jueves, 27 de octubre de 2011

EL REALISMO DE ARISTÓTELES

Si el “decir” es la expresión del ser y el ser en cuanto es se manifiesta, se realiza, se comporta, se expresa, pues el ser es “su decir” con más o menos voluntad, pero es “su decir” paulatinamente, en continuo conocimiento (equivalencia entre "se es" y -cuando- "se hace"); ya sea en y con su acción en un contexto o a través de una generalizada “substancia” como propugnó Aristóteles.
El problema a partir de él surge cuando se empieza a distinguir ser y naturaleza con unas atribuciones al “ser” muy especiales, privilegiadas o no con respecto a la naturaleza; es decir, como las dos caras de una moneda se exhiben dos partes de las cuales por fuerza se conciben dos dimensiones inventadas, un contraste a la esencia de lo existencial, una ruptura de la complementariedad: un enfrentamiento.

Aún así, la naturaleza corresponde –sin poderlo soslayar- a un conjunto de seres –de elementos suyos- que deviene sólo a determinarlos, en cuanto que esa es su misión o su condición o su… propiedad. Naturalmente, la naturaleza adecua o sobrelleva sus elementos en un devenir, y no para que uno se independice largándose a “otro mundo” por comportar o significar “otra realidad”.
En concreto, todos los seres sustentan la “complementariedad de la naturaleza”, así, un ser nunca es ser si no “asume” ser “complementariedad” con respecto a otros y, desde ahí, bien se puede considerar como una “substancia” interactiva dentro de la naturaleza, dentro de un contexto interactivo.

A partir de Aristóteles, quizás por una obsesión teológica o por un discernimiento a la ventura, diría un alumbramiento desde una excesiva concepción del conocimiento en su aspecto teológico, se distingue, se aparta la realidad del ser. Santo Tomás se apunta las dos dimensiones de noción (notio) y ejercicio (in actu exercito) asentando lo posible que puede hacer Dios ante su omnipotencia de que ya lo puede hacer todo, incluso lo imposible. Duns Escoto va más lejos y reduce cualquier análisis analógico con su distinción formal “ex natura rei” dirigiéndose a constituir una realidad formal “alejada” a la cosa y que sitúa o extralimita fuera de la mente frente a otra realidad objetiva que el ser conoce o el ser cognoscente. Por ello, según esto, está el ser objetivo que, por conocer, va hacia un objetivo de realidad y, además, el ser formal que se presenta en una realidad muy formal. Bueno, aun cuando la realidad es la realidad se sugestiona o se imagina que son dos, he ahí un gran error -¿por qué no tres?-: la formal y la objetiva -que dividiría la existencia en objetiva y formal-.

También, al lado, se forja el ser cognoscente y el formal –el que no es cognoscente, es decir el que se encuentra “más allá” de él pero del cual no puede prescindir porque sea ser objetivo-. Algo así como que, aunque se fundamente en él, aunque “sea” él, su distinción –resultante- se contrapone al mismo tiempo a él, como una transformación extraña o ...diabólica.

No obstante, según la moderna epistemología se racionaliza este aspecto y es ya lo contrario: la existencia de un “sujeto” cognoscente que conoce sin remedio a un “objeto” –dentro de la única realidad que existe-. Y según la moderna gnoseología: la existencia de una “materia” y de una “forma” de ella, exclusivamente de ella, ¡ah!, pero sólo es cognoscible la materia “con” su forma, no aisladamente, y no con dos formas ni con siquiera veinte; más claro, no es posible –o veraz- conocer dos formas al mismo tiempo de algo material, pues únicamente es realidad con una (por ejemplo, el agua en forma sólida o en forma líquida o en forma gaseosa) en una forma además temporal o cíclica: la que da el "presente activo" o una presencia manifestante de lo que actúa.

Ahora bien, para Aristóteles el “decir” del ser que gira en torno a una disciplina – a la lógica de encontrarse a sí mismo y a lo que le ha permitido “construirse”- sigue al mismo ser ontológico, por lo que expone a sus conocimientos como una correlación, como una sucesión de sí mismo. Empero, el ser no es un ente independiente, sino que se infiere por sus conocimientos; es un ser cognoscente en tanto que los objetos de conocimiento lo han hecho o, mejor, es un ser “de ellos”, es un ser de “objetos” que le han sumado, que le han resuelto, que lo han hecho resultado, sometido siempre a los "objetos" que le objetan su "presente activo" (1).
El ser está construido por información que “ya dice” -que "ya dice" porque "ya es"-, y no dice después de ser, nunca, más bien por decir es, por ser ya contenido de algo es.

En Aristóteles la lógica es la contrastación del propio decir del ser, y se opone a cualquier decir excesivo o automático de vacuidad, a cualquier dialéctica o sofística o retórica; porque sólo cuando asume su condición ontológica y sus posibilidades coherentes con respecto a la realidad el ser “dice” –está sustentado su decir- “realmente” –entonces el decir afronta el ser-, en consonancia con sus dos principios: “potencia” y “acto”, lo que hay y lo que hace lo que hay (materia y forma). Es ser una formación vinculada a su base –sustentada-, esto es, a su materia prima, pues es un “acto” sobre ella.
Por evidencia en muchos otros, como en Hegel (2), la lógica se interpola en el todo o en la metafísica. En Aristóteles no, por cuanto se fundamenta en lo que hay, en lo conocido, rehusando la metafísica que hasta él casi sólo había priorizado la filosofía.

Su realismo, además, depura algunos errores de Platón; sobre todo esa concepción del Bien, del bien generalizado o… idealizado. Puesto que especifica que el saber moral supone un “saberse”, una advertencia que se dirige a un fin general –no siendo una técnica, una aplicación de la decisión intelectual de uno-; y el saber prudencial es una experiencia propia que requiere esfuerzo (orexis) para conseguir una firmeza (hexis) o resultado más instantáneo, por ello se actúa estratégicamente con un valor, con una preparación, con una “teckhne” para un fin en concreto. Es decir, el saber se dice desde una moral o no, el bien no es siempre el mismo desde un contexto moral o desde un contexto taxativamente epistemológico.
En otras palabras, por ejemplo, dado un contexto histórico el bien es y será lo que armoniza con él, cierto conformismo y no disidencia, o lo que se esfuerza con reverencia ante él; por lo que la moral siempre tendería a un fijismo, a una involución, a una desaprobación del ingenio crítico o a lo nuevo: la moral sería así sólo un esfuerzo de esclavitud o de determinismo, no de libertad o de adaptación al ser cognoscente-evolutivo.
He ahí que no se deben analizar las cosas desde un contexto moral sólo porque queden siempre prefijadas con la misma moral, sino además desde un contexto histórico y de nuevas necesidades que empujaría al mismo contexto moral prefijado y prefijador a moverse, a evolucionar por obligado, a adaptarse como todo consecuente con unas nuevas interacciones.

Sin duda, Aristóteles, no se involucra en un análisis unívoco o reduccionista, sino en una consideración del ser como acto de conocimientos –de conocer y de ser a sí mismo conocido- que lo construyen de forma cognoscente a través de su naturaleza cognoscente; así pues, no obstruye la interacción –la comunicación- natural con o por medio de su noción de “substancia”, sino que hace una correspondencia entre lo que implica una “estructura ontológica” con su actividad integradora –racional o lógica- e integrada en su entorno, en “complementariedad” que sólo puede hacer de la forma lógica o de ésa única que atiende primero al conocimiento que directamente deriva de él –del entorno-.

La analogía sale o se desprende a partir de él –pues únicamente la lógica significa identificar, analogar-. Si no se identifica nada, nada puede ser conocido, aprobado, comportado, identificado como conocido. Algo, de entrada, al conocer es identificado, analogado, ordenado –porque ordenado se encuentra en la realidad, siguiendo unos principios de realidad, de conformación natural-; y no metafísicamente inventando dos realidades o ni mucho menos reduciendo todo a un centro exclusivista o don mitológico que transfiere la realidad (3). En pro de que la realidad se encuentra en todo lo que es real, y todo lo real interacciona para que sincrónicamente y “recíprocamente” se comporte como real, en “complementariedad”.

Por ello, es análogo algo porque actúa con analogía, siguiendo una forma de actuar en concreto, a diferencia de otra forma que actúa también con otra analogía –y no le pone nombre de antemano el ser humano, sólo la advierte, reconoce unos patrones análogos al igual que cualquier animal-.

Los seres vivos categorizan una forma real, pero esto no indica que se prohíba a otra forma real categorizarse –contextuarse- con otra analogía, la suya. El reconocimiento, el saber, no puede por menos que distinguir, que advertir o reconocer que una acción primera es una acción y otra segunda acción es o no es análoga a la primera; es decir, el intelecto por medio de conocimientos no se sustenta sino en reconocer – en una consecución de lógica o razón- a seres de una u otra naturaleza pero considerando que, ambas, una y otra, siempre serán reales.

(1) La idea en Moore, el fundador de la filosofía analítica, es o sólo procede de lo que se conoce, es idea sobre lo que se conoce; es una idea que forma conceptos con la materia prima conocida, experimentada, inherente al contexto racional. Por ello criticó al “idealismo”, porque la idea puede desembocar en donde quiera, pero parte o procede de ser idea de lo conocido.

(2) Para Hegel lo primero o lo verdadero es el todo, y las ideas trascienden a partir de él; el ser, en cambio, pasa desapercibido y sus condiciones de conocimiento.

(3) Para la fenomenología lo verdadero es lo “nouménico”, eso tan abstracto que sólo concede realidad, el “eidós” en donde la realidad se encuentra concentrada o de una forma exclusivista de un centro.

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