sábado, 29 de agosto de 2009

LA UTILIZACIÓN CORRUPTA DE DIGNIDAD
La dignidad conlleva objetivamente tres tipos de merecimiento: Uno, ontológico (el merecimiento “como persona”, no como gusano o perro); otro, de la aplicación por igual de unas ineludibles reglas éticas (es decir, el no desmerecer por cuestiones de raza, de ideología, de sentimiento, de sexo, etc.); y, por último, el merecimiento que corresponde a lo que se hace con una responsabilidad y, sobre todo, con esfuerzo ( éste es una premiación, el no descuido de un mérito porque se ha demostrado un hacer o unos hechos beneficiosos para la sociedad).

Ya, subjetivamente, porque depende de apreciaciones muy personales o de corporativismos, está el merecimiento a lo que se dice, por cuanto sea de elogio o de denigración, por cuanto sea de alineación chovinista o de simple convicción personal o independiente (de particular libertad de expresión).
Claro, en éste al modo subjetivo todo el mundo “es muy suyo” a la hora de dictaminarlo; puesto que ese decir X a unos no les afecta y a otros sí (y, en un contexto de un sólo país, se delibera de una u otra forma según un procedimiento consuetudinario o según unas alusiones directas a favor o en contra del honor de alguien), por multitud de concepciones de lo que cada uno considera una ofensa.
Sin embargo, siendo necesario, por convenciones o por una unanimidad internacional en defensa de unos derechos humanos, ya se ha logrado que sea más objetivo -en el sentido de común- con la determinación de que un decir, cualquiera, no puede ser nunca una apología del terror, de la persecución o... del quebrantamiento de las leyes.

Dicho eso, de la dignidad todos quieren hablar porque, para el merecimiento, todos están disponibles sin alguna demora o indiferencia (ahí se les pone en juego la “felicidad”), con el poder de las influencias o recursos que tengan, por mero orgullo, sí, por mero egoísmo que es propio en mayor o menor medida de todos.

Así que, todo dictador, habla de dignidad; cualquier político, habla de dignidad; tal o cual magnate, habla -"a bla bla"- de dignidad.

Y es infinita al pedirse. El que tiene el merecimiento A, quiere el B; el que tiene los merecimientos A y B, quiere el C; y el que tiene los de la A a la Z, quiere el omega.

También, existen los merecimientos justos con respecto al parecer de unos cuantos o no; porque se pueden elaborar artificialmente, por el marketing, por la influencia, por la interesada recomendación, por una estrategia política por alcanzar el poder, porque es útil para un “hacer dinero”, para un fortalecer una competencia ideológica, etc. o porque calla o consiente tales injusticias o manipulaciones beneficiosas para algunos.

Pero, ocurre, que el que tiene un 96 por ciento de los merecimientos posibles o que puede lograr, por una u otra razón o porque se los ha concedido la maquinaria de un poder, habla de que el merecimiento número nueve mil quinientos cincuenta y uno se lo han pisoteado, sí; y es entonces, por ello, que mueve una y otra vez los hilos de sus aliados, de sus recursos y protecciones, con un “a por todas”, e imagina una situación intolerable -indignante para él-: ¡le han pisoteado el merecimiento número nueve mil quinientos cincuenta y uno! Sí, y a rescatarlo va, él, ya que tiene tanta protección.

En fin, por mi parte siempre he sostenido que la dignidad, para únicamente comprenderla, tiene también “su dignidad” porque no “le tomen el pelo”, o sea, su razón de ser, su equidad o su honor propio.
La dignidad sólo digna de ser rescatable es la del merecimiento número tres de la digna mujer que aún no tiene un 30 por ciento de sus merecimientos.

No vale decir “tengo derecho -ético- a tener un chalé” teniendo ya dos, ni el decir a lo fácil “no tengo derecho a ese insulto” cuando tú tienes, sí, miles de recursos “ya merecidos pero indignantes” que te van a proteger.

En cambio, yo siempre hablo de una dignidad imprescindible o esencial para la misma dignidad del ser humano, que es la no protegida. La que aún es lucha por lo poco que debía de haber tenido a principios de su vida; la que aún es lucha por al menos un poco de reconocimiento a los cientos de hechos beneficiosos en algo; la que aún es lucha porque le sea al fin válido un esfuerzo racional como lo es en otro; la que se ha tomado tantas molestias contraveniendo a un inmovilismo o a tradición injusta (y... ¡cuánta desprotección!).

¿Quién?, ¿quién defiende la dignidad de la salud de un indígena no contaminando con su coche el aire que él respira, o no usando la madera que le llega desde sus bosques que se talan?

Porque esa dignidad no protegida es la única merecedora de lo mínimo digno, de que por poco cuente dignamente.
No me gusta el poder o los poderes que logran -o imponen- lo... máximo digno; seguro que hay truco.
Segurísimo.

José REPISO MOYANO

domingo, 2 de agosto de 2009

ELEMENTOS DE LA REALIDAD
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Por voluntad a todas las personas les gusta exigir una responsabilidad, la exigen por aquí, la exigen por allá, porque… no todo es válido socialmente.
Un informador exige, en fin, al maestro de su hijo una buena educación; no que le diga que “la Tierra es plana” al no haber alguna prueba en ello ni tampoco que “los hombres y las mujeres no tienen los mismos derechos”. En realidad, ése, exige una veracidad, lo que está más cercano a la veracidad, lo que posee más pruebas de veracidad o lo que presenta una contundencia evidente de veracidad como lo absoluto de que “a él le es propia la voluntad”: pensar y sentir por sí mismo.

Así, nadie siente por él, nadie piensa por él, por lo que “él es él” se mire como se mire, se valore como se valore, se marche a donde se marche: es un absoluto ser, es un componente entre muchos que permite imprescindiblemente que un contexto exista como tal.
Para que exista la lluvia, por ejemplo, debe existir absolutamente agua, debe existir absolutamente calor que la evapore, debe existir después absolutamente un suficiente frío que la licúe. Luego... para que existan procesos, para que existan desarrollos, para que existan en definitiva existencias –acciones-, son obligatorias “cosas imprescindibles”, absolutos, bases, propiedades, condiciones que sustentan ontológicamente el mismo existir.
Y no es porque a mí me guste, sino porque es continuamente demostrable; siempre, para que exista un “algo” ha de existir otros “algos” por los cuales existe la acción, el movimiento, la diversidad, no un algo sólo fijo –que no podría existir al no accionarse como acto o hecho- sin movimiento.

Al par de eso, teniendo en cuenta que cada "cosa" –imprescindible- es un componente de la diversidad, no le puede ser un componente de sí y no a la vez, sino de sí, pues cada cosa es innegablemente absoluta: que sostiene a otras, que “hace que otras existan” por muy pequeña o despreciable que sea.
Luego si no pueden prescindirse las cosas, luego si no pueden restringirse, luego si son fundamentales y no sustituibles, son absolutas para la realidad –aparte de que cuatro iluminados se hayan imaginado lo contrario-.

Claro, antes de cualquier sabiondo o equivocado meramente, las cosas son las cosas y presentan en sí su larga historia que las defiende, “sus existencias” gracias a que no les afecta la mentira de quien las niega gratuitamente en pos de sus cabreos, de sus celebraciones emocionales o de sus banalidades (si no reconoces el hambre, ¿cómo vas a reconocer a los que pasan hambre?; si no aceptas a tu madre, ¿cómo vas a quererla o apenas respetarla?; si no intentas CONOCER el paludismo, ¿cómo vas a "curarlo en ti" o evitarlo algún día?; si no reconoces a ése que demuestra razones con miles de esfuerzos, ¿cómo vas a respetar a la razón y, por tanto, a cualquier principio ético que está fundamentado en la razón?, eso precisamente es una falsedad absoluta del respeto).

La cosa-en-sí no es algo que con sus elementos construye la realidad –al modo de empresa-, sino que sus elementos son fundamentalmente transmisores o congénitos de ella, puesto que son los antecesores, los que funcionan como base, como “a priori”, como “guía” ineludible.
Quiero decir, el ser humano no es una empresa que elige el material, que elige la realidad, que la dispone, que está muy por encima de ella, gobernándola, determinándola, reduciéndola, sintetizándola, no, más bien todo lo contrario: los elementos “ya predispuestos” en un contexto real derivan, proyectan, posibilitan ellos mismos con la ayuda de principios físicos “resultados” que, sin lugar a dudas, no “aparecen” caídos del limbo al ser “porqués”, conducción de “lo que hay”.
Por lo cual, “lo que hay” no lo conduce, no lo delibera o no lo impone un sujeto, sólo lo adquiere, lo conforma de… lo fundamental.
No existe un “epojé” que dirija el mundo, que mande, que se ponga por delante y por encima de todo excluyendo asimismo lo fundamental, no, nada es reducible cuando en realidad es intrínsecamente necesario, primordial o elemental.

Con sus capacidades el sujeto no constituye en verdad nada, no constituye al sujeto como objeto, sino es la propia realidad la que lo constituye como “resultado-sujeto” de la “exterioridad-objetos” en donde cada objeto es una potencial acción sobre él; esto es, el sujeto no es decisivo por sí mismo –con una varita mágica-, el que decide qué debe ser entre la realidad puesto que, en el fondo, no puede excluir nada de lo fundamental y absoluto que lo “hace” un resultado, y también... fundamental.

Las cosas no “aparecen” en el sentido de que la “aparición” se ha extraído desde un principio de lo mesiánico, mejor, de lo religioso, de lo mágico, de lo imaginario.
Pues, así, ajustado al contexto epistemológico “aparecer” denota una acción separada, divorciada, de la realidad: aparece algo “de golpe” sin causa, aparece algo desde “otro mundo”, aparece algo que no se encuentra, que no se encuentra en la realidad: Si “éso” aparece “ahí” es que, ante todo, no estaba ahí, es lógico, demasiado lógico.

Al igual ocurre con lo “aparente”: a cualquier cosa, a todo lo que no se conoce bien se le llama “aparente” como ajeno a la realidad, extraño cuando, en realidad, no se conoce, no se reconoce aún su naturaleza propia en el devenir de la realidad.
En fin, las cosas no “aparecen”, ya estaban allí donde bien estaban. América no se le apareció a Colón, ni siquiera “de golpe” en tanto que sólo vio una isla no correspondiendo, claro, a todo el continente; vio primero una isla –que no significa conocerla-, mas luego, paulatinamente, fue comprobándola, digamos, acercándose a su… “más realidad”.

Otro ejemplo, cuando un ser humano conduciendo un coche ve a otro coche dirigiéndose a él en dirección contraria no ve “de golpe” una realidad, sino que “ya conocía” la realidad de conducir un coche, también de mucho de lo que implica conducirlo. Luego, todo ser conoce –“para serse”- absolutamente realidad antes de comprobar “más realidad”.
En efecto, ese conductor no puede decir a lo que salga o con retorcidas ideas de manipulación que no conoce en absoluto realidad, sino que conoce realidad de una forma infinitamente absoluta para actuar, porque… pueda actuar, y precisamente lo mejor ante esa situación, a la cual está en mucho ya preparado -en conocimientos de realidad-.

Veamos, ¿cómo ha de moverse algo sin conocer moverse?, ¿cómo puede existir algo sin conocer existencias?, ¿cómo puede un tonto volar si no existen los vuelos?, ¿cómo puede un médico curar si no conoce nada?
Dejémoslo claro, ya existir supone una cognición o una inherencia cognitiva de las reglas de la realidad, de sus conocimientos, se quiera o no se quiera.

Cierto, así es, toda acción sobrelleva el objetivo de actuar con aforo a sus disposiciones o condiciones reales: algo actúa porque algo de aquí, algo de allí, algo de allá y el carácter contextual, sobre todo, lo condicionan –lo enseñan, lo dirigen- para que sepa actuar inequívocamente en muchos aspectos.
De manera que, siempre, las disposiciones que les ha dejado su “a priori” –ya hechos, ya acciones- son los objetivos de fondo o de raíz de su realidad; quiero decir, los que absolutamente han sido realidad y su sustento. Siendo absolutos porque, si no lo fueran, él no existiría.

Cada ser, cualquiera, HA CONOCIDO PREVIAMENTE para actuar a expensas de que es en sí mismo, “per se”, una morfonomía, una viabilidad de lo continuo, una delimitación –por principios del movimiento- para actuar: para un sujeto todo no le es “actuable” de la misma forma.

En virtud de eso, cada ser no es su propio arquitecto, con su orgulloso título de arquitectura muy bonito, ni siquiera es una perspectiva particular de arquitectura, sino se remite a una arquitectura de orden general o existencial y, luego, contextual –en donde le son “suyas” también características, por influencias de acción, de muchos sujetos-.
Por lo cual, un ser humano no es nunca una perspectiva –porque tendría que ser un ser plenamente independiente para dimensionar tal perspectiva en pleno, o sea, fijo (1) que no existe-; correspondiendo a que su interacción cognoscitiva posee tantas perspectivas como acciones posee acaparadas, “conocidas”.

Otro asunto es su perspectiva emocional; ahora bien, nunca ésta supone una única perspectiva, sin duda, porque es susceptible –y ha sido previamente dispuesta, predispuesta- a hechos, hechos objetivos, hechos tan inapreciados por algunos como el calor, el frío, la sequía o la concordia familiar.
Luego las emociones se encuentran vinculadas directamente a hechos múltiples variables de un día a otro, no a un hecho que dicta o determina un “punto de vista” (2) de emocionalidad inamovible, sino a hechos que no se pueden evitar, o sea, que son hechos muy bien hechos –ya hechos y derechos- que instruyen y realizan y dan al sujeto.

Las emociones, "defensas", respuestas propias que han proporcionado el dolor y el placer, reacciones vitales de la experiencia, sí, transmiten, “dicen” efectos de compatibilidad y de adversidad de un sujeto antes de que esté o no esté en sociedad, en cuanto que siempre sufrirá o sentirá placer -aunque no esté en sociedad-.
Por ello, actúan en o desde la antesala de “un lenguaje interno” hacia el “otro” aunque posteriormente lo pretendan con una común comunicación; quiero decir, el sentimiento es la expresión –el desahogo- del ser vital, y no precisamente es un mensaje seguro y decidido hacia “otro” ser semejante a él, sino hacia todas direcciones e, igualmente, hacia sí mismo: es la identificación de su dolor, de su esperanza o de su placer.

En sí el sentimiento es algo intrínseco, inevitable a la vida (vivir ya es “sentir vivir”), de autoidentificación y de autoprotección (y se defienden elementos en el entorno "que se consideran propios" por "roces" que la misma experiencia da).

Después, en sociedad, se instalan valores sociales (como añadidura y, he ahí, que ya el sentimiento se queda socializado con ellos), para que se admitan “con voluntad” por los demás (“ad judicium”); estos son ideales que se sustentan por comportamientos comunes que deben seguir unos seres para que sea propicia una mejor comunicación y convivencia.
Pero... el valor tampoco es un sólo “punto de vista”, pues únicamente se engendra dentro de la sociedad y, puesto que la sociedad ya es una voluntad de seres, los valores "emanan" intercomunicados, influenciados por el hecho social o múltiple -que va transcurriendo o evolucionando-.
Si se quiere comprender, habría que hablar de “punto de vista social” pero, como cambia de un día a otro, entonces sería “el punto de vista social cambiante” pero, como la sociedad ha derivado asimismo de la naturaleza, entonces sería “el punto de vista social cambiante del punto de vista de la naturaleza cambiante” pero, como la naturaleza deriva de un planeta y de un sistema planetario, entonces... ¡perdonen!, no voy a seguir por este camino que no es más que estúpido.
Por ejemplo, en un contexto social, por error un informador de asuntos bursátiles ha dicho en un medio de comunicación que al dinero (3) cada uno le da el valor que quiere, lo ha dicho a ver qué pasa. Y no, no es cierto en cuanto que el valor simbólico del dinero procede del valor fáctico –social- del trueque, del cambio de cosas entre un ser humano y otro. Luego deriva de… hechos y es consecuentemente absoluto a hechos –sociales-. Quiero decir, un ser humano no cambiaba la Luna por una herramienta -eso nunca se lo enseñó la naturaleza-, sino un hecho “con pelos en el pecho” –algo hecho- por otro hecho; y con valor porque lo exige una sociedad (la sociedad es contenido de valores sociales, se basa en que se tiene que valorar “por la fuerza” lo social, porque lo vives, porque sencillamente vives lo social).
Aun así, consideraba... que el trigo era trigo y el agua era agua: el valor al hecho del trigo y el valor al hecho del agua. Es decir, el dinero se remite de una forma u otra a hechos fundamentales de subsistencia de la sociedad y es, también, un valor absoluto de la economía (sin él no existiría).


En definitiva, cuando se valora sobre algo que existe en una sociedad todos quedan condicionados desde un principio al hecho por el cual se sustentó ese valor (valor tiene que ver, al respecto, con la “importancia” y ésta existe claramente en todo); y al instante se comprende porque nadie utiliza el dinero para que las aves vuelen más, no, sino como un valor de cambio (de “para que tú sobrevivas y yo sobreviva, vamos absolutamente a hacerlo”) o, a veces, de… cambio social cuando lo que se pide al ofrecerlo es que te cambien situaciones de la sociedad, en compensación necesaria.


Sin embargo, al dinero no se le puede dar un valor de amar, el amor se da primero con caricias, con atenciones, con sentimientos, etc. Sí, cada cosa en su contexto, he ahí que no se le puede dar el valor que uno quiera corriendo o con prisas, ya que lo que es imposible es imposible, o equivocado.



(1) Nada puede ser fijo para "existir por sí mismo" porque carecería, en esencia, de sustentación en algo con el fin de ser "acto": hecho existencial.
Lo fijo, que no existe, se lo ha imaginado el ser humano para manipular emocionalmente a los demás.

(2) En anteriores ensayos ya reprobé la existencia del “punto de vista” como algo heredero del fijismo o de la "tradición inamovible" o de la superstición (lo único que es inamovible porque, sencillamente, es irreal); o sea, se piensa que "tú" tienes un punto de pensamiento cuando, ya como rotunda evidencia, obligatoriamente mañana tienes que pensar algo distinto por lo que te condicionan sus circunstancias sin que puedas hacer nada, eso es, te condicionan y te obligan a tenerlas en cuenta: todo cambia, todo se... mueve.

(3) El valor del dinero es una derivación fáctica, absoluta.


Nota.-
Todos los seres vivos tienen sentimiento, "sienten" su "vivencia" en "afectos" y "desafectos" -o miedos- que todos poseen.
Un animal sufre si tú le hacer sufrir, y no sufre por ti si no le haces sufrir.
Todo golpe que se realiza a un animal, éste lo sufre de una manera infinitamente absoluta, y es demostrable con todas la pruebas que tiene la razón o la ciencia.
Un animal sufre si le haces sufrir, y no sufre por ti si no lo le haces sufrir. Y, si te odia luego, muy bien que hace porque, encima que lo maltratas, quieres al momento imponer o dictarle sus reacciones o consecuentes emociones absolutamente legítimas y absolutamente naturales.
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