martes, 12 de mayo de 2015

LA COMPRENSIÓN

La comprensión es la atención que presta el ser humano hacia la realidad ( pues, se entiende simplemente por tener inteligencia y, en cambio, se comprende ya por una aplicación de menor o mayor voluntad) .
De veras está, él, a expensas de su condición adaptativa y es, eso, el cordón umbilical de todos sus afectos y de todas sus fobias; en cuanto que activa todas las capacidades suyas, sobre todo las emocionales.

Nadie, nadie comprende porque sí, sino por mucho de lo que le ha marcado profundamente, por convicciones propias y, también, por conocimientos que le han permitido seguridad en su expresión y en su acción (o autoprotección).
Esta conformación inteligible es, así, una base que puede -y de hecho lo hace- remediar conflictos tanto internos como externos del ser humano (por extensión, de la sociedad); ya que, ésta, le “señala” o le amolda “en su trasfondo psicológico” a la tolerancia y, paulatinamente en unos niveles más altos, a la empatía.
Comprender es, dentro de este contexto, una superación en lo responsable o en lo consciente -por la empatía- que, en correspondencia, a cualquier personalidad, dota de lo que ha preferido -ha comprendido- como eficaz para ello: de una escala de valores, de “ver” imprescindibles modos del actuar, “caminos” irrechazables de la convivencia social, o sea, del reconocer en definitiva unas categorías sociales ( ésas mismas que sustentan o son las que son, las precisas de lo social).
Comprender es, por lo tanto, comportar un reconocer, de los hechos, unos valores que, éstos, en adelante pueden determinar hechos más sociales; e influyendo, desde luego, en sus instituciones o en sus políticas -por exigencias de tal conciencia-.

La familia, la escuela, los corporativismos intelectuales, los medios de comunicación -ante todo-, los consentidos sistemas de gobierno o la sociedad en general son los únicos responsables de que el niño advierta -y, en su efecto, comprenda- sus diferentes aspectos de la vida ya con unos valores que le trascienden socialmente; porque se lo permite sus... relaciones coherentes, porque el niño, es así, estará sugestionado también por cada ápice de los ejemplos que adquiere -emocionalmente- o que les dosifica esas manifestaciones sociales.
Se siguen modelos, se siguen ejemplaridades -aprendizajes “emotivos”-, pues el niño copia “inevitablemente” lo que se supone que es un “instalado” bien social, con el cual otros consiguen... éxito.

Las modas -en eso incoherentes-, sí, son un varapalo para que él no consiga unos criterios propios, o una cierta independencia de decisión. Porque, es evidente, ¿cómo puede comprender, en el fondo, a uno si ya depende, éste, demasiado de otro o de la sinrazón de otros? (Ya lo señaló Franz Alexander: la importancia de esa independencia personal o del tener criterios, o decisiones propias).

Los medios de comunicación, con la tozuda reiteración, le provocan -sin remedio- el enraizamiento de obsesiones ya, previamente, interesadas; las interesadas del mercado, las interesadas de unas líneas que triunfan o -en su conveniencia- se enriquerecen, las que le “dictan” que se es intelectual por una sinrazón de fondo, las que le “disparan” que se es moderno por osadías morbosas o por frivolidades de fondo.
Es decir, inculcan o dirigen -y a través de muchos recursos públicos- con un “aplastamiento” informativo, con una “represalia psicológica”. Exactamente, eso es, se trata sin duda de un dirigismo por tal acoso y, porque salir de una corriente predominante -que, a la manera fácil, se premia y que induce a lo cómodo- es casi imposible cuando se habla... de un niño.

De seguido, él es tan proclive entonces a la pasividad cuanto más dependiente -con presiones- se encuentre de todo eso; lo que influye, con contundencia, para un carácter “inseguro”, menos soliviantado a discernir qué realmente... desea -en la desatención de valores-, o hacia dónde va, pues nada le ayuda a des-confundir.
Por eso, incluso puede retraerse; por eso, incluso puede camuflarse en un "otro yo", que repercutirá a la hora -si existe- de conocerse a sí mismo, de afrontar una precisa conciencia coherente también con lo social; por eso, incluso puede admitir como válidas las dobles morales, en tanto que ya se las “enseñaron” muchos seudointelectuales o muchos informadores de la ligereza informativa.

Esta realidad, este obstáculo -de coacción- le hace ser, en claro, más alineable, más manipulable -al igual- por cualquier agente o rol social, más indiferente para advertir una u otra diferencia por conciencia “independiente” o propia, más incapaz de darse cuenta de las soluciones de un problema social o aun de la comprensión de un sufrimiento individual, más frívolo en la aceptación del “todo vale”, más vapuleable por intereses políticos, religiosos o económicos, más inactivo en el amar con respetos de verdadera dignidad, más prejuzgador, más maltratador de libertades, más obsesivo por la imagen o por la palabrería, más cercado, más adicto, más utilizado también por pandillismos violentos o conflictivos; y, en efecto, es así, sirve todo eso para unos resultados infranqueables o... “imborrables” en su decidir o en su actuar, en vez de constituir unas prioridades, en conciencia, sólo suyas.

Y es que, lamentablemente, se deja llevar por una competencia crónica a ese servicio que predomina, por seguro, postergándose incluso a las decisiones exteriores de si lo ha hecho bien o mal -al llegar al mismo éxito que cualquier seudomodelo-, de seguir o alimentar sólo su ego por la consecución de sentirse poderoso; pues es el valor de poder, del sólo “poseer” -que puede controlar o que puede doblegar- el que inculcan la mayoría de los medios de comunicación .

Por la fijación -psicológica-, en la amistad, en el amor, se intuye que alguien supuestamente nos comprende -nos corresponde- porque coincide asimismo con nuestros “arquetipos” sociales -el padre, la madre, el profesor, etc.- y, si esos son algo erróneos, se transfieren; y siguen instalándose en la sociedad.

El amor, en su forma primera, es la sensación -intuición- de que alguien no nos va a fallar, pues "recuerda" a un concreto arquetipo, a aquél que nos garantizó una valoración personal o una protección; y pueden, así, tenerse en cuenta arquetipos que no contengan los valores que son precisos para una convivencia social.

En definitiva, con todo esto aclarado, de que la comprensión sea algo más, depende de la dinámica de una cultura, de una sociedad abierta que, sin duda, debe obligatoriamente eliminar o corregir unos prejuicios, unos atavismos o unos excesos por las "inútiles" presiones colectivas o de grupo, de manipulación... emocional.

Pero siempre, de una u otra forma, se comprende a través del conocimiento y, por éste, mínimamente el ser humano ya comprende algo, lo quiera con capricho o no, pues siempre estará irremediablemente sujeto a la voluntad; eso es, se comprende de lo aprendido, de lo que delibera o decide de lo aprendido.


José Repiso Moyano

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DEL ROMANTICISMO AL DECADENTISMO

Con los antecedentes del “Sturm und Drang” alemán , de algunas corrientes culturales que buscaban una estética del corazón afines a algunas ideas de Diderot, Rousseau y Kierkegaard, del gusto literario por la aventura, por lo exótico, por los misterios de la naturaleza, de una reacción necesaria contra las reglas del manido clasicismo y contra la esclavizante imitación religiosa, se extendía el movimiento romántico con su ansia especial por alcanzar lo infinito, lo ilimitado, con sólo el interior humano.

Así pues, el romanticismo significó una reivindicación de lo sensible “sin límites”, con la puesta en marcha del “ideal del yo” a pleno riesgo, constituyendo un tendencioso misticismo del engrandecido “amor-dolor” para que diera, para que fructificara, para que justificara al fin y al cabo un sentido a la vida; por consiguiente, pretendía un equilibrio no ya con el avance científico o con la racionalidad, no ya con el progreso mecanicista de la civilización al cual estaban sujetos los ilustrados, sino con la mismísima interiorización como "camino" descubridor o iluminador de las “raíces” y de las energías de un pueblo por librarse de sus servilismos: su política era más bien nacionalista, no universal; su modo de concebir la convivencia era más bien popular, de rebelarse contra lo injusto y de sacrificarse por un pueblo o nación, no tanto cosmopolita.
He ahí las dos claves del romanticismo: rebelión desde el "yo" y sacrificio –hasta el punto de conducir a la vanidad-.

Las primeras escuelas de formación romántica se crearon en Alemania, pero el concepto y esa visión de la cultura diferente se la debemos en gran parte a los hermanos Schlegel y a Novalis; mientras los primeros teorizaron sobre lo que debía ser la nueva sentimentalidad, por el contrario, Novalis, representó, practicó tal estética con su gran significado trascendente. Desde luego, para Novalis (“todo se hace romántico”) lo vulgar, lo nimio, lo aparente intestaban en el corazón intensificándolo de grandeza y de vida; porque todo era “importante”, partícipe, para él, porque cada cosa ocupa un sitio espiritual y, por esa ocupación absoluta -no prescindible-, contagia, determina y engrandece a los demás elementos que intervienen o “hacen vivir” a los sentimientos. Este poeta, así, exaltaba la magia de cada detalle por el cual la emoción sólo es posible, es decir, suma o produce o presenta una emotividad.
Luego, otro poeta, Hörderlin, lo madurará en su indescriptible y "heroizado" interior.

El romanticismo se propaga por Europa durante la primera mitad del siglo XIX. En Inglaterra destacó Shelley –excéntrico y libertario que no oponía la intención de los sueños a la realidad-, lord Byron –exuberante y “hombre fatal” para sí mismo- y Keats –detallista y sugestionado por el mito-. En Francia destacó Chateaubriand –religioso, moralista y revelador del arte gótico-, Musset –determinista y ajeno a cualquier tipo de compromiso- y Hugo –moralista social, “metafísico” y visionario de la historia-. En España, por entonces, se iniciaba el romanticismo con un vacío filosófico y una evidente carencia de referencias europeas en la medida de que persistía aún una sociedad aislada debido a la monarquía absoluta y, además, con bastantes estereotipos tradicionalistas o conservadores ; por ello, llegó un romanticismo ya postergado y... utilizado en un sentido liberador o propagador de las ideas externas. Esta literatura de liberalismo la ejerció Larra, Espronceda y Bécquer – ya de una forma más intimista- (*).

A finales del siglo XIX el romanticismo entró en crisis en cuanto a que la cultura hasta el momento había estado muy presionada por moralismos religiosos –puesto que el romanticismo rescató y fortaleció la religión-, había estado limitada en sus ideales de belleza, había estado fastidiada con sus únicas referencias naturalistas –puesto que la naturaleza se consideró el único modelo de perfección- y, también, además, el positivismo burgués empachó decididamente, enfadó en el sentido de que todo lo dispusiera la burguesía a su antojo.
En efecto, el decadentismo o “el rechazo del gusto alineado” se maximiza como una corriente literaria que recorre toda Europa, sobre todo Francia. Aquí es lo oculto, lo morboso y la pedantería –la burla- lo característico: la desacralización de la religión a favor de las ciencias ocultas, lo visionario o el iluminismo, el desprecio por el humanismo y por las formas políticas sean las que fueran, la ridiculización de los modelos únicos de cultura, la perfidia e incluso el elogio maniqueísta de la derrota.

La mundanidad y el dandismo de Baudelaire supuso, de veras, el disparo de salida para esta corriente literaria gracias a la publicación de “Las flores del mal” (1857); sin prescindir, claro, de la difusión de la novela “Al revés” de Huysmans (1884) donde el protagonista se aísla del mundo mediocre como odio, rebeldía o renuncia para vivir sólo con sus sueños. Sin embargo, en Baudelaire la recurrida elegancia de la derrota no era el sentirse humillado ni el sentirse marginado o automarginado, sino el asumir directamente la derrota como un acto de valentía y el despreciar la estupidez de la supuesta grandeza que se atribuyen ciertos inútiles por dominar, o por “mediocrizar” con sus obras mediocres, a los demás; o el haber comprobado que un “alma grande”, como la de Poe, es pisoteada o destruida pero…no humillada o “humillable” por los que utilizan el éxito o la presión comercial como máscara de su verdadera locura o miseria.
En Italia será D’Annuzio y la publicación de su novela “El placer” (1889) lo que represente un decadentismo ahora obsesionado por lo mítico o por un héroe libertador o “salvapatrias”. En Inglaterra será Wilde y Swinburne. En España Valle-Inclán – con su estilo de “esperpentos”-. En Alemania Rilke y Hofmannsthal.

En definitiva, el decadentismo –ninguneado inmerecidamente por algunos críticos- demostró, de hecho, la ruptura de una cultura uniforme -pues, hasta ahí el mundo tendía constantemente a seguir una sola línea o moda-, en pos de una multiforme, en la digresión, que suscriba cualquier insatisfacción, cualquier sentimiento personal o crítica a lo que un oficialismo - o “grupos oficiales” que se reparten ellos mismos los méritos o premios- imponga. Después de este ánimo revulsivo fueron posibles y continuaron multitud de maneras válidas de hacer cultura: modernismo, simbolismo, futurismo, dadaísmo, etc.


(*) El principal problema de un país no es el pueblo, sino la intervención de unos intelectuales reaccionarios que le impiden una cultura más libre; ésos, en ese contexto, "institualizan" a menudo una mediocridad o seudo-calidad o vacuidad para todos.