sábado, 6 de diciembre de 2008

LA FENOMENOLOGÍA DE HUSSERL
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Husserl vindica el lenguaje como un problema de confrontación entre la expresión y la significación.

Todo lo que se expresa, de hecho, significa pero, lo que se expresa, suele ser por defecto –según él- formas verbales o palabras que se desprenden de conceptos dados por la intuición o por los sentidos –conceptos esenciales, constantes o repetitivos-. A éstos últimos les llama “esencias lógicasque habrán de buscarse; pues producen unas unidades fenomenológicas de intención o de verbalidad con el tiempo, es decir, una fenomenología lingüística, una construcción de significado o de expresión.

Por eso, su pensamiento o análisis está basado en un regreso desde las palabras hacia los sentidos, desde el lenguaje construido hacia donde se empieza a construir y es, aquí, donde instala él “contundentemente” la significación: en el ámbito de lo intuitivo no “con-notado”, no advertido o contaminado por la palabra en concreto.
Ahora bien, las esencias -en la intuición- radican en idealidades y la funcionalidad de éstas por sí mismas originan “su” conciencia trascendental; esto es, una conciencia que trasciende desde su pura manifestación o expresión esencial.

Desde luego, comprender esa expresión esencial en el contexto del lenguaje o del signo no es poco arduo... por su fondo incoherente si se tiene en cuenta que, cualquier signo –o palabra-, es ya indicador de un significado mínimo o que indica, obligatoriamente, un contenido evidente del “acto” comunicativo o reflexivo.
Pero Husserl, a pesar de tal incoherencia, urde o prepara un centro estratégico al cual depende el proceso lingüístico, el de la significación “en la soledad del yo”; en donde la comunicación se veta o se “niega” por lo que, el sujeto, se sustenta mediante el imperativo: “¡a las cosas mismas!” (“principio de todos los principios”).
En este supuesto, el conocimiento –según él- es auténtico, porque se manifiesta en el origen de la evidencia cognoscitiva gracias a la intuición y, puesto que este hecho se evidencia en un presente –o que la evidencia sólo es lo presente-, el “principio de todos los principios” es fidedigno de una esencialidad.

Así pues, según eso, lo posterior a la intuición conduce a una no-presencia, a una degeneración de lo permanentemente originario y, por lo tanto, a sólo una representación de ese logotipo preestablecido, es decir, a una alteridad o a una diferencia inevitable que “nunca” denotará... “identidad”.

Para la fenomenología, la temporalidad del lenguaje entra en el campo de lo trascendental -pero desde un origen preestablecido-; de modo que, todo, trasciende de “su principio”, de su único principio por el cual la presencia se convierte en no-presencia, la voz ideal o fenomenológica en trascendencia –por el “cogito” trascendental- o en significantes mundanos o sensibles.
No obstante, ante este decir, la vida es -y sólo es- una constante de presencias y, también, intrínsicamente cualquier origen –ya por su acción- no es... preciso origen (fijación), no, sino asimismo conformación, diferenciación o construcción.

En claro, la materia sólo atiende u obedece para existir a la acción y, esta acción (que hace “construcciones” o complejidades) la forma, la comporta; por lo que se deduce, así, que no es un origen, no, más bien un principio (ley) lo que sostiene o permite que algo está formado porque... actúa; significando esto que, la acción o la interacción, es la misma presencia y que, ella, a la materia la forma –o que le comporta una forma-.

Sí, es inútil hablar de conciencia fija en un origen -aun supuestamente intuitivo- o en un centro; por razón de que, la conciencia, es acción-forma de lo que existe o –para mejor comprenderlo- que, ella, sólo actuando existe desde todas las conformaciones que la han hecho posible, no, no desde una, no desde... un origen conformado de conciencia como él supone.

Sin embargo, Husserl recurre a ese sentido de conciencia fija o esencial –o a una expresión esencial- que no indica nada para, así, depurarla de comunicación; por ello, inventa un “cogito” solitario y silencioso, a oscuras porque nadie se entere de que existe –ni él mismo-, a lo que considera una “visión plena” o idealidad “aséptica” de voluntad expresiva. Porque, tal conciencia esencial, se encuentra –según él- libre de la motivación indicadora que se apoya en algo dado, no querido, no espiritualizado, afirmando que, en esa “espiritualidad”, está el ser humano cuando ya se encuentra “a solas”, para sí pero... sin indicarlo, sin vivencia del entorno o de lo otro, como mágicamente, con la “vida solitaria del alma”, con la presencia inmediata a sí mismo.

Bien, pienso que la filosofía o la ciencia deben evitar estos errores debido a que, el lenguaje, no es una existencia taxativa con respecto a orígenes únicos portadores de los secretos del presente, sino es un elemento más de la conformación de la realidad humana; y no un instrumento sólo, porque todo lo es de algo -lo que nos llevaría a una confusión o a una manipulación-.
En efecto, si el lenguaje existe es, sin duda, porque -conformado de pasados y de presentes- subsiste en la realidad –al igual que lo demás-; lo que no quiere decir de ningún modo que contenga toda la realidad, sino partes o niveles de realidad que continuamente se acrecientan -o se “acumulan”-, ello en virtud de que un sólo presente verbal no se adueña del presente verbal en general -puesto que actúa en multi-interacciones-, no, imposible en una evolución o en una evolución cíclica.

Es verdad que lo que es presente trasciende, es lógico, pero no desde un fijismo de presente dogmático que éste sirva para determinar -de modo aislado- una presencia frente a una no-presencia; pues, en cuanto eso se haga, comenzará al instante un juego ineludible de manipulación: “antes”, “después”, “en medio”, “se aparta”, “se aleja”, “se representa” –pero ¿de qué ontológicamente?-, “se regresa”, etc.
Es decir, se juega a reducirlo todo a una identidad “fantástica” de un presente “acéptico” de sus “presentes sucesivos totalmente ineludibles” y, así, lo demás a ese supuesto presente “detenido” -algo que es imposible- se manchará o se impregnará de indicación, de procedencia que, ésta, indicará sugestivamente una... degeneración.

Husserl, sin consistencia, habla de “a-presentado”, de “ausencia –que siempre se tendrá con respecto a algo, nunca un ser vivo la tendrá con respecto a su pleno conocimiento-, de “no-significación” –por igual, siempre con respecto a algo significativo-, de “anonimato”, de “vida interior” –cuando la vida interior utiliza todos sus elementos de la vida exterior, en interacción-, etc.

También, la base sobre la que traza la identidad, la intuición (*), no, no puede ser un “mundo sobrenatural” ajeno al desarrollo cognoscitivo, sino la propia o la misma acción del vivir, que conlleva unas infranqueables condiciones de la realidad: un ser vivo o conoce que tiene que beber o se morirá de sed. Éste intuirá dónde hallará el agua, por supuesto, pero antes -por su instinto- sabrá sin duda que tiene que beber; y, eso, es un acto de identidad, de que se identifica por ello con respecto al medio –o que se identifica siempre dentro de la realidad-.
Pues ya, al “decir” o al “saber” un ser vivo “tengo sed”, no es que represente la realidad, sino que reconoce su propia realidad, a la que es consecuente; luego, claro, representará o puede representar mucho o lo que quiera, en función de una seudocoherencia o no, o de una idealidad o de otra, pero antes reconoce los elementos primarios de su realidad, en el contexto de la realidad.

Por ejemplo: Puede representar a un rey o a un símbolo como un paradigma del bien, de la seguridad o de lo divino pero, antes, reconoce unas mínimas distinciones evidentes entre una piedra y un animal, entre quien engendra una vida –la mujer- y quien le engendra a ella tal posibilidad –el hombre-.

No tiene pies ni cabeza que un ser “a solas” –como defiende Husserl- “entienda” o “averigüe” a la mujer como “paridora” de una vida sin antes, al menos, “saber” genética e intuitivamente de ella; o sin nunca haber conocido a una mujer y a los mínimos conceptos que, intrínsicamente, implica.

Desde luego, lo primero es lo primero, y saber de la realidad -que es sucesiva- es lo primordial, incluso antes de meterse uno “a oscuras” en la metafísica de la presencia y de la no-presencia.
Un ser vivo no interpreta ni juega a las condiciones de la realidad, sino -por condiciones ineludibles- “las sabe” al vivirlas o viviéndolas -vivir implica “aprehender” condiciones del vivir-; y, luego, que ya haga sus ideales o lo que quiera.


(*) El contenido “eidético” de los “significados ideales” derivados de la “presencia esencial” o de la intuición. En concreto, ese es el grave error, el de la “presencia esencial”.
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