martes, 6 de noviembre de 2012

voluntad y moral

VOLUNTAD Y MORAL


Primeramente, la emoción -reacción vital- no es lo mismo que la moral -significación idealista adquirida-, puesto que ésta última es un producto conseguido hasta un presente, no desde el mismo hecho inherente a un ser vivo, sino desde un hecho añadido o social; y, si existe el hecho social, es inevitable, inesquivable la moral (*). Luego, en el ser humano, la emoción o la impresión sensible no es de la misma índole que la de la naturaleza, sino vinculada -en la medida que se vive socialmente- a valores morales, se quiera o no.

El arte no es accidental -como propugnaba Hegel-, por razón de que es identificativo de lo que ha vivido junto a lo que ha convivido o le ha influido la sociedad. El arte es experiencia de las capacidades emotivas e intelectuales. Deduce esto que Croce estaba en el error al sostener la intuición artística anterior a lo intelectual, en cuanto a que el arte requiere también una proporcionalidad conceptual o intelectiva, de construcción cultural con base en o a través de la experiencia, en donde se RESPONDE con esa "predisposición" o maduración intelectiva de experiencia, ideada, formada y no informada, y no de un estado independiente, desconectado o hecho "de repente" sin lo que se conoce y se va conociendo como arte -pues el arte también evoluciona, como todo-. Más claro, la impresión sensible sobreviene tras una predisposición genética -instinto- del sujeto junto a otra cultural con respecto a las cosas.

Entonces lo moral -significado idealista- no depende de una voluntad como decía Nietzsche, sino de un estructuralismo vital, es decir, de un producto cultural donde, por ejemplo, sí se podría transformar voluntariamente el tallo -comparándolo con un árbol- con un injerto o sucesivos injertos, pero no las raíces ni las funciones inherentes al mismo "ser árbol". Conforme a que es así, no se pueden instaurar todos los valores nuevos, sino los posibles. La voluntad no puede empezar borrándolo todo o absolutamente desde cero, o sea, empezar de nuevo, ya que empezó y nada posee dos principios al mismo tiempo: corresponde cada cosa a un principio u origen por generarse y, otros desde su desarrollo, dependerán de él, de las consecuencias que ha conllevado.

Nietzsche se equivocó cuando basó el conocimiento en el hecho emocional, porque el hecho emocional no es un hecho aislado, autoconstructivo totalmente, sino construido del entorno, de la experiencia con el entorno y de la experiencia con la cultura, como elemento que es de él. Sentirá y pensará lo que el entorno le deja y, por eso, lo hace. No se puede pensar con lucidez que no le llega la realidad o que no aprehende la realidad, puesto que ya es realidad -está hecho de realidad como cualquier animal-, un hecho por ella o a merced de ella en usufructo. El ser humano no es, enfrente, algo en vez de la realidad, no, sin duda que no, sino es algo que sobrelleva la realidad misma, pues todo percibe realidad irrefutablemente, interacciona con y dentro de ella, se construye con y por ella.

El hecho de que cada uno interprete de una forma diferente -porque existe lo anteriormente dicho de la condición social- no significa que uno percibe de la realidad, otro de la irrealidad y otro de la superrealidad, no, lo que significa es que cada uno acusa unos valores sociales más que otros, pero esos valores son y están desde y en la realidad, en la realidad cultural.

Nietzsche, muy dejado por la irreflexión o por la reflexión sólo a favor de la pasión, sostuvo que el ser humano pasa por un "espíritu-niño" -sin valores morales-, después por un "espíritu-camello" que aguanta unas obligaciones morales, después por un "espíritu-león" para forjar una libertad y, después, debe volver al "espíritu-niño" que es la verdadera madurez según él. Sea como fuere al "espíritu-león" lo vivido no se lo a quitar nadie y en tal grado que, estando, no va a volver al estado niño que no representa madurez de vivencias, ni porque le guste. Aún más, si tanto asusta ese "espíritu-camello" con sus cargas morales pensemos, en cambio, que no existiera, que sólo niños existieran en el mundo. Bien, deduciría esto primero que los niños tendrían que asumir lo que los adultos hacían por ellos, esto es, tendrían que responsabilizarse tan pronto como convivieran o tendrían su correspondiente "espíritu-camello" inevitable en su correspondiente tiempo vital -no se puede engañar con fantasías-.

En rigor como conclusión, la percepción sólo percibe realidad -no toda, por supuesto: su cantidad depende de una mayor capacidad por el conocimiento y de una mayor atención o voluntad-; una vez percibido lo percibido el ser humano puede fantasearlo o no, pero lo utiliza inesquivablemente para valores sociales -que existirán gusten o no gusten-. Así es, el ser humano, aunque no quiera, UTILIZA SU CONOCIMIENTO PARA VALORES SOCIALES -luego, ya eso es una condicionalidad común, inesquivable en su crear arte o en su sentir o crear emociones-. Una vez utilizado como valores sociales, cada individuo valorará hechos reales en virtud de los valores que más acusa o más fortalece -el que unos valores importen más que otros depende sobremanera de una educación social, de sus recursos educativos-.

(*) Es una definición incorrecta la que dio Nietzsche a la moral como interpretación de los afectos, pues, nuestros afectos ya moralizan -al no ser puramente instintivos-, ya socializan en la dosis que sea, es decir, son morales o éticos: inductores de "algo que hay que hacer" común en toda ordenación o disciplina social o forma de organización social.

1 comentario:

José Repiso Moyano dijo...

La voluntad NO PUEDE destruir una cultura, sino ayuda a que evolucione hacia otros valores.