viernes, 19 de diciembre de 2008

PLATÓN Y LA TEORÍA DE LAS IDEAS
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Ya ha habido ensayos que han cuestionado la naturaleza intelectiva de Platón; de hecho, sus obras han demostrado más una capacidad para el contar la sabiduría -con sus inevitables consecuencias literarias- que esa rigurosa capacidad reflexiva que, tal, elige siempre un material útil o nuevo y desecha, a veces -por incoherente-, el convencional.

Eso es, Platón no sobrevaloró demasiado el intelecto que se consigue estrictamente por el aprendizaje, por el sentido crítico o por la experiencia en suma, sino el que “se inspira” por un “talento natural” que va creando bondad moral para todos -en comunicación- o ideas que la transmiten y, éstas, depuran o vislumbran unas formas (universales) armoniosas entre los seres humanos y la naturaleza.
Es, pues, un filósofo de la moral más que nada, en pro o por la defensa de quien posee la virtud del amor -o de la bondad-, porque advierta de unas formas bellas o formas universales. Así, cualquiera, las posee o no, pero siempre... por virtudes.

Jenofonte (430 a. C.) dudó de que Sócrates fuera una paradigma del saber; en cuanto que no se presentaba convencido -como siempre se esperaba- de ser sabio y de aclarar -al momento- cualquier problema, esto es, de exponerlo a la sabiduría misma.
Para un Sócrates “manufacturado” por Platón, la sabiduría consistía en un enfoque de la inspiración divina, que hacía a veces el expresar “cosas excelentes” sin que, por el contrario, hubiera capacidad para explicarlas (esto se comprueba en Apología, cuando Sócrates observó a los poetas ante el oráculo de Delfos).

Para Platón, además, los poetas poseían el máximo privilegio para llevarlos directamente a la sabiduría; y éste era cierta intuición divina. Más en concreto: el don de la analogía o de la metáfora por la cual, a través de una captación o facultad auténticamente inspirativa, se percataba una semejanza entre desemejanzas, o sea, se advertía una relación entre cosas distintas.

En ese sentido, las ideas en Platón eran idealizaciones inspiradas -ideas de moral- sobre el bien bondadoso; que era, asimismo, belleza: armonía que se hace cuando se crean esas ideas en comunicación con los demás -en situaciones-.
Así, por principio platónico (el de la symploké), no todo necesariamente está vinculado con todo.
En el platonismo, veamos, las ideas consistían -con lo dicho- en valores -morales- que pertenecían no a la realidad, sino al "mundo" inteligible o inmaterial o incorpóreo.

Sin embargo, el Sócrates ofrecido por Aristóteles es el de un conocimiento trascendental, en el cual sustentó la teoría del ideal; pero, ésta, desarrollada -según él- en parte por el mismo Heráclito. Es decir, las cosas sensibles -el mundo material- pereciendo siempre -"renovándose"- heraclitianas son dependientes, ahora, de unas entidades permanentes (universales) que no se pueden eludir.
Para Aristóteles es, pues, un origen (un origen esencial tras una silogización) que trasciende de esas entidades definidas el que determina o el que proyecta a las ideas. Por lo cual, existe una forma (eidos) trascendida por medio de la idea (idean).

Esto, claro, supone una revisión platónica por parte de Aristóteles en la cual, más sensatamente, el mundo -o fluir- sensible heraclitiano no es independiente del mundo inteligible -en oposición a "khorismós"-; o sea, que el mundo sensible no es ajeno al conocimiento trascendido.
En concreción, que el conocimiento o que todo lo que se sabe o que todas las capacidades que la realidad nos da, está hecho obligatoriamente del pasado perecido, pero que ha trascendido progresivamente a formas o a resultados de conocimiento.
(éstos definiéndose en conceptos).

Por esta aclaración, Aristóteles dió una visión más coherente con respecto a Sócrates; en cuanto que, el Sócrates que preguntaba dudando al mismo tiempo de una certeza definitiva, lo que suponía antes era una búsqueda de la verdad. No, no que ya se daba por hecho el tenerla o el encontrarla, sino que había que preguntarse -como regla intelectiva- muchas veces por ella para, así, por medio de la mayéutica, ir desbrozándola o ir encaminándose hacia ella.

Lo que ocurre es que, Aristóteles, ya preinstaló o predeterminó un origen trascendental que sólo puede ser -fijamente, al modo del ser inmutable de Parménides- imaginario para las ideas -que también idealizan de manera bastante emocional o sugestiva-, en vez -sí- de dirigirse a conocimientos ya delimitados o racionales; que, éstos, en efecto, trascienden... o progresan o mejoran.
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