, se sustenta mediante el imperativo: “¡a las cosas mismas!” (“principio de todos los principios”).
En este supuesto, el conocimiento –según él- es auténtico, porque se manifiesta en el origen de la evidencia cognoscitiva gracias a la intuición y, puesto que este hecho se evidencia en un presente –o que la evidencia sólo es lo presente-, el “principio de todos los principios” es fidedigno de una esencialidad.

Así pues, según eso, lo posterior a la intuición conduce a una no-presencia, a una degeneración de lo permanentemente originario y, por lo tanto, a sólo una representación de ese logotipo preestablecido, es decir, a una alteridad o a una diferencia inevitable que “nunca” denotará... “identidad”.

Para la fenomenología, la temporalidad del lenguaje entra en el campo de lo trascendental -pero desde un origen preestablecido-; de modo que, todo, trasciende de “su principio”, de su único principio por el cual la presencia se convierte en no-presencia, la voz ideal o fenomenológica en trascendencia –por el “cogito” trascendental- o en significantes mundanos o sensibles.
No obstante, ante este decir, la vida es -y sólo es- una constante de presencias y, también, intrínsicamente cualquier origen –ya por su acción- no es... preciso origen (fijación), no, sino asimismo conformación, diferenciación o construcción.

En claro, la materia sólo atiende u obedece para existir a la acción y, esta acción (que hace “construcciones” o complejidades) la forma, la comporta; por lo que se deduce, así, que no es un origen, no, más bien un principio (ley) lo que sostiene o permite que algo está formado porque... actúa; significando esto que, la acción o la interacción, es la misma presencia y que, ella, a la materia la forma –o que le comporta una forma-.

Sí, es inútil hablar de conciencia fija en un origen -aun supuestamente intuitivo- o en un centro; por razón de que, la conciencia, es acción-forma de lo que existe o –para mejor comprenderlo- que, ella, sólo actuando existe desde todas las conformaciones que la han hecho posible, no, no desde una, no desde... un origen conformado de conciencia como él supone.

Sin embargo, Husserl recurre a ese sentido de conciencia fija o esencial –o a una expresión esencial- que no indica nada para, así, depurarla de comunicación; por ello, inventa un “cogito” solitario y silencioso, a oscuras porque nadie se entere de que existe –ni él mismo-, a lo que considera una “visión plena” o idealidad “aséptica” de voluntad expresiva. Porque, tal conciencia esencial, se encuentra –según él- libre de la motivación indicadora que se apoya en algo dado, no querido, no espiritualizado, afirmando que, en esa “espiritualidad”, está el ser humano cuando ya se encuentra “a solas”, para sí pero... sin indicarlo, sin vivencia del entorno o de lo otro, como mágicamente, con la “vida solitaria del alma”, con la presencia inmediata a sí mismo.

Bien, pienso que la filosofía o la ciencia deben evitar estos errores debido a que, el lenguaje, no es una existencia taxativa con respecto a orígenes únicos portadores de los secretos del presente, sino es un elemento más de la conformación de la realidad humana; y no un instrumento sólo, porque todo lo es de algo -lo que nos llevaría a una confusión o a una manipulación-.
En efecto, si el lenguaje existe es, sin duda, porque -conformado de pasados y de presentes- subsiste en la realidad –al igual que lo demás-; lo que no quiere decir de ningún modo que contenga toda la realidad, sino partes o niveles de realidad que continuamente se acrecientan -o se “acumulan”-, ello en virtud de que un sólo presente verbal no se adueña del presente verbal en general -puesto que actúa en multi-interacciones-, no, imposible en una evolución o en una evolución cíclica.

Es verdad que lo que es presente trasciende, es lógico, pero no desde un fijismo de presente dogmático que éste sirva para determinar -de modo aislado- una presencia frente a una no-presencia; pues, en cuanto eso se haga, comenzará al instante un juego ineludible de manipulación: “antes”, “después”, “en medio”, “se aparta”, “se aleja”, “se representa” –pero ¿de qué ontológicamente?-, “se regresa”, etc.
Es decir, se juega a reducirlo todo a una identidad “fantástica” de un presente “acéptico” de sus “presentes sucesivos totalmente ineludibles” y, así, lo demás a ese supuesto presente “detenido” -algo que es imposible- se manchará o se impregnará de indicación, de procedencia que, ésta, indicará sugestivamente una... degeneración.

Husserl, sin consistencia, habla de “a-presentado”, de “ausencia –que siempre se tendrá con respecto a algo, nunca un ser vivo la tendrá con respecto a su pleno conocimiento-, de “no-significación” –por igual, siempre con respecto a algo significativo-, de “anonimato”, de “vida interior” –cuando la vida interior utiliza todos sus elementos de la vida exterior, en interacción-, etc.

También, la base sobre la que traza la identidad, la intuición (*), no, no puede ser un “mundo sobrenatural” ajeno al desarrollo cognoscitivo, sino la propia o la misma acción del vivir, que conlleva unas infranqueables condiciones de la realidad: un ser vivo o conoce que tiene que beber o se morirá de sed. Éste intuirá dónde hallará el agua, por supuesto, pero antes -por su instinto- sabrá sin duda que tiene que beber; y, eso, es un acto de identidad, de que se identifica por ello con respecto al medio –o que se identifica siempre dentro de la realidad-.
Pues ya, al “decir” o al “saber” un ser vivo “tengo sed”, no es que represente la realidad, sino que reconoce su propia realidad, a la que es consecuente; luego, claro, representará o puede representar mucho o lo que quiera, en función de una seudocoherencia o no, o de una idealidad o de otra, pero antes reconoce los elementos primarios de su realidad, en el contexto de la realidad.

Por ejemplo: Puede representar a un rey o a un símbolo como un paradigma del bien, de la seguridad o de lo divino pero, antes, reconoce unas mínimas distinciones evidentes entre una piedra y un animal, entre quien engendra una vida –la mujer- y quien le engendra a ella tal posibilidad –el hombre-.

No tiene pies ni cabeza que un ser “a solas” –como defiende Husserl- “entienda” o “averigüe” a la mujer como “paridora” de una vida sin antes, al menos, “saber” genética e intuitivamente de ella; o sin nunca haber conocido a una mujer y a los mínimos conceptos que, intrínsicamente, implica.

Desde luego, lo primero es lo primero, y saber de la realidad -que es sucesiva- es lo primordial, incluso antes de meterse uno “a oscuras” en la metafísica de la presencia y de la no-presencia.
Un ser vivo no interpreta ni juega a las condiciones de la realidad, sino -por condiciones ineludibles- “las sabe” al vivirlas o viviéndolas -vivir implica “aprehender” condiciones del vivir-; y, luego, que ya haga sus ideales o lo que quiera.


(*) El contenido “eidético” de los “significados ideales” derivados de la “presencia esencial” o de la intuición. En concreto, ese es el grave error, el de la “presencia esencial”.
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