viernes, 31 de octubre de 2008

ELEMENTOS DE LA REALIDAD
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Por voluntad a todas las personas les gusta exigir una responsabilidad, la exigen por aquí, la exigen por allá, porque… no todo es válido socialmente.
Un informador exige, en fin, al maestro de su hijo una buena educación; no que le diga que “la Tierra es plana” al no haber alguna prueba en ello ni tampoco que “los hombres y las mujeres no tienen los mismos derechos”. En realidad, ése, exige una veracidad, lo que está más cercano a la veracidad, lo que posee más pruebas de veracidad o lo que presenta una contundencia evidente de veracidad como lo absoluto de que “a él le es propia la voluntad”: pensar y sentir por sí mismo.

Así, nadie siente por él, nadie piensa por él, por lo que “él es él” se mire como se mire, se valore como se valore, se marche a donde se marche: es un absoluto ser, es un componente entre muchos que permite imprescindiblemente que un contexto exista como tal.
Para que exista la lluvia, por ejemplo, debe existir absolutamente agua, debe existir absolutamente calor que la evapore, debe existir después absolutamente un suficiente frío que la licúe. Luego... para que existan procesos, para que existan desarrollos, para que existan en definitiva existencias –acciones-, son obligatorias “cosas imprescindibles”, absolutos, bases, propiedades, condiciones que sustentan ontológicamente el mismo existir.
Y no es porque a mí me guste, sino porque es continuamente demostrable; siempre, para que exista un “algo” ha de existir otros “algos” por los cuales existe la acción, el movimiento, la diversidad, no un algo sólo fijo –que no podría existir al no accionarse como acto o hecho- sin movimiento.

Al par de eso, teniendo en cuenta que cada "cosa" –imprescindible- es un componente de la diversidad, no le puede ser un componente de sí y no a la vez, sino de sí, pues cada cosa es innegablemente absoluta: que sostiene a otras, que “hace que otras existan” por muy pequeña o despreciable que sea.
Luego si no pueden prescindirse las cosas, luego si no pueden restringirse, luego si son fundamentales y no sustituibles, son absolutas para la realidad –aparte de que cuatro iluminados se hayan imaginado lo contrario-.

Claro, antes de cualquier sabiondo o equivocado meramente, las cosas son las cosas y presentan en sí su larga historia que las defiende, “sus existencias” gracias a que no les afecta la mentira de quien las niega gratuitamente en pos de sus cabreos, de sus celebraciones emocionales o de sus banalidades (si no reconoces el hambre, ¿cómo vas a reconocer a los que pasan hambre?; si no aceptas a tu madre, ¿cómo vas a quererla o apenas respetarla?; si no intentas CONOCER el paludismo, ¿cómo vas a "curarlo en ti" o evitarlo algún día?; si no reconoces a ése que demuestra razones con miles de esfuerzos, ¿cómo vas a respetar a la razón y, por tanto, a cualquier principio ético que está fundamentado en la razón?, eso precisamente es una falsedad absoluta del respeto).

La cosa-en-sí no es algo que con sus elementos construye la realidad –al modo de empresa-, sino que sus elementos son fundamentalmente transmisores o congénitos de ella, puesto que son los antecesores, los que funcionan como base, como “a priori”, como “guía” ineludible.
Quiero decir, el ser humano no es una empresa que elige el material, que elige la realidad, que la dispone, que está muy por encima de ella, gobernándola, determinándola, reduciéndola, sintetizándola, no, más bien todo lo contrario: los elementos “ya predispuestos” en un contexto real derivan, proyectan, posibilitan ellos mismos con la ayuda de principios físicos “resultados” que, sin lugar a dudas, no “aparecen” caídos del limbo al ser “porqués”, conducción de “lo que hay”.
Por lo cual, “lo que hay” no lo conduce, no lo delibera o no lo impone un sujeto, sólo lo adquiere, lo conforma de… lo fundamental.
No existe un “epojé” que dirija el mundo, que mande, que se ponga por delante y por encima de todo excluyendo asimismo lo fundamental, no, nada es reducible cuando en realidad es intrínsecamente necesario, primordial o elemental.

Con sus capacidades el sujeto no constituye en verdad nada, no constituye al sujeto como objeto, sino es la propia realidad la que lo constituye como “resultado-sujeto” de la “exterioridad-objetos” en donde cada objeto es una potencial acción sobre él; esto es, el sujeto no es decisivo por sí mismo –con una varita mágica-, el que decide qué debe ser entre la realidad puesto que, en el fondo, no puede excluir nada de lo fundamental y absoluto que lo “hace” un resultado, y también... fundamental.

Las cosas no “aparecen” en el sentido de que la “aparición” se ha extraído desde un principio de lo mesiánico, mejor, de lo religioso, de lo mágico, de lo imaginario.
Pues, así, ajustado al contexto epistemológico “aparecer” denota una acción separada, divorciada, de la realidad: aparece algo “de golpe” sin causa, aparece algo desde “otro mundo”, aparece algo que no se encuentra, que no se encuentra en la realidad: Si “éso” aparece “ahí” es que, ante todo, no estaba ahí, es lógico, demasiado lógico.

Al igual ocurre con lo “aparente”: a cualquier cosa, a todo lo que no se conoce bien se le llama “aparente” como ajeno a la realidad, extraño cuando, en realidad, no se conoce, no se reconoce aún su naturaleza propia en el devenir de la realidad.
En fin, las cosas no “aparecen”, ya estaban allí donde bien estaban. América no se le apareció a Colón, ni siquiera “de golpe” en tanto que sólo vio una isla no correspondiendo, claro, a todo el continente; vio primero una isla –que no significa conocerla-, mas luego, paulatinamente, fue comprobándola, digamos, acercándose a su… “más realidad”.

Otro ejemplo, cuando un ser humano conduciendo un coche ve a otro coche dirigiéndose a él en dirección contraria no ve “de golpe” una realidad, sino que “ya conocía” la realidad de conducir un coche, también de mucho de lo que implica conducirlo. Luego, todo ser conoce –“para serse”- absolutamente realidad antes de comprobar “más realidad”.
En efecto, ese conductor no puede decir a lo que salga o con retorcidas ideas de manipulación que no conoce en absoluto realidad, sino que conoce realidad de una forma infinitamente absoluta para actuar, porque… pueda actuar, y precisamente lo mejor ante esa situación, a la cual está en mucho ya preparado -en conocimientos de realidad-.

Veamos, ¿cómo ha de moverse algo sin conocer moverse?, ¿cómo puede existir algo sin conocer existencias?, ¿cómo puede un tonto volar si no existen los vuelos?, ¿cómo puede un médico curar si no conoce nada?
Dejémoslo claro, ya existir supone una cognición o una inherencia cognitiva de las reglas de la realidad, de sus conocimientos, se quiera o no se quiera.

Cierto, así es, toda acción sobrelleva el objetivo de actuar con aforo a sus disposiciones o condiciones reales: algo actúa porque algo de aquí, algo de allí, algo de allá y el carácter contextual, sobre todo, lo condicionan –lo enseñan, lo dirigen- para que sepa actuar inequívocamente en muchos aspectos.
De manera que, siempre, las disposiciones que les ha dejado su “a priori” –ya hechos, ya acciones- son los objetivos de fondo o de raíz de su realidad; quiero decir, los que absolutamente han sido realidad y su sustento. Siendo absolutos porque, si no lo fueran, él no existiría.

Cada ser, cualquiera, HA CONOCIDO PREVIAMENTE para actuar a expensas de que es en sí mismo, “per se”, una morfonomía, una viabilidad de lo continuo, una delimitación –por principios del movimiento- para actuar: para un sujeto todo no le es “actuable” de la misma forma.

En virtud de eso, cada ser no es su propio arquitecto, con su orgulloso título de arquitectura muy bonito, ni siquiera es una perspectiva particular de arquitectura, sino se remite a una arquitectura de orden general o existencial y, luego, contextual –en donde le son “suyas” también características, por influencias de acción, de muchos sujetos-.
Por lo cual, un ser humano no es nunca una perspectiva –porque tendría que ser un ser plenamente independiente para dimensionar tal perspectiva en pleno, o sea, fijo (1) que no existe-; correspondiendo a que su interacción cognoscitiva posee tantas perspectivas como acciones posee acaparadas, “conocidas”.

Otro asunto es su perspectiva emocional; ahora bien, nunca ésta supone una única perspectiva, sin duda, porque es susceptible –y ha sido previamente dispuesta, predispuesta- a hechos, hechos objetivos, hechos tan inapreciados por algunos como el calor, el frío, la sequía o la concordia familiar.
Luego las emociones se encuentran vinculadas directamente a hechos múltiples variables de un día a otro, no a un hecho que dicta o determina un “punto de vista” (2) de emocionalidad inamovible, sino a hechos que no se pueden evitar, o sea, que son hechos muy bien hechos –ya hechos y derechos- que instruyen y realizan y dan al sujeto.

Las emociones, "defensas", respuestas propias que han proporcionado el dolor y el placer, reacciones vitales de la experiencia, sí, transmiten, “dicen” efectos de compatibilidad y de adversidad de un sujeto antes de que esté o no esté en sociedad, en cuanto que siempre sufrirá o sentirá placer -aunque no esté en sociedad-.
Por ello, actúan en o desde la antesala de “un lenguaje interno” hacia el “otro” aunque posteriormente lo pretendan con una común comunicación; quiero decir, el sentimiento es la expresión –el desahogo- del ser vital, y no precisamente es un mensaje seguro y decidido hacia “otro” ser semejante a él, sino hacia todas direcciones e, igualmente, hacia sí mismo: es la identificación de su dolor, de su esperanza o de su placer.

En sí el sentimiento es algo intrínseco, inevitable a la vida (vivir ya es “sentir vivir”), de autoidentificación y de autoprotección (y se defienden elementos en el entorno "que se consideran propios" por "roces" que la misma experiencia da).

Después, en sociedad, se instalan valores sociales (como añadidura y, he ahí, que ya el sentimiento se queda socializado con ellos), para que se admitan “con voluntad” por los demás (“ad judicium”); estos son ideales que se sustentan por comportamientos comunes que deben seguir unos seres para que sea propicia una mejor comunicación y convivencia.
Pero... el valor tampoco es un solo “punto de vista”, pues únicamente se engendra dentro de la sociedad y, puesto que la sociedad ya es una voluntad de seres, los valores "emanan" intercomunicados, influenciados por el hecho social o múltiple -que va transcurriendo o evolucionando-.
Si se quiere comprender, habría que hablar de “punto de vista social” pero, como cambia de un día a otro, entonces sería “el punto de vista social cambiante” pero, como la sociedad ha derivado asimismo de la naturaleza, entonces sería “el punto de vista social cambiante del punto de vista de la naturaleza cambiante” pero, como la naturaleza deriva de un planeta y de un sistema planetario, entonces... ¡perdonen!, no voy a seguir por este camino que no es más que estúpido.
Por ejemplo, en un contexto social, por error un informador de asuntos bursátiles ha dicho en un medio de comunicación que al dinero (3) cada uno le da el valor que quiere, lo ha dicho a ver qué pasa. Y no, no es cierto en cuanto que el valor simbólico del dinero procede del valor fáctico –social- del trueque, del cambio de cosas entre un ser humano y otro. Luego deriva de… hechos y es consecuentemente absoluto a hechos –sociales-. Quiero decir, un ser humano no cambiaba la Luna por una herramienta -eso nunca se lo enseñó la naturaleza-, sino un hecho “con pelos en el pecho” –algo hecho- por otro hecho; y con valor porque lo exige una sociedad (la sociedad es contenido de valores sociales, se basa en que se tiene que valorar “por la fuerza” lo social, porque lo vives, porque sencillamente vives lo social).
Aun así, consideraba... que el trigo era trigo y el agua era agua: el valor al hecho del trigo y el valor al hecho del agua. Es decir, el dinero se remite de una forma u otra a hechos fundamentales de subsistencia de la sociedad y es, también, un valor absoluto de la economía (sin él no existiría).


En definitiva, cuando se valora sobre algo que existe en una sociedad todos quedan condicionados desde un principio al hecho por el cual se sustentó ese valor (valor tiene que ver, al respecto, con la “importancia” y ésta existe claramente en todo); y al instante se comprende porque nadie utiliza el dinero para que las aves vuelen más, no, sino como un valor de cambio (de “para que tú sobrevivas y yo sobreviva, vamos absolutamente a hacerlo”) o, a veces, de… cambio social cuando lo que se pide al ofrecerlo es que te cambien situaciones de la sociedad, en compensación necesaria.


Sin embargo, al dinero no se le puede dar un valor de amar, el amor se da primero con caricias, con atenciones, con sentimientos, etc. Sí, cada cosa en su contexto, he ahí que no se le puede dar el valor que uno quiera corriendo o con prisas, ya que lo que es imposible es imposible, o equivocado.



(1) Nada puede ser fijo para "existir por sí mismo" porque carecería, en esencia, de sustentación en algo con el fin de ser "acto": hecho existencial.
Lo fijo, que no existe, se lo ha imaginado el ser humano para manipular emocionalmente a los demás.

(2) En anteriores ensayos ya reprobé la existencia del “punto de vista” como algo heredero del fijismo o de la "tradición inamovible" o de la superstición (lo único que es inamovible porque, sencillamente, es irreal); o sea, se piensa que "tú" tienes un punto de pensamiento cuando, ya como rotunda evidencia, obligatoriamente mañana tienes que pensar algo distinto por lo que te condicionan sus circunstancias sin que puedas hacer nada, eso es, te condicionan y te obligan a tenerlas en cuenta: todo cambia, todo se... mueve.

(3) El valor del dinero es una derivación fáctica, absoluta.


Nota.-
Todos los seres vivos tienen sentimiento, "sienten" su "vivencia" en "afectos" y "desafectos" -o miedos- que todos poseen.
Un animal sufre si tú le hacer sufrir, y no sufre por ti si no le haces sufrir.
Todo golpe que se realiza a un animal, éste lo sufre de una manera infinitamente absoluta, y es demostrable con todas la pruebas que tiene la razón o la ciencia.
Un animal sufre si le haces sufrir, y no sufre por ti si no lo le haces sufrir. Y, si te odia luego, muy bien que hace porque, encima que lo maltratas, quieres al momento imponer o dictarle sus reacciones o consecuentes emociones absolutamente legítimas y absolutamente naturales.
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sábado, 25 de octubre de 2008

PREÁMBULO (Del prejuicio)

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LA SIN-CAUSA IMAGINADA


1.- LA COINCIDENCIA

Una opinión es un decir, pero "además" un decir puede ser una verdad (por ejemplo: "No soy una piedra"); una política es una manera de gobernar, pero "además" una manera de gobernar puede ser justa; un coche es un vehículo, un medio de desplazamiento, pero "además" puede atropellar a alguien.

Así, todo tiene un "además", varios, aunque el ser humano no los advierte a propósito, en el instante que sucede algo porque, sencillamente, se encuentra seducido, enajenado por esas avenencias de su motivación y de la moda imperante; p or lo que todo lo que le suceda al coche, al margen de eso, con obsesión es accidente por imaginación, coincidencia.

Sin embargo, el mundo, el Universo, se "libera" de tal gravamen (con el "además" anteriormente señalado), podríamos decir pues, en esa obsesión del ser humano, todo es "este pan para este queso y este queso para este pan", se ciñe a eso o él mismo se predetermina a causas únicas, forzadas, iluminadas, todopoderosas.
De manera que, si un coche ya circulando por una carretera, conlleva causas; en cambio, con esa predeterminación, si atropella a alguien, no: ¡es una coincidencia!, es una casualidad sin causa o venida del más allá, un no-sé-qué o un no-sé-cuándo, un estado adelante alucinatorio o astroloide, una ocurrencia de cualquier descerebrado, una verdad inverosímil especial por su nada dando pingos, una coincidencia acaecida, la iluminada de que en aquel momento se le cruzara alguien.

Sí, es lógico que de los millones de personas que se mueven en el mundo te encuentres con algunas conocidas o que, algunas conocidas, se encuentren (por obligado); y no por casualidad, sino porque las causas están orientadas “per se” para los encuentros (de hecho, por naturalidad, por interacciones, de fuerzas se determinan los principios físicos) que son los efectos de ellas (es uno, sólo uno entre tantos, el espermatozoide que ha de llegar al óvulo para que se cumpla el principio de fecundación en los seres humanos, asimismo nuestras células han de encontrarse con virus para que se cumpla el principio de supervivencia, etc.).

Conque cualquier cosa tendrá sus encuentros, pero dejemos que se realicen por causas naturales en un contexto concreto, no los intentemos forzar, no los califiquemos por coincidentes (si un señor que va a recibir una distinción, en ese momento le huele el aliento, de inmediato califica de coincidente el que eso suceda porque... para tal momento –en autosugestión- se había predispuesto de una manera, siendo lo demás coincidencias, que así lo había predeterminado).
Si es lógico que obligatoriamente personas conocidas tendrán que encontrarse, cuando se encuentran, no se califica eso al momento como que es de lógica obligatoria que sea así, sino se impone prejuzgadamente como coincidencia; es decir, la coincidencia es el resultado prejuzgado de una utilización de lo no habitual puesto, que lo no habitual -porque no puede serlo todo-, de una u otra forma se les meterá en la cabeza de que es... coincidencia.
Ahí está el truco: lo no habitual no tiene derecho a ser no habitual, sino es para ellos coincidencia, y a la fuerza.

En la consideración de que está lo frecuente porque lo posibilita un contexto, y también lo infrecuente que siempre existe en cualquier contexto, de aquello que interactúa menos o posee realmente menos elementos para interactuar. Por ejemplo: que se le caiga a uno en la cabeza un zapato desde una ventana.

Pero, sin más, siempre es fácil recurrir a que tal o cual hecho, que ha tenido que ocurrir “curiosamente” de tal manera, es un “hecho coincidente” para no dar alguna otra respuesta, que ya requiere algún esfuerzo mental, y ahí acaba la cosa.

"Todo lo real tiene causa" propugnó Leibniz; y todo lo irreal tiene sus causas en la realidad -no lo trae el limbo-.
Lo que ocurre es que, lo irreal, posee una significación en quien se lo cree (únicamente el ser humano ama y se asusta de lo que no conoce) y, por consecuencia, actúa con ese gravamen -prejuicio- sobre la realidad creando o inventando ora dones divinos, de "sangre azul", de elegidos para el poder, de machos superdotados ordenando la familia patriarcal con su opresión o jefatura de patria, ora caciquerías para que la riqueza se aúne o se concentre en los egos de cuatro saqueadores de dignidad (puesto que sólo se acumula riqueza en "detrimento" del usufructo de muchos que trabajan, ningún idiota únicamente solo se hace rico, sin utilizar servicios de otros).

Y lo que ocurre es que la superstición alimenta a muchos poderes que lo son precisamente por sinrazones y no les interesa que muchos ingenuos se liberen de ella para perder sus privilegios; y preferible, sí, es que los ingenuos sigan ingenuos, y al máximo posible para que los poderosos disfruten de sus palacios “de rechupete” a costa de tanto tontaina reengañado.


En definitiva, ese tipo de prejuzgador mitifica ofreciendo la coincidencia como un rasgo extraesencial o… raro, para crear misterio como en las películas.



2.- EL AZAR

Cuando se dice “esta corbata es azul” es porque, al verificarse tal hecho, esa corbata “es azul” por atribuírsele un color en concreto, delimitado y presente.
En cambio, cuando se dice “me regalarán una corbata” evidente es que, tal hecho, aún no ha ocurrido, por lo que aún no podrá ser verificado; entonces, jugamos con la adivinación.

Ahora bien, la corbata “que se regalará” siempre atenderá o responderá al siguiente silogismo: “Todas las corbatas tienen color, luego, esta corbata que me regalarán, tendrá por obligado un color”.
En el caso de que sea un sorteo de tres premios de navidad mediante números, los números de premio serán elegidos –puesto que a priori eso se han propuesto, es decir, eso han elegido los organizadores: la acotación a que sean tres números los que obtengan premio-; sin embargo, todos los números que, desde el principio, entran en juego –otra acotación- podrán ser elegidos en virtud de que “todos” puedan ocupar la posición precisa dentro del bombo para ser elegidos.

Más claro, cada número que se encuentra dentro del bombo por adelantado tendrá la posibilidad de posicionarse privilegiadamente para representar a cualquier premio en ese instante “detenido”, en un “instante privilegiado” para un ser humano que espera un premio de tal forma, no para la misma bola.

El ser humano es el único que quiere que, algo inorgánico utilizado o predispuesto con ciertas condiciones para unas concretas posibilidades, le privilegie. Y cada uno se hace representar con una de esas posibilidades.
Por ejemplo, imaginen tres personas, A, B y C, que se dejan representar por unas únicas tres posibilidades de un encuentro de fútbol entre el Génova y el Nápoles: “Si gana el Génova el premio es para mí”, dice A; “si gana el Nápoles el premio es para mí”, dice B; “si empatan el premio es para mí”, dice C. Pues, con esas únicas posibles representaciones, el premio es para uno de los tres; y no por suerte, sino por las capacidades reales que posean para ganar tanto el Betis como el Numancia, es decir, de sus mismas posibilidades.

Así pues, el ser humano es el único animal que inventa la casualidad o el azar (un ratón nunca se sugestiona o nunca admite que, al advertir la presencia de un gato, sea precisamente por azar), que espera de lo que aún no ha sucedido; pero muchas veces prepara su modelo o tipo de casualidad: lo hace ocio o juego.
Y es que, aposta, quiere jugar, jugar a aceptar una causa entre las posibles; quizás para prever, para prevenir, para anticiparse imaginativamente al… futuro.

En verdad, en el contexto intelectivo, repercute al conocimiento de la realidad: distingue más lo que será posible –lo verosímil aristotélico- o bien lo probable, lo taxativo –llevado al contexto del probabilismo que propugnaba el Círculo filosófico de Viena-.

Si, enfrente a lo que va a suceder, todo tiene asimismo una causa, el ser humano -o su voluntad- determina un puente de probabilidades de lo que más puede acercarse a presentarse como causa; sin embargo, a trasmano de una certeza segura, se escuda en la concepción de ese azar –referencia más bien emocional-, de la certeza que desea, que espera, pero que no puede alcanzar o controlar.

Eso le es, así, una terapia contra sí mismo, contra su intranquilidad y contra sus miedos en tanto que, desde que existió, se ha preocupado fundamentalmente por el mañana, por las causas del mañana; y, en tal obsesión que le ha ayudado a la supervivencia, augura siempre, especula el estar por delante de unos y de otros, se predispone a “poseer” o al menos a condicionar los hechos lo más cercanamente a la medida de sus intenciones o expectativas.
O incluso a corregir el pasado a través del futuro como pretendía la narrativa de Proust.

En definitiva, cuando algo del “mundo” no existe en el presente ya puede ser utilizado como “táctica” o como apoyo imaginativo para el ser humano, con sus remilgos por excusar su propia imperfección, su propia impotencia –a favor de sus ambiciones- por reconocer sus limitaciones, o sus vanidades –sí- la mayoría de las veces.
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jueves, 16 de octubre de 2008

Nota.-

Algunos neurocientíficos consideran a algo (el cerebro) en percepción del exterior (y a esto le llaman realidad).
No obstante, la realidad no es eso, sino es también el interior mismo con el cual un algo u otro algo SIEMPRE está en contacto; luego, claro, NO al mismo tiempo (el cerebro, por ejemplo) en una simultaneidad (imposible, sólo imaginada por el ser humano) ni, tampoco, de una forma directa (que el cerebro directamente posea TODO lo que es el exterior).
Téngase en cuenta que todo actúa (y es) en sus posibilidades.

martes, 14 de octubre de 2008

ENSAYO:
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LENGUAJE Y VERDAD EN LA REALIDAD






1. LENGUAJE Y REALIDAD


Según el estructuralismo el ser humano como tal no existe porque su base conceptual originaria ha cambiado de modo que ahora o en adelante sólo se concibe un resultado cambiante por una cultura social, y esto quiere decir que comporta toda verdad una estructura. Lo verdadero del ser humano anterior es irrecuperable en cuanto a que "ahora" es un resultado o algo distinto.

Ahora bien, ese "algo distinto" ha trascendido y, en efecto, la verdad ha trascendido de lo que fue –no de lo que no fue- pero, además, se ha superado a sí misma –lo que supone toda adaptación o evolución- desde el contexto natural, no desde el exclusivamente simbólico.

Sí, en cuanto se habla de lenguaje a veces se extrapola a que es un condicionante que lo ha determinado todo, incluso toda verdad o noción de realidad. ¿Es eso así?
Por el ser humano la verdad está dicha de una forma lingüística que expresa proposiciones –informaciones verbales o formales-, luego "toda teoría de la verdad de las formas lingüísticas tiene que presuponer la teoría previa de la verdad de las proposiciones" –como decía Sellars -, salvarse de su puro lenguaje.

Pero, el lenguaje forma parte epistemológicamente del mismo conocimiento –del transmitirlo-, o sea, si existe el conocimiento es porque sólo se transmite ya sea por una vía primitiva del lenguaje o de otra en cuanto a que un ser vivo es receptor de informaciones que les transmite –o inevitablemente le ofrece- el entorno; esto es, el conocimiento no está sin el sujeto, sino está "dándose" al sujeto o el conocimiento está haciendo al sujeto, por lo que está predispuesto para él.

Digamos que, del mismo modo que la autorregulación está predispuesta para un ser vivo, el conocimiento es un resultado progresivo de una interacción de ese ser vivo con el entorno; por ende, esa autorregulación -natural- se encuentra reglada en coherencia comunicable con la existencia real del medio.

Al lado de esto, la mente humana -en su potencial inconsciente y consciente- construye un sistema propio a través de la cultura que a su vez le favorece la socialización; sin embargo, la naturaleza -por su parte- también lo hace con una "cultura natural o evolutiva", adaptativa.

Más claro: todo sistema depende –"subsiste"- de lo que le ha permitido trascender o… expresa su pasado, puesto que tal es una expresión que ha adquirido "continuamente", no que "ahora" ya tiene desde la nada o irrealmente.

A razón de esa inherencia, es cierto, sí, que ningún saber puede pretenderse desde un punto cero o "hacer tabla rasa" sin contar con lo anterior; luego el ser humano no es un ser "arrojado ahí", aunque sea un resultado único conceptualmente, sino –en consecuencia- trascendido ahí. Pues el resultado único no es lo objetivo (Dios, el monoteísmo, es un resultado único), más bien el resultado trascendido por una coherencia o significación coherente. Y, ¡ya!, esto no implica la imposición de un comienzo, no, únicamente la advertencia de causas coyunturales o cíclicas que infieren al ser y a su lenguaje.

Así, desde luego, la filosofía hermenéutica – o la etnolingüística- puede considerar que representa o interpreta o "dibuja" la realidad a partir de mitos, del arte o de los símbolos; pero eso denota o atiende a demasiado, a demasiado o exagerado simplismo: el lenguaje no representa sino es, ya es un resultado real de la realidad, y es la predisposición que le han permitido también esas opciones.

El concepto -o el símbolo de cualquier índole comunicativa- es el único puente para "decir la realidad"-como lo tienen a su modo todos los animales-, y esto conduce a establecer que ni siquiera es o puede considerarse como un “puente”, en cuanto a su inherencia que comparte la misma realidad.
Por ello, para que exista el conocimiento, y el consciente que evidencia el ser humano, primero habrá que decirlo –en eso consiste-; porque "ser consciente de la realidad" –lo objetivo- implica reconocerla y, este reconocimiento cualitativo, aumenta con un mayor y coherente lenguaje por adaptación (así, en los demás seres vivos, existe un reconocimiento primitivo o conciencia connatural, pero tal conlleva más objetividad al no ser vulnerable por... la sugestión).

Bien, en el conciencismo de Berkeley se señala o se argumenta que "yo soy" y, puesto que reconozco que soy, ya estoy más capacitado "para la conciencia".
El concepto capacita, sin lugar a dudas, por ser -en el lenguaje- un instrumento capacitador de advertencia de la realidad, y de la nueva realidad. He ahí " Esse est percipi " ( Berkeley ): eso es reconocido como realidad, no como nada, sino como "algo" dicho, advertido.

Conforme a tal adquisición de capacidad consciente, el ser humano percibe –o admite- antes lo que más necesita ("naturaleza necesitante ") y adapta su lenguaje para ese fin –aunque no sólo para él-; por lo que se sujeta por eso a necesidades –culturales o individuales- y crea... necesidades.
No de balde, en cuanto a que le sirve como una eficaz integración al entorno: se alía con otros beneficiarios de ese nivel consciente de realidad y de cultura – a favor de leyes comunes, de servicios compensatorios, etc.-. Lo que converge en una "estructura cultural", en una estructura-objeto que le condicionará siempre.

Sin embargo, antes de esa carga de nueva cultura adquirida, con él aún conviven sus instintos, sus sensaciones, pues lo concreto en adaptación es el acto del sentir junto a la capacitación para lograrlo; por lo cual, el ser diferencia, eficazmente concreta "una verdad" –o "verdades" u objetivos- con respecto a lo que recibe o con respecto a un percepto que ya recibió: tal verdad la advierte antes de "determinarla" su misma simbología –que, sin duda, actuará progresivamente-.
A saber, los sentidos propioceptivos –con los que cuenta a priori- le conforman caracteres físicos o reales de un hecho como la fatiga, la orientación, el ritmo, la distancia, la humedad, el peso, etc. Entonces, con eso, experimenta y madura a través del medio -por sobrevivir- corrigiendo y consiguiendo una adaptación; y mínimamente es posible si se corrige con respecto al medio, es decir, con respecto a "lo real" que habrá de conocer primero –y de discernir, por lo que se sintetizará en forma " gestalt "-. Así, con su conocimiento, no con su desconocimiento, antes de ser simbolizada una sensación, se hace propia una sensación instintiva, de espontaneidad instintiva frente al acto más lento y reflexivo de... la racionalidad.

De antemano, percibir no, no es razonar, pero conduce a razonar (la bipedestación no es razonar, pero conduce a la cerebración); lo adquirido podrá ser más o menos innato, pero parte de las capacidades adaptativas hacia lo que existe, hacia lo que comporta y exige un medio que, asimismo, evoluciona.

Un ser humano imagina, sí, no obstante siempre después de ver una imagen; luego habrá de percibir la realidad primero: como prioridad.

Por eso, siendo verdad que en una cultura la sugestión deforma -sugiere una determinada organización perceptiva-, también la inevitable racionalidad desmontará ese error con posterioridad mediante su mayor conocimiento o conciencia.

Sólo la razón corrige lo que la sugestión y el prejuicio fijan involutivamente.
Por ejemplo: si el tal prejuicio le dice a un pueblo que no debe conocer la realidad, aislándolo, la razón le demostrará que, a priori, es un mínimo conocimiento de la realidad pero –así-se niega a un mayor conocimiento o renuncia a esa capacidad, a ser sociedad (cuando un pueblo es por definición "sociedad").

En este contexto, sí, hoy en día hay intelectuales -que así se les llama- que aún separan el mundo de la realidad ("esto es un mundo", "aquello es otro mundo" defienden y no que "esto y aquello son partes del mundo", de la realidad), lo cual ciertamente confunde, por el motivo claro de que fijan con prejuicios "tu verdad", "mi verdad", "tu mundo", "mi mundo", "tu realidad", "mi realidad" y... no respetan -por lo menos- o no reconocen que vives la verdad y la realidad "que te toca", la que te impregna directamente del mundo. No, no complementan como todo lo hace en la naturaleza, sino que ellos –demostrándolo con hechos- "quieren ser" más soberbios o pedantes.

No obstante, el ser es el que vive la realidad –no el no-ser-, en la parte del mundo que le toca y, porque la vive, lo hace o lo construye sólo la realidad, lo dice con sonidos o sin sonidos, así o asá pero, "ese decir", dice la realidad desde un primer momento instintivo para ser, luego, un logro más consciente si -de verdad- se atiende a esa conciencia o a ese conocimiento mayor.
En este sentido, es falso que el signo ya por hecho –como lo establecía Ockham - se separe de su referencia significativa de lo real, porque equivale a su interacción con ella.
Lo real, sin duda, si no advierte su presencia, no interacciona con el sujeto real; y, con ello, el sujeto sería irreal, no existiría. En efecto, es así, para interaccionar debe siempre coexistir una predisposición inevitable, que asumirá asimismo las reglas reales desde... un principio.

Conque el sujeto no meramente aporta la realidad, sino "comporta" ya la realidad; es un sujeto aquí conformado a partir de la realidad, consecuente prioritariamente con ella.

El atomismo positivista y el estructuralismo (*) por error aíslan al acontecimiento – en proporción a su relevancia conceptual- como finalidad por concebirse el suceso presente, pues propugnan que su estructura real "sólo funciona" ahí bajo unos muy restrictivos factores culturales -o de acontecimiento-.
La realidad, para estas posiciones filosóficas -también con sus determinados aciertos-, "es" lo que "ahí sólo es" o se ha permitido que sea; las raíces, las condiciones y las capacidades que hasta ese "ahí" se llevan poco les importa (por eso, sus conceptos practican el truco de sorprender, de nacer, de iluminarse en el instante, convenidos esencialmente por unos datos culturales del… "ahí").
Sentencian sin más que, si es una estructura la realidad, el lenguaje nos lo organiza una estructura; ¡ah!, pero ¿quién organiza tal estructura?, ¿acaso el ser humano remotamente lejos del mundo y de realidad?, ¿no es acaso todo una estructura?, y si lo es, ¿cómo se pueden entonces aclarar ciertos conceptos con esa tan general condición?

Enfrente de eso, la realidad no es a secas una estructura para alguien por siempre, sino primero está en todo lo que existe, en el grado tal que confiere o conlleva o presenta un estado continuo de realidad, que lo deriva o lo difluye a todo lo que existe.
Es vano, es irracional el afirmar de improviso “aquí hay una estructura” en digresión con todo lo demás que "sutura", que cohesiona la realidad.

Por eso, sí, la cultura influye a la vez que, a la razón, no la incapacita para los mínimos logros que obtenga.
Que las "niños-lobo" (por ejemplo, dos niñas que habían sido criadas en una caverna de la India por lobos, descubiertas en 1920) no desarrollaran la razón en un contexto de sociedad moderna no deducía, no, que no existiera la ley racional de supervivencia –o de identidad animal-, sino simplemente que no eran conscientes de ello de una manera contextual.

La razón es tal conciencia -o un nivel evidente de conciencia- que permite advertir más realidad; por lo tanto, la sociedad no desencadena o suma tan sólo prejuicios, pues suma también intuiciones (predisposiciones cognoscitivas) a los habidos instintos (impulsos genéticos), no descartándose los actos conscientes que prosperan siempre a través de conocimientos de la única fuente o materia prima que hay: la de la realidad, no la de la nada.

También, al respecto del entorno –o de la realidad-, la "naturaleza" se ofrece -algo que le es propio- con una perfección no equilibrada conforme a nuestro desequilibrio o ideal por superarla, porque mantiene un equilibrio suyo ante todo (en homeóstasis), no ante alguien o ante un pedante, no ante cualquier conveniencia particular o ante cualquier supuesto acontecimiento.



(*) El estructuralismo sería menos erróneo si considerase el aspecto de la estructura "en la realidad", no que ésta la restringiera a estructura sin más.







2. VERDAD Y REALIDAD


La razón es la capacidad que tiene un ser humano –o un ser vivo- para ser consciente de sus conocimientos, por lo que los ordena, los clasifica y los relaciona entre sí; y, en función de eso, no los aísla consecuente con una " interrelacionalidad ", sino los depara, los guía como un instrumento activo –abierto y no cerrado- para que sean continuamente ajustados a lo real.

Por cierto, como resultado es así, una coherencia –o que alcanza siempre una coherencia- y, a la vez, un medio porque prevalezca en el tiempo, debido a que se abre cada vez más una ventana para quien la abre, una ineludible conciencia de que existen partes y más partes de la realidad.
Pues, hacia esa suma la verdad está vinculada, no hacia un fijismo –dogmatismo- que la detendría al momento para alimentarse de ella misma de forma autotélica o telocéntrica .

Quizás, sí, sería suficiente decir que la verdad es lo que se refiere siempre a la realidad transcurriendo y así, como ésta transcurre, deben ajustarse a ella por obligado unos conceptos que la aludan, esto es, superarse a sí mismos.
Lo que corresponde a lo que es real es la verdad porque, ésta, utiliza conceptos no-irreales sobre todo.

Por ello, el concepto de familia, como ejemplo, atenderá además a la realidad de lo que "ahora" vive y amplia o discierne a su realidad transcendida, en su plano individual, social y jurídico, y no sólo en su intensificado y "sublimado" plano reproductor y teológico(1); en cuestión porque, una "verdad abierta" a ser correspondencia de la realidad –si no es íntima o irrelevante socialmente- siempre significa un beneficio a largo plazo, pues equilibra a la sociedad en pos de un entendimiento, de una integración, de una paz.

De esta forma, en tal consonancia, el verdadero "intelecto abierto" –o la razón que implica- selecciona y hace públicas las verdades relevantes: las que han logrado superar un error preestablecido durante un dilatado tiempo; puesto que la verdad corrige, evidencia primero cuál era el error, lo demuestra como error, lo señala o lo advierte en virtud de no justificárselo a la aptitud-actitud humana y, así, luego motiva o provoca una evolución conforme a la que también posee la naturaleza.
Verdad activa, por ello, equivale a una asunción de errores.

El intelecto, ahí, ciertamente actúa con lo que ha adquirido; pero, veamos, ¿le influyen unos principios sólo sociales o culturales?
Aunque pensamientos apegados a la sociología, al estructuralismo y a la etnolingüística sostengan que sí, el ser humano tan sólo sobrelleva esa carga; en concreto, además de cognoscitiva, propulsora de conocimientos -que promueve siempre alcanzar diferentes conocimientos-, pues la sociabilidad es también comunicación, adquisición de conocimientos.

Es inútil defender, sin más, que la cultura los utiliza cerradamente(2), puesto que primero los busca, los halla en contrastación a los que asimiló –y más tarde o más temprano los halla ya lo más objetivos o lo más completamente objetivos como conocimientos-.
Por ejemplo, de si la Tierra es plana o es redonda parte de la objetividad del reconocimiento de la existencia de la Tierra primero; luego ya se demostrará poco a poco lo demás.
He ahí el primer saber sustantivo, el de la evidencia, en el cual se engendra el saber coherente, con y desde aquello que se cuenta –no considerándose eso estrictamente un comienzo ontológico, sino un "a priori" para que constituya realmente una búsqueda-: este es el " logos " identificativo de lo evidente.

En ese contexto, de entrada está el discernimiento de lo contingente (algo puede ser y también no ser una existencia); de manera que atiende a un "si o no", a lo axiomático sustantivo, a un saber sustantivo incidido por un saber condicional.
Así, si algo es, al instante queda sujetado por el "Principio de no contradicción".
Bien, pero además puede ser posibilidad de lo necesario, de que el "algo" pueda ser necesario directamente para otro algo; por lo que al instante queda sujetado por el "Principio de causa-efecto", pues "algo" implicará una conjunción en donde ya se inicia el saber adjetivo o discursivo ( Leibniz diferenció esto, la verdad contingente –de hecho- de la verdad que luego la aplica la razón para lograr otra necesaria). Es decir, si algo existe ya, tendrá sus causas, tendrá sus efectos gracias –siempre- a sus relaciones.

Por supuesto, desde tal consideración actúa el saber discursivo: el analítico, el que verifica sus propuestas o sus adjetivos por inferencia –el que "salvará" sus hipótesis en cuanto a que "busca"-.

Sí, es cierto también que este saber discursivo ha justificado una tabla rasa frente al "a priori" eludiendo al conocimiento inmanente con arreglo a que prevalezca sólo un pensamiento revelador del hecho como un resultado junto a su accidente cultural y, por ello, se ha opuesto por sistema –al margen de lo coherente- a un orden(2), a una base del saber mediante el aforismo o la digresión.
Así, mientras Nietzsche dejaba sin efecto o irrelevante "lo aprendido", Heidegger lo destinaba a lo que exclusivamente incumbía al sentimiento existencial humano, como restringido a una experiencia poética.

Por su lado, Hume, propugnó que la razón no cuenta con principios innatos; para él el "Principio de causalidad" deviene de una "sucesión constante" (la costumbre de experimentar hechos sucesivos nos "detiene" para esperar un acontecimiento), no una "conexión necesaria".

Sin embargo, por el contrario Kant elucidó al fin que el "ser" entiende porque la realidad ya le es propia, con un "a priori", con unas "categorías de entendimiento" –por ejemplo, entiende lo superior y lo inferior o lo que le supera en algo-; desde luego, vivir será experimentar pero, este experimentar, evidente es que cuenta con unas capacidades inevitables en su ejercicio, con una condición natural insoslayable sin duda como información, es decir, cuenta con un pasado de coherencia natural en suma: un "algo dado".
Entonces, el aprendizaje aprende con "lo dado", "lo dado aprende" –pues la nada es muy difícil que aprenda-.

En los mismos términos, sí, el que aprende es el que se remite a la experiencia, él como realidad de antemano; y él adquiere una conciencia, una razón. Subsiste, pues, la razón en lo vivido, no sin lo vivido.
Advirtiéndose esto, si la razón es conciencia y la conciencia la acrecienta la experiencia –por ejemplo, el que ha pasado hambre es más consciente de lo que significa pasar hambre-, entonces, un animal no está exento de tenerla en un mínimo nivel; luego todo animal es racional en la medida en que aprende.

Porque sencillamente, si la racionalidad fuese un "sistema mágico o improvisado", la arquitectura egipcia debería haber sido totalmente diferente a la maya, y no es así; es decir, si la cultura determina solamente la razón, de modos diferentes hubieran razonado un egipcio y un maya, empero habían aprendido una equivalencia racional no muy alejada de la que posee la misma naturaleza, la que proyecta la conciencia del medio que la organiza (la seguridad es una razón natural, igualmente el descanso, la percatación de lo que es diferente, de lo próximo, de lo superior, etc.).

La razón, con ello, es el efecto de la conciencia y, ésta, ordena o guarda en un orden –no en un caos- las verdades –o conocimientos- en función de las que ya son evidentes y de las que le son luego necesarias.
"Hay que acabar con el hambre en el mundo" –por ejemplo- es necesario para el bien común, por lo tanto es una verdad, pero aún no es un hecho, sólo corresponde a una verdad imprescindible para la supervivencia real de una sociedad ética o solidaria.

Por cierto, la verdad de hecho es diferente y se mantiene taxativamente.
Entonces, si toda verdad atiende a "A es verdad si A existe físicamente o si es un estado psicológico que se desea y se necesita no perjudicando al bien común", la verdad de hecho atiende a "A es verdad si A existe físicamente".

No obstante, antes de un saber discursivo o analítico o adjetivo, la verdad ha de presentar su base sustantiva o de identificación a expensas de "A es A si y sólo si A es A"; pues, después de ahí, en un juicio "analítico o profundo", la verdad corresponderá a la verificación de su propuesta sujetada en "A es B siempre y cuando B sea propio de A".
Por ejemplo: "Un animal es carnívoro siempre y cuando éste coma carne" .

El juicio racional entra, por supuesto, en la pretensión analítica de la razón tras advertirse que el objeto del juicio existe (luego existe una verdad imparcial). Al respecto, Russel afirmó: "está claro que la verdad o falsedad de un juicio dado no depende en absoluto de la persona que juzga, sino solamente de los hechos sobre los cuales juzga".
El juicio racional, por ello, ha de ser imparcial sobre ése que se difunde de forma arbitraria; por lo que sortearán prejuicios o se someterá todo conocimiento a una verificación coherente, a una comprobación continuada de que son coherentes todos los elementos que proporciona como juicio racional: "La proposición A es coherente si son coherentes los elementos que conforma o le son propios".

Por último, aunque no estoy de acuerdo en mucho de lo que defendió, señalaré esta frase de Wittgenstein : "El resultado de la filosofía no es un cierto número de proposiciones filosóficas, sino el hecho de que las proposiciones se esclarecen" –lo que es aplicable al saber en general-.

Un ser humano, en su decir, propone mucho, proposiciones con más o menos verdad o totalmente imaginarias o que ya ha distorsionado deliberadamente, pero TODAS pueden ser confrontadas con reglas coherentes que YA nos da la realidad; y eso supone, claro, un resultado para apoyar en dignidad racional a unas y a otras no.




(1) Jacques Derrida quitó credibilidad al concepto por haberle creado un alma-cuerpo pero en dualidad irreconciliable: su significante y su significado. Pero no comprendió que, si la realidad cambia para que sea real, los conceptos lo hacen con toda naturalidad para extenderse en la realidad.

(2) Lévi - Strauss , por su parte, opuso la naturaleza a la cultura; como si una representase el bien y otra el mal, algo bastante exagerado.








José REPISO MOYANO



LENGUAJE Y VERDAD EN LA REALIDAD
fue escrito en el año 2004 y publicado en:

Revista de pensamiento Cyber Humanitatis

Revista de psicoanásilis Topía
Instituto de Ciencias ICALQUINTA
Revista de Pensamiento SE PIENSA
es.wordpress.com/tag/r-lenguaje/

Revista de transdisciplina Con-versiones


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Cyber Humanitatis :
http://www.cyberhumanitatis.uchile.cl/CDA/indice/0,1495,ISID%253D499,00.html
http://www.cyberhumanitatis.uchile.cl/CDA/texto_simple2/0,1255,SCID%253D14069%2526ISID%253D499,00.html
http://www.cyberhumanitatis.uchile.cl (nº31)


Artículo relacionado:
www.devaltmedia.com/hhumanidades/pensamiento/04voluntad.htm

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--"...las consecuencias no serán las de un cuento de hadas;
--y ni es lo mismo que contaminen unos miles de coches,
--como hace casi un siglo, que centenares de millones
--como en la actualidad (¿es que creen que esos
millones
--de contaminantes dejarán intacta la atmósfera?)"





LA COMPARACIÓN Y ALGO MÁS


La comparación es un uso racional -uno entre tantos como puede ser el usar la razón para advertir las posibilidades de algo o también para lucubrar la vida extraterrestre-, pero no es la racionalidad y, aun siendo una parte de la racionalidad, radica en que se reconocen los elementos comparados.

Alguno ha dicho que “todo es relativo porque se puede comparar”. Bien, por poder “todo se puede” hasta descuidar, volar, cansar, hasta negar, ya de paso.


Sin embargo, la comparación se atiene –para existir- a reglas de comparación: a admitir la existencia absoluta de una cosa A y de una cosa B; y, así, se procede –racionalmente por supuesto- con una “metodología absoluta” de comparación –la comparación no es más que otro reglamento racional-.

Nadie compara A con A; claro, en distintos tiempos sí, pero no al mismo tiempo puede compararse –racionalmente- algo con él mismo, el infinito con él mismo, la nada con la nada, el amor con el amor puesto que, sencillamente, para definir el amor, para que “sea”, para que "esté", para que se le meta en la cabeza a cualquiera, ha de existir el desamor, el otro algo, la contrastación: el “otro”.

Por ello, ha de existir lo “uno” y lo “otro”, lo diverso; ¡ah!, pero lo “uno” y lo “otro” son antes que nada, por encima de todo, en esencia, una…. diferencia, un contraste.

He ahí que, cuando algo no es “uno”, se pasa o tiende a lo “otro”. Es decir, existe un alejamiento, una separación, una “distancia” – no en cantidad sólo, no, sino en “cualidad”-.
Pues bien, todo conocimiento, toda interacción advierte existencialmente esa separación a la cual es susceptible o, en otras palabras, ha de considerar, ha de respetar, ha de sustentarse, ha de percatarse de ella por o al ser conocimiento e interacción respectivamente.

Si lo “uno” es lo “uno” y lo “otro” es lo “otro” existe un “enfrentamiento”, una dualidad que se “repela”o se atrae según interacciona, esto es, eso es el existir (“existir con”, sustentarse, “actuar con”); ¡ah!, pero actúan, luego ha de existir absolutamente lo “uno” para que “actúe” con lo otro.

En efecto, por eso precisamente algo es absoluto, porque tiene una relación –un sustento por esa “comunicación”, por ese “acto” que se hace y que nunca puede ser “autoacto” como un punto fijo- y, sobre todo, porque, con esa relación, se evidencia que existe un algo absoluto que actúa con otro algo absoluto.

Si existe A y si existe B –porque habrán de existir por obligado- existen sobre todo porque poseen una distinción, un no ser iguales; por lo tanto, presentan “cualidades” distintas; y, en claro, las “cualidades” de A y B deben ser absolutas para que existan A y B, para que “tengan”su distinción comparable.


Nadie compara lo ambiguo, mejor, con el procedimiento racional –eso- nadie compara con la nada, con el anticerebro, con la antiexistencia, sino con recursos que son, que existen o habrán de existir obligatoriamente, o sea, que son absolutos, que “son” para que sea posible la contrastación, la comparación.

Alguno puede decir lo que quiera por “libertad suya”; no obstante lo que no puede decir –con autocrítica- es que, encima, esté hablando racionalmente pues, para que así sea, habrá sencillamente de demostrarlo.

Ya que, si no es válida la demostración o la argumentación racional, pues entonces Hitler – o cualquier otro- tiene la mismísima razón que ella -que esa argumentación-, al no ser válida la razón: 8 y 80 serían lo mismo, matar y no matar también.

En definitiva, si la razón no es válida por una personal conveniencia impuesta, nada es válido puesto que, hasta en los sentimientos, es absolutamente válida.

Y es que, tal validez, la da la propiedad, no la voluntad.

Si se ama, primero se habrá de conocer algo para amarlo y, así, en cuanto más se conoce más se ama.
Desde luego el amor tiene que reconocer, además, la existencia de algo para amarlo; ha de reconocer primero la existencia de ese algo –su dignidad- y, después, ya puede amarlo. Es decir, se ama sobre el conocimiento, junto a él, a medida que se conoce.
Por igual ocurre con la esperanza, etc.

“Otro” dijo que la facilidad es relativa precipitadamente. Pues no, ni en broma (el que quiera consentir confusiones que lo haga, con la consideración de que... no es ético).

La facilidad no es relativa por cuanto va de acuerdo a lo “factible” (algo se puede hacer o no se puede hacer dadas unas circunstancias o recursos, con una viabilidad absoluta).

También, que “la dignidad se pierde” es una repugnante falacia.

Sí, se pierden aspectos de la dignidad, pero nunca la dignidad intrínseca de que se es un ser humano.
Un perro, en el fondo, tiene ante todo merecimiento de perro, no de piedra; porque lo contrario es no más que negarla, exterminarla racionalmente: La dignidad la tiene todo o “todos”.


Supongan una persona que haya asesinado a muchas otras, pues, no por eso se le ha de quitar su dignidad como ser humano y, de seguido, enterrarlo en un cementerio de ratas.


No, se ha de enterrar en un cementerio de seres humanos, sea ése bueno o malo, más racional o menos racional, pisoteado o engrandecido con trucos como un dios.

Una cosa es una cosa, al margen de la libertad de las emociones a toda prisa. Una persona ya tiene asimismo sus derechos –por ser persona- incluso antes de hacer algo.

Por último asunto (porque trato aquí también de la comparación de los humanos con la naturaleza), el deterioro medioambiental tiene sus obligadas o inevitables consecuencias, las tiene; pero el ser humano siguiendo con ese deterioro quiere que no las tenga o el negarlas: una paranoia o por lo mínimo una gran responsabilidad eludida.

La mayoría de los políticos, secundados por los poderes fácticos o economicistas, siguen más y más con la industrialización –sin límite- al mismo tiempo que hablan –como coartada o imagen o justificación a sus irresponsabilidades- de desarrollo sostenible.


Pues bien, eso es un cuento suyo, una pura falacia, ya que no existe tal desarrollo sostenible sin dar un sólo paso hacia atrás.

O existe la reducción de lo que destruye o no existe esa reducción hablando en claro.

El coche contamina al mismo tiempo que la pistola que se fabrica termina por dispararse tarde o temprano; además ya la construcción de carreteras es una contaminación ambiental.


No se puede pensar que, al mismo tiempo que se utilizan más coches en el mundo, las consecuencias serán las de un cuento de hadas; y ni es lo mismo que contaminen unos miles de coches, como hace casi un siglo, que centenares de millones como en la actualidad (¿es que creen que esos millones de contaminantes dejarán intacta la atmósfera?).


No es lo mismo darle tres golpes a un elefante que darle cien mil, ¡muy evidente!, no es lo mismo.

La gran mentira de tanto irresponsable, que se enriquece a costa de eso, hace que la hambruna debida a sequías en los países pobres se acuse y, también, la resistencia de éstos a los desastres de la climatología que aquéllos promueven instalándoles grandes complejos turísticos en la costa –por lo que ellos forzosamente tienen que ir a trabajarlos, pues allí se les ha llevado el trabajo que antes tenían de forma más natural en el interior-.

Todo tiene sus consecuencias, todo enriquecimiento tiene sus muertes provocadas, siendo así claramente asesinatos en toda regla; pero los incalificables matan y van corriendo a los medios de comunicación –con la mayor complicidad- a recibir premios por moda y a decir que se les encumbre de bonitos piropos rezando a Dios que ya parece lo han comprado.



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------"Los hay que son sacos repletos de conocimientos
------ y, al decirlos, los dicen tan rápido..."


EL CONOCIMIENTO ABSTRACTO


Muchas veces hablamos del conocimiento abstracto, de la verdad abstracta, del arte abstracto; empero, ¿qué es eso de la abstracción?, ¿acaso es algo voluntariamente gratuito o es una capacidad cognoscitiva?

Empezando, por lo menos sabemos de la adjetivación abstracta: a un perro lo dibujamos o lo “damos a entender” vagamente con una escasa conformación física o con una insuficiente especificidad (ofrecemos las señales o los vestigios sobre él que no son los determinantes para distinguirlo inequívocamente), por lo cual podemos confundir al expresarlo de una forma ambigua.

Cuando por la experiencia conocemos un objeto y sus relaciones, tal entendimiento ya es, de antemano, sobre lo que es posible en adelante; así pues, lo guardamos como “verdad contingente” en cuanto a que ha sucedido, ha existido o es contingencia de lo existencial no como un hecho probable o hipotético, sino como un hecho cierto, como un hecho absolutamente posible (aunque después, tras el paso del tiempo, lo entendamos mejor).

Por ello, memorizamos una complejidad de sucesos u objetos “obvios” que, con más eficacia o menos eficacia –puesto que eso se hace capacidad-, nos sirve para intuir –prever o “descubrir”- en adelante uno a un mínimo indicio, a una mínima “sospecha”.

El conocimiento o el entendimiento intuitivo o primigenio u original es común a todos los animales, gracias al cual se advierte un peligro para no afrontarlo directamente: protege así a las especies.
En realidad, puede no acertar a un modo consciente porque, como capacidad únicamente recurrente –o necesaria- de conocimiento, aviva todos los mecanismos de defensa desde un primer momento ya desproporcionadamente, “en abstracto” o “en alerta” para lo máximo posible que el hecho pueda significar o ser.
Sí, proyecta -el animal- su general entendimiento en abstracto, en “su suma”, en su totalidad porque, para un resultado, asegure el mínimo riesgo o desacierto por haber confiado en sólo algo posible ( los “mecanismos de defensa” no son más que una alarma recurrente de todos los recursos de un ser vivo por defenderse y, de exagerada tal alarma, muchos de esos recursos no llegan a servir pero, utilizándolos todos, algunos sí son útiles, pueden salvarle o pueden, al menos, advertirle de algo: que, al final, unos precisos recursos, entre todos, obtienen o consiguen algo y, así, ésos serán reforzados en semejantes experiencias ).

En efecto, por condición inherente a un ser vivo, el intuir es una progresión “de alarma” de más a menos o “de descubrimiento” de menos a más por lo que, sin duda, parte de una abstracción que le garantiza confianza; en claro, es en el ser vivo una complejidad “del total aprendido” que actúa o que va vislumbrando poco a poco un hecho en función de una sucesión de indicios a los que él debe reaccionar lo más certeramente –o de la forma más fiable- porque se adapte o sobreviva.

La intuición, por lo tanto, utiliza una materia prima para ordenarla en un instante dado o posibilitado consecuente con lo nuevo o con la nueva disposición en que se ofrece la naturaleza; ¡ya!, en síntesis es un proceso, un proceso activo que comienza desde el conocimiento pleno o desde “el que hay interaccionando”, o desde un conocimiento abstracto (éste es un origen, no una finalidad).
Es de donde se inicia el proceso para llegar a una percepción concreta de… algo.

El conocimiento intuitivo, de hecho, es una "similitud" de: Habiendo entendido a A, entenderé a A en adelante cuando, en atención a los sucesos que sobrevienen, en atención a todos los indicios que me den de A, entiendo a A nuevamente en el contexto evolutivo; empero, entretanto tendré a A en mi complejo abstracto, o como recurso para iniciar ese proceso.

En el arte, por ejemplo, el ser humano usa o aplica su mayor potencial intuitivo (porque se encuentra sorprendentemente ante algo nuevo, que “impresiona a sus mecanismos de defensa”) y, por ello, apenas se inspira, refleja lo máximo ( aceza contener mucho, atender a mucho) provocando que, el observador, intuya o “se obligue” a intuir ya sobre esos elementos que, él, ha elegido desde la materia prima de la realidad; tanto lo emocional imaginativo -con respecto a un ideal- como lo que pueda ser evocado con respecto al pasado vivido.
Motivo por el que la imaginación aquí, para este contexto, no es sólo creativa sino indagación desde lo que se cuenta, desde lo que está, desde los elementos de la realidad que se forjan emocionalmente -o para una intención emocional-; considerando, por obligado, que la imaginación el en ser humano también es intención, intención sobre el “material” que adquiere del entorno (indagar deliberadamente sobre unos elementos por si encuentra algo “suyo”).
Entonces, la atención imaginativa comportaría esta "similitud": Habiendo entendido a A, entenderé a A ahora o en adelante “a mi gusto” o para una hipótesis con elementos racionales por una finalidad de... utilidad; empero, entretanto seguiré teniendo a A en mi complejo abstracto.

Conforme a eso predicho, a pesar de que la imaginación sea primordial -en la medida que ella misma perfecciona la inteligencia en su sentido intelectivo-, no es tan esencial como la capacidad o la singularidad intuitiva, pues la imaginación procede de ella: es su sofisticación (con la evidencia de que, por defecto, puede asociarse a trastornos adaptativos).
Porque la imaginación es también alineante o seguidista de la conducta social (en cuanto que sigue un modelo intelectual; al contrario de la intuición más apegada a lo directamente instintivo y a sus impulsos), con tal de adentrarse en sus subliminales deseos, por no quedarse un ser humano solo, sino compartiendo proyectos o direcciones psicológicas de libertad, de justicia, de amor, etc.
Por eso es habitual que seres humanos, en masa, imaginen sobre una película que ha resultado exitosa, o sobre acontecimientos que muchos medios de comunicación han difundido. Quiero decir que la imaginación puede ser alineante, a un modo cultural.

En otros términos, el ser humano modela su imaginación hacia el proselitismo; por la razón de que es incapaz de ser feliz sin él.
Es un ser que “exhibe” su conducta para ser continuada, seguida, no poco remilgado por sugestionar que todos debemos ir a Marte, que un cielo de tal o cual manera nos está esperando, que la democracia es casi perfecta, como ejemplos.

Así, imagina por y para sugestionar, en su psicología el miedo es la soledad “de sociedad” ( un obsesivo encontrarse solo de sociedad ) y ésta es la antítesis de su sentirse seguro o feliz.

Pero, además, la imaginación es un producto del mismo lenguaje social: se imagina con símbolos, con imágenes-símbolos que inherentemente son emuladas del lenguaje social.
Se imagina -en el ser humano- con conceptos de belleza, de justicia, de propiedad o de poder psicológico sobre los demás.

Por medio de la imaginación, en definitiva, cualquier humano ha aprendido a prometer lo que ha imaginado o soñado, su ideal, su utopía (que es positivo porque le incita a la esperanza); aunque, a veces, justifique lo injustificable –con más o menos hipocresía- en una enajenación insistente o en una cerrazón de donde resulta muy difícil salir ya que, a la razón, le enraiza prejuicios: el suponer que la mayoría de los judíos son corruptos o el suponer que la mayoría de los islamistas son terroristas, como ejemplos.

Tanto la intuición como la imaginación o como la reflexión pueden ser buenos o malos potenciales racionales según de qué manera se encuentren relacionados o ayudados entre sí, según qué función conjunta -y por partes iguales- han realizado.

Puesto que todo psicópata tiene un exceso de imaginación con respecto a la reflexión; puesto que hay calculadores “economicistas” con bastante carencia de utopía, de empatía y de imaginación; puesto que hay intelectuales ya cargados con demasiados conocimientos, es decir, muy “memorizadores”, sí, pero con una evidente falta de intuición, del necesario sorprenderse por algo o de poner en marcha esos “mecanismos de alarma” tan naturales y tan sanos que anteriormente dije.

Los hay que son sacos repletos de conocimientos que ni siquiera saben distinguir y, al decirlos, los dicen tan rápido -y sin sentido- como si fuese un “Padrenuestro”, como... si un loro los soltara cinco años seguidos hablando solo.




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LA INTERPRETACIÓN


El ser humano no interpreta la realidad -es una absoluta falacia-, sino que protagoniza la realidad.

Cuando ya abre la puerta de sus sentidos está en y con la realidad. Los pies están hechos funcionalmente durante milenios de años para andar y no interpretan los pies el andar, sino que se limitan a su función de realidad; igualmente los ojos; igualmente las neuronas.

El ser humano sustenta la realidad por sí mismo y, además, sustenta funcionalmente lo externo; una manzana le es ante todo una realidad funcional para su organismo "vivo", con representación o sin ella, le es obligado limitarse a esa función, porque es su comida, porque sencillamente le sustenta su realidad.

Se puede pensar equivocadamente que representa su realidad, no, ya es su realidad; la tierra que pisa no la representa, sino que obligatoriamente tiene que pisarla.
Por lo que todo esto sirve fielmente como base: el ser humano no es un interpretador de una película de la cual se puede marchar, sino que él está dentro de esa película que lo sustenta y él mismo es un protagonista, uno más de esa película. (El término "película" no es aplicable a la realidad, pero sólo lo utilizo para hacer más fácil una comprensión.)


Ahora bien, el ser humano una vez desarrollado intelectivamente puede elegir una interpretación; porque la interpretación ya es algo que se elige ante un modelo o idealidad, que él determina sobre la realidad, que él pone, para acertar sobre la realidad o no acertar sobre la realidad.
Si interpreta que la Tierra es el centro del Universo desacertará, si interpreta que él es movimiento y energía acertará.


Sin merodeos, "directo al grano", en cuanto se arriesga con su elección, la elección le exige conocimientos para no elegir lo que no existe, sino lo que existe. Por ello, si se interpreta que la evaporación causa la lluvia es porque eso existe; si no la misma realidad le dirá temprano o tarde que su elección no es consistente, no es existencia, para que busque lo que a bien decir existe -es decir le motiva, le encamina a poseer conocimientos-.
La elección conlleva conciencia y atención (se elige aquello a lo que se le ha prestado previamente algo de atención).

Kierkegaard dijo que "la elección es una categoría ética"; pero más que ética es intelectiva, la elección es una categoría intelectiva, es una interpretación acertada o desacertada, es una verificación o no de lo que existe; ¡ah!, pero es necesaria si quiere encontrar verificaciones de realidad, si quiere conocer más que lo que anteriormente conocía, si quiere conocer a sus otros protagonistas o integrantes de la realidad -porque son verificados más que interpretados, son "reconocidos" en su conciencia una vez que tiene que aceptar irremediablemente de que existen.
La interpretación es, pues, una propuesta de búsqueda, es una presteza elegida al conocimiento que se explaya acertadamente una veces y otras no por lo que es verificable, consiste, consiste porque existe.

Un sentido nunca, totalmente nunca puede engañar porque, sencillamente, para engañar obligatoriamente debe haber una intención.
Así que un sentido solamente... siente; otra cosa es que tú intencionadamente ya le engañes -que ya el problema añadido es tuyo- lo mismo que puedes engañar a tu familia, a Hacienda, a todo el mundo con tu cinismo y, como inconsecuencia total o locura enlocada, a tí mismo.


Notas:

I. El filósofo danés abordó la elección en un contexto sólo espiritual o de sentimiento existencialista al que estuvo "sometido" o condicionado para su aportación filosófica.
II. El término "protagonizar" lo utilizo en un sentido más próximo a "pertenencia": algo protagoniza algo porque pertenece a ese algo.




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EL REALISMO DE ARISTÓTELES


Si el “decir” es la expresión del ser y el ser en cuanto es se manifiesta, se realiza, se comporta, se expresa, pues el ser es “su decir” con más o menos voluntad, pero es “su decir” paulatinamente, en continuo conocimiento (equivalencia entre "se es" y -cuando- "se hace"); ya sea en y con su acción en un contexto o a través de una generalizada “substancia” como propugnó Aristóteles.
El problema a partir de él surge cuando se empieza a distinguir ser y naturaleza con unas atribuciones al “ser” muy especiales, privilegiadas o no con respecto a la naturaleza; es decir, como las dos caras de una moneda se exhiben dos partes de las cuales por fuerza se conciben dos dimensiones inventadas, un contraste a la esencia de lo existencial, una ruptura de la complementariedad: un enfrentamiento.

Aún así, la naturaleza corresponde –sin poderlo soslayar- a un conjunto de seres –de elementos suyos- que deviene sólo a determinarlos, en cuanto que esa es su misión o su condición o su… propiedad. Naturalmente, la naturaleza adecua o sobrelleva sus elementos en un devenir, y no para que uno se independice largándose a “otro mundo” por comportar o significar “otra realidad”.
En concreto, todos los seres sustentan la “complementariedad de la naturaleza”, así, un ser nunca es ser si no “asume” ser “complementariedad” con respecto a otros y, desde ahí, bien se puede considerar como una “substancia” interactiva dentro de la naturaleza, dentro de un contexto interactivo.

A partir de Aristóteles, quizás por una obsesión teológica o por un discernimiento a la ventura, diría un alumbramiento desde una excesiva concepción del conocimiento en su aspecto teológico, se distingue, se aparta la realidad del ser. Santo Tomás se apunta las dos dimensiones de noción (notio) y ejercicio (in actu exercito) asentando lo posible que puede hacer Dios ante su omnipotencia de que ya lo puede hacer todo, incluso lo imposible. Duns Escoto va más lejos y reduce cualquier análisis analógico con su distinción formal “ex natura rei” dirigiéndose a constituir una realidad formal “alejada” a la cosa y que sitúa o extralimita fuera de la mente frente a otra realidad objetiva que el ser conoce o el ser cognoscente. Por ello, según esto, está el ser objetivo que, por conocer, va hacia un objetivo de realidad y, además, el ser formal que se presenta en una realidad muy formal. Bueno, aun cuando la realidad es la realidad se sugestiona o se imagina que son dos, he ahí un gran error -¿por qué no tres?-: la formal y la objetiva -que dividiría la existencia en objetiva y formal-.

También, al lado, se forja el ser cognoscente y el formal –el que no es cognoscente, es decir el que se encuentra “más allá” de él pero del cual no puede prescindir porque sea ser objetivo-. Algo así como que, aunque se fundamente en él, aunque “sea” él, su distinción –resultante- se contrapone al mismo tiempo a él, como una transformación extraña o ...diabólica.

No obstante, según la moderna epistemología se racionaliza este aspecto y es ya lo contrario: la existencia de un “sujeto” cognoscente que conoce sin remedio a un “objeto” –dentro de la única realidad que existe-. Y según la moderna gnoseología: la existencia de una “materia” y de una “forma” de ella, exclusivamente de ella, ¡ah!, pero sólo es cognoscible la materia “con” su forma, no aisladamente, y no con dos formas ni con siquiera veinte; más claro, no es posible –o veraz- conocer dos formas al mismo tiempo de algo material, pues únicamente es realidad con una (por ejemplo, el agua en forma sólida o en forma líquida o en forma gaseosa) en una forma además temporal o cíclica: la que da el "presente activo" o una presencia manifestante de lo que actúa.

Ahora bien, para Aristóteles el “decir” del ser que gira en torno a una disciplina – a la lógica de encontrarse a sí mismo y a lo que le ha permitido “construirse”- sigue al mismo ser ontológico, por lo que expone a sus conocimientos como una correlación, como una sucesión de sí mismo. Empero, el ser no es un ente independiente, sino que se infiere por sus conocimientos; es un ser cognoscente en tanto que los objetos de conocimiento lo han hecho o, mejor, es un ser “de ellos”, es un ser de “objetos” que le han sumado, que le han resuelto, que lo han hecho resultado, sometido siempre a los "objetos" que le objetan su "presente activo" (1).
El ser está construido por información que “ya dice” -que "ya dice" porque "ya es"-, y no dice después de ser, nunca, más bien por decir es, por ser ya contenido de algo es.

En Aristóteles la lógica es la contrastación del propio decir del ser, y se opone a cualquier decir excesivo o automático de vacuidad, a cualquier dialéctica o sofística o retórica; porque sólo cuando asume su condición ontológica y sus posibilidades coherentes con respecto a la realidad el ser “dice” –está sustentado su decir- “realmente” –entonces el decir afronta el ser-, en consonancia con sus dos principios: “potencia” y “acto”, lo que hay y lo que hace lo que hay (materia y forma). Es ser una formación vinculada a su base –sustentada-, esto es, a su materia prima, pues es un “acto” sobre ella.
Por evidencia en muchos otros, como en Hegel (2), la lógica se interpola en el todo o en la metafísica. En Aristóteles no, por cuanto se fundamenta en lo que hay, en lo conocido, rehusando la metafísica que hasta él casi sólo había priorizado la filosofía.

Su realismo, además, depura algunos errores de Platón; sobre todo esa concepción del Bien, del bien generalizado o… idealizado. Puesto que especifica que el saber moral supone un “saberse”, una advertencia que se dirige a un fin general –no siendo una técnica, una aplicación de la decisión intelectual de uno-; y el saber prudencial es una experiencia propia que requiere esfuerzo (orexis) para conseguir una firmeza (hexis) o resultado más instantáneo, por ello se actúa estratégicamente con un valor, con una preparación, con una “teckhne” para un fin en concreto. Es decir, el saber se dice desde una moral o no, el bien no es siempre el mismo desde un contexto moral o desde un contexto taxativamente epistemológico.
En otras palabras, por ejemplo, dado un contexto histórico el bien es y será lo que armoniza con él, cierto conformismo y no disidencia, o lo que se esfuerza con reverencia ante él; por lo que la moral siempre tendería a un fijismo, a una involución, a una desaprobación del ingenio crítico o a lo nuevo: la moral sería así sólo un esfuerzo de esclavitud o de determinismo, no de libertad o de adaptación al ser cognoscente-evolutivo.
He ahí que no se deben analizar las cosas desde un contexto moral sólo porque queden siempre prefijadas con la misma moral, sino además desde un contexto histórico y de nuevas necesidades que empujaría al mismo contexto moral prefijado y prefijador a moverse, a evolucionar por obligado, a adaptarse como todo consecuente con unas nuevas interacciones.

Sin duda, Aristóteles, no se involucra en un análisis unívoco o reduccionista, sino en una consideración del ser como acto de conocimientos –de conocer y de ser a sí mismo conocido- que lo construyen de forma cognoscente a través de su naturaleza cognoscente; así pues, no obstruye la interacción –la comunicación- natural con o por medio de su noción de “substancia”, sino que hace una correspondencia entre lo que implica una “estructura ontológica” con su actividad integradora –racional o lógica- e integrada en su entorno, en “complementariedad” que sólo puede hacer de la forma lógica o de ésa única que atiende primero al conocimiento que directamente deriva de él –del entorno-.

La analogía sale o se desprende a partir de él –pues únicamente la lógica significa identificar, analogar-. Si no se identifica nada, nada puede ser conocido, aprobado, comportado, identificado como conocido. Algo, de entrada, al conocer es identificado, analogado, ordenado –porque ordenado se encuentra en la realidad, siguiendo unos principios de realidad, de conformación natural-; y no metafísicamente inventando dos realidades o ni mucho menos reduciendo todo a un centro exclusivista o don mitológico que transfiere la realidad (3). En pro de que la realidad se encuentra en todo lo que es real, y todo lo real interacciona para que sincrónicamente y “recíprocamente” se comporte como real, en “complementariedad”.

Por ello, es análogo algo porque actúa con analogía, siguiendo una forma de actuar en concreto, a diferencia de otra forma que actúa también con otra analogía –y no le pone nombre de antemano el ser humano, sólo la advierte, reconoce unos patrones análogos al igual que cualquier animal-.

Los seres vivos categorizan una forma real, pero esto no indica que se prohíba a otra forma real categorizarse –contextuarse- con otra analogía, la suya. El reconocimiento, el saber, no puede por menos que distinguir, que advertir o reconocer que una acción primera es una acción y otra segunda acción es o no es análoga a la primera; es decir, el intelecto por medio de conocimientos no se sustenta sino en reconocer – en una consecución de lógica o razón- a seres de una u otra naturaleza pero considerando que, ambas, una y otra, siempre serán reales.


(1) La idea en Moore, el fundador de la filosofía analítica, es o sólo procede de lo que se conoce, es idea sobre lo que se conoce; es una idea que forma conceptos con la materia prima conocida, experimentada, inherente al contexto racional. Por ello criticó al “idealismo”, porque la idea puede desembocar en donde quiera, pero parte o procede de ser idea de lo conocido.

(2) Para Hegel lo primero o lo verdadero es el todo, y las ideas trascienden a partir de él; el ser, en cambio, pasa desapercibido y sus condiciones de conocimiento.

(3) Para la fenomenología lo verdadero es lo “nouménico”, eso tan abstracto que sólo concede realidad, el “eidós” en donde la realidad se encuentra concentrada o de una forma exclusivista de un centro.



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LA VERDAD DESDE LA REALIDAD


En el mundo existen las cosas, no las no-cosas que implicarían inexistencia. Y tales cosas interaccionan: A le dice a B que existe. Eso es, A sabe de B y B sabe de A.

Ahora bien, ¿puede decirle A a B que no es A, que la percepción suya es errónea y que, por lo tanto, no existe objetividad al no haber una percatación de realidad? Pues no. Así de claro, por razón de que A puede decirle lo que quiera “como sea” por añadidura pero habrá de decirle primero qué es (por analogía pragmática).
Por ejemplo, una bujía puede decirle a un motor que es un cocodrilo – o sea, por una supuesta incapacidad perceptiva o por una supuesta intencionalidad de engaño- pero su propia funcionalidad “ya le está diciendo” –al interaccionar con él- que es una bujía –pues funciona, actúa, comunica como bujía-.
(Un ser hace –de serse- y busca la verdad desde la realidad; también puede hacer –de negarse- o buscar –con la emotividad- la mentira, pero la hará y la buscará, sí, desde la realidad.)

Con ello, las cosas comunican como lo que son y, así, un ser humano no puede comunicarse como un ratón –no existe punto de vista en este aspecto- para soslayar su objetividad de ser humano; por lo que cada cosa funciona como un algoritmo existencial expresando sólo y únicamente sus recursos reales, los que, de entrada, dispensa o proporciona un contexto real en concreto: el que actúa, el que “vive”.

Sin embargo, como complementariedad, el ser humano se encuentra vinculado a normas (se distinguen: la “norma de trascentalidad cívica”, por ejemplo el saludarse, el identificarse; la “norma social” –por costumbre, por convención, por ley o por ocasión de necesidad social- (1), por ejemplo ser mayor de edad a los 18 años; y la “norma de ejemplaridad” o de superación personal o social –narcisismo-, aunque más valdría llamarle “autonorma” al estar presionada por la misma voluntad, con el permiso de las demás normas) de sociabilidad que acuñan un “lenguaje social-emotivo” –pues el lenguaje social no puede ir por separado de una emotividad lingüística- y, por eso, a lo que conlleva su objetividad, instiga una pretensión, un valor desprendido de una inesquivable conducta social.
He ahí que, el ser humano, dice además con valores, valores que lo normalizan como ser social, aparte de que, tal hecho, no puede determinarlo como no-objetivo desde un principio.

El ser humano, por supuesto, “ya decide” –normas o no, valores o no- una vez que tiene conocimientos; conque todo ser –cualquiera- es un conocimiento de lo que sabe actuar, es decir, a priori es un objetivo de lo que sabe actuar: una capacidad cognitiva, una aptitud, un contenido cognitivo de la propia realidad.
A propósito del ser – que es lo único que es y sus efectos-, el ser –en su Dasein- sólo sabe ser: comportarse… realmente.
Así, el ser vivo sólo es de antemano conocimiento transmitido (instinto) y, luego, conocimiento por hábitos de experiencia fáctica (intuición) por encima o como ineludible base objetiva (2) a lo que, después, añada como conocimiento lingüístico –influido por valores, influido por una cultura-.

Sí, es cierto que la cultura existe, pero la cultura existe detrás de mucho; y no sin son la cultura arregla una sociabilidad en pos de lo que la naturaleza asentó –conformó- en cada ser humano.
Lo que ocurre es que los valores –una añadidura eficaz o no por reconocer o por fortalecer su objetividad- al ser deseos (por voluntad) pueden dirigirse a negar algo, a imponer (por deseo) que algo no es algo aunque su naturaleza ya esté actuándolo y, por lo tanto, reconociéndolo: que está actuando con ese algo.
Más claro, porque la voluntad puede desear, puede desear la deformación, el no-reconocimiento, en tanto que la voluntad puede desear no ser voluntad –irracionalidad- o desear que la existencia no es la existencia. He ahí que la voluntad tiende a ser -con la ayuda de la emoción- subjetiva, elige, cuenta con razones o no cuenta con razones, se apega extremadamente a su emotividad (punto de vista) o toma con prioridad los conocimientos racionales u objetivos, aquellos que se pueden demostrar con hechos o con argumentos coherentes.

Por ello, no hay un “consenso fáctico” ni otro “ideal”, por cuanto no es elegible lo fáctico –que ya es- y sí lo ideal para ser consensuado (3). Sí, el hecho y la voluntad sobre el hecho –que es otro hecho pero no lo que pretende- generan una conducta, una capacidad para comunicar; empero –sin conciencia o con una mínima proporción- se inclinará a comunicar su contenido de emociones, de subjetividad, de conveniencias irracionales.
Sí, de hecho, tales conveniencias irracionales (4) no pueden casarse con los hechos, por lo que no puede esperarse que conduzcan –ni en un ápice- a un resultado objetivo; teniendo en consideración que hablo de “conveniencia”, no precisamente que ésta carezca de elementos o de conocimientos racionales; porque, a fin de cuentas, la “conveniencia” destroza, deforma, la cohesión que debieran seguir esos conocimientos, esto es, al sustentarse unos con otros.
Por ejemplo, el conocimiento de “el perro es un animal” debe sustentarse en el conocimiento de “el perro es un ser vivo” y no en el de “el perro no es un ser vivo”, aunque la voluntad lo pretenda como deseo “deformador”.

No, no existe la “razón práctica” (5) por cuanto no existe la “razón ideal” y por cuanto la razón sustenta –cohesiona- conocimientos de realidades que se han hecho, no que se imaginan, no que se desean, no que se deforman. Es una obsesión de algunos pensadores, la razón cohesiona conocimientos objetivos –resultados de hechos, no resultados motivacionales o emotivos-.
Por ejemplo, un resultado motivacional puede ser el “negar algo” y otro el “no negarlo”; pues bien, la razón no puede cohesionar tales conveniencias: el que algo se sustente en su inexistencia (hic et nunc).

El ideal y el asentamiento subjetivo de valores estimula sólo a la voluntad –es un servicio para ella-, es una utilidad para la acción, o sea, se desprende o se referencia de unos hechos ya determinados (objetividad) por trascenderlos hacia otros –que no son los mismos- por condicionar con intención –con deseos- algunos de sus aspectos.
El ideal o el valor social, por ello, sólo quiere condicionar en lo posible a hechos que aún no los son; el ideal desea –programa- al hecho, no dice un hecho objetivo o en concreto, sino desea fortalecer capacidades –como "alerta"- para influir –actuar de otra manera- en otros hechos.

Los sentimientos son unas capacidades de acción condicionadas, sí, pero no todos los sentimientos son valores o ideales sociales, sino además – o ante todo- reacciones vitales, de supervivencia, de realidad.
Por ejemplo, la nostalgia propende a cohesionar hechos del pasado antes de que sean propiamente valores sociales, es decir, se informa –se sustenta- “conscientemente” sobre lo ya ocurrido, gracias a un imperativo de identificación o de supervivencia. Los sentimientos sienten un hecho primero antes de pretenderlo como valor: sienten el cómo se ama, el cómo duele, el cómo se espera algo, pero siempre con una vinculación directa a hechos, con una comunicación directa a conocimientos ya tenidos o que se están experimentando.
Sí, luego trascenderán a valores, a ideales.

El ser humano no se encuentra situado en el “centro de la diana” ni en otro centro inventado, sino en un contexto interactivo, con lo más próximo que le condiciona. Los sentimientos no son categorías, sino acciones que se rigen por categorías –por órdenes armónicos o racionales o contextuales inevitables-.

Lo intuitivo (6) es un conocer habitual, un conocimiento habitual, un “conocimiento-alerta” siempre pesando sobre nuestra conciencia actual, es decir, supone un “mazazo de realidad” en cualquier momento. Pero, cuando ese hábito-alerta se impregna de pretensiones, de direcciones voluntariosas, pues entonces se concibe una moral paralelamente a que se sienten las acciones bajo categorías de amor, en fin, de circunstancias concretas que permiten una reacción de miedo, de dolor o de subsistencia.

Es falso, totalmente falso que “lo que es real sólo podemos explicarlo con el recurso de expresiones lingüísticas” (Habermas) porque se dice con todos los recursos que cuenta un ser en su contexto o... con ninguno –no se puede dictar que todos sus recursos en cualidad no los utiliza- y, porque atienden o se sustentan sólo en realidad, la dicen: no va a dar el olmo bellotas porque lo diga él con su incoherencia o con sus caprichos deformadores.


(1) De aquí se desprende la intuición moral.
(2) Por ejemplo, en una golondrina “su volar” o “su emigración” es por instinto; en cambio “volver al mismo nido” para procrear es por intuición, pues ya se remite a una experiencia, a un conocimiento consolidado por una experiencia.
(3) La moral nace de la voluntad social que decide un ideal pero, esto, no debe mezclarse con los “valores” o capacidades fácticas de esperanza, amor, sosiego, etc. –digamos, mejor, que los valores de voluntad social influyen o condicionan a éstos últimos-.
(4) Que se comportan como orientaciones axiológicas o expresiones contrafácticas de una conducta.
(5) Puede existir la razón dicha por un ser humano (razón humana), es decir, la razón buscada, hallada, conseguida por un ser humano, pero no la razón que no se sustente en algo que no sea lo práctico.
(6) Lo intuitivo es una predisposición para reconocer conscientemente –realmente- tipos de conocimientos.