jueves, 21 de marzo de 2013

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LA SIN-CAUSA IMAGINADA


1.- LA COINCIDENCIA

Una opinión es un decir, pero "además" un decir puede ser una verdad (por ejemplo: "No soy una piedra"); una política es una manera de gobernar, pero "además" una manera de gobernar puede ser justa; un coche es un vehículo, un medio de desplazamiento, pero "además" puede atropellar a alguien.

Así, todo tiene un "además", varios, aunque el ser humano no los advierte a propósito, en el instante que sucede algo porque, sencillamente, se encuentra seducido, enajenado por esas avenencias de su motivación y de la moda imperante; p or lo que todo lo que le suceda al coche, al margen de eso, con obsesión es accidente por imaginación, coincidencia.

Sin embargo, el mundo, el Universo, se "libera" de tal gravamen (con el "además" anteriormente señalado), podríamos decir pues, en esa obsesión del ser humano, todo es "este pan para este queso y este queso para este pan", se ciñe a eso o él mismo se predetermina a causas únicas, forzadas, iluminadas, todopoderosas.
De manera que, si un coche ya circulando por una carretera, conlleva causas; en cambio, con esa predeterminación, si atropella a alguien, no: ¡es una coincidencia!, es una casualidad sin causa o venida del más allá, un no-sé-qué o un no-sé-cuándo, un estado adelante alucinatorio o astroloide, una ocurrencia de cualquier descerebrado, una verdad inverosímil especial por su nada dando pingos, una coincidencia acaecida, la iluminada de que en aquel momento se le cruzara alguien.

Sí, es lógico que de los millones de personas que se mueven en el mundo te encuentres con algunas conocidas o que, algunas conocidas, se encuentren (por obligado); y no por casualidad, sino porque las causas están orientadas “per se” para los encuentros (de hecho, por naturalidad, por interacciones, de fuerzas se determinan los principios físicos) que son los efectos de ellas (es uno, sólo uno entre tantos, el espermatozoide que ha de llegar al óvulo para que se cumpla el principio de fecundación en los seres humanos, asimismo nuestras células han de encontrarse con virus para que se cumpla el principio de supervivencia, etc.).

Conque cualquier cosa tendrá sus encuentros, pero dejemos que se realicen por causas naturales en un contexto concreto, no los intentemos forzar, no los califiquemos por coincidentes (si un señor que va a recibir una distinción, en ese momento le huele el aliento, de inmediato califica de coincidente el que eso suceda porque... para tal momento –en autosugestión- se había predispuesto de una manera, siendo lo demás coincidencias, que así lo había predeterminado).
Si es lógico que obligatoriamente personas conocidas tendrán que encontrarse, cuando se encuentran, no se califica eso al momento como que es de lógica obligatoria que sea así, sino se impone prejuzgadamente como coincidencia; es decir, la coincidencia es el resultado prejuzgado de una utilización de lo no habitual puesto, que lo no habitual -porque no puede serlo todo-, de una u otra forma se les meterá en la cabeza de que es... coincidencia.
Ahí está el truco: lo no habitual no tiene derecho a ser no habitual, sino es para ellos coincidencia, y a la fuerza.

En la consideración de que está lo frecuente porque lo posibilita un contexto, y también lo infrecuente que siempre existe en cualquier contexto, de aquello que interactúa menos o posee realmente menos elementos para interactuar. Por ejemplo: que se le caiga a uno en la cabeza un zapato desde una ventana.

Pero, sin más, siempre es fácil recurrir a que tal o cual hecho, que ha tenido que ocurrir “curiosamente” de tal manera, es un “hecho coincidente” para no dar alguna otra respuesta, que ya requiere algún esfuerzo mental, y ahí acaba la cosa.

"Todo lo real tiene causa" propugnó Leibniz; y todo lo irreal tiene sus causas en la realidad -no lo trae el limbo-.
Lo que ocurre es que, lo irreal, posee una significación en quien se lo cree (únicamente el ser humano ama y se asusta de lo que no conoce) y, por consecuencia, actúa con ese gravamen -prejuicio- sobre la realidad creando o inventando ora dones divinos, de "sangre azul", de elegidos para el poder, de machos superdotados ordenando la familia patriarcal con su opresión o jefatura de patria, ora caciquerías para que la riqueza se aúne o se concentre en los egos de cuatro saqueadores de dignidad (puesto que sólo se acumula riqueza en "detrimento" del usufructo de muchos que trabajan, ningún idiota únicamente solo se hace rico, sin utilizar servicios de otros).

Y lo que ocurre es que la superstición alimenta a muchos poderes que lo son precisamente por sinrazones y no les interesa que muchos ingenuos se liberen de ella para perder sus privilegios; y preferible, sí, es que los ingenuos sigan ingenuos, y al máximo posible para que los poderosos disfruten de sus palacios “de rechupete” a costa de tanto tontaina reengañado.


En definitiva, ese tipo de prejuzgador mitifica ofreciendo la coincidencia como un rasgo extraesencial o… raro, para crear misterio como en las películas.



2.- EL AZAR

Cuando se dice “esta corbata es azul” es porque, al verificarse tal hecho, esa corbata “es azul” por atribuírsele un color en concreto, delimitado y presente.
En cambio, cuando se dice “me regalarán una corbata” evidente es que, tal hecho, aún no ha ocurrido, por lo que aún no podrá ser verificado; entonces, jugamos con la adivinación.

Ahora bien, la corbata “que se regalará” siempre atenderá o responderá al siguiente silogismo: “Todas las corbatas tienen color, luego, esta corbata que me regalarán, tendrá por obligado un color”.
En el caso de que sea un sorteo de tres premios de navidad mediante números, los números de premio serán elegidos –puesto que a priori eso se han propuesto, es decir, eso han elegido los organizadores: la acotación a que sean tres números los que obtengan premio-; sin embargo, todos los números que, desde el principio, entran en juego –otra acotación- podrán ser elegidos en virtud de que “todos” puedan ocupar la posición precisa dentro del bombo para ser elegidos.

Más claro, cada número que se encuentra dentro del bombo por adelantado tendrá la posibilidad de posicionarse privilegiadamente para representar a cualquier premio en ese instante “detenido”, en un “instante privilegiado” para un ser humano que espera un premio de tal forma, no para la misma bola.

El ser humano es el único que quiere que, algo inorgánico utilizado o predispuesto con ciertas condiciones para unas concretas posibilidades, le privilegie. Y cada uno se hace representar con una de esas posibilidades.
Por ejemplo, imaginen tres personas, A, B y C, que se dejan representar por unas únicas tres posibilidades de un encuentro de fútbol entre el Génova y el Nápoles: “Si gana el Génova el premio es para mí”, dice A; “si gana el Nápoles el premio es para mí”, dice B; “si empatan el premio es para mí”, dice C. Pues, con esas únicas posibles representaciones, el premio es para uno de los tres; y no por suerte, sino por las capacidades reales que posean para ganar tanto el Betis como el Numancia, es decir, de sus mismas posibilidades.

Así pues, el ser humano es el único animal que inventa la casualidad o el azar (un ratón nunca se sugestiona o nunca admite que, al advertir la presencia de un gato, sea precisamente por azar), que espera de lo que aún no ha sucedido; pero muchas veces prepara su modelo o tipo de casualidad: lo hace ocio o juego.
Y es que, aposta, quiere jugar, jugar a aceptar una causa entre las posibles; quizás para prever, para prevenir, para anticiparse imaginativamente al… futuro.

En verdad, en el contexto intelectivo, repercute al conocimiento de la realidad: distingue más lo que será posible –lo verosímil aristotélico- o bien lo probable, lo taxativo –llevado al contexto del probabilismo que propugnaba el Círculo filosófico de Viena-.

Si, enfrente a lo que va a suceder, todo tiene asimismo una causa, el ser humano -o su voluntad- determina un puente de probabilidades de lo que más puede acercarse a presentarse como causa; sin embargo, a trasmano de una certeza segura, se escuda en la concepción de ese azar –referencia más bien emocional-, de la certeza que desea, que espera, pero que no puede alcanzar o controlar.

Eso le es, así, una terapia contra sí mismo, contra su intranquilidad y contra sus miedos en tanto que, desde que existió, se ha preocupado fundamentalmente por el mañana, por las causas del mañana; y, en tal obsesión que le ha ayudado a la supervivencia, augura siempre, especula el estar por delante de unos y de otros, se predispone a “poseer” o al menos a condicionar los hechos lo más cercanamente a la medida de sus intenciones o expectativas.
O incluso a corregir el pasado a través del futuro como pretendía la narrativa de Proust.

En definitiva, cuando algo del “mundo” no existe en el presente ya puede ser utilizado como “táctica” o como apoyo imaginativo para el ser humano, con sus remilgos por excusar su propia imperfección, su propia impotencia –a favor de sus ambiciones- por reconocer sus limitaciones, o sus vanidades –sí- la mayoría de las veces.
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LA COMPARACIÓN Y ALGO MÁS


La comparación es un uso racional -uno entre tantos como puede ser el usar la razón para advertir las posibilidades de algo o también para lucubrar la vida extraterrestre-, pero no es la racionalidad y, aun siendo una parte de la racionalidad, radica en que se reconocen los elementos comparados.

Alguno ha dicho que “todo es relativo porque se puede comparar”. Bien, por poder “todo se puede” hasta descuidar, volar, cansar, hasta negar, ya de paso.


Sin embargo, la comparación se atiene –para existir- a reglas de comparación: a admitir la existencia absoluta de una cosa A y de una cosa B; y, así, se procede –racionalmente por supuesto- con una “metodología absoluta” de comparación –la comparación no es más que otro reglamento racional-. 

Nadie compara A con A; claro, en distintos tiempos sí, pero no al mismo tiempo puede compararse –racionalmente- algo con él mismo, el infinito con él mismo, la nada con la nada, el amor con el amor puesto que, sencillamente, para definir el amor, para que “sea”, para que "esté", para que se le meta en la cabeza a cualquiera, ha de existir el desamor, el otro algo, la contrastación: el “otro”.

Por ello, ha de existir lo “uno” y lo “otro”, lo diverso; ¡ah!, pero lo “uno” y lo “otro” son antes que nada, por encima de todo, en esencia, una…. diferencia, un contraste

He ahí que, cuando algo no es “uno”, se pasa o tiende a lo “otro”. Es decir, existe un alejamiento, una separación, una “distancia” – no en cantidad sólo, no, sino en “cualidad”-.
Pues bien, todo conocimiento, toda interacción advierte existencialmente esa separación a la cual es susceptible o, en otras palabras, ha de considerar, ha de respetar, ha de sustentarse, ha de percatarse de ella por o al ser conocimiento e interacción respectivamente.

Si lo “uno” es lo “uno” y lo “otro” es lo “otro” existe un “enfrentamiento”, una dualidad que se “repela”o se atrae según interacciona, esto es, eso es el existir (“existir con”, sustentarse, “actuar con”); ¡ah!, pero actúan, luego ha de existir absolutamente lo “uno” para que “actúe” con lo otro.

En efecto, por eso precisamente algo es absoluto, porque tiene una relación –un sustento por esa “comunicación”, por ese “acto” que se hace y que nunca puede ser “autoacto” como un punto fijo- y, sobre todo, porque, con esa relación, se evidencia que existe un algo absoluto que actúa con otro algo absoluto.

Si existe A y si existe B –porque habrán de existir por obligado- existen sobre todo porque poseen una distinción, un no ser iguales; por lo tanto, presentan “cualidades” distintas; y, en claro, las “cualidades” de A y B deben ser absolutas para que existan A y B, para que “tengan”su distinción comparable. 


Nadie compara lo ambiguo, mejor, con el procedimiento racional –eso- nadie compara con la nada, con el anticerebro, con la antiexistencia, sino con recursos que son, que existen o habrán de existir obligatoriamente, o sea, que son absolutos, que “son” para que sea posible la contrastación, la comparación.

Alguno puede decir lo que quiera por “libertad suya”; no obstante lo que no puede decir –con autocrítica- es que, encima, esté hablando racionalmente pues, para que así sea, habrá sencillamente de demostrarlo.

Ya que, si no es válida la demostración o la argumentación racional, pues entonces Hitler – o cualquier otro- tiene la mismísima razón que ella -que esa argumentación-, al no ser válida la razón: 8 y 80 serían lo mismo, matar y no matar también.

En definitiva, si la razón no es válida por una personal conveniencia impuesta, nada es válido puesto que, hasta en los sentimientos, es absolutamente válida.

Y es que, tal validez, la da la propiedad, no la voluntad.

Si se ama, primero se habrá de conocer algo para amarlo y, así, en cuanto más se conoce más se ama. 
Desde luego el amor tiene que reconocer, además, la existencia de algo para amarlo; ha de reconocer primero la existencia de ese algo –su dignidad- y, después, ya puede amarlo. Es decir, se ama sobre el conocimiento, junto a él, a medida que se conoce.
Por igual ocurre con la esperanza, etc.

“Otro” dijo que la facilidad es relativa precipitadamente. Pues no, ni en broma (el que quiera consentir confusiones que lo haga, con la consideración de que... no es ético). 

La facilidad no es relativa por cuanto va de acuerdo a lo “factible” (algo se puede hacer o no se puede hacer dadas unas circunstancias o recursos, con una viabilidad absoluta).

También, que “la dignidad se pierde” es una repugnante falacia.

Sí, se pierden aspectos de la dignidad, pero nunca la dignidad intrínseca de que se es un ser humano.
Un perro, en el fondo, tiene ante todo merecimiento de perro, no de piedra; porque lo contrario es no más que negarla, exterminarla racionalmente: La dignidad la tiene todo o “todos”. 


Supongan una persona que haya asesinado a muchas otras, pues, no por eso se le ha de quitar su dignidad como ser humano y, de seguido, enterrarlo en un cementerio de ratas.


No, se ha de enterrar en un cementerio de seres humanos, sea ése bueno o malo, más racional o menos racional, pisoteado o engrandecido con trucos como un dios.

Una cosa es una cosa, al margen de la libertad de las emociones a toda prisa. Una persona ya tiene asimismo sus derechos –por ser persona- incluso antes de hacer algo.

Por último asunto (porque trato aquí también de la comparación de los humanos con la naturaleza), el deterioro medioambiental tiene sus obligadas o inevitables consecuencias, las tiene; pero el ser humano siguiendo con ese deterioro quiere que no las tenga o el negarlas: una paranoia o por lo mínimo una gran responsabilidad eludida.

La mayoría de los políticos, secundados por los poderes fácticos o economicistas, siguen más y más con la industrialización –sin límite- al mismo tiempo que hablan –como coartada o imagen o justificación a sus irresponsabilidades- de desarrollo sostenible.

Pues bien, eso es un cuento suyo, una pura falacia, ya que no existe tal desarrollo sostenible sin dar un sólo paso hacia atrás.

O existe la reducción de lo que destruye o no existe esa reducción hablando en claro. 
El coche contamina al mismo tiempo que la pistola que se fabrica termina por dispararse tarde o temprano; además ya la construcción de carreteras es una contaminación ambiental. 


No se puede pensar que, al mismo tiempo que se utilizan más coches en el mundo, las consecuencias serán las de un cuento de hadas; y ni es lo mismo que contaminen unos miles de coches, como hace casi un siglo, que centenares de millones como en la actualidad (¿es que creen que esos millones de contaminantes dejarán intacta la atmósfera?).


No es lo mismo darle tres golpes a un elefante que darle cien mil, ¡muy evidente!, no es lo mismo.
La gran mentira de tanto irresponsable, que se enriquece a costa de eso, hace que la hambruna debida a sequías en los países pobres se acuse y, también, la resistencia de éstos a los desastres de la climatología que aquéllos promueven instalándoles grandes complejos turísticos en la costa –por lo que ellos forzosamente tienen que ir a trabajarlos, pues allí se les ha llevado el trabajo que antes tenían de forma más natural en el interior-.

Todo tiene sus consecuencias, todo enriquecimiento tiene sus muertes provocadas, siendo así claramente asesinatos en toda regla; pero los incalificables matan y van corriendo a los medios de comunicación –con la mayor complicidad- a recibir premios por moda y a decir que se les encumbre de bonitos piropos rezando a Dios que ya parece lo han comprado.