martes, 8 de octubre de 2019


LOS LÍMITES DE LA REALIDAD

La fantasía o la propuesta fantástica existe -porque ya al menos existe la frase y el concepto-, pero no es real. O sea, no está en la realidad, sino está frente a la realidad (por ejemplo, el concepto "irrealidad" existe, pero no es real). Cualquier propuesta fantástica se enfrenta a lo que en verdad es cualquier cosa (por ejemplo, "un borrico es una piedra" o "un rey es un mosquito" o "he besado a Cleopatra").

Sí, forma parte del existir humano, de una capacidad humana por negar la realidad -la posee-, pero ese negar la realidad o irrealidad no es realidad lo mismo que existe el concepto "inexistencia" que no es existencia. No obstante, los elementos que utiliza sí están extraídos de la realidad, pero éstos derivan por deformación -con un enfrentamiento a ella- a negarla, en efecto, a decir que no es lo que es. Así, no representa fielmente la realidad: no es la realidad.

En ciencia, concretamente en Matemáticas, existe -por lógica del pensamiento- la esfera, pero no es real; existe la línea recta, pero no es real. Esa es la estrategia que utilizan algunos políticos hablando de estadísticas y de que todo... va bien y de que todos... gozan de buena salud.

Sí, se puede decir precipitadamente que en Estados Unidos no hay injusticias; pero la realidad dice que un condenado a muerte que pretende defender su inocencia necesita bastantes miles de dólares y, si es negro, más; aunque, si es pobre, nada se puede arreglar.
La verdad es la que es, la que dice la realidad; y no un político que tira al poder con la hipocresía "como la cabra al monte". Lo que ocurre es que, el que tiene más recursos, más poderes tiene para llevar su interpretación de la realidad a los Medios de Comunicación. Tened en cuenta que ahora mismo hablan o escriben en ellos una muy pequeña parte de los que habitamos en este planeta, y los mismos desde hace algún tiempo.Sólo España tiene más periódicos que toda África, de esta forma tiene más presión o influencia informativa. Sí, pero lo importante es la realidad: que existen terremotos y existirán terromotos donde las infraestructuras seguirán igual, para que mueran" igual"; y los periódicos no lo informen contemplativamente.

La realidad es: lo que debe importar para resolver sus problemas, sus necesidades, no la fantasía que contraviene a la realidad, que la niega deformándola en su esencia, en su contenido.

¡Claro que "algo" puede existir!, pero el contenido que representa ese "algo" puede no ser real, y sí lo interesado para una elite de presumidos; por lo tanto, fantasear no representa el contenido de la realidad, sino su deformación, su juego irracional.

En este mundo se niega la dignidad con mucha facilidad, pero todos somos dignos de "los derechos humanos". Cualquiera es digno de la vida o de recibir un juicio justo, cualquiera de tener los mismos recursos para recibir ese juicio justo, algo que es innegable y no se puede negar un derecho sistemáticamente ni a una persona ni a un pueblo.

Un pueblo es, también, digno de elegir su futuro, de defenderse mínimamente, de preservar su religión y su cultura, de ser tolerado por los demás pueblos y de ser ayudado en lo posible con respecto a sus necesidades. Así es, aunque nos llegue alguien diciendo que no existen esos derechos, que existe lo que a él le da la gana, que el progreso va de rechupete -apuntándoselo como logro, ignorando que va en pendiente abajo, y que otros iniciaron lo que nadie se atrevía a iniciar-.
JOSÉ REPISO MOYANO
LA UTILIZACIÓN CORRUPTA DE DIGNIDAD

La dignidad conlleva objetivamente tres tipos de merecimiento: Uno, ontológico (el merecimiento “como persona”, no como gusano o perro); otro, de la aplicación por igual de unas ineludibles reglas éticas (es decir, el no desmerecer por cuestiones de raza, de ideología, de sentimiento, de sexo, etc.); y, por último, el merecimiento que corresponde a lo que se hace con una responsabilidad y, sobre todo, con esfuerzo ( éste es una premiación, el no descuido de un mérito porque se ha demostrado un hacer o unos hechos beneficiosos para la sociedad).

Ya, subjetivamente, porque depende de apreciaciones muy personales o de corporativismos, está el merecimiento a lo que se dice, por cuanto sea de elogio o de denigración, por cuanto sea de alineación chovinista o de simple convicción personal o independiente (de particular libertad de expresión).
Claro, en éste al modo subjetivo todo el mundo “es muy suyo” a la hora de dictaminarlo; puesto que ese decir X a unos no les afecta y a otros sí (y, en un contexto de un sólo país, se delibera de una u otra forma según un procedimiento consuetudinario o según unas alusiones directas a favor o en contra del honor de alguien), por multitud de concepciones de lo que cada uno considera una ofensa.
Sin embargo, siendo necesario, por convenciones o por una unanimidad internacional en defensa de unos derechos humanos, ya se ha logrado que sea más objetivo -en el sentido de común- con la determinación de que un decir, cualquiera, no puede ser nunca una apología del terror, de la persecución o... del quebrantamiento de las leyes.

Dicho eso, de la dignidad todos quieren hablar porque, para el merecimiento, todos están disponibles sin alguna demora o indiferencia (ahí se les pone en juego la “felicidad”), con el poder de las influencias o recursos que tengan, por mero orgullo, sí, por mero egoísmo que es propio en mayor o menor medida de todos.

Así que, todo dictador, habla de dignidad; cualquier político, habla de dignidad; tal o cual magnate, habla -"a bla bla"- de dignidad.

Y es infinita al pedirse. El que tiene el merecimiento A, quiere el B; el que tiene los merecimientos A y B, quiere el C; y el que tiene los de la A a la Z, quiere el omega.

También, existen los merecimientos justos con respecto al parecer de unos cuantos o no; porque se pueden elaborar artificialmente, por el marketing, por la influencia, por la interesada recomendación, por una estrategia política por alcanzar el poder, porque es útil para un “hacer dinero”, para un fortalecer una competencia ideológica, etc. o porque calla o consiente tales injusticias o manipulaciones beneficiosas para algunos.

Pero, ocurre, que el que tiene un 96 por ciento de los merecimientos posibles o que puede lograr, por una u otra razón o porque se los ha concedido la maquinaria de un poder, habla de que el merecimiento número nueve mil quinientos cincuenta y uno se lo han pisoteado, sí; y es entonces, por ello, que mueve una y otra vez los hilos de sus aliados, de sus recursos y protecciones, con un “a por todas”, e imagina una situación intolerable -indignante para él-: ¡le han pisoteado el merecimiento número nueve mil quinientos cincuenta y uno! Sí, y a rescatarlo va, él, ya que tiene tanta protección.

En fin, por mi parte siempre he sostenido que la dignidad, para únicamente comprenderla, tiene también “su dignidad” porque no “le tomen el pelo”, o sea, su razón de ser, su equidad o su honor propio.
La dignidad sólo digna de ser rescatable es la del merecimiento número tres de la digna mujer que aún no tiene un 30 por ciento de sus merecimientos.

No vale decir “tengo derecho -ético- a tener un chalé” teniendo ya dos, ni el decir a lo fácil “no tengo derecho a ese insulto” cuando tú tienes, sí, miles de recursos “ya merecidos pero indignantes” que te van a proteger.

En cambio, yo siempre hablo de una dignidad imprescindible o esencial para la misma dignidad del ser humano, que es la no protegida. La que aún es lucha por lo poco que debía de haber tenido a principios de su vida; la que aún es lucha por al menos un poco de reconocimiento a los cientos de hechos beneficiosos en algo; la que aún es lucha porque le sea al fin válido un esfuerzo racional como lo es en otro; la que se ha tomado tantas molestias contraveniendo a un inmovilismo o a tradición injusta (y... ¡cuánta desprotección!).

¿Quién?, ¿quién defiende la dignidad de la salud de un indígena no contaminando con su coche el aire que él respira, o no usando la madera que le llega desde sus bosques que se talan?

Porque esa dignidad no protegida es la única merecedora de lo mínimo digno, de que por poco cuente dignamente.
No me gusta el poder o los poderes que logran -o imponen- lo... máximo digno; seguro que hay truco.
Segurísimo.

José REPISO MOYANO