martes, 6 de noviembre de 2012

LA UTILIZACIÓN CORRUPTA DE DIGNIDAD

La dignidad conlleva objetivamente tres tipos de merecimiento: Uno, ontológico (el merecimiento “como persona”, no como gusano o perro); otro, de la aplicación por igual de unas ineludibles reglas éticas (es decir, el no desmerecer por cuestiones de raza, de ideología, de sentimiento, de sexo, etc.); y, por último, el merecimiento que corresponde a lo que se hace con una responsabilidad y, sobre todo, con esfuerzo ( éste es una premiación, el no descuido de un mérito porque se ha demostrado un hacer o unos hechos beneficiosos para la sociedad).

Ya, subjetivamente, porque depende de apreciaciones muy personales o de corporativismos, está el merecimiento a lo que se dice, por cuanto sea de elogio o de denigración, por cuanto sea de alineación chovinista o de simple convicción personal o independiente (de particular libertad de expresión).
Claro, en éste al modo subjetivo todo el mundo “es muy suyo” a la hora de dictaminarlo; puesto que ese decir X a unos no les afecta y a otros sí (y, en un contexto de un sólo país, se delibera de una u otra forma según un procedimiento consuetudinario o según unas alusiones directas a favor o en contra del honor de alguien), por multitud de concepciones de lo que cada uno considera una ofensa.
Sin embargo, siendo necesario, por convenciones o por una unanimidad internacional en defensa de unos derechos humanos, ya se ha logrado que sea más objetivo -en el sentido de común- con la determinación de que un decir, cualquiera, no puede ser nunca una apología del terror, de la persecución o... del quebrantamiento de las leyes.

Dicho eso, de la dignidad todos quieren hablar porque, para el merecimiento, todos están disponibles sin alguna demora o indiferencia (ahí se les pone en juego la “felicidad”), con el poder de las influencias o recursos que tengan, por mero orgullo, sí, por mero egoísmo que es propio en mayor o menor medida de todos.

Así que, todo dictador, habla de dignidad; cualquier político, habla de dignidad; tal o cual magnate, habla -"a bla bla"- de dignidad.

Y es infinita al pedirse. El que tiene el merecimiento A, quiere el B; el que tiene los merecimientos A y B, quiere el C; y el que tiene los de la A a la Z, quiere el omega.

También, existen los merecimientos justos con respecto al parecer de unos cuantos o no; porque se pueden elaborar artificialmente, por el marketing, por la influencia, por la interesada recomendación, por una estrategia política por alcanzar el poder, porque es útil para un “hacer dinero”, para un fortalecer una competencia ideológica, etc. o porque calla o consiente tales injusticias o manipulaciones beneficiosas para algunos.

Pero, ocurre, que el que tiene un 96 por ciento de los merecimientos posibles o que puede lograr, por una u otra razón o porque se los ha concedido la maquinaria de un poder, habla de que el merecimiento número nueve mil quinientos cincuenta y uno se lo han pisoteado, sí; y es entonces, por ello, que mueve una y otra vez los hilos de sus aliados, de sus recursos y protecciones, con un “a por todas”, e imagina una situación intolerable -indignante para él-: ¡le han pisoteado el merecimiento número nueve mil quinientos cincuenta y uno! Sí, y a rescatarlo va, él, ya que tiene tanta protección.

En fin, por mi parte siempre he sostenido que la dignidad, para únicamente comprenderla, tiene también “su dignidad” porque no “le tomen el pelo”, o sea, su razón de ser, su equidad o su honor propio.
La dignidad sólo digna de ser rescatable es la del merecimiento número tres de la digna mujer que aún no tiene un 30 por ciento de sus merecimientos.

No vale decir “tengo derecho -ético- a tener un chalé” teniendo ya dos, ni el decir a lo fácil “no tengo derecho a ese insulto” cuando tú tienes, sí, miles de recursos “ya merecidos pero indignantes” que te van a proteger.

En cambio, yo siempre hablo de una dignidad imprescindible o esencial para la misma dignidad del ser humano, que es la no protegida. La que aún es lucha por lo poco que debía de haber tenido a principios de su vida; la que aún es lucha por al menos un poco de reconocimiento a los cientos de hechos beneficiosos en algo; la que aún es lucha porque le sea al fin válido un esfuerzo racional como lo es en otro; la que se ha tomado tantas molestias contraveniendo a un inmovilismo o a tradición injusta (y... ¡cuánta desprotección!).

¿Quién?, ¿quién defiende la dignidad de la salud de un indígena no contaminando con su coche el aire que él respira, o no usando la madera que le llega desde sus bosques que se talan?

Porque esa dignidad no protegida es la única merecedora de lo mínimo digno, de que por poco cuente dignamente.
No me gusta el poder o los poderes que logran -o imponen- lo... máximo digno; seguro que hay truco.
Segurísimo.

José REPISO MOYANO

voluntad y moral

VOLUNTAD Y MORAL


Primeramente, la emoción -reacción vital- no es lo mismo que la moral -significación idealista adquirida-, puesto que ésta última es un producto conseguido hasta un presente, no desde el mismo hecho inherente a un ser vivo, sino desde un hecho añadido o social; y, si existe el hecho social, es inevitable, inesquivable la moral (*). Luego, en el ser humano, la emoción o la impresión sensible no es de la misma índole que la de la naturaleza, sino vinculada -en la medida que se vive socialmente- a valores morales, se quiera o no.

El arte no es accidental -como propugnaba Hegel-, por razón de que es identificativo de lo que ha vivido junto a lo que ha convivido o le ha influido la sociedad. El arte es experiencia de las capacidades emotivas e intelectuales. Deduce esto que Croce estaba en el error al sostener la intuición artística anterior a lo intelectual, en cuanto a que el arte requiere también una proporcionalidad conceptual o intelectiva, de construcción cultural con base en o a través de la experiencia, en donde se RESPONDE con esa "predisposición" o maduración intelectiva de experiencia, ideada, formada y no informada, y no de un estado independiente, desconectado o hecho "de repente" sin lo que se conoce y se va conociendo como arte -pues el arte también evoluciona, como todo-. Más claro, la impresión sensible sobreviene tras una predisposición genética -instinto- del sujeto junto a otra cultural con respecto a las cosas.

Entonces lo moral -significado idealista- no depende de una voluntad como decía Nietzsche, sino de un estructuralismo vital, es decir, de un producto cultural donde, por ejemplo, sí se podría transformar voluntariamente el tallo -comparándolo con un árbol- con un injerto o sucesivos injertos, pero no las raíces ni las funciones inherentes al mismo "ser árbol". Conforme a que es así, no se pueden instaurar todos los valores nuevos, sino los posibles. La voluntad no puede empezar borrándolo todo o absolutamente desde cero, o sea, empezar de nuevo, ya que empezó y nada posee dos principios al mismo tiempo: corresponde cada cosa a un principio u origen por generarse y, otros desde su desarrollo, dependerán de él, de las consecuencias que ha conllevado.

Nietzsche se equivocó cuando basó el conocimiento en el hecho emocional, porque el hecho emocional no es un hecho aislado, autoconstructivo totalmente, sino construido del entorno, de la experiencia con el entorno y de la experiencia con la cultura, como elemento que es de él. Sentirá y pensará lo que el entorno le deja y, por eso, lo hace. No se puede pensar con lucidez que no le llega la realidad o que no aprehende la realidad, puesto que ya es realidad -está hecho de realidad como cualquier animal-, un hecho por ella o a merced de ella en usufructo. El ser humano no es, enfrente, algo en vez de la realidad, no, sin duda que no, sino es algo que sobrelleva la realidad misma, pues todo percibe realidad irrefutablemente, interacciona con y dentro de ella, se construye con y por ella.

El hecho de que cada uno interprete de una forma diferente -porque existe lo anteriormente dicho de la condición social- no significa que uno percibe de la realidad, otro de la irrealidad y otro de la superrealidad, no, lo que significa es que cada uno acusa unos valores sociales más que otros, pero esos valores son y están desde y en la realidad, en la realidad cultural.

Nietzsche, muy dejado por la irreflexión o por la reflexión sólo a favor de la pasión, sostuvo que el ser humano pasa por un "espíritu-niño" -sin valores morales-, después por un "espíritu-camello" que aguanta unas obligaciones morales, después por un "espíritu-león" para forjar una libertad y, después, debe volver al "espíritu-niño" que es la verdadera madurez según él. Sea como fuere al "espíritu-león" lo vivido no se lo a quitar nadie y en tal grado que, estando, no va a volver al estado niño que no representa madurez de vivencias, ni porque le guste. Aún más, si tanto asusta ese "espíritu-camello" con sus cargas morales pensemos, en cambio, que no existiera, que sólo niños existieran en el mundo. Bien, deduciría esto primero que los niños tendrían que asumir lo que los adultos hacían por ellos, esto es, tendrían que responsabilizarse tan pronto como convivieran o tendrían su correspondiente "espíritu-camello" inevitable en su correspondiente tiempo vital -no se puede engañar con fantasías-.

En rigor como conclusión, la percepción sólo percibe realidad -no toda, por supuesto: su cantidad depende de una mayor capacidad por el conocimiento y de una mayor atención o voluntad-; una vez percibido lo percibido el ser humano puede fantasearlo o no, pero lo utiliza inesquivablemente para valores sociales -que existirán gusten o no gusten-. Así es, el ser humano, aunque no quiera, UTILIZA SU CONOCIMIENTO PARA VALORES SOCIALES -luego, ya eso es una condicionalidad común, inesquivable en su crear arte o en su sentir o crear emociones-. Una vez utilizado como valores sociales, cada individuo valorará hechos reales en virtud de los valores que más acusa o más fortalece -el que unos valores importen más que otros depende sobremanera de una educación social, de sus recursos educativos-.

(*) Es una definición incorrecta la que dio Nietzsche a la moral como interpretación de los afectos, pues, nuestros afectos ya moralizan -al no ser puramente instintivos-, ya socializan en la dosis que sea, es decir, son morales o éticos: inductores de "algo que hay que hacer" común en toda ordenación o disciplina social o forma de organización social.
LAS EMOCIONES

Los únicos que controlan las emociones son... los que confunden "lo que son las emociones". Veamos: Lo único que se deben controlar son los pensamientos (con los cuales sí se puede ordenar una escala de valores, unas restricciones y siempre para preservar unas limitaciones junto con unas prioridades a la hora de hacer algo). Las emociones son, en efecto, sentimientos y éstos no se diseñan ni se controlan ni se guían robóticamente, sino o se sienten o no se sienten (ni ya se guardan en el bolsillo para sentirlos luego), otra cosa es -claro- que no se exterioricen (algo que prohíbe el mostrarse las cosas como son).

Mejor aclarado:
Como se sabe, la sociedad no ha suprimido los instintos, sino que los ha condicionado con unas actitudes -sociales-: los ha condicionado por ponerlos "en escena de la realidad", digamos, con el decorado de una "actitud civil".
Por otra parte, sí, están las emociones, que son: el MODO DE APTITUD INSTINTIVA CAUSADO POR EXPERIENCIAS PERSONALES; es decir, el instinto ya desarrollado en un ser vivo en concreto (y éste con sus únicas experiencias).
Por ejemplo: Dos gatos (A y B) poseen, en esencia, el mismo instinto, "el de reproducirse como gatos"; en cambio, esos dos gatos poseen diferentes emociones: ésas determinadas por las vivencias que han tenido (así, el gato A, que es doméstico, inevitablemente siempre tendrá emociones que se han enraizado "en el trato humano", y no..., no se pueden controlar, pues ya están formadas).
Un ejemplo en cuanto a los seres humanos:
Un adolescente que se ha criado "jugando en el campo", SIEMPRE se emocionará -sin poderlo evitar-, en una complicidad emocional, "al ver el campo"; puesto que, concretamente él, tiene una emoción ya formada, incontrolable (y, con tal predisposición, "lo sentirá" quiera o no quiera, desde su subsconciente).
Además, son las emociones las que ayudan a crear -o bien modelan- la... intuición; lo que ocurre es que, las emociones, se impregnan de unos "valores" mientras que, las intuiciones, se determinan no precisamente "con ellos", sino con memoria, información o conocimientos (en los animales se les puede llamar "recursos de supervivencia": si a un gato, después de comer, le das una patada dos veces seguidas, en una tercera vez "sabe por intuición" que le puedes dar... una patada).
La intuición es un preconocimiento, un conocer algo antes que ocurra  -por eso es una defensa en los animales por su carácter de "alertar"-; sí, ese gato sabe que le puedes dar una patada antes que realmente ocurra porque... él ha acumulado experiencias de alerta en su subconsciente que son muy útiles para sobrevivir.
La intuición forma parte -junto con el instinto- de la inteligencia primaria pero, aun así, es la base o la esencial, la que se remite al "conocer" mediante lo volitivo o la voluntad -que es su diferencia con respecto al instinto-.