jueves, 21 de marzo de 2013


LA COMPARACIÓN Y ALGO MÁS


La comparación es un uso racional -uno entre tantos como puede ser el usar la razón para advertir las posibilidades de algo o también para lucubrar la vida extraterrestre-, pero no es la racionalidad y, aun siendo una parte de la racionalidad, radica en que se reconocen los elementos comparados.

Alguno ha dicho que “todo es relativo porque se puede comparar”. Bien, por poder “todo se puede” hasta descuidar, volar, cansar, hasta negar, ya de paso.


Sin embargo, la comparación se atiene –para existir- a reglas de comparación: a admitir la existencia absoluta de una cosa A y de una cosa B; y, así, se procede –racionalmente por supuesto- con una “metodología absoluta” de comparación –la comparación no es más que otro reglamento racional-. 

Nadie compara A con A; claro, en distintos tiempos sí, pero no al mismo tiempo puede compararse –racionalmente- algo con él mismo, el infinito con él mismo, la nada con la nada, el amor con el amor puesto que, sencillamente, para definir el amor, para que “sea”, para que "esté", para que se le meta en la cabeza a cualquiera, ha de existir el desamor, el otro algo, la contrastación: el “otro”.

Por ello, ha de existir lo “uno” y lo “otro”, lo diverso; ¡ah!, pero lo “uno” y lo “otro” son antes que nada, por encima de todo, en esencia, una…. diferencia, un contraste

He ahí que, cuando algo no es “uno”, se pasa o tiende a lo “otro”. Es decir, existe un alejamiento, una separación, una “distancia” – no en cantidad sólo, no, sino en “cualidad”-.
Pues bien, todo conocimiento, toda interacción advierte existencialmente esa separación a la cual es susceptible o, en otras palabras, ha de considerar, ha de respetar, ha de sustentarse, ha de percatarse de ella por o al ser conocimiento e interacción respectivamente.

Si lo “uno” es lo “uno” y lo “otro” es lo “otro” existe un “enfrentamiento”, una dualidad que se “repela”o se atrae según interacciona, esto es, eso es el existir (“existir con”, sustentarse, “actuar con”); ¡ah!, pero actúan, luego ha de existir absolutamente lo “uno” para que “actúe” con lo otro.

En efecto, por eso precisamente algo es absoluto, porque tiene una relación –un sustento por esa “comunicación”, por ese “acto” que se hace y que nunca puede ser “autoacto” como un punto fijo- y, sobre todo, porque, con esa relación, se evidencia que existe un algo absoluto que actúa con otro algo absoluto.

Si existe A y si existe B –porque habrán de existir por obligado- existen sobre todo porque poseen una distinción, un no ser iguales; por lo tanto, presentan “cualidades” distintas; y, en claro, las “cualidades” de A y B deben ser absolutas para que existan A y B, para que “tengan”su distinción comparable. 


Nadie compara lo ambiguo, mejor, con el procedimiento racional –eso- nadie compara con la nada, con el anticerebro, con la antiexistencia, sino con recursos que son, que existen o habrán de existir obligatoriamente, o sea, que son absolutos, que “son” para que sea posible la contrastación, la comparación.

Alguno puede decir lo que quiera por “libertad suya”; no obstante lo que no puede decir –con autocrítica- es que, encima, esté hablando racionalmente pues, para que así sea, habrá sencillamente de demostrarlo.

Ya que, si no es válida la demostración o la argumentación racional, pues entonces Hitler – o cualquier otro- tiene la mismísima razón que ella -que esa argumentación-, al no ser válida la razón: 8 y 80 serían lo mismo, matar y no matar también.

En definitiva, si la razón no es válida por una personal conveniencia impuesta, nada es válido puesto que, hasta en los sentimientos, es absolutamente válida.

Y es que, tal validez, la da la propiedad, no la voluntad.

Si se ama, primero se habrá de conocer algo para amarlo y, así, en cuanto más se conoce más se ama. 
Desde luego el amor tiene que reconocer, además, la existencia de algo para amarlo; ha de reconocer primero la existencia de ese algo –su dignidad- y, después, ya puede amarlo. Es decir, se ama sobre el conocimiento, junto a él, a medida que se conoce.
Por igual ocurre con la esperanza, etc.

“Otro” dijo que la facilidad es relativa precipitadamente. Pues no, ni en broma (el que quiera consentir confusiones que lo haga, con la consideración de que... no es ético). 

La facilidad no es relativa por cuanto va de acuerdo a lo “factible” (algo se puede hacer o no se puede hacer dadas unas circunstancias o recursos, con una viabilidad absoluta).

También, que “la dignidad se pierde” es una repugnante falacia.

Sí, se pierden aspectos de la dignidad, pero nunca la dignidad intrínseca de que se es un ser humano.
Un perro, en el fondo, tiene ante todo merecimiento de perro, no de piedra; porque lo contrario es no más que negarla, exterminarla racionalmente: La dignidad la tiene todo o “todos”. 


Supongan una persona que haya asesinado a muchas otras, pues, no por eso se le ha de quitar su dignidad como ser humano y, de seguido, enterrarlo en un cementerio de ratas.


No, se ha de enterrar en un cementerio de seres humanos, sea ése bueno o malo, más racional o menos racional, pisoteado o engrandecido con trucos como un dios.

Una cosa es una cosa, al margen de la libertad de las emociones a toda prisa. Una persona ya tiene asimismo sus derechos –por ser persona- incluso antes de hacer algo.

Por último asunto (porque trato aquí también de la comparación de los humanos con la naturaleza), el deterioro medioambiental tiene sus obligadas o inevitables consecuencias, las tiene; pero el ser humano siguiendo con ese deterioro quiere que no las tenga o el negarlas: una paranoia o por lo mínimo una gran responsabilidad eludida.

La mayoría de los políticos, secundados por los poderes fácticos o economicistas, siguen más y más con la industrialización –sin límite- al mismo tiempo que hablan –como coartada o imagen o justificación a sus irresponsabilidades- de desarrollo sostenible.

Pues bien, eso es un cuento suyo, una pura falacia, ya que no existe tal desarrollo sostenible sin dar un sólo paso hacia atrás.

O existe la reducción de lo que destruye o no existe esa reducción hablando en claro. 
El coche contamina al mismo tiempo que la pistola que se fabrica termina por dispararse tarde o temprano; además ya la construcción de carreteras es una contaminación ambiental. 


No se puede pensar que, al mismo tiempo que se utilizan más coches en el mundo, las consecuencias serán las de un cuento de hadas; y ni es lo mismo que contaminen unos miles de coches, como hace casi un siglo, que centenares de millones como en la actualidad (¿es que creen que esos millones de contaminantes dejarán intacta la atmósfera?).


No es lo mismo darle tres golpes a un elefante que darle cien mil, ¡muy evidente!, no es lo mismo.
La gran mentira de tanto irresponsable, que se enriquece a costa de eso, hace que la hambruna debida a sequías en los países pobres se acuse y, también, la resistencia de éstos a los desastres de la climatología que aquéllos promueven instalándoles grandes complejos turísticos en la costa –por lo que ellos forzosamente tienen que ir a trabajarlos, pues allí se les ha llevado el trabajo que antes tenían de forma más natural en el interior-.

Todo tiene sus consecuencias, todo enriquecimiento tiene sus muertes provocadas, siendo así claramente asesinatos en toda regla; pero los incalificables matan y van corriendo a los medios de comunicación –con la mayor complicidad- a recibir premios por moda y a decir que se les encumbre de bonitos piropos rezando a Dios que ya parece lo han comprado.

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