jueves, 27 de octubre de 2011

La Credulidad Forzada
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La mayor parte de la gente no piensa, sino cree a pie juntillas lo que se le dice (y dicen que no, pero demuestran que sí: se creen casi todos lo que dice un demagogo o un majareto y de quien demuestra no), insiste en creer y, para ello, sólo elige para informarse sus ámbitos de creencia conformados o establecidos éstos desmesuradamente a través de su vinculación y confianza a una patria -ética, cultural o política-.

Por eso los problemas no se magnifican o se dignifican en su orden humano, no, en cuanto que sí primero se idealizan en un orden corporativo, de "sois de los nuestros", de compañeros de viaje -para tapar sus errores o sus defectos también-, de identificación y a plena confianza en una consideración grupal (no global) de los problemas.

Así, con restricción, no se exponen tan imparcial o independientemente los problemas como humanos conforme a que los medios de comunicación ya sobrevaloran los que en proselitismo se han segregado, se han elegido para -de antemano- favorecer siempre a una parcialidad que, en contraprestación, luego se beneficia de un apoyo incondicional o seguro de una precisa "congregación".

En tal juego se mueven, cuando ladra un perro arrastra de inmediato a toda la jauría a ladrar igualmente en una sinfonía de automatismo pertinaz donde no entra ni cabe ni se respeta ni se tolera sólo la argumentación, el pensar, el librepensamiento, el discernimiento, la sensatez, la imparcialidad crítica, la priorización del problema humano, la desintoxicación de prejuicios, el "estatut" de la decencia, etc.
Digamos que los problemas, desde ahí, no son los que dice "Amnistía Internacional" por ejemplo, sino la enfermedad mental u obsesión editorialista de los medios comunicativos; de tal modo que como auténticas ratas de la noticia montan, sobredimensionan o dan por hechas conclusiones "catastrofistas" a las que únicamente han llegado a partir de la reacción vengativa frente a un gesto molesto, una tontería, algo que no simpatiza con una patria o bien, simplemente, que no se amolda a una manipulada congregación de corte patriótico.

Con esa constante capciosidad -juego sucio- por desgastar al otro por supuesto que no existe el pensar o el razonar, pues consiste todo en que lo más mínimo sea capaz -con manipulación, claro- de poner nerviosos a unos prosélitos y además sea capaz de infravalorar ante eso lo demás; por lo cual, ¡vean!, se logra que giren las atenciones en torno a algo que no es de primera necesidad el resolver y que a veces es fruto de la pura fantasía -como el presentar el miedo a un problema que aún no existe para crear un rechazo a progresar por cualquier lado-.

Sin embargo, tal resultado cuyo procedimiento se halla sacralizado por los intereses mediáticos, condiciona con eficacia el reconocimiento y la aclaración de lo que es estrictamente un razonamiento fundado, coherente, un decir racional y libre limitado sólo por lo que es o impone la realidad, no por susodicha creencia ciega o autómata en la representatividad corporativa, gremial o grupal.

Así, los negocios y premios que se mueven alrededor de "sobrealimentar" una estética apoyándose en todo lo que conlleva una moda justifican miserablemente que ellos no tienen la culpa; cuando nunca, nunca una chica -por ejemplo- que naciera y viviera en un lugar aislado de la sociedad -sólo con su familia- nunca padecería anorexia; luego es algo indudablemente inculcado, luego es algo que una chica padece ya en cuanto es "bombardeada" por unos intereses mediáticos de la moda, en cuanto ve a amigas suyas triunfar con un modelo estético.

Muchas cosas ve el niño como ilusión, sí, pero pasan a ser realidad en cuanto él las imita, las sigue, o sea, las intenta o las hace realidad en su propia vida -porque primero les influye y luego les condiciona-.


Así los negocios que se mueven alrededor de crearles -y venderles a toda costa- juegos electrónicos a los niños justifican miserablemente que ellos no tienen la culpa; cuando un niño, para que estén reservados todos sus derechos de niño, debe estar controlado -porque al ser niño se le trata con una educación especial- o defendido de las duras reglas del mercado; luego esos juegos inculcados -muchos de violencia- no deben ser elegidos a capricho por el niño lo mismo que otras muchas cosas. Ellos dicen que no tienen la culpa, ¡qué van a decir cuando el negocio les va bonito!

Es así, pero el prestigio (una virtud que concede la creencia) amansa y manipula por doquier, ora con el truco de conllevar una "imagen" protectora de un grupo por lo que "publicita" su superioridad y un halago unidireccional-sistemático, ora con el truco de conllevar la "provocación placebo" (aprendido en el pandillismo juvenil y que trasciende como síntoma de inmadurez) para así utilizarse como "defensa propia" -ofensivamente- por mantenerse a toda costa esos reinos de taifas, esos "lindos" decires que, sí, convienen en un aspecto de dislocar, destacar y sobre todo de proteger privilegios por medio de una confianza ciega más que, con la aptitud y la actitud de un ceñirse a la virtuosidad racional, de poner cada cosa en un orden de prioridades: según esté en el contexto ético-responsable, según esté en el contexto de salud pública y de preservación humana, según esté en una disertación científica de causas y efectos, según esté en la libertad de opinión o del gusto o del ideal, según esté en la presión democrática que conciertan o indican los deseos de una mayoría, según esté en la mera aplicación de leyes, etc.
EL REALISMO DE ARISTÓTELES

Si el “decir” es la expresión del ser y el ser en cuanto es se manifiesta, se realiza, se comporta, se expresa, pues el ser es “su decir” con más o menos voluntad, pero es “su decir” paulatinamente, en continuo conocimiento (equivalencia entre "se es" y -cuando- "se hace"); ya sea en y con su acción en un contexto o a través de una generalizada “substancia” como propugnó Aristóteles.
El problema a partir de él surge cuando se empieza a distinguir ser y naturaleza con unas atribuciones al “ser” muy especiales, privilegiadas o no con respecto a la naturaleza; es decir, como las dos caras de una moneda se exhiben dos partes de las cuales por fuerza se conciben dos dimensiones inventadas, un contraste a la esencia de lo existencial, una ruptura de la complementariedad: un enfrentamiento.

Aún así, la naturaleza corresponde –sin poderlo soslayar- a un conjunto de seres –de elementos suyos- que deviene sólo a determinarlos, en cuanto que esa es su misión o su condición o su… propiedad. Naturalmente, la naturaleza adecua o sobrelleva sus elementos en un devenir, y no para que uno se independice largándose a “otro mundo” por comportar o significar “otra realidad”.
En concreto, todos los seres sustentan la “complementariedad de la naturaleza”, así, un ser nunca es ser si no “asume” ser “complementariedad” con respecto a otros y, desde ahí, bien se puede considerar como una “substancia” interactiva dentro de la naturaleza, dentro de un contexto interactivo.

A partir de Aristóteles, quizás por una obsesión teológica o por un discernimiento a la ventura, diría un alumbramiento desde una excesiva concepción del conocimiento en su aspecto teológico, se distingue, se aparta la realidad del ser. Santo Tomás se apunta las dos dimensiones de noción (notio) y ejercicio (in actu exercito) asentando lo posible que puede hacer Dios ante su omnipotencia de que ya lo puede hacer todo, incluso lo imposible. Duns Escoto va más lejos y reduce cualquier análisis analógico con su distinción formal “ex natura rei” dirigiéndose a constituir una realidad formal “alejada” a la cosa y que sitúa o extralimita fuera de la mente frente a otra realidad objetiva que el ser conoce o el ser cognoscente. Por ello, según esto, está el ser objetivo que, por conocer, va hacia un objetivo de realidad y, además, el ser formal que se presenta en una realidad muy formal. Bueno, aun cuando la realidad es la realidad se sugestiona o se imagina que son dos, he ahí un gran error -¿por qué no tres?-: la formal y la objetiva -que dividiría la existencia en objetiva y formal-.

También, al lado, se forja el ser cognoscente y el formal –el que no es cognoscente, es decir el que se encuentra “más allá” de él pero del cual no puede prescindir porque sea ser objetivo-. Algo así como que, aunque se fundamente en él, aunque “sea” él, su distinción –resultante- se contrapone al mismo tiempo a él, como una transformación extraña o ...diabólica.

No obstante, según la moderna epistemología se racionaliza este aspecto y es ya lo contrario: la existencia de un “sujeto” cognoscente que conoce sin remedio a un “objeto” –dentro de la única realidad que existe-. Y según la moderna gnoseología: la existencia de una “materia” y de una “forma” de ella, exclusivamente de ella, ¡ah!, pero sólo es cognoscible la materia “con” su forma, no aisladamente, y no con dos formas ni con siquiera veinte; más claro, no es posible –o veraz- conocer dos formas al mismo tiempo de algo material, pues únicamente es realidad con una (por ejemplo, el agua en forma sólida o en forma líquida o en forma gaseosa) en una forma además temporal o cíclica: la que da el "presente activo" o una presencia manifestante de lo que actúa.

Ahora bien, para Aristóteles el “decir” del ser que gira en torno a una disciplina – a la lógica de encontrarse a sí mismo y a lo que le ha permitido “construirse”- sigue al mismo ser ontológico, por lo que expone a sus conocimientos como una correlación, como una sucesión de sí mismo. Empero, el ser no es un ente independiente, sino que se infiere por sus conocimientos; es un ser cognoscente en tanto que los objetos de conocimiento lo han hecho o, mejor, es un ser “de ellos”, es un ser de “objetos” que le han sumado, que le han resuelto, que lo han hecho resultado, sometido siempre a los "objetos" que le objetan su "presente activo" (1).
El ser está construido por información que “ya dice” -que "ya dice" porque "ya es"-, y no dice después de ser, nunca, más bien por decir es, por ser ya contenido de algo es.

En Aristóteles la lógica es la contrastación del propio decir del ser, y se opone a cualquier decir excesivo o automático de vacuidad, a cualquier dialéctica o sofística o retórica; porque sólo cuando asume su condición ontológica y sus posibilidades coherentes con respecto a la realidad el ser “dice” –está sustentado su decir- “realmente” –entonces el decir afronta el ser-, en consonancia con sus dos principios: “potencia” y “acto”, lo que hay y lo que hace lo que hay (materia y forma). Es ser una formación vinculada a su base –sustentada-, esto es, a su materia prima, pues es un “acto” sobre ella.
Por evidencia en muchos otros, como en Hegel (2), la lógica se interpola en el todo o en la metafísica. En Aristóteles no, por cuanto se fundamenta en lo que hay, en lo conocido, rehusando la metafísica que hasta él casi sólo había priorizado la filosofía.

Su realismo, además, depura algunos errores de Platón; sobre todo esa concepción del Bien, del bien generalizado o… idealizado. Puesto que especifica que el saber moral supone un “saberse”, una advertencia que se dirige a un fin general –no siendo una técnica, una aplicación de la decisión intelectual de uno-; y el saber prudencial es una experiencia propia que requiere esfuerzo (orexis) para conseguir una firmeza (hexis) o resultado más instantáneo, por ello se actúa estratégicamente con un valor, con una preparación, con una “teckhne” para un fin en concreto. Es decir, el saber se dice desde una moral o no, el bien no es siempre el mismo desde un contexto moral o desde un contexto taxativamente epistemológico.
En otras palabras, por ejemplo, dado un contexto histórico el bien es y será lo que armoniza con él, cierto conformismo y no disidencia, o lo que se esfuerza con reverencia ante él; por lo que la moral siempre tendería a un fijismo, a una involución, a una desaprobación del ingenio crítico o a lo nuevo: la moral sería así sólo un esfuerzo de esclavitud o de determinismo, no de libertad o de adaptación al ser cognoscente-evolutivo.
He ahí que no se deben analizar las cosas desde un contexto moral sólo porque queden siempre prefijadas con la misma moral, sino además desde un contexto histórico y de nuevas necesidades que empujaría al mismo contexto moral prefijado y prefijador a moverse, a evolucionar por obligado, a adaptarse como todo consecuente con unas nuevas interacciones.

Sin duda, Aristóteles, no se involucra en un análisis unívoco o reduccionista, sino en una consideración del ser como acto de conocimientos –de conocer y de ser a sí mismo conocido- que lo construyen de forma cognoscente a través de su naturaleza cognoscente; así pues, no obstruye la interacción –la comunicación- natural con o por medio de su noción de “substancia”, sino que hace una correspondencia entre lo que implica una “estructura ontológica” con su actividad integradora –racional o lógica- e integrada en su entorno, en “complementariedad” que sólo puede hacer de la forma lógica o de ésa única que atiende primero al conocimiento que directamente deriva de él –del entorno-.

La analogía sale o se desprende a partir de él –pues únicamente la lógica significa identificar, analogar-. Si no se identifica nada, nada puede ser conocido, aprobado, comportado, identificado como conocido. Algo, de entrada, al conocer es identificado, analogado, ordenado –porque ordenado se encuentra en la realidad, siguiendo unos principios de realidad, de conformación natural-; y no metafísicamente inventando dos realidades o ni mucho menos reduciendo todo a un centro exclusivista o don mitológico que transfiere la realidad (3). En pro de que la realidad se encuentra en todo lo que es real, y todo lo real interacciona para que sincrónicamente y “recíprocamente” se comporte como real, en “complementariedad”.

Por ello, es análogo algo porque actúa con analogía, siguiendo una forma de actuar en concreto, a diferencia de otra forma que actúa también con otra analogía –y no le pone nombre de antemano el ser humano, sólo la advierte, reconoce unos patrones análogos al igual que cualquier animal-.

Los seres vivos categorizan una forma real, pero esto no indica que se prohíba a otra forma real categorizarse –contextuarse- con otra analogía, la suya. El reconocimiento, el saber, no puede por menos que distinguir, que advertir o reconocer que una acción primera es una acción y otra segunda acción es o no es análoga a la primera; es decir, el intelecto por medio de conocimientos no se sustenta sino en reconocer – en una consecución de lógica o razón- a seres de una u otra naturaleza pero considerando que, ambas, una y otra, siempre serán reales.

(1) La idea en Moore, el fundador de la filosofía analítica, es o sólo procede de lo que se conoce, es idea sobre lo que se conoce; es una idea que forma conceptos con la materia prima conocida, experimentada, inherente al contexto racional. Por ello criticó al “idealismo”, porque la idea puede desembocar en donde quiera, pero parte o procede de ser idea de lo conocido.

(2) Para Hegel lo primero o lo verdadero es el todo, y las ideas trascienden a partir de él; el ser, en cambio, pasa desapercibido y sus condiciones de conocimiento.

(3) Para la fenomenología lo verdadero es lo “nouménico”, eso tan abstracto que sólo concede realidad, el “eidós” en donde la realidad se encuentra concentrada o de una forma exclusivista de un centro.

Cerebros retorcidos

Uno de los aspectos que más he analizado en los últimos años es el que atañe a la pérdida de la razón cuando se argumenta mal; pero no se reconoce, sino que se excede -la argumentación se extrapola- y se enraiza en una base que no corresponde al asunto del que se trata.

Entonces, el manipulador o el orgulloso que no reconoce nada, orienta la argumentación hacia una base que no le es coherente o hacia su imaginación hasta el punto de conseguir desligarla de su propia naturaleza real o existente. Porque para el manipulador no es la razón lo importante, no, sino su propio protagonismo, el inventar o el formular una razón que justifique su sinrazón, sea como sea con tal de que su orgullo no se vea afectado; es decir la mentira elaborada o argumentada existe siempre al justificarse lo injustificable, al ser válido como consecuencia dialéctica algo que no lo es
racionalmente, que no ha respetado un proceso de reconocer hechos, que no ha respetado una coherencia racional.

Así, el manipulador, una vez que ha negociado o simpatizado con medios de comunicación se inventa "peros" que no existen ("No existen armas de destrucción masiva; pero por ahora; pero podrían existir; pero al haber terrorismo tienen que existir; pero como Aznar y Bush lo dicen tienen que existir; pero los tiranos buscan siempre armas de destrucción masiva....) o sofismas para justificar una masacre o una dictadura ("La dictadura fue culpa de una crisis política", "No se podía consentir aquel gobierno indeseable", "Hay que intervenir militarmente contra el terrorismo", etc.). Por fin consiguen justificar una dictadura o cualquier hecho porque a ellos les interesa por delante de todo.

Para el manipulador que quiere cómodamente eximirse de responsabilidades hay hambre en el mundo porque hay superpoblación, hay inmigración porque hay mafias organizadas que lo permiten, hay programas "basura" en la televisión porque eso pide la gente, etc. El caso es que con respuestas fáciles lo tiene todo averiguado, y lo peor: llegará a justificar lo que quiera, todo le será válido adecuándole una respuesta fácil que favorece a su orgullo, a su conveniencia y a sus privilegios.

Así, si se constatan que las desigualdades aumentan en el mundo se justifica con respuestas de que hay mucha solidaridad, si se verifica que Estados Unidos no restringe su armamento o su polución industrial se justifica en que lucha contra el terrorismo y a favor de la libertad o del progreso tecnológico tan humano.

En resumidas cuentas, los objetivos del que manipula o del poder que manipula se van a llevar a cabo con una u otra justificación; y la razón será la principal víctima. Son tan buenos y su justicia es "tan tremendamente solidaria" que ya son encima hasta "santos", porque difunden todas sus bondades -las miles de un país pobre no se pueden difundir y porque la miles de "otros tiempos" tampoco se pueden difundir-.

¿No será que los que son solidarios de verdad -los que no se enriquecen a costa de otros- sí dan todo lo que pueden y se olvidan por los "santos" manipuladores con sus "santos" medios de comunicación?

lunes, 24 de octubre de 2011

EGOÍSMO Y DESPRECIO

Todos estamos enmarcados en lo social, en la sociabilidad, somos una síntesis del hecho natural y social; por esto, tenemos dos "dimensiones" o fuerzas o tendencias primordiales que mueven nuestro comportamiento: el "ego" -más general del que consideraba Freud, es decir ya junto al "ello"- y el "super-yo" y su condicionamiento social, su "predeterminación" a inhibirse socialmente.

El ego es el primer motivo del ser, del sujeto que interioriza -en el caso humano- la fuerza social, y en él prevalece un sentido de fijación de lo que acontece socialmente; no obstante, esta fijación la delibera atendiendo a lo que le va a proteger gracias a una elección o selección -necesaria- de defensas, esto es, se decide a determinarse por un comportamiento autoprotector.

Como resultado el ego adquiere su propia personalidad, pero su ansia autoprotectora le hace sentirse siempre "incompleto", en alerta de insuficiencia, en alerta de perder -o a sentirlo insuficiente- su sistema de interiorización -para el que sólo trabaja directamente su confianza o su psiquismo-.
Es decir, su interiorización la presiente siempre incompleta y, en ello, aceza una "dimensión" devorante por experimentar y experimentarse; así se salvaguarda ininterrumpidamente, así también instintivamente preserva su territorio.

Pero, en su acción, todo lo que fija con criterios de protección repercutirá de seguida en su modelización social; tanto si son fobias o paralogismos que subestimen al otro en su dignidad, ya que la fijación puede ser alineadora o atávica, cerrada.

No es vano decir que el ego exonera -o se inclina a hacerlo- del análisis y de la reflexión a las maneras que a él les va bien, que a él les han protegido privilegios -más allá de lo ético-, así es, lo que está con él le conduce al sentimiento de aprecio; sin embargo, lo que es lo demás le queda estructurado para la sospecha, para la alerta e, irremediablemente, para el desprecio.

El desprecio es la raíz o la base de la crueldad; por él pasa la carencia de empatía, la incapacidad de aceptar soluciones comunes, la incomprensión de que el otro sea igual en derechos, la justificación de un sistema desigualitario (1) y la inamovilidad de privilegios, la soberbia, la intolerancia, etc.

Sale siempre inconscientemente, en cuanto el otro tiene otro gusto, en cuanto el otro tiene otra ideología, otra cultura, otra forma de amar; en cuanto el otro no reivindica lo mismo, no se somete a entregar hasta la última gota de sangre por una patria en concreto -y no de personas-; en cuanto el otro no obedece al amor por la fuerza, no calla la injusticia que él calla -porque le favorece de algún modo para su propia imagen o a la que representa- o no admite el horror que él organiza.

Y se desprecia principalmente porque no se vincula el pensamiento a una ética clara -no confusa o con varias varas de medir-, sino a prejuzgar según por donde se puedan salvar orgullos, caprichos y obsesiones, venganzas patrióticas e ideológicas; porque no se vincula a no justificar privilegios económicos mientras que otros se mueren de hambre; en fin, porque no se quiere reconocer (2) que todos, absolutamente todos, tienen los mismos derechos como personas.


(1) Siempre lo justifica en que es el menos malo, siendo la justificación más miserable y cruel para preservar los privilegios de unos cuantos con respecto a los demás.
Esta justificación es la más cómodamente aplicable a todo, en ceguedad y cobardía.
(2) Políticamente no se reconoce porque no se asumen responsabilidades ni el dejar a otros para que las alcancen, ni siquiera tienen el honor de dimitir -quizás el honor se haya
perdido-.

NOTA.- La lucha antiterrorista no existirá ni ahora ni nunca mientras se patrimonialice de forma partidista, se promuevan guerras o secreciones sociales.

Truco sucio: En la sociedad, por cruel sobrevaloración por encima de los demás, algunos les inventan defectos al otro para, así, hacerlo más débil ante ellos; pero ignoran que esa mezquindad nunca les madurará éticamente.
Publicado anteriormente: lunes 9 de abril de 2006