LA COMPRENSIÓN
La comprensión es la
atención que presta el ser humano hacia la realidad ( pues,
se entiende simplemente por tener inteligencia y, en cambio,
se comprende ya por una aplicación de menor o mayor voluntad) .
De veras está, él,
a expensas de su condición adaptativa y es, eso, el cordón umbilical de todos sus afectos y de todas sus fobias; en cuanto que activa todas las capacidades suyas, sobre todo las emocionales.
Nadie,
nadie comprende porque sí, sino por mucho de lo que le ha marcado profundamente, por convicciones propias y, también,
por conocimientos que le han permitido seguridad en su expresión y en su acción (o autoprotección).
Esta conformación inteligible es, así, una base que puede -y de hecho lo hace- remediar conflictos tanto internos como externos del ser humano (por extensión, de la sociedad); ya que, ésta, le “señala” o le amolda “en su trasfondo psicológico” a la tolerancia y, paulatinamente en unos niveles más altos, a la empatía.
Comprender es, dentro de este contexto, una
superación en lo responsable o en lo consciente -por la empatía- que, en correspondencia, a cualquier personalidad, dota de lo que ha preferido -ha comprendido- como eficaz para ello: de una
escala de valores, de “ver” imprescindibles modos del actuar, “caminos” irrechazables de la convivencia social, o sea, del reconocer en definitiva unas categorías sociales ( ésas mismas que sustentan o son las que son, las precisas de lo social).
Comprender es, por lo tanto,
comportar un reconocer, de los hechos,
unos valores que, éstos, en adelante pueden determinar hechos más sociales; e influyendo, desde luego, en sus instituciones o en sus políticas -por
exigencias de tal conciencia-.
La familia, la escuela, los corporativismos intelectuales, los medios de comunicación -ante todo-, los consentidos sistemas de gobierno o la sociedad en general son los
únicos responsables de que el niño advierta -y, en su efecto, comprenda- sus diferentes aspectos de la vida ya con unos valores que le trascienden socialmente; porque se lo permite sus... relaciones coherentes, porque el niño, es así, estará sugestionado también por cada ápice de los
ejemplos que adquiere -emocionalmente- o que les dosifica esas manifestaciones sociales.
Se siguen modelos, se siguen ejemplaridades -aprendizajes “emotivos”-, pues el niño
copia “inevitablemente” lo que se supone que es un “instalado” bien social, con el cual otros consiguen... éxito.
Las modas -en eso incoherentes-, sí,
son un varapalo para que él no consiga unos criterios propios, o una cierta independencia de decisión. Porque, es evidente, ¿cómo puede comprender, en el fondo, a uno si ya depende, éste, demasiado de otro o de la sinrazón de otros? (Ya lo señaló Franz Alexander: la importancia de esa independencia personal o del tener criterios, o decisiones propias).
Los medios de comunicación, con la tozuda
reiteración, le provocan -sin remedio- el enraizamiento de
obsesiones ya, previamente,
interesadas; las interesadas del mercado, las interesadas de unas líneas que triunfan o -en su conveniencia- se enriquerecen, las que le “dictan” que se es intelectual por una sinrazón de fondo, las que le “disparan” que se es moderno por osadías morbosas o por frivolidades de fondo.
Es decir, inculcan o dirigen -y a través de muchos recursos públicos- con un “aplastamiento” informativo, con una “represalia psicológica”. Exactamente, eso es, se trata sin duda de un
dirigismo por tal acoso y, porque salir de una
corriente predominante -que, a la manera fácil, se premia y que induce a lo cómodo- es casi imposible cuando se habla... de un niño.
De seguido, él es tan
proclive entonces
a la pasividad cuanto más dependiente -con presiones- se encuentre de todo eso; lo que influye, con contundencia, para un carácter “inseguro”, menos soliviantado a discernir qué realmente... desea -en la desatención de valores-, o hacia dónde va, pues nada le ayuda a des-confundir.
Por eso, incluso puede retraerse; por eso, incluso puede camuflarse en un "otro yo", que repercutirá a la hora -si existe- de conocerse a sí mismo, de afrontar una precisa conciencia coherente también con lo social; por eso, incluso
puede admitir como válidas las dobles morales, en tanto que ya se las “enseñaron” muchos seudointelectuales o muchos informadores de la
ligereza informativa.
Esta realidad, este obstáculo -de coacción- le hace ser, en claro, más alineable, más
manipulable -al igual- por cualquier agente o rol social, más indiferente para advertir una u otra diferencia por conciencia “independiente” o propia, más
incapaz de darse cuenta de las soluciones de un problema social o aun de la comprensión de un sufrimiento individual, más frívolo en la aceptación del “todo vale”, más vapuleable por intereses políticos, religiosos o económicos, más inactivo en el amar con respetos de verdadera dignidad, más
prejuzgador, más maltratador de libertades, más obsesivo por la imagen o por la palabrería, más cercado, más adicto, más
utilizado también por pandillismos violentos o conflictivos; y, en efecto, es así, sirve todo eso para unos resultados infranqueables o... “imborrables” en su decidir o en su actuar, en vez de constituir unas prioridades, en conciencia, sólo suyas.
Y es que, lamentablemente, se deja llevar por una competencia crónica a ese
servicio que predomina, por seguro, postergándose incluso a las decisiones exteriores de si lo ha hecho bien o mal -al llegar al mismo éxito que cualquier seudomodelo-, de seguir o alimentar sólo su ego por la consecución de sentirse poderoso; pues es el
valor de poder, del sólo
“poseer” -que puede controlar o que puede doblegar- el
que inculcan la mayoría de los medios de comunicación .
Por la fijación -psicológica-, en la amistad, en el amor, se intuye que alguien supuestamente nos comprende -nos corresponde- porque coincide asimismo con nuestros “
arquetipos” sociales -el padre, la madre, el profesor, etc.- y, si esos son algo erróneos, se transfieren; y siguen instalándose en la sociedad.
El amor, en su forma primera, es la sensación -intuición- de que alguien no nos va a fallar, pues "recuerda" a un concreto arquetipo, a aquél que nos garantizó una valoración personal o una protección; y pueden, así, tenerse en cuenta arquetipos que
no contengan los valores que son precisos para una convivencia social.
En definitiva, con todo esto aclarado, de que la comprensión sea algo más, depende de la dinámica de una cultura, de una sociedad abierta que, sin duda, debe obligatoriamente eliminar o corregir unos prejuicios, unos atavismos o unos excesos por las "inútiles" presiones colectivas o de grupo, de manipulación... emocional.
Pero siempre, de una u otra forma, se comprende
a través del conocimiento y, por éste, mínimamente el ser humano ya comprende algo, lo quiera con capricho o no, pues siempre estará irremediablemente sujeto a la
voluntad; eso es, se comprende de lo aprendido, de lo que delibera o decide de lo aprendido.
José Repiso Moyano
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