lunes, 24 de octubre de 2011

EGOÍSMO Y DESPRECIO

Todos estamos enmarcados en lo social, en la sociabilidad, somos una síntesis del hecho natural y social; por esto, tenemos dos "dimensiones" o fuerzas o tendencias primordiales que mueven nuestro comportamiento: el "ego" -más general del que consideraba Freud, es decir ya junto al "ello"- y el "super-yo" y su condicionamiento social, su "predeterminación" a inhibirse socialmente.

El ego es el primer motivo del ser, del sujeto que interioriza -en el caso humano- la fuerza social, y en él prevalece un sentido de fijación de lo que acontece socialmente; no obstante, esta fijación la delibera atendiendo a lo que le va a proteger gracias a una elección o selección -necesaria- de defensas, esto es, se decide a determinarse por un comportamiento autoprotector.

Como resultado el ego adquiere su propia personalidad, pero su ansia autoprotectora le hace sentirse siempre "incompleto", en alerta de insuficiencia, en alerta de perder -o a sentirlo insuficiente- su sistema de interiorización -para el que sólo trabaja directamente su confianza o su psiquismo-.
Es decir, su interiorización la presiente siempre incompleta y, en ello, aceza una "dimensión" devorante por experimentar y experimentarse; así se salvaguarda ininterrumpidamente, así también instintivamente preserva su territorio.

Pero, en su acción, todo lo que fija con criterios de protección repercutirá de seguida en su modelización social; tanto si son fobias o paralogismos que subestimen al otro en su dignidad, ya que la fijación puede ser alineadora o atávica, cerrada.

No es vano decir que el ego exonera -o se inclina a hacerlo- del análisis y de la reflexión a las maneras que a él les va bien, que a él les han protegido privilegios -más allá de lo ético-, así es, lo que está con él le conduce al sentimiento de aprecio; sin embargo, lo que es lo demás le queda estructurado para la sospecha, para la alerta e, irremediablemente, para el desprecio.

El desprecio es la raíz o la base de la crueldad; por él pasa la carencia de empatía, la incapacidad de aceptar soluciones comunes, la incomprensión de que el otro sea igual en derechos, la justificación de un sistema desigualitario (1) y la inamovilidad de privilegios, la soberbia, la intolerancia, etc.

Sale siempre inconscientemente, en cuanto el otro tiene otro gusto, en cuanto el otro tiene otra ideología, otra cultura, otra forma de amar; en cuanto el otro no reivindica lo mismo, no se somete a entregar hasta la última gota de sangre por una patria en concreto -y no de personas-; en cuanto el otro no obedece al amor por la fuerza, no calla la injusticia que él calla -porque le favorece de algún modo para su propia imagen o a la que representa- o no admite el horror que él organiza.

Y se desprecia principalmente porque no se vincula el pensamiento a una ética clara -no confusa o con varias varas de medir-, sino a prejuzgar según por donde se puedan salvar orgullos, caprichos y obsesiones, venganzas patrióticas e ideológicas; porque no se vincula a no justificar privilegios económicos mientras que otros se mueren de hambre; en fin, porque no se quiere reconocer (2) que todos, absolutamente todos, tienen los mismos derechos como personas.


(1) Siempre lo justifica en que es el menos malo, siendo la justificación más miserable y cruel para preservar los privilegios de unos cuantos con respecto a los demás.
Esta justificación es la más cómodamente aplicable a todo, en ceguedad y cobardía.
(2) Políticamente no se reconoce porque no se asumen responsabilidades ni el dejar a otros para que las alcancen, ni siquiera tienen el honor de dimitir -quizás el honor se haya
perdido-.

NOTA.- La lucha antiterrorista no existirá ni ahora ni nunca mientras se patrimonialice de forma partidista, se promuevan guerras o secreciones sociales.

Truco sucio: En la sociedad, por cruel sobrevaloración por encima de los demás, algunos les inventan defectos al otro para, así, hacerlo más débil ante ellos; pero ignoran que esa mezquindad nunca les madurará éticamente.
Publicado anteriormente: lunes 9 de abril de 2006

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