miércoles, 19 de noviembre de 2008


ENSAYO SOBRE EL SER

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PREÁMBULO

La verdad de algo que ha pasado no es la misma a la que está sucediendo (si te sucede a ti y eres leal con ella tienes más confianza con ella por ende), y ésta a la que va a suceder.
Así, el ser humano alcanza la verdad que puede (pero siempre alcanza una concreta al conllevar ya conocimientos), no la que no puede. Y la informa objetivamente si la experimenta o la demuestra aplicándola a principios lógicos o coherentes con hechos reales.
También no es lo mismo ésta verdad científica (que señala la existencia de principios, como el metabólico de los seres vivos, algo totalmente objetivo o al alcance empírico) y la verdad social la cual es proclive a ser interpretada en función de muchos de sus intereses, es más: se interpreta siempre porque a cada ser humano le duele la sociedad de una manera distinta atendiendo a sus emociones.
Por ello, primero hay que delimitar de qué hablamos, un tema, un contexto, después se determinan las posibilidades que poseemos nosotros para saber de él.
En fin, del infinito no se puede saber igual que de nuestro hijo, ni de nuestro hijo que de cuáles son nuestras necesidades prioritarias para sobrevivir (comer, un medio sensible a nuestras capacidades, etc.).
A es verdad para B, digamos, porque A es primordial o causa a B.



1.- EL EXTERIOR Y EL SER

El ser humano no es consciente de algo o de sí mismo sino a través del exterior; un exterior que no ajusta el ser humano en su conciencia de inmediato, no, más bien paulatinamente lo “hace”, lo fortalece o lo capacita conforme a él.
Así pues, cualquier ser vivo es un “exterior sumado” en el tiempo, derivado de lo anterior gracias a un proceso, retroalimentado para sustentarse con una capacidad continua sobre el “ahora”; o sea, significa o conlleva una aptitud ante su nueva experiencia constituida –antes- en el pasado.
Y no se trata del pasado tradicional –al que siempre se recurre- puesto que no es el “pasado deleitable” –el de la cultura o el de la elección-, sino es el pasado asumido o no pero transcurrido, “afrontado” –en el sentido de la ordenación adaptativa, de la orientación de recursos dados por lo externo- por lo que, en esencia, implica un exterior sobrevivido o sobreentendido: un resultado en definitiva de “nóesis” (1), de aptitudes convergidas como recursos vitales para contener en lo sucesivo aún lo externo.

Según eso, el ser humano no descubre o no se remite a descubrir tras su “nóema” (2) el exterior para darle la bienvenida, ni mucho menos para advertirlo en un “instante cero” con ideales o sin ellos, no, sino extiende, tiende sus aptitudes, sus nuevas aptitudes y, entonces, las experiencias las cohesiona de acuerdo a lo extramental: lo único que hay y tiene, no que aparece, no que descubre, no que interpreta, no que inventa, no que rehace “al pronto” con una tabla tasa o con la varita mágica de la intuición.
Digamos que, en realidad, sigue la modulación del exterior, sigue en la continuidad del exterior como la acción de una conducción hacia él y desde él inevitable, no contrarrestada por nada, difluyéndose su percepción –su extensión- por doquier pero, a su vez, “acarreando” las consecuencias de lo que comporta, de lo que posee.

Bien, en el pensamiento moderno el positivismo restringía todo a los hechos o a lo empírico, la hermenéutica al reduccionismo de la interpretación de tales hechos, la fenomenología (3) a lo trascendental de sus esencias y el psicologismo –tan determinista- al confinamiento absurdo del ya considerarlos como meros productos “etéreos” o psíquicos.
Sin embargo, los hechos no son hechos sin más, aislados del ser humano, ni guiados para ser interpretados por… nada, ni acontecidos desde una conciencia que no acontece, ni reducidos por estructuras extrarreales o psíquicas o “volátiles” separadas de su ámbito existencial.
Por supuesto, -admitiéndolo, reconociéndolo- en la conciencia se discierne, se distingue una intencionalidad, en el hábito como materia prima de la conciencia; pero la intención sopesa siempre algo, va sobrecargada, se encuentra sobreentendida de… algo. A ver, la intención –si se comprende mejor- es la “prueba” de que se intenta a partir de algo, conllevando algo, claro, discurriendo por ese algo.
La intención es, sobre y ante todo, el intento de lo que ya se tiene como conocimiento.

El positivismo, que asumió la ciencia, se exime en el psicologismo, propugnando e inculcando que lo cognoscitivo –el conocimiento- es una preparación singular de lo externo, un “abracadabra” para negarlo o para hacerlo un tanto prescindible y, así, inutilizarlo.
En cambio, no existe un extremado “despojamiento” ni un extremado reduccionismo perceptivo pues, de antemano, existe el “algo”, y los sucesivos “algos” que equivalen al medio donde el ser se forja como un componente, como un elemento que lo expresa. De manera que, antes –en el a priori-, nunca el ser expresa al medio en pro de un “protagonismo libertino” debido a que “ya” queda el ser expresado por él, “ya” está expresado, “ya” está adecuado a su expresión.

Ahora bien, cuando hablamos de lo interno nos dirigimos a una “profundidad”, a una “lejanía” como queriéndose con ello huir de lo que hay; pero, al instante, hablamos de lo propio para auscultar un sujeto-objeto –como si lo descubriéramos- cada vez más manejable, cada vez más lejano de la amplitud que lo determina.
Es decir, el exterior sí pasa desapercibido y, en efecto, se nos presenta enturbiado, difuso, para de improviso conmovernos ontológicamente por ese núcleo, por ese punto principal o “aisladamente” relevante.
El caso es que no consideramos en acierto que eso, precisamente eso, es una conducción de mucho, de mucho que “percibe” o trabaja o comporta o “importa” para él.
En medio, claro, el ser no descubre la esencialidad perceptiva, no pone él lo indefectible que ha permitido que sea, no traza lo que le ha trazado, no idea –ni lo puede hacer- suplantar lo que comporta desde el “sucesivo principio”, desde cualquier momento del proceso al cual se encuentra involucrado.

El “ser es ser percibido” (4), desde luego, aunque también se percibe él por analogía –como acto comunicante al lado de implicar, asimismo, un acto efectual- en la continuidad, con el entrelazamiento que comporta mientras sucede, esto es, evitando una distancia neutra con su pasado, con el exterior.
El ser significa que es “de algo”, así es, y se remite –se vuelve- a este “algo sucesivo” en la percepción; no, no acerca el exterior, sino lo confirma en cualquier hábito, en cualquier vía. Porque es su correspondecia, lo que le corresponde.
Conque cualquier hábito, un hábito en concreto, lo vitaliza, lo sobrelleva para cohesionar el medio vital y el medio del símbolo ya en uno: la caracterización de esa remisión.
Por lo cual extiende –para extenderse o confirmarse- sus ideas a través de conceptos –utensilios de comunicación- por “recogerse” o por reconocerse más globalmente con lo que le ha sucedido o con los que le ha sustentado en… algo “sucesivo”. Esto es, quiere entenderse.

En virtud de tal procedimiento, digamos, los conceptos pormenorizan y, con ello, se percatan de la globalidad inevitable, preceden en eficacia a admitir la globalidad, preceden eficazmente a tal conciencia.
No obstante, los conceptos habrán de ir “en presencia” de la continuidad, habrán de reactualizarse a lo que pormenorizan, a lo que prueban.
Comoquiera que esto se haya entendido, sí, el ser mismo en cualquier contexto se estará reactualizando conforme a que, el exterior, lo deparó en movilidad, no en modelo “abracadabra” desde un fijismo a otro.
Digamos que el movimiento y lo que implica de continuo o evolutivo –esta base- es la permisión de la existencia pues, si imaginásemos un medio fijo –el cual no puede existir-, entonces nunca habría pasado, un sustento, una extensión de la existencia: algo no tendría ya causa ni efecto, algo no tendría ya recepción ni respuesta, nada interaccionaría al fin y al cabo, quiero decir, algo “no sabría” nada de otro algo ni de él mismo al negarse así todo acto.

El concepto, en verdad, defiende a lo consciente -por procedencia-, hace su remisión cognoscitiva a lo que existe y, por ende, advierte la realidad pormenorizadamente en una primera función.
Claro, también por su desorientada utilización -de mediación social- puede llevar o puede conducir a ideas subliminales –las cuales no respetan los conceptos- que, sin eludir la realidad, atienden a otra inventada, o “muy personal” imaginativamente.
Con eso, sin duda el ser idealiza al ser y, en esa emotividad, pueden optimarse necesidades –la paz mundial por ejemplo- o excesos propiciados por el egocentrismo o por el no querer ver más que las necesidades –subliminales algunas- de alguno.
Pero nunca, en ese contexto, se ha de confundir al ser –el ser el concepto- con “lo que debe ser” en donde, deseos tan distintos como la esperanza y la egolatría -de manos también de la manipulación-, no descansan.
Piénsese que estoy hablando del ilusionismo –provisional- que, tarde o temprano, se dará de cara contra lo que es real.

Por otra parte, para rebatir aún más al psicologismo, no sólo el ser humano –o un ser vivo- conoce con lo consciente -por procedencia-, sino siempre; desde el momento que ya es un ser vivo, sí, en cuanto es y conoce a su exterior, en cuanto que “nace”, en cuanto conoce a lo que le permite ser de una forma o de otra.
Así, la “excepcional” sabiduría humana sólo es lo que es –y sin restricciones-, es decir, no excluye de un portazo la sabiduría del Universo con su conciencia –al modo antrópico-, no; por lo que el conciencismo, el que cualquier neurólogo o científico deliberará o ya lo ha hecho, únicamente es un resultado advertido o no y ya posible, un resultado que no “comienza” ni siquiera en él mismo -en “lo todo interactivo”-.

(1) “nóesis”: acto en sí mismo del pensar –de la acción perceptiva-.
(2) “nóema”: el contenido de lo que piensa o dice.
(3) En la fenomenología se busca el “epojé” o la reducción de toda experiencia inmediata.
(4) Frase muy conocida de Berkeley: “Esse est percipi”.
Nota.- "Extramental" es "extra"-"mental"; el "positivismo" deriva de la epistemología, y es Comte su máximo representante.



2.- EL SER Y SUS RESPUESTAS

El ser “cuando existe” no tiene ante sí cosas, sino que “está” interaccionando con las cosas, enraizado entre las cosas y conformado con y a través de las cosas.
Por lo tanto, en realidad, no deduce las cosas ni entremedias vive de la nada, no, porque evidente es que vive por las cosas y no hace más que seguir eso, el “saberlas”.

Muchos piensan que la adaptación –por reducción- supone meramente una adecuación al medio y no es así por coherencia, en cuanto que el ser “ya” –en una proporción- se encuentra “adecuado para adecuarse” al medio; es decir, el ser “con” lo que le ofreció el medio se habilita de continuo para lo nuevo que le transcurrirá o se le ofrecerá. Según esto, el ser no ofrece al medio algo para que éste reaccione por finalidad o por capricho, no, sino más bien que él –por ser conformado por el medio- espera con una preparación para reactualizarse con respecto a lo nuevo que comportará el medio.

Así es, conque el ser sólo aprende lo que existe, lo que le ha permitido aprender; aunque, él, haya llegado a donde haya llegado, desde luego, porque sus recursos son recursos “madurados” -en lo adaptativo-, producidos con el medio, porque sus “herramientas de acción” han tenido las “referencias”, las condiciones y los modelos de base y de desarrollo ya dentro y a merced del medio.
En consecución, sí, el ser es una derivación, una fluctuación, una vinculación con sólo lo que existe “de antemano” o de una forma primordial o ineludible.

Ahora bien, hay quienes –sobre todo “charlatanes”- dan sus voces al viento, a lo que salga o a los medios de comunicación para conseguir confundir una y otra vez repitiendo que el ser humano tiene ideas, fantasías, conceptos extrarreales o nosequé que él, “a secas”, crea. Sin embargo, aun cuando tenga muchas de esas “intenciones” -puesto que las ideas o las fantasías nacen a partir de modelos sociales-, bueno, lo que de verdad depara él -por un camino o por otro- son las cosas reales, en efecto, digamos que por delante y por detrás, en todas direcciones e, incluso, dentro de sí, las presenta.
O sea, a lo claro: es un producto de ellas y, como lo es, las comportará y, como las comportará, antes tendrá que “saberlas“, “haberlas advertido existencialmente” como en un suceder ya lo hace con interacciones.
Luego, que vengan las intenciones, cualesquiera, en determinados “gustos”.

Por supuesto, en concreto, el ser humano podrá poseer fantasías, sí, pero los elementos de esas fantasías –las imágenes, los conceptos o todo lo que utiliza o pueda utilizar en suma- son... reales; lo que ocurre -¡ah!- es que los puede deformar para sí -sólo hace falta intención o capricho por deformar-, para sus emociones, para su intimidad: hacia un “error” o hacia una incitación –provocación- por “alimentar” -en un plazo- un proyecto, gracias al cual condiciona –con su voluntad- en lo posible “su” realidad próxima -que la hace “agradable”, para él-.
Por ejemplo: si uno elabora la fantasía de “un borrico que vuela”, de entrada, de entrada digo, “un borrico” –tan habitual- es un elemento real y “que vuela” también –aunque no lo quisiera el susodicho o dichoso borrico-.
Otro ejemplo: “un ordenador que nada”, pues ya todo su mecanismo y sus energías son elementos reales, y “que nada” también.

Conque no, no es que el ser humano invente “a lo grande” –como un dios- la realidad, no, mejor digamos que… la usa por unos intereses, la canaliza para sí, para sus conocimientos, unos u otros; por ello primero “la sabe”, puesto que ¿cómo puede canalizarla si no “sabe” siquiera si existe?, ¿qué va a canalizar?

En derredor del medio, el ser humano –con más aptitudes- utiliza en lo posible el medio, no, no la nada, y sus conceptos son... herramientas, herramientas que se refieren a él o que, en confluencia él –el medio-, también las ha producido.
Nada es un “abracadabra” de lo que no existe en cuanto a que, algo –que ya es algo, por mínimo que sea-, se encuentra sujeto, derivado –en usufructo-, a algo que existe.

Bien, por lo explicado, por eso, como “lo que el ser tiene son cosas reales inherentemente”, ésas, no las puede excluir nunca con su acción, es decir, con el “saberlas”; no obstante, ese “saberlas”, también, produce unas respuestas o reacciones o niveles de conciencia.

Más claro:
El ser “responde” interiormente –vitalmente- a lo que “sabe”, por la necesidad -también inesquivable- de hacer suyos unos “sistemas de defensa”, de autodirección -en la parte posible que le toque-. Pues, así, ante las cosas –que “sabe”- responde... con esperanza, con ternura, con sorpresa, con paciencia, con tranquilidad, con amor, etc.

Lo que quiero decir –directo al grano- es que, a causa de “saber las cosas”, de sus conocimientos, el ser humano responde, responde racionalmente –con lógica inherente- “esperando” de las cosas, en tanto que ya las ha tratado o… aún, aún, las trata.

Desde luego, el ser es ontológicamente un sostenimiento en esas respuestas: lo que el ser dice –entre las cosas y para las cosas- no de ellas, sino una vez que las “sabe”.
Cuando habla de esperanza, cuando lo hace, es porque... responde cualitativamente a algo común a su ser ontológico; y eso es inmanente a él, absoluto o propio, dado que, en el contexto de los seres humanos, todo ser, cualquier ser, responde cualitativamente a algo común –absoluto-: con la esperanza.

Así que jamás la esperanza puede –ni por manipulación, ni por el “lo digo porque lo digo” o ni por locura de algunos- ser “relativa” ya que, en esencia, es algo absoluto –propio, imprescindible, consubstancial, constante, permanente, continuo- a la realidad del ser humano.
¡Ya!, otro asunto -”otro mundo”- es lo cuantitativo, cierto es, que sí debe existir a medida que al ser humano le sucedan unas circunstancias; de lo contrario, todos serían iguales, o sea, no existiría ni diversidad biológica.
Por consiguiente, un ser humano responde con la sorpresa, con el sorprenderse –algo común cualitativamente- conforme le van sucediendo cosas o, mejor, conforme va afrontando o conociendo las cosas.

En el contexto de los seres humanos, sólo –con prioridad- eso es condición: el que un ser humano, para ser, ha de responder o ya, inesquivablemente, responderá con esperanza, con tranquilidad, con amor, etc.
Aún así, este aspecto es – por distinción- subjetivo con respecto al conocer mismo y, al ser otro asunto, pues se diferencia tratándolo como subjetivo; pero entiéndanlo, por favor, como “lo que el ser da a las cosas” por las que se hace –que es lo objetivo-.

Por ejemplo: un ser humano “sabe” –lo objetivo- de una mujer con la cual tiene un hijo (pues, si no “la sabe”, no puede existir el hecho de tener un hijo) y, paralelo a eso, responde con esperanza, con amor o con inseguridad (cuando ya le son dadas unas circunstancias cognoscitivas).

Así, el ser humano no se va a otro mundo para responder, sino responde desde sus circunstancias y, éstas, son absolutas porque tienen que existir primero para que él, por tanto, sea: no lo es desde la nada, desde la inexistencia, desde las confusiones que algunos quieren imponer a ciegas racionalmente.

Por último, el ser humano es... porque existen las cosas con la evidencia de que, de continuo, está interaccionando con ellas: nada es un ser humano “en” la nada, quieto “en” ella, sin proceder de nada.
Bueno son incontables, “infinitas” cosas, las que nos forman y, si nos forman, existen, vivaracheramente por “ahí”; y no traen un código nuevo de bienvenida guardándose ellas otro, no, sino un mismo código existencial.

Con eso, los proselitismos de confusión sobran; aunque lamentablemente están, como siempre han estado para la involución coherente, para la manipulación y para censurar siempre a los que sí demuestran sin más truco que la razón.



3.- LA "COSA-EN-SÍ" Y LA VOLUNTAD

La “cosa-en-sí”, la sustancia, es aquello que actúa de una manera (“forma”) particular (en un contexto y en unas circunstancias) con siempre algo o “algos” que la complementan (por interacción o por comunicación); es decir, desde una condición de continuidad interactiva.
Puesto que la “cosa-en-sí” no actúa sobre ella misma apenas, por ella sólo, aislada, supuestamente como objeto inamovible para que, luego, la mueva o la “altere” la razón como concebiría Kant –he ahí que así la razón condicionaría a la cosa incondicionada, fija-, no, la “cosa-en-sí” es “por algo” (1), gracias a su sustento en “algo complementario” –pero que se determina en su contexto y en sus circunstancias-, gracias a que actúa “en” y se hace por algo.

Por ello la “cosa-en-sí” es una “particularidad” (de parte) y una “continuidad” (por seguir su “acto”) al mismo tiempo. En otras palabras, obedece a los principios de Continuidad y de Conservación, de conservarse, de resistirse en esa particularidad continua –en Física es la inercia hacia la que todo cuerpo o movimiento tiende-.

Entonces ¿todo se modifica en la “cosa-en-sí”? Pues no, se modifican (2) las condiciones modificables, los caracteres contextuales y los caracteres efectuales de sus interacciones; lo que no se modifica, con claridad, son sus “condiciones apriorísticas”, su esencia objetiva para que sea la “cosa-en-sí”.

A ver, “ser movimiento” es una de sus condiciones apriorísticas; “ser una particularidad” también, o sea, ser una “forma” de actuar; “continuar esa particularidad desde sus antecedentes sustanciales” también, o sea, que la “cosa” actúa con respecto a lo que anteriormente era y... “se sigue” –esa es la coherencia-.
Así, desde luego, la modificación que presenta una “cosa” corresponde a una modificación desde ella misma, desde su “a priori”, consecuente con él. En consideración a la “cosa”, si la “cosa” inevitablemente ha de ser movimiento (acción), he ahí que, a su vez, se mueve consecuente con su “a priori”, con respecto a su naturaleza misma.

Kant, además, sostuvo que se conoce antes la expresión –por ejemplo, los conceptos- que las cosas. Pero las cosas ya expresan al ser, mientras actúan con él “lo hacen” conocimiento, medio o conformación de “saberlas”, esto es, el ser “sabe” de las cosas e irremediablemente las expresa: no sabe de las no-cosas, sino de las cosas.

Al ser inherencia de cosas él las dice, puesto que está condicionado por ellas, puesto que está hecho... por ellas –por un proceso“endoepistemático”-.

Ese decir las cosas y su imposibilidad por decir las no-cosas es muy importante en tanto que, su “cogito”, sólo se encuentra capacitado para ser consecuente con su “a priori”, por lo cual su “cogitatio” es una consecuencia de las cosas; y, luego, al pensar o expresar otras cosas “ya posee” la carga apriorística u objetiva de la consecuencia de las cosas, por lo que el ser dice “en” la continuidad, desde la objetividad de su “a priori” imborrable, absolutamente hecho para él “a priori”.

Sí, ese hecho apriorístico le condicionará, pues de antemano condiciona a su decir, y... lo dice sin remedio. Sí, al par que dice, el ser dice las cosas –no la nada-; una célula, al par que dice, dice lo que le ha ocurrido “con” las cosas hasta ese momento, porque está condicionado por ello.

Con eso, ante esa coherencia, el ser es consciente de todos los conocimientos adquiridos en su contexto y presenta, así, una conciencia (nivel consciente tanto en cualidad como en cantidad) diferente a otro ser de acuerdo a las circunstancias análogas o no de sus contextos. Y esta conciencia contenida no puede por menos que ejercerla, que mostrarla factiblemente como capacidad suya, como voluntad.

En Schopenhauer y en Nietzsche, sin embargo, la voluntad está ejercida como una fuerza autotélica, aislada, totalmente inconsciente (en Schopenhauer) que emerge por emerger –sólo por “salvarse”- ante determinados estímulos.
Pues bien, decir que la voluntad se muestra sólo ante determinados estímulos de jerarquía ideal equivale a postular –sin más- que no existe sin ellos; es decir, que ella actúa en un sistema que tiende automáticamente a anularla o a restringirla, mejor, a reducirla a causas que conllevan efectos de voluntad y a causas que conllevan efectos sin voluntad.

Para Schopenhauer la voluntad es una fuerza, pero “inmotivada” que se consigue –por cierto misterio o cierta iluminación- ante un estado especial; cuando se escucha música por ejemplo. La música para él no es “la imagen de las ideas, sino la imagen de la voluntad misma”. Así, la “voluntad misma” se crea cuando se escucha música (3).
Para Nietzsche la voluntad es otra fuerza, la realidad también, en fin, fuerza se denomina todo en general, a lo fácil. Fuerza que quiere poder, ¿de qué?, pues de fuerza que es ésta y aquélla realidad, todo.
Pero, ahí, en esa comodidad analítica, ¿qué es lo débil, ya determinado por seguro?

Aun cuando la realidad se manifieste como fuerza –en realidad se verifican tipos de fuerza, fuerzas, no una fuerza, no sólo una única acción que propende al desequilibrio-, existen las cosas y sus principios que ejercen las fuerzas inevitables para que se mueva la voluntad, al ser una fuerza una presión, una acción direccional en concreto.
Por ejemplo, si la vida –lo orgánico- fuera la única fuerza –lo único predominante- que se impusiera paulatinamente en el contexto de la Tierra, al final todo en ella se convertiría en vida, en esa voluntad, y perdería la Tierra su equilibrio (4), por lo que siempre es forzosa una contravoluntad, una contrafuerza a otra cualquiera en pos de que persista un equilibrio.
Eso significa que, un ser vivo, parte de una determinación –una voluntad- para vivir acorde o sincrónicamente a otra para morir, en consonancia o condicionado –en consecuencia- a su anterior naturaleza, a la inorgánica.

Por último, la voluntad se encuentra condicionada en cada ser humano por sus propios conocimientos –incluso para apreciar la música-; pero eso no implica que no exista en cualquier cosa que, en voluntad y en ciclos contextuales, propende a ella misma por el Principio de Conservación, es decir, que quiere “seguirse” –y lo hace- aún más desde ella misma.

(1) Descartes también determinó erróneamente que la sustancia era lo que no dependía de nada, sino de ella misma.

(2) La modificación o la conformación de algo sólo permite que eso exista, pues ha de evolucionar, conformarse, “existirse”.

(3) Schopenhauer propugnó la “doctrina del arte” como la que propulsa la voluntad. Ahora bien, ¿es todo conocimiento un arte?, ¿es la misma existencia un arte? Si es así -y hay suficientes pruebas para que así sea con respecto a ser cultura, no un aspecto de ella, es decir, arte que es invención e imaginación-, el arte no es exclusivo –no está delimitado- por el ser humano. Y sería, entonces, otra “condición apriorística” a la “cosa”: la de corresponder a un orden armónico –en alguno de los aspectos existenciales-. Pero si el sujeto “conoce” un orden armónico, una cohesión armónica, luego ya recibe, ya advierte, ya atiende a una razón del exterior –no de sí mismo-.

(4) Algo aplicable a cualquier contexto, como el Universo por ejemplo. Si existe una fuerza de expansión es porque “ya” existió –y está latente- otra fuerza en sentido contrario, pues nada se ha demostrado sin su “contrafuerza”.
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