jueves, 3 de noviembre de 2011

MATERIALISMO ATEO DE DIDEROT

Denis Diderot (Langres, 1713- París, 1784) que colaboró como “ilustrado” en la “Encyclopédie” era un provocador, un creador de dudas que, protegiéndose con el libre pensamiento, admitió cualquier análisis, cualquier disertación sólo con que lo llevara a la misma dirección: a la primacía del hecho para ser averiguado –no que ya se da por averiguado-.
Así, alteró, liberó las ideas al concierto de las posibles hipótesis –no a lo tendencioso- a trasmano de lo establecido como prejuicio, como simple atavismo, alumbrando las contradicciones y, con ello, reconociéndolas. Porque, sin duda, la razón tan sólo es viable cuando se tienen en cuenta, se presentan, o sea, se invitan a las contradicciones para que participen en la dialéctica racional: eso concita una inevitable depuración.

Diderot, en verdad, se enfrentó a lo tradicional, pero sobremanera a la religión y a la escuela"escolástica" conforme a que defendió -con todas sus consecuencias- al materialismo ateo
estimulado filosóficamente de forma especial por Condillac y Rousseau. Sí, tal actitud no consiguió evitar la cárcel (en 1749) ni la pobreza que padeció la parte final de su vida porque, en el fondo, su ideal se concentraba en un naturalismo primitivista que decidió hacerlo “manifiesto” en el “Suplemento al viaje de Bougainville” y en el “Sueño de D´Alembert”.
Al respecto, el ideal consistía en la desinhibición y en la naturalidad por desear la libertad del “buen salvaje” de Rousseau, del ser original y puro que no tapa ni excluye sus defectos.

En 1747, la publicación de su novela “Los dijes indiscretos” dispensó el tema erótico; en cambio, en “La religiosa” (póstuma, en 1796) concibe la religiosidad como una carga para quien sufre injusticias y como un verdadero abuso de poder para quien la inculca o la dirige siempre presionando por su obligación para someter al otro y para castigarlo “devotamente”. Así, esta concepción le condujo a su obra madura de razonamiento, “El sobrino de Rameau”, en donde la libertad alcanza las motivaciones individuales -las del deseo y las de la autodeterminación- entreviéndose una desesquematización de lo que se debe hacer por presión o por imposición social, es decir, no existe una necesidad de doblegarse ante algo que culturalmente se crea “correcto” o para seguir unos modales inamovibles de comportamiento.

La libertad para Diderot, bien explayada en “Jacques el fatalista y su amo”, es el no consentimiento de lo que supuestamente racional se utiliza para manipular o para inmovilizar una progresión de nuevas ideas que alientan “per se” la misma libertad. En concreto, en aquéllos tiempos el ser humano sólo podía escapar de un razonamiento inconveniente o incoherente -si únicamente se lo inculcaban por convención- a través de la digresión, a través de la provocación, de una contradicción provocadora que la justificaba por una liberación individual –aunque no precisamente racional-.
En efecto, Jacques vivió asediado o ninguneado por “máximas” de aquéllos entonces como “está ya escrito en lo Alto” con un determinismo del que se aprovechaba la resignación o la sumisión a considerar todos los privilegios como “divinos”, irrenunciables e incontestables.

La libertad de él conlleva más bien la protesta, la disidencia como primer recurso para encontrar o evolucionar hacia una racionalidad lo menos privativa y arbitraria; luego es una libertad -con derecho a la digresión en las situaciones de su época- priorizada sobre la misma razón, puesto que aún la teología y la costumbre no se encontraban despegadas ni, en particular, la experimentación instituida como medio para las finalidades de la ciencia. De hecho, cada expresión racional es ya contradicción fuera de su orden taxativo, por lo que un análisis profundo obliga a deshacerse de sus diversas líneas tendenciosas, obliga “velis nolis” a que se cuestionen las aseveraciones fáciles u obedientes a cualquier hilo discursivo que, en verdad, simultanea contextos no análogos; y más cuando los mismos elementos usados rescinden… toda conclusión veraz. Por ejemplo: una justificación racional del poder político sobre bases sólo ontológicas y místicas.

En definitiva, el genio Diderot depuró –no con pocos esfuerzos- su posición materialista con un lenguaje filosófico que había adquirido inmerso en atavismos teocéntricos -que ni siquiera Descartes pudo evitar- y eso lo derivó a desubicar o a subestimar muchos de los seudoprocedimientos racionales que no le deparaban unos resultados fiables.
Téngase en cuenta que, el pensamiento ilustrado, fue el primero que puso “en duda” lo preconcebido socialmente a favor del ser humano considerado como “víctima” –de ahí la nueva concepción de que es la sociedad quien lo corrompe- y, así, deslegitimó al fijismo de las ideas escolásticas por significar –más tarde- una racionalidad progresiva –porque “se llena” de nuevos conocimientos que al mismo tiempo se distinguen o se entrelazan coherentemente o, si se quiere, científicamente-.

Fue, pues, su filosofía un revulsivo intento para que se llevara a cabo tal progreso “liberador” que, asimismo, le aportó una gratificante autoterapia para su interior –en aquel contexto histórico-.

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